3. Las noticias llegan a Nitris
Celta tenía lecciones muy marcadas en su corazón. Ella sabía, sin ninguna duda, que la reina Mickó le había otorgado la oportunidad de unirse al ejército por sus propios méritos y que, dentro de aquellos, también reposaba su estricta lealtad a los principios bases de un guerrero. El que le pasaba en tal instante por la mente, era aquel que invitaba a mantener la calma antes de ocuparse de cualquier situación.
Si la pelirroja hubiese perdido los estribos al primer instante, probablemente no habría decidido sentarse en una orilla de la celda a reflexionar, y por lo tanto, jamás hubiera notado que una de las piedras que conformaban el suelo estaba suelta.
Bajó con cuidado hasta tocar el piso y movió con suavidad aquel elemento para comprobar lo que había observado con anterioridad. No podía encontrar más errores en la construcción además de ese. Tal piedra estaba suelta y por lo tanto formaba un pico en el borde sobre el que Celta podía propulsarse para dar un salto.
La mujer calculó todo tranquilamente y después tomó impulso para utilizar la piedra cual plataforma que le ayudaría a alcanzar los barrotes más altos. Una vez ahí, se apalancó con toda la fuerza que pudo hacia arriba para pisar el borde que enmarcaba la entrada. Ahora, parecía que el calabozo estaba completamente vacío.
Ya cercana al techo del recinto, Celta se dedicó a palpar la superficie. Debía haber un punto débil en la estructura. Durante su larga formación, había obtenido conocimientos sobre construcción de calabozos, trampas, fuertes, entre otros elementos básicos para un soldado. Tenía en mente que un calabozo de ese estilo, en especial con la abertura que poseía a la altura del suelo, necesariamente se habría debilitado aunque fuera en una mínima sección.
A pesar de que le habían quitado absolutamente todas sus armas, ella aún portaba su uniforme del ejército imperiano. Con los guantes de hierro comenzó a dar golpes sobre el techo con la seguridad de que encontraría aunque fuera una falla.
Su rostro reprimió una enorme sonrisa en cuanto notó que la esquina se desmoronaba un poco cuando recibió el golpe de la pelirroja. Siguió insistiendo con el movimiento.
No le importaba hacer demasiado ruido, en el breve momento en que pudo charlar con el barón de Ífniga, percibió debilidad en su carácter. Una debilidad basada en un ego visible a kilómetros de distancia. Sabía que en ese momento, el hombre se encontraba regocijándose en su propia victoria, preparándose para hablar con Esmeralda, posiblemente, pero no mantenía su atención en lo que hubiera sido más importante: vigilar a la espía.
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—¿Qué piensas? —preguntó Ezra mientras daba un sorbo a su ífuo.
—Vamos, tú lo sabes —expresó Esmeralda dando un suspiro.
—No me preocuparía para nada. Celta sabe lo que hace. Simplemente habrá que seguir lo que nos ha indicado —dijo el Rey levantándose al notar que un soldado entraba.
—Ya se ha mandado a buscar a la hechicera, majestad —expresó el soldado reverenciando rápidamente.
—Gracias. —Esmeralda movió su mano para señalar con amabilidad que podía retirarse—. En ocasiones quisiera volver al sencillo pasado. Me estoy volviendo una persona con muchas preocupaciones.
Ezra la miró llevarse una mano a la frente con angustia. Seguía siendo la misma de siempre. Toda la vida la había percibido (inclusive a la distancia), como una parte de sí mismo. Era tan difícil de explicar como de comprender, pero Ezra sentía la angustia de su esposa recorriéndole las venas. Al mismo tiempo, tal energía mutaba y se convertía en las palabras de justo aliento en sus labios, como si conociera el veneno y el antídoto que aquejaba a su alma gemela.
—La hechicera nos ayudará. Si vive en las afueras de Nitris, llegará mucho antes que cualquier mensajero. Poseemos los caballos más veloces —anunció Ezra sonriente.
—Me preocupa percatarme de que no puedo responder a Celta —dijo Esmeralda tocando su cabeza. Si bien había recibido a la perfección el mensaje de la pelirroja, no entendía por qué no era capaz de responderlo.
La Reina miró nuevamente a su esposo y éste le correspondió levantándose para abrazarla.
—No quiero que te angusties. La hechicera viene en camino y ella nos ayudará a contrarrestar el encantamiento del que nos advirtió Celta —tranquilizó Ezra notando una lágrima resbalar por la mejilla de Esmeralda—. No llores, mi amor.
—Quisiera al menos saber en qué está metida —dijo la Reina limpiándose el rostro.
—Ya lo sabremos, lo sabremos —expresó su esposo volviendo a envolverla en un cálido abrazo.
Si bien no estaba totalmente seguro de sus palabras, confiaba totalmente en la líder del ejército. Tenía plena certeza de que ella sabría manejar cada desafío que se le presentara.
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La piedra finalmente cedió y Celta pudo notar el inicio de otra mazmorra. Sonrió al darse cuenta de que ésta se encontraba abierta y que tan sólo bastaría con subir para poder utilizar aquella salida. Afortunadamente, los brazos de la joven eran muy fuertes y, a pesar de que costó más de lo pensado el hacer pasar su cuerpo por aquella apertura formada son sus puños, la chica logró subir y encontrarse de un momento a otro recuperándose del esfuerzo sobre el piso de la mazmorra de arriba.
—Perfecto —susurró Celta con cautela.
No le era muy difícil poder ubicarse entre un montón de laberínticos pasillos. Ella se encontraba justo en su zona, en la batalla, en el misterio, como ella adoraba; no sería un reto imposible, sino uno apetecible el encontrar la lógica dentro de aquellos pasillos.
Cada paso entre las penumbras del lúgubre castillo de Ífniga no era más que inspiración pura corriendo por las venas de Celta. Saberse en un sitio como aquel, probablemente a punto de jugarse la credibilidad ante la corona imperiana le recordaba la bondad de estar vivo.
Nuevamente intentó enviar un mensaje a la mente de Esmeralda, pero ahora parecía mucho más complicado que al inicio. ¿Qué estaría pasando con la monarca? ¿Sería que realmente se encontraba en problemas por allá?
La pelirroja sacudió su cabeza para volver a la concentración. Por su mente se había disparado una flecha, con la idea de ir a Nitris envuelta en la punta.
"No" se repitió para concentrarse una vez más. Ir a Nitris sería una vanidad total. Un capricho por los deseos, más allá de un paso dictado por la razón. Aquello no tenía cabida en la mente de un soldado.
Celta cerró los ojos un momento al ser deslumbrada por un brillo. Cuando pudo notar qué era aquello que le apuntaba como retador adversario, se dio cuenta de que se trataba de la luz del exterior reflejada en los pequeños escudos que decoraban las paredes de los calabozos.
"Nunca han diseñado una mazmorra inquebrantable". Y como aquel precioso momento en el que un poema alcanza el sentimiento, Celta se llenó de un coraje impresionante para avanzar con toda sus fuerzas sobre una pequeña puerta de madera que dejaba escapar más luz por sus huecos. Quizá había sido diseñada en su momento para meter y sacar armamento o introducir prisioneros tan peligrosos que no pudiesen si quiera pisar la entrada del castillo. Por el momento, el descuido de no clausurar tal entrada, como era propio, había aventajado a Celta en su huida.
Finalmente estaba fuera del castillo.
Ahora faltaba estar fuera de Gueza.
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Esmeralda entró con solemnidad a la sala. Aún le faltaba un largo camino por recorrer para poder ser una persona que reinara con gran experiencia; sin embargo, parecía que ser monarca le venía como guante. No tanto así por la sencillez de tal acción, sino por la innegable diplomacia que poseía y la dignidad y humildad con la que se dirigía a todos.
Miró de reojo a su esposo y después se detuvo un instante. En el momento, bajo aquel atavío de reina, se sentía llena de angustia, llena de ansiedad por lo que le deparaba el futuro a ella, a Ezra y al reino. Una angustia similar a cuando Kimiosea le había visitado tiempo atrás para salvar a la princesa Síndermun.
—Es un verdadero honor, majestad —dijo la hechicera realizando una profunda reverencia hacia Esmeralda.
—El honor es mío, Sirella —respondió la Reina saliendo de su ensimismamiento—. Le agradezco sobremanera que haya venido tan rápido.
La hechicera sonrió impulsando hacia arriba sus arrugadas y dulces mejillas. Parecían un par de ciruelas, algo rojizas y llenas de vida.
—¿En qué puede serle útil esta fiel?
Esmeralda la tomó de ambas manos, no con una intención de prepotencia, sino como tratando de romper la barrera entre rangos para demostrarle lo verdaderamente preocupada que estaba.
—La General de mi ejército me ha enviado un mensaje por la mente, pero yo no puedo responderle —dijo Esmeralda suspirando con suavidad—. Quisiera que aquella fuera la mayor de mis preocupaciones, pero no es así. Ella me ha adelantado que enviarán un pergamino encantado hacia aquí.
—Es impresionante —exclamó la hechicera—. Cuando una corona asciende, los enemigos a ésta no pueden esperar. —La mujer pronunciaba antiguos cánticos, al tiempo que comenzaba a frotar sus manos hasta formar un destello azul—. Lo que hay que entender aquí es que la eterna lucha será por la corona y no por la persona.
Esmeralda asintió lentamente, sin comprender a profundidad lo que decía, al mismo tiempo, la mujer separaba las manos formando una especie de telaraña de luz. Después, comenzó a avanzar hacia la joven mujer y la envolvió de pies a cabeza con dicha telaraña. Parecía como si una capa de algodón de azúcar brillante protegiera a la Reina.
—Ahora nadie podrá entrar a su mente sin su consentimiento —dijo la hechicera.
—¿Es todo? —preguntó Ezra sorprendido por la magia.
Los hechiceros, como ya se era bien sabido, no eran muy comunes en Imperia. Sirella era una hechicera proveniente del reino Harvest. Empujada por su naturaleza de viajera, hacía un tiempo que había decidido emprender la aventura hacia Imperia, sin saber que los bosques de Nitris le agradarían tanto que se quedaría más de lo pensado. Aquello, claro, se volvió altamente conveniente para la nueva familia real, que había estado sustentado su necesidad de magos con ayuda de los hechiceros errantes.
—Ahora el pergamino no podrá hacerme nada —dijo Esmeralda con alivio.
La hechicera sonrió satisfecha y después soltó una risotada para dar media vuelta.
—Un momento —añadió Esmeralda con la intención de detenerla—. Pero, ¿qué me impide hablar con Celta? Lo he intentado por meses, pero el único momento en que supe de ella, fue cuando me advirtió del engaño.
Sirella sonrió con ternura y después asintió pensativamente.
—Bueno, majestad. Esas habilidades van y vienen. Surgen, se heredan o se apagan para siempre —explicó la mujer—. En este caso, sabremos lo que procederá con su talento hasta que el nazca el heredero.
Ezra y Esmeralda se voltearon a ver atónitos, al tiempo que la hechicera asentía una vez más con suavidad.
—El heredero de todo este reino ahora vive dentro de usted, majestad. No lo sé, quizá él se ha robado su telepatía un momento —añadió juguetona al tiempo que admiraba brevemente a los monarcas para continuar—. Por ello y mil cosas secretas —dijo Sirella antes de cruzar la puerta—, mucha suerte, para usted y para su General.
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