27. Tradiciones y festejos

La belleza del jardín se reflejaba en Aiko, al menos aquello pensaba Dimitri como una justificación del por qué no dejaba de mirarla. La chica le causaba un sentimiento de ternura, la manera en que se ponía nerviosa cada que le hacía una pregunta y el sonrojar de sus mejillas, era muy diferente a Shinzo. No sabía exactamente cómo se sentía con respecto a eso, porque, precisamente, algo que le gustaba de Aiko, era que su mente no podía pensar en Shinzo cuando estaba cerca.

Aquellas palabras que iniciaron torpes al comenzar la conversación, poco a poco se fueron tornando fluidas y directas. Ambos se abrían a conocerse y lo que iban encontrando, les agradaba mucho.

Dimitri pudo observar que el sol de ese día se estaba coronando en el cielo de una forma especial. El color protagonista era el dorado, como las esperanzas de las dos personas que se encontraban ahí.

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Los dedos de Celta empezaron a recorrer cada una de las hojas en el cuaderno de Dulce. No había ni una sola duda. Todos los símbolos que habían sido plasmados ahí, ahora estaban frente a ella. Se encontraban tallados de una forma tan precisa que se cuestionó si aquello había sido causado por los dragones del valle, o si acaso habían recibido ayuda de algún ser externo.

Celta sonrió levemente, meneando la cabeza. Recordó a Kimiosea, de nuevo. No le gustaba recibir ayuda, pero no podía negar que la intervención de la rubia había sido muy oportuna. El significado de los símbolos era el siguiente misterio que resolver para ella. Por un momento, un dejo de preocupación atravesó su corazón. Cómo encontraría respuestas si ninguna de aquella creaturas, por más inteligentes que parecieran, podía articular algún tipo de explicación profunda.

Volteó a ver al dragón que la había traído hasta ahí, aquel la miraba de reojo. De pronto, percibía la impresión de que todos ya sabían de su visita.

Volvió a repasar el cuaderno una vez más, para asegurarse de que no hubiera perdido ningún detalle. Los ojos casi empezaban a dolerle, por la concentración que utilizaba para enfocar pequeños dibujos y manchas de tinta. No sabía en dónde se encontraría aquella pista clave que la llevaría a su siguiente paso.

Finalmente, después de mucha paciencia, algo hizo que el corazón le diera un vuelco. Dulce, había trazado una simple línea en zig zag, junto al nombre de una de las creaturas: Baracia.

—Es un dragón, es uno de ustedes —dijo Celta finalmente. El otro se volvió a acomodar sobre su lecho, sin prestarle mucha importancia.

La alegría que empezó a crearse en el pecho de la pelirroja, poco a poco se escurrió, como en una vasija rota. ¿Tendría que derrotar a una creatura tan pacífica? ¿Por qué Baracia era el único dragón que no poseía bondad entre sus venas y que buscaba la destrucción total del reino?

El sonido del dragón estirándose la sacó de los pensamientos, lo hizo justo a tiempo, porque las patas del mismo, se mostraron frente a sí para indicarle que era hora de bajar. Celta se colocó sobre el lomo de su anfitrión.

El viento reapareció en cuanto salieron de la cueva, aquello le hizo percatarse de la altura a la que se encontraban. Era justo aquello lo que la hacía sentir viva, estar tan lejos, en tierras extrañas, con aquel misterio entre las manos. Tenía el corazón palpitándole más fuerte que el viento pasando cerca de la oreja y aquello le fascinaba, aquella era justo la razón por la que se había vuelto guerrera.

Una gota de tristeza tocó el vaso de su alegría, volvió a mirar, en el plano de su imaginación, los ojos de su madre, que se mantenían observándola fijamente, como en un hechizo. Sabía que la razón por la que se había vuelto guerrera, no recaía solamente en la emoción de las misiones, eso quizá, vendría en segundo término.

El dragón planeó hasta regresar a la zona en donde había iniciado el viaje. Colocó a Celta con tanta delicadeza sobre el césped, que la pelirroja no pudo evitar darle un abrazo de agradecimiento por tanta ayuda que le había propiciado.

El pequeño dragón que la había recibido, se acercó con mucho entusiasmo. Daba la impresión de querer preguntarle cómo le había ido, así que la guerrera se adelantó y se colocó frente a él para empezar a hablarle.

—He encontrado los símbolos que buscaba —dijo acariciando su cabeza con cariño—. Pero... algo no termina de hacerme sentido. ¿Conoces a alguien de tu especie que es mucho mayor?

Celta comenzó a sentirse un poco tonta por lo que estaba preguntando, pero aquella sensación se fue en cuanto el dragón movió la cabeza en lo que parecía una manera de asentir.

La pelirroja estaba impresionada, cómo era posible que pudiera entender sus palabras a ese nivel. Observó con cuidado al dragón y lo miró volverse a colocar en cuatro patas para guiar a la chica.

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—¿Qué son esos? —preguntó Ezra al tiempo que entraba en la oficina de Esmeralda.

La Reina tenía entre las manos un montón de tarjetas aperladas, que llegaban en blanco y que habían sido colocadas frente a ella para ser escritas a puño y letra.

—Creo que con el nuevo organigrama, ya tengo al encargado de llenar estas tarjetas. El hombre que ya me ha estado ayudando con los eventos sociales, ahora está a cargo de muchas más responsabilidades. Yo solamente las firmaré —respondió la monarca un poco más para sí misma—. Son invitaciones para el baile de Imperia.

—Me parece que sería una tradición divertida de eliminar —argumentó Ezra acercándose al escritorio de su esposa.

—Yo también lo creo, pero es una tradición tan antigua que sería imposible erradicarla de la noche a la mañana. Hay muchos niros desperdiciados en todo lo que haremos, pero en definitiva es importante mantener a la nobleza feliz.

Esmeralda empezó a hacer una lista en un pergamino pequeño que tenía a su lado.

—Lo único que me alegra de todo esto es que estaremos todas juntas. Kimiosea, Nereida y yo... aunque claro, también estará Shinzo porque no creo que el hechizo esté preparado para ese entonces —argumentó la Reina con un poco de incomodidad—. Pero, será agradable estar juntas de nuevo. Nereida no había podido atender a mis invitaciones, pero me ha mandado cartas de que vendrá para el baile.

—¿Cuándo llega Nereida? —cuestionó el hombre buscando la mirada de Esmeralda.

—Muy pronto, eso espero. Convenceré a Kimiosea de que se quede un tiempo más para que podamos estar juntas durante esta celebración... ¿Qué pasa?

Esmeralda había levantado su vista de pronto, puesto que Ezra se había extendido para colocar su mano sobre las tarjetas con cuidado.

—Apenas iniciamos con esta etapa del reino. No te tenses demasiado. Además, es el primer baile imperiano que vas a oficiar. No es necesario que te sientas así —dijo el Rey con un semblante fuerte.

La reina rompió la seriedad y tomó un suspiro.

—Tienes razón —soltó admirando la lista que había hecho—. ¿Te gustaría acompañarme a Kánoa?

—¿Extrañas a las Lirastras? —dijo Ezra en tono juguetón.

—Solo a Diesta, por supuesto.

Ambos se dedicaron una bonita sonrisa y continuaron con el día a día.

El baile imperiano de aquella ocasión, en realidad, tenía toda la razón en causarle estrés a su anfitriona. Era el primer baile del reinado, sumamente conocido que el primero que oficiaba un rey o reina quedaba para siempre como la primera impresión en sociedad. En segundo lugar, aquel baile sería un poco diferente. Nadie lo sabía, más que Esmeralda, Ezra y aquellos que le reportaron dicha información a la monarca, pero las relaciones exteriores de Imperia habían estado un poco tensas.

Aquellos lazos se estaban debilitando, por lo que parecía lo más prudente en esos tiempos, proceder con una reunión que abriera la puerta a otros reinos. El segundo día del baile imperiano se llevaría a cabo en Kánoa, siendo que era la región con mejores relaciones exteriores, y las anfitrionas serían las Lirastras.

Tal hecho angustiaba a cualquiera, tanto por el peso de quedar bien ante los invitados, como por la complejidad de estar de acuerdo con las Lirastras de Kánoa para un evento de tal magnitud.

Esmeralda necesitaba colocar toda su diplomacia, fuerza y astucia como monarca para que todo aquello saliera bien. Era el momento perfecto para demostrar que haberla elegido como monarca, había sido una excelente decisión por parte de los imperianos.

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El valle era mucho más profundo de lo que Celta esperaba, era como un laberinto dentro de otro, cuando se profundizaba en la vegetación que lo iba rodeando. Le parecía que el camino que recorrería junto a su nuevo amigo, no era muy largo. Lo presintió por la manera tan veloz de avanzar en el terreno, como si no pudiera contener la emoción de mostrarle a algo a su nueva amiga.

Finalmente, y como Celta había supuesto, no después de mucho, el pequeño se detuvo, observó alrededor y señaló hacia una cueva que estaba profunda, cubierta con maleza y más arbustos.

La pelirroja empezó a avanzar con sumo cuidado. Tomó el mango de su espada, por cualquier cosa que pudiera pasar, y después entró a la cueva para quedar completamente anonadada.

La oscuridad la dejó envuelta en un ambiente mucho más misterioso. Un cambio en el aire provocó que los pelirrojos cabellos empezaran a bailar en el aire, aquello le causaba una sensación curiosa por todo el cuerpo. Era como si su alma estuviera respirando por cada vez que un vaporoso suspiro salía de la cueva. Era Baracia, no tenía la menor duda.

A pesar de que  apreciaba mucho a su nuevo amigo y esperaba con todo el corazón no perder su estima, sabía que no podía tomar a la ligera la primera parte de su misión. Tenía que destruir a aquella bestia o la seguridad de toda Imperia se vería amenazada. No había ninguna duda de lo que debía hacer.

El sol apenas iluminaba un fragmento de la cueva, así que no podía mirar totalmente a su enemigo. El ritmo de la respiración le hacía sospechar que estaba dormido, así que se cuestionó si sería realmente ético despertarlo con una estocada en el corazón.

Los pies avanzaron, pero sus pensamientos se iban quedando suspendidos en el aire, como si no estuvieran para nada de acuerdo con las acciones de su consciente. La mano se iba acomodando más en la empuñadura de la espada y finalmente se encontró en la parte más oscura.

El aliento se volvió denso, era como una humarada que salía de la más grande fogata jamás vista. Una bestia de aquella dimensión, y tan salvaje, debería tener un lugar lleno de suciedad, quizá incluso repleto de cadáveres en putrefacción; sin embargo, la cueva tenía un aroma agradable. Era un suave olor a musgo, flores silvestres y moras.

Cómo era posible que un animal pudiera mantener con tanto cuidado su ambiente, sino tenía las herramientas para mantener una higiene adecuada. Las preguntas iban inundando cada vez más todo a su alrededor. Era como un torbellino que no la dejaba en paz.

El corazón se aceleraba, las opciones estaban terminándose, y cuando mayor decisión sintió desbordándole la piel, percibió una mirada entre la oscuridad.

No sabía exactamente cómo, pero una luz (quizá incluso proveniente del interior del dragón), se reflejaba en su mirada. Era tan hermosa, como mirar una estrella en el firmamento. Tenía ese toque de ternura, que también notó en su nuevo amigo, por lo que percibió el corazón conmoverse a tal punto que la espada cayó de sus manos.

Una brillo empezó a inundar el lugar, ahora lo podía ver, en definitiva aquel destello provenía de Baracia, un hermoso dragón que ni las leyendas imperianas podrían alcanzar a describir. Ahí, en ese momento, Celta se dio cuenta de que aquellas parecían no ser tan verdaderas como presumían.

Primero que nada, había escuchado incontables descripciones sobre la apariencia de la "bestia". Una mirada terrible, de piel viscosa y terriblemente feroz. Ahora, observaba frente a sí a la creatura más majestuosa que sus ojos pudieron haber admirado.

Era un dragón blanco, gigante, sin alas y con escamas iridiscentes y un rostro francamente lleno de paz. Cualquiera diría que aquel guardaba los secretos más profundos del universo, por lo que no había duda de que ni un alma cuestionaría todo lo que habría que aprender de aquel.

La luz provenía de todo su cuerpo, así que la guerrera no pudo más que arrodillarse y observar con los ojos bien abiertos al ser que estuvo a punto de asesinar.

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