30. Una princesa atrapada
El viento se movía con mucho cuidado sobre los hombros de la muchacha. Era cenizo y muy apagado, gritaba tragedia y ella lo confirmaba mientras pasaba sus delicados dedos sobre la inmaculada bandera.
Una lágrima no pudo evitar salir despavorida de sus ojos, aquello era lo que menos había esperado, puesto que ahora notaba cómo el precioso valle había sido destruido por su propia gente.
Cerró los ojos con fuerza al tiempo que Baracia bufó, parecía que le indicaba que era momento de volver a subir a su lomo. Celta lo admiró con cuidado y después obedeció a su mandato silencioso, al paso que prestaba atención a la manera en que brillaba la destrucción a su alrededor.
Una vez sobre él, la creatura emprendió un vuelo mucho más bajo. La dirigió hacia la cordillera, en donde brillaban los símbolos ahora enardecidos con fuego alrededor de las marcas.
La pelirroja empezó a cuestionarse qué era lo que realmente significaban, sin acaso Baracia pudiera explicarle, quedaría mucho más claro, sin embargo, no tuvo que hacerlo. Como todo en ese sitio, las palabras sobraban.
El vuelo se elevó hasta que colocó a la guerrera a una altura suficiente para notar algo. Las cordilleras, cada cueva, los lagos y extensiones, aún destruidas, formaban uno de los símbolos marcados en las rocas.
"Uno es el del Bô, otro es el símbolo de ellos, todavía hay muchos más... son los símbolos de las creaturas de Imperia", concluyó la mujer abriendo los ojos al recibir aquel descubrimiento.
Ahora todo cobraba sentido, los símbolos que se mostraban por ahí, eran por las creaturas que por mucho tiempo se habían considerado como extintas. Aquello era increíble, y también curioso, mostraba que no solamente se hablaba de tribus de dragones, sino de otras especies de las que Celta no tenía ni la menor idea de cómo podrían lucir.
El dragón volvió a elevarse por los cielos, como si pudiera escuchar los pensamientos de Celta y saber que ya había comprendido lo necesario. Volvió a sumergirse entre un montón de nubes y dio un giro brusco antes de que aquellas cedieran para mostrar el valle intacto y al pequeño dragón que los esperaba con mucha emoción.
La guerrera tocó el suelo anonadada. Imperia había destruido ese valle años atrás. Sabía que, de alguna forma, el dragón logró mostrarle la vida pasada, puesto que aquellas banderas pertenecían a la antigua monarquía.
Los miró a los ojos llena de vergüenza, por primera vez, de portar el uniforme del ejército imperiano. Seguramente los rumores, las leyendas, todo había sido planeado para poder tapar esa horrible masacre que por seguro tenía de trasfondo u objetivo algo tan vano como las tierras o la gloria.
Celta se sentó en el pasto un momento para digerirlo todo, si ese era el caso, ¿entonces qué pasaba con toda la leyenda de las tres bestias que destruirían el reino?
¿Sería acaso que era una mentira de igual forma? La mujer salió de sus pensamientos al percibir al pequeño dragón acercándose.
La mirada se clavó directamente en el alma de la guerrera al tiempo que ella le regresaba aquel gesto con la furia de haber descubierto aquello que le había sido oculto por tanto tiempo.
Pensó en sus maestros, en los especialistas que le dieron clases o charlas sobre todas las bestias en Imperia, ¿sería acaso que todos ellos mintieron a propósito? ¿Cómo era posible que cada uno estuviera tan absorto en una mentira de ese tamaño? ¿Sería que nadie se lo cuestionó nunca?
Aquellas preguntas se mostraron mientras la conexión visual se mantenía. Era una lectura de almas, sin duda. Una necesaria con toda la maraña de dudas que la chica poseía.
Baracia volvió a emprender el vuelo y el pequeño dragón se empezó a mover, nuevamente era tiempo de seguirlo. Las revelaciones habían sido tantas y tan contundentes que la pelirroja se cuestionó qué otro gran secreto podría mostrarle.
Durante todo ese trayecto, las lágrimas empezaron a caer como en un maratón. La voz de su madre no tardó en hacerse presente. Qué es lo que pensaría ella de todas esas cosas. Qué es lo que opinaría de que su hija estuviera prestándose a la destrucción de aquellos seres.
En la historia de Imperia, se sabía que había otros habitantes en el territorio. Según las fuentes oficiales, los gobernantes lograron ahuyentarlos para fundar ese maravilloso reino, sin embargo, parecía ser que en realidad los conquistaron y exterminaron para comenzar con una nueva organización.
Los verdaderos imperianos estaban frente a sus ojos en realidad. Los dragones, los bôs, todos aquellos eran los que deberían andar libremente por todo el reino.
La pelirroja tomó un nuevo suspiro tratando de aliviarse. Muchas cosas tendrían que cambiar en definitiva, cuando volviera a Nitris con Esmeralda y Ezra.
El pequeño dragón detuvo su andar. Ambos admiraron a Baracia rodeando el valle, como un centinela.
Celta dirigió su mirada a los alrededores, pero en realidad no pudo ver otra cosa que vegetación. Esta vez no había cuevas, sino solamente tierra, dicha que empezó a moverse sospechosamente de arriba a abajo, como en un terremoto.
La pelirroja se sostuvo de lo primero que tuvo a la mano, que era una enorme roca, mientras que el pequeño se quedaba en su lugar contemplando cómo el ambiente se convertía en una maraña de polvo y confusión.
Cuando menos lo esperó, un fuerte ruido inundó todo y, cuando la tierra se disipó, la guerrera pudo observar a alguien que le hizo sonreír al instante.
Era el bô, que llegaba con su mirada fija, como cuando estaba realmente concentrado. El pequeño dragón se acercó a él de inmediato y pareció saludarlo como si fuera su mejor amigo. El otro ser, le respondió con mucho entusiasmo, subiendo un poco la mirada, dando la impresión de estar riéndose.
Aquello simplemente rompió el corazón de Celta de mayor manera, ¿sería que todos los primordiales habitantes de Imperia vivían en armonía fuera de los actuales imperianos?
El bô se percató de su presencia.
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Las Lirastras habían ido a la sala principal a mostrar todos sus planes a la Reina y el Rey de Imperia. Tenían toda la intención de generar una gran impresión en los habitantes y visitantes. Era la oportunidad para fortaleces o destruir lazos y, como siempre, la monarquía de Kánoa no se lo tomaría a la ligera.
Kimiosea se había separado del grupo, puesto que los detalles de la fiesta en honor a Imperia no eran de su mayor interés.
Los pasos se escucharon con demasiada claridad por el amplio pasillo que recorría. Tenía bien claro cuál era el balcón al que debía dirigirse y qué es lo que necesitaba hacer ahí.
Cuando su alma ya se encontraba contemplando los hermosos jardines de Kánoa, la rubia juntó sus manos con mucha calma. Una luz se apareció repentinamente frente a ella, aquella se desdobló para dejar paso a la figurar de un hombre.
El semblante serio de Tólbik no inmutó a Kimiosea, que se encontraba demasiado concentrada como para reparar en su llegada.
—Interesante región es esta —dijo el muchacho con una voz tenue—. Se entiende el por qué del flujo de energía principal.
—Aún así no será suficiente —respondió ella separando sus manos al fin.
De entre ambas palmas, un brillo se desprendió para volar fuera del balcón y colocarse al centro del perfecto jardín.
En un abrir y cerrar de ojos, aquellos arbustos contorneados y cuidados para dar la apariencia más estética posible, se encontraban reemplazados por un enredado laberinto.
Era tan complicado, que no se alcanzaba a ver su forma a simple vista. Mostraba contraste con la región, además de poca visibilidad, cosa que no era común en la arquitectura de Kánoa.
Justo del centro, algo se mostró lanzando luminiscencia. Se creaba y empezaba a palpitar como si el mismo laberinto tuviera vida.
—¿Cómo lo están haciendo? —cuestionó Tólbik.
Entre él y Kimiosea había un profundo aire de familiaridad, puesto que habían pasado ya varias misiones y días juntos.
—Se están encariñando de Síndermun —dijo observando con satisfacción el laberinto—. No las culpo, pero solamente nosotros sabemos el destino de la pequeña.
La calma con la que ambos observaban los alrededores fue interrumpida por el repentino grito de la Lirastra Bisnia, que intentó calmarse para dar paso a una fuerte voz.
—¿Qué han hecho con los jardines? —recriminó aquella.
La Lirastra Fidanchena también miraba todo estupefacta, seguramente también tenía ganas de gritonear por ahí, pero la categoría de la invitada no se lo permitía en definitiva.
—Majestad... —expresó conteniendo la furia—. Con todo respeto, el jardín de nuestro palacio era parte esencial del itinerario que acabamos de mostrarle.
Esmeralda no daba crédito a sus ojos, jamás en todos los días en Kánoa había observado algo tan interesante y misterioso como el laberinto que acababa de crear Kimiosea. Tardó unos instantes en salir de su visión de niña pequeña, para regresar a la postura de monarca.
—Realmente lo siento, Lirastra —terminó diciendo Esmeralda—. Kimiosea, ¿por qué has remodelado el jardín de la anfitriona?
Ezra reverenció a Tólbik, en quien nadie había reparado y éste le regresó el saludo con un movimiento de cabeza.
—Es una orden directa de la reina Ildímoni, Lirastra. Es por la seguridad de la princesa Síndermun —respondió aquella con calma—. Una de las cosas que me fueron encomendadas fue construir este laberinto.
—Pero, ¿qué es? —cuestionó la mujer, un poco más interesada ahora que sabía que todo sería por el bien de la pequeña.
—El laberinto protegerá a su esencia de salir de la región. Kánoa es muy protectora para ella, pero en realidad necesitan extremar precauciones y duplicar la vigilancia... en especial cuando la niña sea mayor.
No supo por qué, pero Esmeralda percibió que la rubia le daba un vistazo rápido al pronunciar aquello último.
—Le he regalado un collar que irá colocando su esencia en el laberinto. De esta forma, no importa lo lejos que llegue a viajar por cuestiones de protocolo. En realidad eso que tanto se procura de ella permanecerá aquí.
—Mandaré a todos los guardias a vigilarlo día y noche —expresó la Lirastra Fidanchena con mucha seriedad.
Aquella extraña visita terminó, los preparativos de aquella fiesta necesitaban perfeccionarse en Nitris, pero, finalmente. Todo lo que requerían para llevar acabo el festejo en Kánoa estaba a punto de concretarse.
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