9. Una charla entre neblina

La desaparición repentina del barón había tirado los ánimos en el castillo. Esmeralda mandó a sus soldados para que viajaran hasta Ífniga y se aseguraran de que Celta estaba bien; pidieron, con ordenes suyas, que la liberaran y la trajeran ante ella para comparecer a los hechos que se habían suscitado en Gueza. Sin embargo, los soldados regresaron únicamente con Vérok y con la extraña noticia de que Celta Haston, la legítima General del ejército imperiano, no estaba en la celda.

Su ubicación seguiría siendo un misterio para la corona.

De igual forma, las intenciones de la corte de Ífniga continuaban ocultas. Lo único que pudo hacer la Reina, fue enviar la llave con Sirella, para que pudiera analizar toda información contenida dentro de la misma. Finalmente, aquella había sido su intención al regalársela, extraer los secretos de aquellos que no quisieran revelárselos.

El día parecía un sueño triste. Daba la impresión de que Nitris había aumentado sus niveles de neblina para equipararlos a la cantidad de problemas que su reina sentía en la mente. Ezra, desde que había sido coronado, intentaba aminorar todas esas preocupaciones poniendo sobre su propia espalda algunos problemas del reino que pudieran solucionarse sin la presencia de su esposa. Sin embargo, las leyes imperianas no le dejaban el camino tan fácil.

En sus manos tan solo estaban trivialidades que, si bien eran importantes de atender, no contemplaban la estabilidad de toda la población, tal y como lo hacían las obligaciones de Esmeralda. Quizá aquello incrementaba su inseguridad por el hecho de ser padre. Tenía la impresión de que si no había lidiado toda su vida con cosas tan serias, cómo podría hacerlo con algo tan importante como un hijo.

El hombre deambulaba por el castillo. Quién podría imaginarse a un rey caminando por ahí con la mirada perdida y el corazón tomado de la mano. Sus ojos grises bailaban por la niebla y se iban preocupados hacia el futuro y el pasado para atormentarlo más con sus decisiones.

Llegó a un lugar que resultaba sumamente especial y deslizó la mano por el borde de aquel precioso kiosco de piedra que parecía sacado de sus mejores sueños.

—Hola —dijo una voz interrumpiendo ese dramático momento.

Iniesto se empezaba a formar entre la neblina. Ezra no lo había visto porque aquella era tan densa que podrías pensar que estabas solo en el mundo.

—¿Alguien me requiere en el castillo? —preguntó el hombre levantándose con fuerza.

—Tranquilo, hermano —expresó Iniesto al tiempo que le indicaba que volviera a sentarse.

Ambos se conocían ya de tiempo, pero siempre estaba Esmeralda en medio de su interacción. Eran amigos por ella, pero jamás se habían sentado toda una tarde a contarse las verdades y secretos más honestos de su corazón.

Quizá era esa la razón por la que ambos se sentían tan extraños, con los rostros tan incómodos que parecía que alguien les hubiera obligado a estar ahí como parte de un requisito.

—Bueno... Esmeralda me ha dicho...

—¿Que hablaras conmigo sobre nuestro hijo? —completó Ezra llevándose las manos a la cara—. ¿Sabes? Esto es justo parte del problema.

—¿Que tu esposa se preocupe por ti? —preguntó Iniesto a la defensiva.

—No —respondió el joven rey sacudiendo la cabeza—. Amo a Esmeralda y agradezco de todo corazón ser alguien importante para ella... Pero debes admitir, tú lo sabrás mejor que nadie, que jamás se me ha tomado en cuenta para cosas importantes.

—¿Quieres más poder?

Ezra miró un segundo a Iniesto como si intentara comunicarle que acababa de ofenderlo, pero después de un rato se rindió y volvió a bajar la mirada.

—No quiero poder... quiero sentir que las personas confían en mí, para poder confiar en mí mismo —expresó el chico colocándose la mano tras la nuca—. No puedo confiar en mí para ser un rey, mucho menos un padre.

Iniesto sintió como todas las defensas que se habían levantado en él bajaban. Entendía el sentimiento del muchacho, pero no iba a secundarlo.

—Nunca le he dicho a nadie, ni siquiera a Nereida —dijo el moreno aclarándose la garganta—, pero cuando llegamos al castillo yo era el peor soldado que se hubiera visto.

Ezra levantó la mirada para escuchar aquella historia, aunque se sentía bastante desmotivado y dudaba que aquellas palabras fueran a levantarlo.

—¿Y Celta te dijo que veía talento en ti? —preguntó irónicamente el chico—. Eso es lo que yo quisiera, que alguien...

—No —respondió Iniesto levantando su mano para evitar ser interrumpido—. Para nada. Me insultó por cielo, mar y tierra. Cómo alguien que había sido tan buen alumno no podía soportar el entrenamiento profesional. No se trataba de palabrería que al final resulta ser una "motivación". Ella realmente creía que yo no merecía estar en el ejército.

Iniesto hizo una pausa y Ezra fijó más la mirada en él porque había logrado captar su atención.

—Lloré como un bebé cuando estaban a punto de sacarme y le dije que no podía creer que mi propio General no quisiera verme triunfando... Ella me dijo algo que cambió todo. No puedes esperar a que alguien confíe en ti para confiar tú mismo. No puedes esperar a que alguien lea tu piedra del destino para que puedas ir y encontrarlo. No puedes, Ezra, esperar a que alguien solicite tu ayuda en el reino y seas el héroe para poder ser padre. Necesitas aprender a confiar en ti cuando nadie más lo hace. Y eso, mi amigo, lo verá tu hijo, lo aprenderá y será un gran hombre, como tú lo eres ahora.

Iniesto colocó una mano sobre la espalda del chico y después se levantó abrumado por el momento.

—Y si necesitas algo más... Dime, no estás sólo en estos asuntos de "papás" —expresó señalando un pequeño dije que representaba a su familia.

Ezra se quedó mirando cómo Iniesto desaparecía entre la niebla. Intentar confiar en sí mismo cuando nadie más lo hacía. Parecía complicado pero... tal vez era hora de intentar.

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