32. Los cuatro siniestros
Celta avanzaba con el bô y su pequeño amigo rumbo a la guarida de Trontio. Mientras tanto, aquella se preguntaba la identidad de los cuatro siniestros. Le quedaba más que claro que el bô sabía la respuesta, pero temía importunarlo con preguntas repetitivas.
Si los bandidos estaban en el castillo de Ífniga... Claro, la identidad de uno era obvia, el nuevo barón de Ífniga.
Poco a poco, sus dudas no la dejaron en paz y dejó atrás la vergüenza para terminar su ignorancia.
—¿Puedes revelarme la identidad de los cuatro siniestros?
El bô dejó aquella pregunta sin responderse por unos cuantos minutos. No parecía hacerlo de mala manera, sino porque requería que todo volviera a la calma antes de explicar lo siguiente.
—Estos nombres traicionaron su propio reino. El que nombraron su barón... pero eso ya lo sabes —señaló mirándola por el rabillo del ojo—... el antiguo hechicero del reino...
—¿Othel? —preguntó Celta asintiendo al entender que aquella respuesta también era obvia—. No fui tan suspicaz. ¿Quiénes son los otros dos?
—El fallecido Conde de Figgó —continuó el bô, provocando que a la pelirroja se le revolviera el estómago.
—Es el padre de Iniesto Ápoca, uno de mis capitanes —aclaró, un poco para ella y un poco para sus acompañantes.
Aquel dato le resultó extraño. Si bien, no conoció al padre del muchacho, su vinculación tan cercana le resultaba inquietante. Conocía a Iniesto, estaba segura de que él desconocía sobre ese dato.
—El último es un mercenario... pero de su identidad no conoces nada. Córmeo, otro hombre al que lo consume la ambición.
Siguieron caminando por el túnel. Haciendo cuentas, si el Conde ya había fallecido y Othel también, en realidad solo quedaban dos enemigos que derrotar.
Al menos una buena noticia.
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El sol recibió con mucha emoción aquel carruaje. Nereida estaba acostumbrada a visitar a Esmeralda con frecuencia, se juntaban para pasar largas tardes charlando sobre distintos temas, pensando en cómo mejorar el castillo, el reino o sobre fantasías infantiles que nunca abandonaban su canasta de conversaciones.
Sin embargo, esta visita era supremamente especial, porque las cosas que compartirían se multiplicarían notoriamente por la presencia de Kimiosea. Esmeralda no le había informado a su amiga, para que aquello fuera una sorpresa, sin embargo, la pelinegra había notado la presencia la rubia desde el primer instante. Tenía un aura tan resplandeciente, que mirar a Kimiosea era como mirar el mismísimo sol.
Nereida hubiera preferido bajar de inmediato del carruaje para empezar a correr hacia sus amigas, sin embargo, aquello no era posible. Para intentar calmar esas ansias, se colocó en el borde de la puerta, preparada para que, en cuanto el carruaje perdiera movimiento, pudiera dedicarse a salir corriendo de una vez por todas.
Si hubiera tenido, nuevamente, dieciocho años, seguramente lo hubiera hecho, pero observó las caritas que la acompañaban. Sus hijos, ahora coronaban su prudencia y mostrarles que lanzarse de un carruaje era algo correcto, no era la imagen precisa que buscaba dar.
Después de que pasaran esos segundos interminables, la puerta se abrió de par en par. La mano de Iniesto se extendió, ya que él también esperaba en el patio junto a Dimitri y Ezra. La enamorada mirada rozó brevemente los ojos del moreno, puesto que ahora la emoción estaba dirigida hacia otro lado.
Sus gritos de emoción fungieron como hermosas trompetas celestiales que parecían indicar que ese momento era destinado. Ese hermoso destino que las había llevado a todas ahí, ahora las unía. Restauraba su amistad para poder cumplir propósitos que no conocían.
Las tres se unieron en un fuerte abrazo. Pareció que el cielo mismo estaba sonriendo, sin embargo, entre las miradas de festejo, hubo algunos tintes de tristeza. Todo sería perfecto si es que Shinzo regresara. Si regresara a ser la misma de antes.
Dimitri e Iniesto no tardaron en unirse al abrazo, finalmente, todos habían sido grandes amigos durante esos años en el Coralli.
—Las extrañé tanto —expresó Nereida limpiándose una lágrima.
Iniesto había bajado a los pequeños unos momentos atrás, de manera que ya se encontraba con la pequeña Arquina (nacida apenas unos meses atrás) en los brazos, el dulce Amad acercándose al círculo y el pequeño e inquieto Ushán intentando quitarle el yelmo a un soldado cercano.
—Pero miren qué grandes están —dijo Kimiosea agachándose para quedar a la altura de los pequeños—. Recuerdo cuando Ushán descansaba en su dormitorio y ahora parece que podría dirigir un ejército.
Nereida rió antes de soltar un breve suspiro.
—Es un torbellino, definitivamente, eso no lo vamos a negar... Por cierto —interrumpió al darse cuenta de algo—. Esmeralda, Ezra, felicidades.
En sus palabras se mostraba un ramo de emociones desplegándose. Sabía que no era cosa fácil. Sabía que su amiga estaría un poco emocionada, un poco aterrada, un poco de todo y de nada preciso a la vez. Tenía la impresión de que en esta ocasión podría darle las palabras de aliento adecuadas, porque comprendía a la perfección cómo es que se sentía esperar un pequeño.
—Gracias —respondió Esmeralda dedicándole una sonrisa cálida—. Tengo mucho que hablar contigo, pero bueno, no podemos quedarnos todo el día aquí en el patio. Vamos adentro para empezar a charlar.
El grupo empezó a avanzar emocionado. Habían planeado hacer un día de campo por los viejos tiempos. Pensar que el primero que hicieron como amigos, fue aquel en el que Iniesto le pidió matrimonio a Nereida. Ahora todos estaban avanzando por ese pasillo de piedra que pertenecía a Esmeralda, con los hijos de Nereida e Iniesto y ese resplandor tan especial por parte de Kimiosea. Iniesto y Dimitri se sentían muy orgullosos del lugar en el que se encontraban. A pesar de que sabían que la posición que portaban era temporal, estaban emocionados por haber estado desarrollando el papel de Generales.
El día de campo se realizaría cerca del puente de piedra que era tan especial para los reyes. Todos los presentes llevaron deliciosos bocadillos que acomodaron en una larga manta.
Parecía que volvían en el tiempo a aquellos instantes en los que Esmeralda trabajaba en el Shésimu. La vista de los niños de Nereida e Iniesto, era verdaderamente hermosa, como si se convirtieran en ese pilar que demostraba lo mucho que había progresado toda su existencia.
Dimitri, Iniesto y Ezra (junto con los niños) fueron por más bocadillos a la cocina, en lo que Esmeralda, Kimiosea y Nereida procedieron a instalarse en el pequeño kiosco de piedra con un púo que cada una había tomado de las primeras canastas disponibles.
El atardecer estaba tocando el cielo y sus almas poco a poco iban acomodándose en ese hermoso reencuentro. Sentían el respirar de un nuevo comienzo, de algo diferente en lo que estarían viviendo de ahí en adelante.
—¿Cómo has tomado la noticia? —preguntó Nereida repentinamente.
El cuestionamiento tomó por sorpresa a Esmeralda, que pensaba tardar un poco para abordar el tema de su hijo; sin embargo, tenía la impresión de que no había un mejor momento que aquel, para poder dedicarlo a hablar del asunto con sus dos mejores amigas.
—Tuvimos muchos problemas al inicio —confesó la chica soltando un suspiro—, pero creo que los hemos estado superando poco a poco. Ezra estaba muy asustado.
—¿Y tú? —cuestionó nuevamente la pelinegra.
Esmeralda se quedó un instante pasmada y después sonrió con la mayor naturalidad que pudo.
—Un poco, claro.
—¿Un poco? ¿Un poco? —insistió Nereida—. Esmeralda, somos amigas desde hace mucho. No tienes por qué guardar las apariencias conmigo. En realidad, tú sabes que estás o estabas aterrada. Darás a luz a un niño, a todo un ser humano completo, ¿no es eso aterrador?
Esmeralda intentó evadir la mirada de su amiga, pero tenía razón, no había una razón lo suficientemente buena como para negar lo obvio. La reina de Imperia podía con todo. Esmeralda podía con todo, pero le parecía muy abrumador el hecho de saberse como aquella que daría a luz al futuro heredero.
—Es... más de lo que puedo manejar —soltó Esmeralda al tiempo que algunas lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas—. Yo no tenía la menor idea, ¿saben? Es decir, no habíamos planeado concretamente que seríamos padres ahora. Ambos esperamos a este niño con amor, pero siento que mi alma está inquieta. Además... ¿has escuchado sobre las profecías?
—¿Qué cosa?
—Hay profecías sobre su hijo —dijo Kimiosea de pronto, que se había mantenido al margen de la conversación por un instante—. Muy importantes a decir verdad.
—Bueno, eso lo vuelve bastante diferente a un embarazo normal... ¿Estás asustada por la integridad de tu hijo? —preguntó Nereida sujetando la mano de Esmeralda con fuerza.
—Yo no puedo saberlo, no puedo saber qué es lo que hará, ni cómo ni cuándo. Tampoco sé si será él o alguien más el que lo involucre en una decisión crucial para el reino. No tengo idea por qué la integridad del futuro depende de un hijo al que jamás le he visto el rostro.
Los ojos de Esmeralda terminaron de ceder y pronto se encontraría desahogando todo el temor y la tristeza que tenía guardada desde hacía mucho tiempo.
Con el corazón en la mano, Nereida intentó pronunciar las mejores palabras.
—Esmeralda, tu hijo es afortunado por tener a la madre perfecta. Estoy segura de que podrás encontrar la forma de mantenerlo a salvo. Siempre logras encontrar la solución precisa en el momento adecuado. Aunque recuerda que el destino es inamovible. Ni tú, con todo tu amor maternal, podrás alejar a tu hijo de ciertas cosas a las que está destinado.
Kimiosea asintió con mucha fuerza, como si las palabras que hubiera querido expresar hacía mucho tiempo atrás, estuvieran sido procesadas por medio de los labios de Nereida.
Finalmente, la rubia se levantó del borde del kiosco y aclaró la garganta antes de proceder.
—Amigas, la vida nos ha juntado aquí una vez más. No somos las mismas que fuimos en el Coralli, definitivamente cada una tiene muchos asuntos que enfrentar, muchos retos que resolver. Pero estoy segura de que este instante, nunca más regresará. Disfrutemos la comida y la compañía, porque hay que saber pasar un día soleado antes de la lluvia.
Las palabras de Kimiosea se sintieron extrañas, como una especie de dulce con toques de amargura. Ambas sabían que la rubia sabía mucho más que ambas juntas y que el conocimiento de lo venidero, también le pertenecía. Aún así, intentaron por todos los medios, disfrutar de esa tarde con total alegría. Al final de la misma, lograron su cometido y pudieron disfrutar del reencuentro de una amistad irremplazable.
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