7. Terribles visitas
La luz del nuevo día cubría cada esquina en el castillo de Nitris como una deliciosa tela digna de cualquier rey o reina. Los jardines lucían mucho más brillantes de lo común. Con esas rosas que parecían contener diamantes y el césped que gritaba fuertemente que estaba tan contento como el mismo sol. Todo parecía ser parte de un cuento majestuoso, excepto lo que estaba sucediendo dentro de este escenario.
Esmeralda estaba sentada en el borde de su ventana. Las voces de las personas que estaban acompañándola se escuchaban tan distantes como las preciosas montañas de Nitris. Su mente intentaba salir corriendo, pero no podía evitar sentirse acorralada por sus propias obligaciones.
—¿Majestad? —preguntó Iniesto con un tono burlón—. ¿Será que podemos gozar de su atención?
Esmeralda dio un brinco al percatarse de que su huida había sido notoria, así que se levantó de inmediato y estiró los brazos para dejarse caer sobre la silla que estaba entre los dos líderes del ejército de Imperia.
—Lo siento, no amanecí de la mejor manera —expresó la chica suspirando—. ¿Qué era lo que me decían?
—Te estábamos explicando las estrategias de cuidado al reino que nos habías solicitado —dijo Dimitri señalando el mapa frente a ellos—. ¿Hay algo que no sepamos que te está preocupando?
—Es cierto, has estado muy distraída. Incluso perdiste el apetito —expresó Iniesto señalando la bandeja de cerezas frente a ellos—. También nos pides estos mapas... Como tus fieles soldados queremos reiterarte nuestra absoluta lealtad; pero como tus amigos queremos saber si podemos ayudar en algo.
Esmeralda emitió una breve sonrisa. Se sentía tan afortunada de estar rodeada de sus amigos en esos momentos. Claro, faltaba indudablemente Kimiosea, pero ella estaba cumpliendo misiones especiales muy lejos de ahí y Shinzo... Bueno, no sabía de ella hacía tanto.
—¿Pueden guardar un secreto? —dijo la monarca inclinándose un poco hacia adelante—. No queremos que el reino se entere hasta que tengamos un poco más de avance con todo esto.
Iniesto y Dimitri se colocaron en una posición rígida, como si estuvieran listos para el ataque y antes de que la mujer empezara a pronunciar palabra alguna, se intercambiaron una mirada de ánimo.
—Estoy embarazada —soltó la chica como una verdad realmente importante.
Los hombres se quedaron un breve momento en silencio y después decidieron romper tal ambiente con una carcajada gigantesca que retumbó por toda la habitación.
Una oleada de risas empezó a llenar el cuarto y Esmeralda se puso muy derecha antes de levantarse para colocar las manos sobre su cintura.
—Oigan, esto no es algo gracioso —dijo ella reprochando la poca seriedad.
—No, no, no. Discúlpanos —respondió Dimitri entre risas—. Es que pensamos que estábamos en guerra.
Las risas continuaron por varios minutos hasta que la monarca sintió que las comisuras de sus labios también comenzaban a elevarse y los tres estuvieron en un mar de lágrimas alegres por un buen rato hasta que aquello finalmente terminó.
—Creo que realmente necesitaba reír así —expresó la chica recuperándose.
—Lo sentimos —reiteró Iniesto levantándose para extenderle la mano a Esmeralda—. Pero queremos felicitarte, Esmeralda, porque no sólo esperas a un miembro más de esta familia que hemos construido desde la escuela; sino que ahora mis hijos tendrá un amigo en el que realmente podrán confiar y, más importante, el reino tiene alguien que llevará con dignidad la corona.
Esmeralda sonrió por aquellas palabras. Era cierto, seguramente los hijos de Iniesto y Nereida podrían jugar con el pequeño que llevaba en su vientre. Le hubiera gustado sentirse un poco menos angustiada en esos momentos, pero parte de su corazón estaba en el bebé y otra en el peligro inminente que sentía acercarse.
—¿Ya pensaron cómo se llamará? —preguntó Dimitri mirándola con ilusión.
—Aún no, Ezra está aterrado —confesó Esmeralda soltando una pequeña risa—. ¿Sabes? Creo que le haría muy bien que fueras a hablar con él, Iniesto.
El muchacho estaba a punto de negar que aquello pudiera ser de ayuda, pero finalmente recordó cuando Nereida le informó que estaban esperando a Ushán, así que simplemente asintió con alegría a la mujer.
—También quisiera que le dijeras a Nereida que venga. Mi madre sigue de viaje en Alúan y me encantaría hablar con alguien que ya ha vivido esto .
De pronto, alguien llamó a la puerta repentinamente. La monarca caminó con elegancia para abrir la puerta, ante ella se encontraba un guardia que parecía estar perdiendo la respiración.
—El barón... el barón de Ífniga... el barón de Ífniga ha llegado —dijo el chico tratando de conservar la compostura.
—¿Estás bien? ¿Por qué estás tan apresurado? —preguntó la mujer ofreciéndole pasar a la habitación por un vaso de agua.
El joven aceptó inmediatamente y tomó entre sus manos el precioso vaso que se encontraba sobre la mesa para beberlo desesperadamente. En cuanto terminó, notó a Dimitri e Iniesto observándolo con el gesto afectado.
—¡Mis Generales! —saludó colocándose derecho.
—¿Es acaso este tipo de comportamiento el que hemos permitido bajo nuestro mando? —preguntó Dimitri un poco al soldado y un poco a Iniesto que parecía igualmente decepcionado.
—Lo lamento, mis Señores —se disculpó el joven colocando una rodilla en el suelo—. El barón de Ífniga ha puesto de cabeza el castillo desde que llegó y todos han estado corriendo para atender sus órdenes lo más pronto posible.
Esmeralda miró a sus antiguos capitanes con aires de desesperación y después tomó del brazo al muchacho que empezaba a tranquilizarse para tomar un tono arrepentido y avergonzado.
—Este es el castillo de Nitris, soldado. En estas paredes no se acatan las órdenes del barón de Ífniga, sino las mías, y yo te solicito que vayas a las caballerizas a atender al pobre animal que trajo a ese hombre hasta nuestras tierras.
El joven asintió con calma y después dio otro par de reverencias a los generales para intentar enmendar su error. Finalmente salió de aquel sitio tan avergonzado, que agradecía estar portando su uniforme completo para cubrir su enrojecido rostro.
—¿El barón de ífniga? —cuestionó Iniesto recargándose en la silla.
—El que crees no ha salido de la cárcel —explicó Esmeralda soltando un gran suspiro—. Este hombre... —continuó bajando la voz hasta llegar con sus amigos—... Este hombre parece tener intenciones muy extrañas al venir aquí. Intentó hechizarme, ha llegado con mentiras y artimañas y me intriga qué tipo de mentalidad tendrá para aparecerse en el castillo a dar órdenes a todo el mundo.
—¿Por qué lo recibiste en audiencia? —cuestionó Dimitri intentando asomarse por el balcón para ver si lo alcanzaba a divisar.
—Por estrategia. No es de mi agrado hacer esto pero... quizá por eso necesito saber que las tropas y el plan de cuidado al reino están mejor que nunca. Se vienen nuevos enemigos contra estas tierras y no es algo que me tenga con la paz cobijándome.
—Nos encargaremos, Esmeralda. No tengas duda alguna —dijo Dimitri colocando una mano sobre el hombro de la chica.
Después de darse ánimos, los amigos se separaron. Dimitri e Iniesto fueron a su campo de batalla, al sitio en el que se planeaban estrategias, y se propusieron hacer el mejor plan que pudieran presentar a Esmeralda. Ninguno de los dos lo había dicho en voz alta, pero el estar sin Celta los hacía sentir un poco dudosos en sus estrategias de guerra. Finalmente, había sido de la noche a la mañana que aquella decidió partir y dejar a los inexperimentados chicos al frente. A veces no sabían cómo abordar los problemas, atravesaban angustias complicadas de entender.
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El salón principal del castillo era un desorden total. El joven soldado no había exagerado ni un poco al explicar que el barón de Ífniga llegó con una terrible actitud al lugar. Las mucamas corrían para limpiar las reliquias que él señalaba y los cocineros corrían por todos lados con ífuos y pastelillos que pudieran complacer el paladar del hombre.
Justo en ese momento, aquel esperaba con impaciencia un buen libro que había encargado a las mucamas para aguardar su audiencia con la reina. En cuanto recibió aquel encargo entre sus manos, lanzó la propuesta por los aires y el libro fue a dar sobre la cabeza de un pastelero que traía un montón de deliciosas galletas apiladas en una torre bien puesta.
—¡Qué tonta! ¿Cómo piensas que esto puede resultarme divertido a mí? ¿Crees que soy un bufón? ¡Yo quiero buena literatura! —dijo el hombre moviendo las manos hacia la pobre chica que sollozaba frente a él—. ¿No hay ningún buen libro en este sitio?
—Bueno, barón —interrumpió Esmeralda provocando un silencio sepulcral en todos alrededor. Todos habían detenido cada una de sus actividades para voltear a ver a la Reina y reverenciarle—. Lamento decirle que el resto de libros en mi biblioteca también serán una bufonería para usted.
El barón se puso rojo y después morado para pasar a un color normal y extender la mano hacia la imponente mujer.
—Reina Esmeralda, majestad —saludó inclinándose con exageración—. No fue lo que yo quise decir.
—Lamento entonces que se hayan tergiversado sus palabras a tal punto que todos en este, mi castillo, han comprendido que usted les daba una orden. Estoy segura de que ahora saben que no es así y regresarán a las labores cotidianas.
Esmeralda le envió una mirada tranquilizada a todos y cada uno de los presentes soltó lo que estaba realizando y salió tan rápido que parecía que hubieran abierto las puertas de una celda.
—Majestad —repitió el hombre reverenciando de nuevo.
—Acompáñeme a mi oficina y le pido que no ocupe a las personas del castillo. Cada uno de ellos tiene una comitiva muy importante parar mí, así que no me gusta que se les distraiga. ¿O le parece estar por sobre la corona de Imperia?
El hombre vaciló un instante, parecía buscar en los ojos de la muchacha algo, pero finalmente se rindió y negó con la cabeza lamentando sentir su orgullo aplastado.
—El Rey ya está en la oficina —notificó un soldado que llegaba exhausto.
—Gracias, y ya no corras. Ve con tus generales a entrenar —anunció la mujer.
El barón y ella empezaron a avanzar por los pasillos. Esmeralda había liberado a todos de un incómodo momento, pero hasta entonces no se había percatado de que había roto el papel. Ahora el barón de ÍFniga se preguntaba si el hechizo había logrado hacer efecto o no.
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