35. Coronas destruidas

El aura que mostraba Shinzo era propia de su rango. Cualquiera que la hubiera visto aquella noche, juraría que nació dentro de la realeza, que las normas y la etiqueta estaban impregnados en ella con tanta naturalidad como el color de sus ojos. 

Esmeralda quizo escudriñar en la que alguna vez fue también su mejor amiga, así que recurrió a clavar la mirada en sus pupilas, mientras aquella se deslizaba con el rostro congelado. Pudo notar apenas una pequeña chispa diferente, era una emoción que conocía muy bien, en especial, siendo la dirigente de un reino tan poderoso como el propio: el miedo. Un profundo miedo que clavaba sus garras en el corazón de Shinzo.

—Bienvenida, majestad —soltó Esmeralda procurando el tono más cortés—. Espero disfrute de todo lo que hemos preparado.

Shinzo, probablemente, también notó un tono diferente en su amiga. Podía adivinar que ella empezaba a descubrir las capas que había colocado; así que simplemente hizo una breve reverencia y se alejó lo más que pudo.

—Bien, parece que todo va mejorando.

Esmeralda le dio un codazo a Ezra con complicidad y aquel soltó una risa discreta en su oído. A pesar de ser un comentario cómico, poco a poco empezó a hacerse realidad. Las notas musicales abrazaban a todos los asistentes, provocando una sensación hogareña en el ambiente. La formalidad empezaba a diluirse. También contribuía la buena comida, que se probaba tan deliciosa como nunca antes se vio en un baile de Imperia. Las conversaciones también estaban salpicadas de ese aire mágico. Todo el mundo comentaba, entre murmullos, sobre los excelentes anfitriones, parecía que nada podía salir mal en ese momento.

También por los bellos jardines del palacio, se extendía la fiesta. Ahí, entre una nube de chispas doradas, la alegría despegaba de las almas imperianas.

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Cada uno de los animales, que alguna vez proclamó "bestias", ahora se encontraban frente a sí, con tanta majestuosidad que no pudo más que sentirse avergonzada por haber estado tanto tiempo en la ignorancia.

Su pequeño amigo acarició su mano con la cabeza, como si intentara indicarle que era momento de continuar. El paisaje tan distinto, empezaba a tomar forma, podía casi asegurar que el camino que se extendía ante ella había aparecido gracias a la intención de su amigo de que así fuera. El interior comenzaba a sentirse frágil, al tiempo que algunos recuerdos pasaban por su mente.

Una gota de rocío fluorescente se mostró entre las ramas de los árboles. Aquello, trajo de inmediato una memoria muy certera. La madre de Celta sostenía un pequeño coldije frente a ella. Lucía exactamente como aquella gota. Un brillo tan peculiar que le resultaba imposible no conectar su origen.

En el corazón surgió una pregunta importante. ¿Sería que ella no era la primera imperiana en admirar todo eso?

Un enorme dragón sobrevoló cerca de ella. Al girar la cabeza, aquel hizo un gesto de guiño, por lo cual la pelirroja dio un brinco inesperado.

—Percibo todo mi conocimiento como inútil ahora —dijo aquella con una sonrisa en el rostro—. La ignorancia no es buena, pero al menos, puedes partir de ahí a la sabiduría, ¿cierto?

Dentro de sí, sabía que aquello que la llevó a aceptar esa misión, estaba por concretarse. Ella, nadie más que ella, podía con la responsabilidad que representaba. 

En medio de todo, la pelirroja pudo admirar un enorme árbol que yacía justo en el centro de la población. Brillaba con una luz tan fuerte que pronto comprendió que cada una de las expresiones mágicas que admiraba provenían de aquel. No solamente la savia, que emanaba de las ramas, sino también toda la energía mágica fácilmente perceptible en el sitio.

Podía observar el mismo tono de azul que se deslizaba por las escamas de los dragones y nadaba entre el bello plumaje de las aves que se mantenían planeando. Dentro de aquel árbol, se observaba una especie de entrada, su amigo de inmediato la guió hasta dicho lugar y le dio un empujoncito tranquilo que le permitió atravesar la delgada membrana que fungía como puerta... ¿O como portal?

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El brillo de la juventud que emanaba Aiko, inmediatamente llamó la atención de todos. Parecía un hada perdida, con aquel vestido de brillos blanco. Definitivamente una invitada que alteró la atención de todos, sin embargo, el corazón de una persona en particular se encendió como pocas veces en su vida. Dimitri, que se encontraba brindando en una esquina, junto a Iniesto y Nereida, volteó extasiado al admirar a Aiko entrar al salón. Esperó pacientemente a que Shinzo saludara a Esmeralda y a que hiciera su huída esperada, perdiéndose entre el resto de los invitados. Aiko había quedado sola en el centro del salón.

—Vaya, parece que alguien necesita a un caballero encantado —dijo Nereida dando un leve empujoncito a su rubio amigo.

Iniesto soltó una risa tapada por la fina copa que portaba y después le dirigió una sonrisa cómplice a su esposa. Dimitri giró los ojos tratando de restarle importancia y después pretendió alejarse para tomar unos canapés. Aquello pareció una acción tan premeditada y tonta que sus amigos no pudieron evitar volver a reír.

—Ser joven y enamorado —expresó Iniesto sujetando de la cintura a su esposa.

Nereida dio un trago a su copa, antes de ser interrumpida por la fuerte mirada de alguien. Aquella procuró pasar su trago antes de abrir la boca por la impresión, pero casi queda ahogada al intentar hacerlo con rapidez.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. —Nereida clavó la mirada en alguien para posteriormente llevarse una mano a la boca—. Iniesto, si mi instinto no me falla, creo que tenemos unos cuantos problemas.

El moreno buscó el objetivo de la mirada de su esposa y finalmente encontró a la reina de Yosai. Aquella se mantenía erguida, orgullosa, escondida en el fondo, pero con los ojos empapados de emociones. Clavados como estacas sobre Dimitri que besaba la mano de Aiko a manera de saludo.

—Presiento desastre —anunció Iniesto recibiendo una afirmación por parte de su esposa—. ¿Deberíamos intervenir?

—Quizá advertir a los anfitriones.

 La pareja buscó con la mirada a los monarcas, pero aquellos se habían perdido de vista entre la multitud. Cuando reaccionaron ante tal hecho, se giraron preocupados y notaron que la reina de Yosai tampoco estaba en el sitio de antes. Dimitri y Aiko se habían unido a la lista de magos especialistas en esfumarse.

—Esto es un desastre de pronóstico seguro, ¿cierto? —Nereida miró con nerviosismo al hombre y éste solamente pudo suspirar.

En las afueras del castillo, por los hermosos jardines, Dimitri ya se encontraba del brazo de Aiko. La joven poseía una mirada llena de ilusión. El rostro de Dimitri irradiaba un brillo particular, nadie lo sabía, pero hacía verdaderamente mucho que no sentía su corazón derritiéndose. Ni antes ni después de Shinzo, Dimitri había percibido un interés genuino por alguien. Todas sus relaciones estaban deslizando sobre la superficialidad, ahora, en los ojos de Aiko, podía entender que su corazón estaba despertando.

—Te ves particularmente hermosa esta noche —dijo con ese porte galante que lo caracterizaba.

Aiko no tardó en responder con un sonrojo en las mejillas. Para ella también era un despertar. No quería admitirlo en voz alta, pero Dimitri también era el primer chico que la hacía sentir así. En Yosai, las cosas eran muy diferentes, tanto, que no había tenido ni una oportunidad para empaparse de las experiencias juveniles propias de la edad. No había podido siquiera dar su primer beso y ahí, frente al que, a su parecer, era el caballero más guapo del mundo, no pudo más que sentirse afortunada.

—La luna es muy hermosa en este reino —comentó aquella intentando desviar su atención de la mirada del hombre.

Sin embargo, la tensión había crecido demasiado, y de un momento a otro, Dimitri deslizó su elegante mano por la barbilla de Aiko, la cual se estremeció notablemente. Poco a poco, la distancia entre ambos se iba acortando, hasta que al fin, en un instante que duró para siempre, ambos se unieron en un beso.

El más dulce para ambos, aunque a la brevedad se vio empapado de hiel al notar los duros ojos de Shinzo clavados entre ambos.

Estaba tan cerca que no entendieron cómo es que no escucharon sus pasos aproximándose. La respiración se notaba controlada, pero fuerte. Aiko palideció de inmediato y reverenció a la reina tan profunda y respetuosamente como pudo. En cuanto volvió a su posición original, la monarca se acercó a ella hasta quedar cara a cara y de un solo movimiento, arrancó uno de los collares que portaba.

Aiko cayó de rodillas y Shinzo se fue sin decir nada más.

—¿Estás bien? —Dimitri tardó un momento en notar que la chica estaba llorando—. ¿Te hizo daño?

—Estoy desterrada —dijo entre sollozos—. Mi reina acaba de desterrarme.

—¿Qué? Pero, ¿cómo?

—Este collar... —explicó limpiándose las lágrimas que no paraban—. Representa mi lealtad al trono. Es una tradición, ella me ha destituido y cualquiera que quede destituido de la realeza, queda desterrado de Yosai para siempre.

El rubio quedó sorprendido y con sus ojos azules alcanzó a notar el vestido de Shinzo alejándose entre la multitud.

—Regreso pronto —anunció abriéndose paso.

Corrió con toda la velocidad que pudo, pero chocó de frente con una persona que le provocó perder el rastro de la monarca.

—No creo que a la gente le guste ser arrollada por el General del ejército imperiano —dijo Ezra sobándose la nariz con cuidado.

—¿Vieron a Shinzo?

Esmeralda, que estaba a un lado de su esposo, abrió los ojos sin discreción.

—Parecía querer irse del baile, quizá esté en su habitación.

Dimitri salió volando como un rayo, dejando a sus amigos sorprendidos. Sabía que no había manera de detener a Shinzo cuando algo se le metía en la cabeza, así que apresuró su paso para llegar a su habitación.

Sintió una punzada en el corazón cuando la vio vacía, desde la ventana asomó para obtener una pista, pero notó una caravana que ya estaba partiendo con dirección a la puerta principal. Había convocado a sus soldados que estaban prestos a sus indicaciones y ahora estaba saliendo del castillo, en su ostentosa litera, lo más pronto que podía.

Dimitri bajó hacia las caballerizas y tomó a Ánimus como si su vida dependiera de ella... porque en verdad así lo sentía.

El galopar del caballo inundaba el silencioso ambiente. La algarabía se quedaba en el salón del castillo, uuna noche oscura y fría era lo que rodeaba a todos los que estuvieran fuera del mismo.

No le resultó difícil alcanzarla, puesto que, a pie, no habían podido avanzar demasiado. Ánimus era el corcel más veloz del reino, por lo que pronto estaba bajando el paso para hacerse sonar junto a su litera. Como aquella pareció ignorar su clara presencia, el hombre resolvió colocarse frente a la caravana para cerrar el paso y con su espada en lo alto se puso en guardia contra los guerreros de Yosai.

Las miradas apacibles y sumisas se habían vuelto rápidamente como espadas filosas. Dimitri no dudó ni un segundo, porque en ese momento, podía percibir un profundo fuego en su interior que le permitiría enfrentarse con el reino de Yosai entero si era necesario.

El primer guardia realizó un movimiento, pero Dimitri lo esquivó con tanta rapidez que aquel ataque terminó perjudicando a su compañero. El resto de la cuadrilla reaccionó con velocidad, hasta que una voz interrumpió la escena con fuerza.

—Basta ya.

Shinzo descendía de su litera con la misma elegancia que había mostrado durante toda su visita. No mostraba emoción alguna, tan solo miraba con aquellos preciosos ojos al rubio que parecía buscar algo en su alma.

—Es lo que digo, Shinzo, basta ya. Una cosa es que vinieras hasta aquí pretendiendo que jamás nos conociste, pero lo que le acabas de hacer a Aiko...

—No te debe importar, ella faltó a su lealtad —respondió seriamente admirando a sus soldados—. Bajen la mirada.

Cada uno de los hombres obedeció, colocándose de rodillas de inmediato. Sus ojos estaban clavados en el suelo y, Dimitri no estaba seguro de cómo, pero parecía que habían dejado de escuchar también.

—No te conciernen mis decisiones como monarca.

—Tu reinado me tuvo involucrado, ¿o lo vas a negar? —Dimitri se acercó a ella peligrosamente y la joven mujer volvió a tomar su distancia.

—Fue un error volver a Imperia.

—Creo que estás equivocada en muchas cosas, Shinzo, pero haber vuelto no fue una de ellas... ¿Por qué quieres olvidarnos? Hace... hace no mucho que aún nos escribíamos.

—Lo suficiente para que eso quede como parte del pasado —contestó Shinzo sin mirarlo—. Es necesario que dejes ese asunto por la paz, Dimitri. Que todos olviden que alguna vez me conocieron.

El rubio admiró sus alrededores, como asegurándose de que todo aquello fuera verdaderamente privado.

—Todos tus amigos en el Coralli te aprecian de verdad, pero sabes que yo tenía un sentimiento diferente por ti.

—¿Amor? —contestó burlona la mujer—. Por favor, Dimitri.

—No sé por qué lo dudas, si jamás te di motivos para hacerlo. Te he amado desde el primer momento en que te vi. Te he amado todos estos años y creo que te amaré hasta el día que me muera. No tengo reproches sobre el hecho de que quieras olvidarnos, pero jamás de atrevas a poner en duda lo mucho que te amo. —El rubio estaba colorado y Shinzo mantenía su mirada al horizonte para no establecer ningún tipo de contacto visual—. ¿Tú crees que ha sido sencillo para mí que vivamos alejados por tanto tiempo? Sabes lo que pasó en Yosai entre los dos, no creas que soy de hielo.

—Nadie sabe lo de Yosai, ¿cierto? —preguntó la chica mirándolo.

Dimitri soltó una risa y volvió a un gesto afectado. Los ojos se le llenaron de lágrimas, aún cuando se mordió los labios para evitar que el sentimiento se saliera de su cuerpo.

—¿Es lo único que te interesa? —preguntó limpiando a aquella rebelde que no obedeció su mandato—. Cada día, cada segundo, cada noche pienso en ti, Shinzo. La única vez que mi corazón estuvo lo más cerca posible de olvidarte y volver a sentir...

Shinzo abrió los ojos solo un poco y retomó la buena postura.

—Aiko no es la indicada.

—Si no es Aiko y no eres tú, ¿entonces quién? No quieres que esté contigo, no quieres que esté con nadie... Shinzo, no aguanto más —expresó tomándola de las manos intempestivamente.

Las mejillas de la monarca se inundaron de un fuerte carmín.

—No puedo aguantar otro día sin ti. Llévame a Yosai o a cualquier otro lado, vamos a donde tú quieras, pero por favor... Shinzo, eres el amor de mi vida. No quiero vivir así.

—Dimitri...

—Solo dime que me amas —expresó el rubio rompiendo en llanto como nunca lo había hecho en su vida—. Sé que lo sientes, lo puedo ver en tu mirada... lo siento en tus besos... Shinzo, solo dime que me amas y me quedo contigo para siempre.

La chica comenzó a llorar en silencio. Lo admiraba ahí, frente a ella. Siempre le había parecido el hombre más apuesto que conocía, aunque nunca lo dijera. Tampoco sabía de alguien tan valiente como él, que la escuchara como él. Ciertamente, Dimitri también se había convertido en el amor de su vida. Lo sentía con cada latido que dolía. Con la mirada de ambos entrelazadas.

Finalmente, ninguno de los dos pudo resistir más y se unieron en un profundo beso. Las mejillas de ambos estaban inundadas de lágrimas llenas de alegría, de amargura, de miedo y de incertidumbre.

La vida de ambos pudo descansar tan solo por unos breves segundos, mientras sus labios, separados por reinos enteros, se reencontraban.

Cuando finalmente se separaron, Dimitri tenía impresa una enorme sonrisa, pero el rostro de Shinzo era diferente.

—Espero algún día puedas perdonarme —expresó la monarca entre lágrimas.

Dimitri apenas había tenido tiempo de terminar de escuchar aquellas palabras, cuando Shinzo colocó sus manos en una extraña posición. Cada planta, cada borde, cada objeto cercano empezó a emanar un brillo particular. El rubio volteaba a todas partes, pero pronto su imagen se vio diluida por toda la luz presente en el sitio.

Después de unos breves momentos, aquella luz se apagó de golpe. Los soldados seguían en su posición, Shinzo se limpiaba las lágrimas y Dimitri también se encontraba ahí, pero ahora su gesto era tranquilo.

—¿Qué era lo que te decía? —preguntó el rubio sonriente.

—Me estabas deseando un buen viaje —dijo la joven limpiando la última lágrima.

—Oh, claro. Te extrañaremos tanto, amiga. Cuida a todos en tu reino. —Dimitri le dio un abrazo de pura y genuina amistad.

—Gracias... Dimitri.

La monarca saboreó el último pronunciar de su nombre, mientras aquel subía a su corcel y le hacía una reverencia cortés. Los soldados recibieron la orden de partir y aquel rubio, hechizado para olvidar el sentimiento que tenía por el amor de su vida, cabalgaba de vuelta a la fiesta. Suponiendo que tan solo había escoltado a una vieja amiga del Coralli.

Shinzo volteó hacia atrás con una lágrima cayendo, mientras Dimitri se alejaba con el gesto tranquilo, como hacía mucho no se le veía. El alma estaba en paz, finalmente, su tormento había terminado.

—Te amo —susurró. El de ella, apenas había comenzado.

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