8. Un mundo brillante
Celta miraba con curiosidad al Bô, desde que hizo sonar su voz por toda la cueva, notaba que el paso era extraño, parecía verdaderamente intencionado y, aunque no le respondiera con una sola palabra, avanzaba a una velocidad mayor y tenía la mirada un poco más enfocada.
Pasaron largos minutos hasta que los ojos del mismo volvieron a enfocarse con claridad y el gesto regresó a ser duro y firme. Salieron nuevamente las manos y el báculo fue sacado de su interior para colocarse entre sus largos y viscosos dedos.
La guerrera se detuvo frente a la bestia y pareció reverenciar un poco al tiempo que aquella levantaba el báculo en el aire. Si alguien hubiese visto esa escena, podrían pensar que Celta era una fiel al Bô o que, simplemente, había perdido la cabeza, pero algo en el interior de la chica le indicaba que aquella era la mejor acción que podía realizar.
Esa preciosa luz dorada empezó a iluminar todo, llenaba cada centímetro de tierra, las raíces, cada roca y al bô mismo. Iniciaba por su cuerpo e iba recorriendo también a Celta. La pelirroja admiró con cuidado las manos que empezaban a sentirse algo tibias y soltó una pequeña lágrima al percibir una extraña corriente recorriéndole por todo el cuerpo.
Poco a poco, aquella energía cedió y permitió que la cabeza de Celta se irguiera, como si supiera que estaba a punto de recibir una corona o algo mucho mejor.
Después de un instante de silencio, la guerrera se sintió decepcionada, ya que nada había cambiado, ni en ella, ni en el Bô. Todo era prácticamente lo mismo. Ni un sólo cambio importante recorría la realidad y eso parecía tan gris que se sintió un poco tonta por haber reverenciado.
Suspiró resignada, pero repentinamente, algo rompió el aire de desgracia.
—¿Qué buscas aquí? —preguntó una imponente voz masculina.
Celta abrió los ojos tan fuertemente como pudo. No podía ver que la boca del bô se abriera, pero parecía que aquella pregunta provenía del ser sin ninguna duda.
—¿Qué buscas aquí? —repitió con un tono de desesperación.
—La salida —respondió la guerrera tratando de sacudir su impresión.
El Coralli la había preparado para las sorpresas más grandes, atacar cuando nadie la veía y buscar los huecos en los que enemigos pudieran sorprenderla. Sin embargo, jamás le habían siquiera hablado de que viviría un momento en el que una bestia imperiana le estuviera hablando sin mover la boca. Esto estaba moviendo su zona segura demasiado violento.
—No deberías estar aquí, guerrera —dijo el bô con seriedad.
—Lo sé, fue un error —respondió con la mayor compostura posible—. Estoy en una misión y... ¿Cómo has sabido que soy una guerrera?
—¿Qué vienes a buscar aquí? —dijo la voz con hartazgo.
—Nada —repitió la mujer adoptando nuevamente su pose segura—. No entiendo qué haces tú debajo de tierras imperianas y hablando como si...
—Como si fuera uno de ustedes —dijo el bô soltando una risa irónica—. ¿Como uno de ustedes? ¿Por qué querría parecerme a unos bárbaros conquistadores que han desplazado a cada creatura viviente en Imperia? ¿No saben que estuvimos mucho antes aquí?
Celta se quedó un instante sin saber qué respuesta otorgar. ¿A qué se refería con eso? Ella sabía que los fundadores de las tierras imperianas intentaron convivir con las bestias salvajes, pero aquellas creaban grandes desastres y finalmente tuvieron que relegarlas. No era su culpa, ellos estaban buscando un hogar.
—Nadie aquí es un conquistador —dijo Celta con seriedad—. Ustedes tienen sus tierras en respeto. Son una minoría con la que no tenemos problemas.
El bô soltó una risa un poco macabra. Parecía burlarse de la manera en la que Celta describía las cosas y su forma de mirar la realidad.
Celta aprovechó la risa para sacar el puñal de su manga y levantarlo frente al bô.
—No me interesa nada de esto, sólo quiero salir. Necesito seguir con una misión realmente importante —dijo la mujer moviendo el puñal—. Llévame a la salida.
El bô detuvo su risa por un instante, no era como que ya no pensara que aquello era gracioso, simplemente tuvo la impresión de que ya era suficiente. El bô mismo estaba harto y necesitaba deshacerse del intruso humano que había decidido bajar a insultarle.
La creatura juntó las manos de un momento a otro, dejando el báculo en medio y otro rayo de luz iluminó todo, esta vez algo notable pasó. Celta empezó a elevarse en los aires con mucha delicadeza, aquello pareció que continuaría hasta que la mujer fue elevada con tanta fuerza que sintió el inminente golpe al chocar con la tierra que formaba el techo del túnel.
Sin lugar a dudas le habían colocado algún tipo de protección. Era imposible sobrevivir a tantos golpes sin ella, eso, aún así, no limitaba la cantidad de dolor que sentía al chocar con los enormes bloques de tierra que se encontraban conformando el túnel. El bô la había mandado a atravesarlos de una sola vez.
Pasaron unos momentos para que Celta terminara de viajar en el bloque y apareciera nuevamente en el bosque imperiano.
Se retorció un momento en el suelo, sentía que todos los músculos le lastimaban.
El cielo que se extendía sobre ella no alcazaba a ser consuelo para recomponerse y comenzar a explorar la zona. Ni siquiera su riguroso entrenamiento le permitió levantarse con rapidez. Quedaba comprobado que ella no era la bárbara, sino esas bestias imperianas que parecían estar deambulando en zonas no autorizadas.
En cuanto el dolor se pasó, Celta se levantó del pasto y observó en dónde estaba. Podía detectar a simple vista que se hallaba en los bosques de Figgó. ¿Cómo había llegado tan lejos? El aire era supremamente diferente y las plantas que crecían por ahí tenían este toque de misterio y un poco de luz en los alrededores.
La chica analizó las circunstancias y pensó que la experiencia que acababa de vivir había representado una enorme pérdida de tiempo. Ahora estaba en una región peligrosamente cerca de Nitris.
Todos los avances que pudo haber hecho realmente habían sido frenados por ese ser tan... Decidió sacudirse al susodicho de la mente y continuó caminando para encontrar un refugio.
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La oficina de Esmeralda proporcionaba una sensación muy curiosa. Era una mezcla entre calidez y seriedad. Ningún invitado de ese sitio podía atreverse a jugar al gracioso, pero tampoco les provocaba una sentimiento de opresión. Se trataba de un lugar para alzar la voz, para hablar de injusticias y justicias. Para prosperar el reino, en pocas palabras.
Esmeralda estaba en la silla principal con su mirada fija en el barón de Ífniga. Ezra se encontraba de pie a su derecha. A las reuniones más serias, él aparecía con esa discreta pero hermosa corona de plata. Llevaba divinos rubíes en el centro que decoraban su elegante rostro otorgándole un toque de poder.
El barón de Ífniga jamás lo admitiría, ni aunque le estuviera jugando la vida en ello, pero se sentía un poco intimidado en ese momento. Era la primera vez que visitaba oficialmente a los nuevos Constela.
Recordaba haber visto al rey Sáfano deambulando por el palacio cuando el antiguo barón de Ífniga estaba a cargo. Era un hombre con una mirada fuerte que le provocaba volver a esconderse en el oscuro despacho que era de su poder en el castillo.
La mujer cruzó las manos frente a ella para dejarlas a la altura de su barbilla y separó los labios con tanta elegancia que parecía que estaba a punto de recitar la poesía más pura.
—¿Qué hace en Nitris? —preguntó entornando la mirada.
—Majestades. Primero que nada, permítame mencionarles el gran honor que es estar frente a ustedes —indicó el hombre elevado los hombros un poco—. Saben que es de mi gran pesar encontrarme aquí para informar de la alta traición de Celta Haston, su General.
Esmeralda miró a Ezra y él le dirigió una expresión curiosa.
—Cuénteme más —dijo ella reclinándose en la silla.
—Vino a mi castillo, majestades y me habló sobre el plan que tenía para derrocarla. Quiso que me uniera pero me negué rotundamente —explicó el hombre moviendo las manos con aparente furia.
Esmeralda se levantó de su silla y caminó hacia la puerta. Cerró con una hermosa llave de oro que desprendía una luz azul. Nadie lo sabía, más que Ezra, pero aquella había sido uno de los regalos que la hechicera le había dado al llegar a Nitris.
Cuando terminó aquella labor, volteó hacia su invitado y guardó la llave antes de continuar.
—¿Dónde está ella? —dijo Esmeralda regresando a su asiento.
El barón de Ífniga estaba realmente confundido, así que esperó unos instantes antes de continuar.
—En la cárcel de Ífniga, claro —anunció el hombre aclarando su garganta—. Ella falló a su lealtad, la cual reitero ante usted y ante el rey de Imperia.
Esmeralda se inclinó hacia adelante, logrando modificar sus juveniles rasgos hasta obtener los de una mujer madura y llena de autoridad.
—No mienta, barón. La General no me ha traicionado y usted ha llegado a este castillo lleno de calumnias hacia el reino.
El hombre tembló unos instantes. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué el hechizo no había hecho efecto en la monarca? Realmente le parecía muy extraño que algo realizado por su gente no hubiera dado efecto. Aquello era un pequeño secreto que se mantenía lejos de la familia Constela. Ífniga tenía a más hechiceros de los registrados oficialmente, trabajando entre sus filas. Muchos de ellos simplemente eran personas refugiadas de otros reinos y, otros cuantos, esclavos de las manipulaciones de aquellos gobernantes.
Esmeralda se colocó de pie y Ezra dio un paso adelante para intimidar al hombre aún más.
—Una celda le espera allá abajo como principal traicionero a Imperia. No solamente por difamar a uno de los elementos más importantes de la corona: Celta Haston, sino por intentar atentar contra mi integridad.
—Majestad...
Ezra lo miró con firmeza, como si intentara decirle que no había cabida para mentiras, así que el hombre sólo bajó la cabeza y se inclinó.
—No tengo palabras para esto, majestad. Pienso que es tan sólo un malentendido que fácilmente podremos aclarar.
—Lo dudo.
Esmeralda se adelantó para retirar la llave y dejó pasar a los guardias que ya esperaban por el gobernante. La sonrisa pequeña que elevó el hombre hizo sospechar a la mujer que realmente aquel plan no estaba resultando del todo bien.
De entre el calmo aire, el barón movió sus manos para evocar una nube negra. Lo reconoció de inmediato, era el mismo estilo de Othel. La misma magia que ahora desvanecía al barón justo frente a sus ojos.
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