36. Trontio

El escenario se aclaró muy pronto, aunque Celta ya sabía qué era lo que le esperaba. Aún con aquella idea en mente, la imagen de Trontio frente a ella fue aterradora. Un ser gigante, mas grande de lo que alguna vez pudo imaginar, la piel de color verde azulado y las púas, garras y colmillos sobresaliendo de forma alarmante.

La pelirroja miró a sus alrededores, encontró pronto las cadenas que estaban aprisionando a aquella creatura. A pesar de su apariencia fuerte, la guerrera sintió una tremenda compasión hacia el sufrimiento de Trontio.

De pronto, un recuerdo llegó a ella, al clavar, de nuevo su mirada en la bestia. Dibujos, miles de dibujos sobre el piso de su casa.

Cuando Celta era niña, unos bandidos mataron a su madre. Nunca se pudo hacer justicia, ella, en busca de que en el reino no volviera a suceder algo así, se volvió soldado. Jamás había profundizado en el evento, porque resultó tremendamente traumático, pero quizá aquellos bandidos no tenían la intención de robar solamente. Tal vez, iban justo por su madre.

Sus manos rozaron el cuaderno de Dulce, recordó que aquella también había sido asesinada.

El rugido de Trontio la despertó de su reflexión, debía darse prisa o los cuatro siniestros liberarían a las creaturas. Había tenido tiempo de sobra para pensarlo, lo que ellos harían era soltarlos en el reino. Tan solo con su tamaño, podrían causar una destrucción terrible, por ello, le parecía mejor soltarlos y dejarlos en su hábitat. Estaba segura de que ahí no podrían capturarlos.

—Tienen rodeado a Saunbunde —dijo una voz que retumbó por toda la guarida.

Supo de inmediato que era del bô, pero lo confirmó cuando un agujero enorme se abrió al costado de la cueva y su imagen quedó clara.

—¿Cómo es posible?

—Saben de ti, saben que estás haciendo esto. Vieron a Baracia, tienes razón en tu pensamiento, no pudieron atraparlo... pero fueron tras de Saunbunde y casi lo logran. Guerrera, es momento de partir.

La pelirroja levantó su espada con toda la fuerza que encontró y el bô movió el báculo para que esta se incendiara. Ahí, con un fuego mágico que no lastimaba a Trontio, luchó hasta vencer las cadenas oxidadas que lo atormentaban. La espada no se apagó, pero también fue testigo del movimiento que causó en la tierra la liberación de la creatura.

El portal se hizo grande y Trontio pasó por él. Celta no tuvo oportunidad de mirarlo, porque el bô la apresuró a retomar su camino. Dentro del túnel estaba su amigo dragón y fuera de él, Trontio volvía a señorear el ya conocido reino bajo la tierra. Una liberación, que ni los antiguos guardianes habían logrado.

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Bajo aquella hermosa luna, la mente de la monarca iba y venía como olas de mar. Estaba tan inmersa en el futuro de su reino, en el futuro de su familia, que no escuchó a su esposo entrar.

Seo se encontraba debajo de su mano, extendido debido a la comodidad que percibía. Esmeralda volteó en cuanto percibió a Ezra acurrucándose en la cama.

—Estás muy pensativa —señaló dándole un beso antes de terminar de acomodarse.

La reina suspiró y volvió a pasar la mano por su vientre.

—No quiero que nada malo le suceda —confesó con los ojos empapándose de lágrimas.

Ezra pasó un brazo inmediatamente a su alrededor. Seo se acurrucó más cerca. El Rey le brindó una mirada fuerte. Las palabras que quería pronunciar provenían desde el fondo de su corazón.

—No importa lo que pase, nuestro hijo estará bien. Te prometo ser el rey que Imperia merece, pero por sobre todo, el padre que nuestro príncipe, destinado a grandes cosas, necesita.

Esmeralda sintió la paz inundando su corazón. Pronto tendrían que partir a Kánoa. El segundo baile se llevaría a cabo ahí y necesitaba estar fresca para recibir a todos los invitados; pero la duda sobre el destino del príncipe de Imperia era en verdad fuerte.

—¿Qué podrá marcar nuestro hijo en la historia del reino? —expresó la mujer angustiada.

—Bueno, yo soy un prisionero y tú una princesa perdida, creo que desde el principio su vida será una leyenda.

El silencio que prosiguió aquel momento se sintió solemne. Es que en verdad, ni la reina ni el rey de Imperia podían imaginar lo mucho que hijo iba a cambiar el rumbo de la historia. En aquella noche, simplemente podían quedarse pensando en un futuro inexistente, con la esperanza de que aquel tuviera piedad de los pobres mortales.

El día del segundo baile, todo resplandecía de manera especial. Las aves parecían más contentas de encontrarse adornando cada una de las esquinas en el sitio. Los listones eran más resplandecientes y sedosos que cualquiera que se hubiera visto jamás. En definitiva, una preciosa fiesta organizada por las Lirastras de Kánoa.

Con mucho detalle y cuidado, aquellas habían planeado todos los movimientos que se presentaban en ese momento.

Todos esperaban con emoción la carroza real. En realidad, ya habían estado conviviendo constantemente con los nuevos Constela, pero aquella actitud que portaban invitaba a cada una de las personas a querer estar más tiempo con la familia real.

Esmeralda estaba muy nerviosa, porque ahora estaba sola. Kimiosea se había ido poco antes del primer baile y Nereida no estaba invitada al festejo de Kánoa, porque la lista de invitados no contemplaba a las personas fuera de la más estricta sangre azul o linaje relevante (como en el caso de los militares).

Cuando aquel hermoso transporte empezaba a avanzar por la divina vereda, los ojos de los presentes resplandecieron. La Lirastra Fidanchena hizo un suspiro dramático, pero imperceptible para todos aquellos alrededor, empezó de esa manera a avanzar con elegancia hacia los monarcas.

Esmeralda había estado muy callada durante todo ese tiempo. Tenía tantos asuntos que resolver en la mente que no le parecía divertido tener que atender la vida real y sus tradiciones en ese día particular.

La puerta de la carroza se abrió y finalmente la Lirastra Fidanchena y Esmeralda intercambiaron una dura mirada.

Era el momento que ambas habían estado orquestando con cuidado. Ahora, no solamente se encontraban invitados aquellas personas dentro de la nobleza imperiana, sino también aquellos que provenían de reinos lejanos. Las puertas de Kánoa estaban abiertas como hacía demasiado tiempo no sucedía. Imperia, siendo el reino tan hermético que era, ahora se encontraba lleno de visitantes lejanos.

La discreta mirada de la reina lo notó al instante. Trajes ceremoniales que lucían tan diferentes como el mismo follaje cuando cambia con las estaciones. Todos tenían portes distintos y unos cuchicheos que inquietaban a la monarca.

Inmediatamente de su descenso, las Lirastras reverenciaron y brindaron a los monarcas una serie de regalos recibidos con elegancia. Aquel gesto era una antigua tradición en Kánoa, pero también se notó como un detonante de los rumores que andaban en el aire.

Esmeralda estaba comenzando a sentirse nerviosa. Finalmente, era la primera monarca en mucho tiempo en recibir invitados extranjeros. Las relaciones con otros reinos habían estado pendiendo de un hilo y no pensaba doblegarse ante las exigencias de aquellos que buscaban el beneficio de su propia gente.

La Lirastra escoltó a todos al interior del precioso palacio. Los adornos de oro puro, las divinas perlas desperdigadas por todos lados y la curiosa necesidad de mantener el estatus por sobre todas las cosas, volvía a generar una incomodidad general en los presentes de aquel baile.

Kánoa había sido elegida por sus buenas relaciones exteriores, pero qué tanto se había evaluado la percepción de la misma en los últimos años. Sin duda alguna, la recepción de aquel baile estaba volviéndose un desastre. Todo lo que habían preparado se volcaba hacia ellos con una facilidad impresionante.

Después de que el baile en Nitris había resultado un éxito, aquello lucía como un bache difícil de superar.

Esmeralda recorría todo el salón evaluando los rostros de los asistentes. Quería ser la mejor anfitriona, pero en aquel momento, solamente había una con el poder total de mejorar esa situación. La Lirastra Fidanchena también tenía un rostro sufrido que portaba con disimulo, sin embargo, parecía poseer las ganas de presentar su mejor esfuerzo por el orgullo de su región.

Además, Esmeralda y Ezra habían demostrado ser dignos de su respeto y el peso de aquella reunión también comenzaba a pesarle para no fallarles.

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Estaba en aquel túnel, era una carrera contra el tiempo, quien encontrara a Saunbunde primero sería aquel que tendría la victoria sobre ese plan marinado por años.

Tenía la leve impresión de que no podía fallar ni por medio milímetro en el trazo de aquel plan. Necesitaba llenarse de toda la valentía que le faltaba para poder enfrentar su destino. Era el momento, el momento clave de su misión.

La velocidad le provocaba una vista terrible, era un montonal de tierra que se apiñaba para impedirle avanzar con mayor agilidad. Con todo el tumulto no había notado que alguien los seguía. Sin perder un segundo inspeccionó al intruso y pudo notar, por el rabillo del ojo, que se trataba del barón de Ífniga.

El hombre los seguían con suficiente distancia como para poder mantener su ubicación certera, pero no tanto como para atacar.

Celta suspiró, sabía lo que aquello significaba, estaba utilizando el camino del bô para llegar con mayor rapidez hacia Saunbunde.

La pelirroja miró a su pequeño amigo y con una corazonada, le comunicó lo que planeaba hacer, por lo que el pequeño tomó la delantera y se adelantó para dejar espacio a la guerrera.

Celta frenó en seco para encarar al enemigo que venía detrás de ella. Aquel se levantó, estaban levitando y con una mirada asesina.

—No les tengo miedo, ven aquí a defender tu honor sabandija —expresó ella con una voz firme.

El barón no respondió, sino que de un movimiento le dedicó un montonal de tierra con la intención de dejarla sepultada.

La chica nuevamente se cuestionó sobre la persona que aportaba magia a esos hombres. Era imposible que fueran ellos mismos. Podía notar al hombre levemente dudoso, parecía estar sorprendido de lo que hacía. Aquello era impropio de hechiceros experimentados.

Celta esquivó el ataque con rapidez y utilizó las paredes del túnel para saltar en el aire y propiciar una patada al barón.

—¡Dime todo sobre su líder! —puso su espada en el cuello mientras mantenía su pie encima del pecho.

La rapidez con la que logró derrotarlo, le confirmó aquella teoría. No parecían ser un enemigos inteligentes y estratégicos, más bien tontos y ambiciosos. Una combinación peligrosa, por supuesto, pero en absoluto capaz de crear un plan por sí misma.

—No tienes idea —finalmente dijo el hombre con una risa maquiavélica.

En un segundo, ella lo entendió. era el chivo expiatorio; sin embargo, en cuanto aquel pensamiento pasó por su mente, Córmeo los rebasó a una velocidad impresionante.

—¡No!

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