CAPÍTULO 25

LUCCA ANDREOTTI

Estaba furioso, tanto que me era difícil contener la ira, pero no quería mostrarme así frente a Alexa y mucho menos frente a Daphne que me miraba con esa sonrisa tan inocente mientras sus ojos desprendían ese brillo que siempre me recordaba a su madre.

Intentaba con todas mis fuerzas tranquilizarme, pero era imposible, ¡No entendía a mi padre! ¡No comprendía su afán por meterse en mi vida y quitarme lo que más feliz me hacía!

Alexa era la mujer que amaba y Daphne era mi pequeña princesa, ¿Qué acaso eso no le importaba? Perdí años con ellas, me perdí de tanto... y no estaba dispuesto a perderme ni un solo segundo más de sus vidas; quería estar al lado de Alexandra y amarla cada día del resto de nuestras vidas, quería ver crecer a mi hija y acompañarla en cada uno de sus momentos.

Para ser cien por ciento honesto, aun ahora tenía miedo de equivocarme, porque mi mayor miedo en este momento era perderlas; temía tomar una mala decisión y que la vida que estaba construyendo se viniera abajo como un castillo de naipes.

-        ¿Qué haces? – preguntó Daphne viniendo hacia mí

-        Pienso – respondí con tranquilidad

-        ¿En qué piensas? – volvió a preguntar sentándose a mi lado

-        En la vida y en lo complicada que puede ser

-        Mamá dice que la vida no es complicada, son las personas las que lo complican todo

-        Tu madre es muy sabia

-        Mamá también dice que no puedes enfocarte en lo que está mal, al final del día las cosas toman el camino que elegimos

-        Entonces tal vez debo empezar a tomar buenas decisiones – dije y ella sonrío

-        ¿Puedo hacerte una pregunta?

-        Claro, princesa – dije y la oí suspirar - ¿Por qué mamá y tú discutían?

-        Por problemas de adultos, pequeña

-        No soy tan pequeña, explícame – pidió y sonreí

Daphne era sumamente obstinada y a pesar de su corta edad sabía qué hacer para lograr obtener lo que quería, pero, aunque me miraba con esos ojos de cachorro, no podía ceder, porque la situación actual no era un tema que pudiera explicarle a mi pequeña hija.

-        Preciosa, ¿Qué haces aquí? – cuestionó Alexa entrando a la sala y salvándome de la situación 

-        Hablo con Lucca – explicó con naturalidad y su madre puso sus manos en su cadera para después mirarla con seriedad

-        ¿No tienes tarea pendiente? – preguntó y Daphne sonrío con inocencia – Adelante, preciosa, ve a terminar la tarea; recuerda que más tarde vendrá el abuelo para que vayan a la clase de equitación

-        Está bien – aceptó Daphne levantándose, pero antes de marcharse, se giró nuevamente hacia mí – Espero resuelvas tus problemas, Lucca – dijo y me sonrío una última vez para luego desaparecer

En cuanto nuestra hija se fue, Alexa se acercó a mí con una expresión tranquila en el rostro y se sentó sobre mis piernas dándome una de sus sonrisas que siempre conseguía hacerme sonreír.

-        Te ves muy mal

-        ¿Cómo es que puedes estar tan tranquila?

-        Me desahogué contigo, así que me siento mejor

-        Pues yo me siento fatal

-        Aun tengo que hablar con mi padre y con Noah para ver todo el asunto legal, pero además de eso, no hay mucho que podamos hacer, así que entrar en pánico no es muy útil – explicó y suspiré con cansancio

-        Tengo que hablar con mi padre

-        Lucca...

-        Es necesario, principessa; tiene que entender que no puede seguir haciéndonos esto; debe respetarte y a nuestra hija

-        Eso lo entiendo, pero sabes bien que hablar con él terminará en una horrible y fuerte discusión

Francamente Alexa tenía razón, porque normalmente así era como terminaban mis conversaciones con mi padre y en esta situación en específico, probablemente todo terminaría en una gran discusión que lo empeoraría todo.

-        Si no lo detengo ahora, irá cada vez más lejos – dije y ella pasó sus dedos por mi rostro mientras pensaba – No voy a permitir que les haga daño – declaré y ella me sonrío – Tiene que entender que no puede hablarte de ese modo, no puede amenazarte ni ofenderte...

-        No importa... - murmuró, pero negué y me puse firme

-        Por supuesto que importa – respondí con seriedad – Estamos juntos, principessa y aunque no fuera así, no tiene ningún derecho a tratar a alguien de la forma como te trata; su comportamiento es inexcusable; puede que sea mi padre, puede que sea un Andreotti y que tenga todo el poder del mundo, pero eso no justifica que trate mal a las personas y mucho menos que te trate mal a ti.

-        Dijiste que está enfermo...

-        Está en remisión – respondí y ella me miró fijamente esperando que continuara – Créeme que he sido el primero en justificar sus acciones porque estaba enfermo; he cedido, lo he obedecido y me he callado por cinco años, porque no quería afectarlo ni empeorar su estado de salud, pero hay un límite y él lo está sobrepasando.

-        Quizá... podamos razonar con él... quizá si conoce a Daphne...

-        No – declaré con seriedad – No voy a exponerla a mi padre hasta hablar con él primero

Eso era definitivo, conociendo a mi padre, si veía a Daphne, su primera reacción no sería para nada agradable y por supuesto que no expondría a mi hija al mal humor del tan temido Francesco Andreotti, además de eso, mi padre no era el mejor al tratar con niños, un claro ejemplo de ello, era yo y mi infancia llena de aburridas reglas que te quitaban las ganas de vivir.

Mi padre era el peor al tratarse de niños; no era que fuera su intención ser malo, simplemente los niños no eran su fuerte; por ejemplo, cuando yo era niño, solía ser realmente estricto y la mayor parte del tiempo se frustraba por que yo no hacia o decía lo que él esperaba; no importaba que solo tuviera un par de años o que fuera muy pequeño como para comprender al cien por ciento lo que me decía, él simplemente no tenía paciencia.

No le gustaba que los niños lloraran, rieran o se quejaran; no le gustaba ver a los niños jugar o divertirse y mucho menos le gustaba no tener a los niños bajo control; durante toda mi infancia, cuando mi padre hablaba, todos hacían lo que decía, no existía persona capaz de oponerse a una de sus ordenes y no importaba si tenía cinco años o veinte, su palabra era ley y normalmente cuando alguien lo enfrentaba, las cosas no acababan para nada bien.

Ahora que lo pensaba, mi padre nunca fue una persona fácil de tratar, ni cuando yo era niño, ni cuando fui adolescente y mucho menos en la actualidad; cuando era niño, se encargó de controlar cada aspecto de mi vida, incluso los más pequeños y yo simplemente obedecí cada una de sus reglas como si fueran lo más importante en el mundo; después durante mi adolescencia, su actitud fue la misma, pero mi comportamiento fue diferente, me enfrenté a él, me metí en problemas una y otra vez para hacerlo enfurecer, me comporté como un libertino, desenfrenado que no tenía planes ni respeto por nada, pero después de un tiempo entendí que mis acciones no eran correctas y volví a centrar mi camino, en gran parte gracias a Alexandra... y aunque me tomó algo de tiempo, me convertí en un hombre respetable, confiable y trabajador que manejaba perfectamente un gran imperio, mientras mantenía por lo alto su apellido, pero a pesar de lo mucho que yo cambié, mi padre seguía siendo exactamente el mismo y eso era frustrante.

Francesco Andreotti continuaba siendo estricto y conflictivo, con todas sus imposiciones que, según su pensamiento, las personas debían obedecer ciegamente a pesar de no estar de acuerdo; mi padre seguía siendo duro e insufrible, además de sumamente cerrado de mente y francamente dudaba que algún día pudiera cambiar; especialmente tratándose de un tema tan delicado como el conflicto entre nuestra familia y la familia Pemberton.

Realmente no entendía su afán por continuar con una guerra que no beneficiaba a nadie y que solo nos traía más problemas de los que podíamos o queríamos afrontar; no podía entender su necesidad de odiar a los Pemberton y mucho menos entendía su necesidad por arrastrarme a ese conflicto.

Sí, podía ser que en el pasado nuestras familias fueran enemigas y que ese desprecio fuera algo que los padres enseñaran a sus hijos para nutrir esa enemistad y esa competición entre las familias, pero Alexa y yo no teníamos porque pagar por errores que cometieron nuestros antepasados, porque ciertamente todo lo que sucedió con nuestros ancestros fue un terrible error y ambos se equivocaron, no solo fue culpa de los Pemberton ni solo fue culpa de los Andreotti, porque una pelea es de dos y ambas familias tuvieron su parte en el conflicto que tanto tiempo había estado presente.

Nuestras familias se odiaron por mucho tiempo e hicieron hasta lo imposible por acabar con la otra; pero Alexa y yo fuimos la excepción a esa enemistad, porque por más que intentamos odiarnos y vernos como los enemigos que nuestros padres nos educaron para que fuéramos, terminamos tan enamorados que el amor venció al odio.

Era ese amor lo que más nos fortalecía, porque gracias a ese amor, ambos cambiamos para mejor; yo centré mi camino y logré convertirme en un hombre digno en el que era posible confiar, mientras que Alexandra se convirtió en una mujer fuerte capaz de hacerse escuchar; ella me ayudó a superar mis malas costumbres y yo la ayudé a confiar en sí misma para que pudiera tomar las riendas de su vida y decidir que era lo que deseaba hacer para alcanzar su felicidad.

A decir verdad, era extraño, porque cuando nos conocimos, insistí tanto en que debía liberarse del yugo de su familia e imponer sus verdaderos deseos; insistí tanto para que se liberara y dejara de esconderse detrás de esa máscara de perfección que poco a poco la consumía que finalmente lo hizo y fue libre, pero yo... dejé mis ideales de libertad a un lado para someterme a las reglas y decisiones de mi padre dejando que él tomara el control de mi vida y mi destino; no tenía ninguna duda cuando decía que en el pasado cometí un error, pero como no podía cambiar el pasado, lo único que podía hacer era intentar no volver a equivocarme. 

-        Hablaré con mi padre lo más pronto posible

-        ¿Quieres que te acompañe? - preguntó pasando sus dedos por mi cabello y sonreí

Estaba perdida e irremediablemente enamorado de Alexandra; era sencillamente perfecta y no existía otra palabra para definirla; era preciosa, amable, obstinada e incluso en un momento como este, donde lo más sensato sería estar enojada por todo lo que estaba ocurriendo nuevamente en nuestras vidas, estaba calmada, acariciando mi cabello y sonriéndome con la intención de hacerme sentir mejor.

-        A veces pienso que no te merezco – dije acariciando su mejilla

-        No digas eso...

-        Es la verdad – dije y fijé mis ojos en los suyos – Te lastimé dejándote cuando prometí no hacerlo; no estuve a tu lado durante estos cinco años y te hice sufrir; tomé muchas malas decisiones y me perdonaste cada uno de mis errores; fui un cobarde al alejarme de ti...

-        Yo también me equivoqué en muchas cosas – respondió y suspiré

-        Y ahora mi padre vuelve a complicarnos la vida; te hace sentir mal y te amenaza con nuestra hija, yo simplemente... siento que siempre termino arruinando tu vida...

-        Escúchame bien, Lucca Andreotti – dijo tomando mi rostro entre sus manos – Tú no arruinas mi vida y nunca lo harás; ambos nos equivocamos y fuimos muy tontos, pero no tenemos nada que reprocharnos y en cuanto a tu padre, sus acciones no son las tuyas y lo que haga o deje de hacer no va a influir en la forma como te veo... - dijo con una sonrisa dulce en sus labios – Nunca digas que no me mereces, porque tú y yo nos merecemos; eres el amor de mi vida y nunca, escúchame bien, nunca cambiaría nuestra historia, porque con errores y aciertos, estamos aquí, juntos, como una familia y ese ha sido siempre mi mayor sueño

-        Nuestra vida nunca será fácil

-        ¿Quién dice que me gusta lo fácil? – respondió sacándome una sonrisa – Las mejores historias siempre surgen de la adversidad, eso las hace memorables 

-        Entonces nuestra historia será la más memorable de todas, como la de Romeo y Julieta – dije y ella soltó una pequeña risa

-        Espero que con otro final – dijo sin dejar de sonreír

-        Definitivamente – aseguré devolviéndole la sonrisa

-        Ellos debieron luchar más...

-        O huir juntos... - terminé por ella

-        ¿Esas son nuestras opciones? ¿Luchar o huir?

-        No – aseguré y me miró confundida – Nosotros vamos a luchar y ganar, no volveré a huir, Alexa; estamos juntos y nada va a cambiar eso... porque sé... que tú eres mi destino.

Desde el primer momento cuando nos atraíamos sin tan siquiera conocernos, supe que ella sería mi salvación y mi perdición; me enamoré de ese par de ojos verdes que me hipnotizaban, me enamoré de esa sonrisa que podía poner a miles de hombres a sus pies y me enamoré de su personalidad, tan vibrante y decidida.

Me enamoré de Alexandra por quien era ella; no me centré en su apellido y ella no se centró en el mío; me enamoré de sus gestos y sus manías, me enamoré de los pequeños detalles que la hacían tan preciosa ante mis ojos, me enamoré de ella y eso nunca cambiaría, ni en esta vida ni en ninguna de las siguientes.

A eso era lo que yo llamaba... Destino...

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Permanecí un poco más de tiempo con Alexandra y después decidí que era el momento de encargarme de la situación, así que la besé una última vez y procedí a llamar a mi madre para averiguar exactamente cual era el hotel donde mi padre se estaba hospedando.

No tardó mucho en responder, pero antes de darme cualquier clase de información, me pidió que le explicara la situación y ciertamente enfureció cuando le conté lo que había pasado, aunque evité hablarle sobre Daphne y el hecho de que era mi hija, porque esa información tenía que dársela en persona.

-        ¡No puedo creerlo! – exclamó mi madre enfurecida

-        Lo dijiste muchas veces, mamá

-        ¡Es que no puedo creerlo! – gritó y entonces perdió la paciencia - ¡Tuo padre ha esagerato! ¡Lui si è comportato in modo terribile! ¡Non è possibile! ¡Andró subito a Londra!

-        Mamá – dije intentando tranquilizarla

Ella me ignoró y continuó gritando en italiano perdiendo por completo la cordura, pero finalmente cuando consiguió tranquilizarse me dio el nombre exacto del hotel donde mi padre se hospedaba y prometió llamarme en cuanto llegara a la ciudad; inicialmente pensé en convencerla de que no era necesario que volara de inmediato a Londres, pero a decir verdad sería bueno que estuviera aquí, además podría presentarle formalmente a Alexandra y aprovechar para que conociera a Daphne.

En cuanto terminé de hablar con mi madre, emprendí el camino hacia el hotel y aunque mis nervios estaban completamente fuera de control y la ansiedad comenzaba a causar estragos en mi cabeza, esto era algo que tenía que hacer; así que me mantuve firme y en cuanto llegué a la recepción, solo tuve que dar mi nombre para pasar directamente hacia la habitación donde se encontraba mi padre y al parecer le avisaron, porque solo hicieron falta un par de golpes en la puerta para que esta se abriera de inmediato.

-        Hola, papá – dije y se hizo a un lado para dejarme entrar.

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