22. Un poema no solicitado

Celta miraba el cielo sentimental, estaba realmente vulnerable. ¿Qué era lo que había hecho mal?

Se sentía supremamente sola en ese momento. Empezaba a percibir, también, la dificultad de la misión. Le pesaba en los hombros más que nada en el mundo.

Aquella penumbra provocaba que sus recuerdos se apilaran. Esos ojos chispearon encendidos por la fogata que estaba a su lado. Le hicieron recordar la pequeña pelirroja que solía ser, admirando a su madre, la manera en que bailaba en las tardes soleadas. Con hermosos adornos, olanes, encajes bordados que realmente la hacían sentir parte de la familia real de Imperia. Entre la nostalgia de Celta y lo fuerte de su derrota, empezó a perder la consciencia. Permitiendo, con tristeza, que las estrellas finalmente reposaran sobre sus párpados y le contaran un bello cuento para dormir.

Ante ella, el hermoso cielo de la mañana empezó a asomar con cuidado. No había dormido bien en muchas noches, finalmente el alma se sentía reconfortada. Una de esas veces que lo que más necesitábamos era rendirnos ante el reino de los sueños para aclarar la bruma de la realidad.

La pelirroja volteó a su fogata. Se encontraba totalmente extinta, no recordaba haberla apagado, algo francamente irresponsable de su parte; aunque no pudo reparar demasiado en aquello porque su atención se dirigió hacia el pergamino misterioso que reposaba sobre el césped.

Celta no dudó un segundo en levantarse para inspeccionarlo. Sus ojos se abrieron un poco al notar que la hoja mostraba un brillo dorado entre las letras cursivas que se leían.


Silencio, rojo, sigue adelante.

En la brisa cayó la primavera que reposa en el corazón del andante;

en la tinta, la verdad se ha dado. Se verá en los ojos del señalado.

Proteger o destruir. ¿Qué hará un gran soldado?

El batir de alas la ha llamado.


Bajó el pergamino al terminar de leer y parpadeó un instante antes de atravesar el viento con sus palabras.

—Kimiosea —dijo sin un gramo de duda.

Conocía a la perfección la naturaleza de la rubia, así que sabía que aquel poema no se trataba de simples desvaríos o una bella catarsis artística. Aquello era una predicción o una pista. ¿Sería que Kimiosea la observaba con cuidado desde lejos?

"¿Batir de alas?", intentaba descifrar el significado de aquella metáfora. No entendió el objetivo más profundo con tanta facilidad como esperaba, así que asomó su alma incrédula por la rendija del significado literal.

—No otra creatura —asumió antes de retomar su postura de fuerza usual.

No se sabía de ningún animal antiguo que realmente tuviera una relevancia en Imperia, además de las pocas bestias que estaban en el bosque prohibido y las diferentes especies de aves. Se estremeció un segundo e hizo memoria para permitirse reflexionar si se había topado de casualidad con alguna mientras andaba por el bosque.

Decidió comenzar a avanzar por el área, un ambiente mágico inundó todo. La pelirroja no dudó ni un instante en que aquello era provocado por Kimiosea.

—Si estás aquí puedes salir —anunció mirando alrededor.

El viento aclaró solo un poco más su fuerza y ninguna respuesta fue escuchada después de eso. En cambio, las hojas decidieron seguir hablando y se alinearon de tal forma que Celta entendió el sendero a seguir.

Hubiera querido reclamar algo, gritar que ella era capaz de vencer todos los obstáculos por sí misma; pero sabía que aquello solamente entorpecería el flujo de las cosas. Avanzó lo más rápido que pudo y comenzó a seguir aquella señal.

Todo se volvía más intrigante. Las hojas se movían mucho más rápido y el corazón le palpitaba con fuerza, haciéndole percibir que no estaba totalmente perdida. Celta esbozó una sonrisa al percatarse de que aquello, verdaderamente, la estaba llevando a algún lugar.
Iniciaba una breve colina que se mostraba brillante y dorada, dejando ver que guardaba algo hasta la cima.

Celta notó que las raíces de aquellos árboles eran extrañas. Cada vez se volvían más nudosas, más prominentes; como si se trataran de una enredadera. La mirada de la guerrera fue siguiendo el camino, teniendo que esquivar el montón de obstáculos provocados por las raíces.

No reconocía en su totalidad aquel sitio, era como si formara parte de otro reino que jamás había conocido. Inspeccionó el aire y todos los elementos que en ese momento se encontraban alrededor. Tenía la intención de seguir formando una teoría en su mente, pero en ese preciso instante pisó algo blanco que le hizo abrir los ojos consternada.

"Un nido", concluyó la mujer preparando su espada. Todo cobraba sentido, las ramas que cada vez iban más cercanas, eran las formaciones de dicho refugio. Celta estaba más atenta que nunca, porque era bien sabido que cerca de cada nido hay una madre justiciera.

Los ojos repasaron cada aspecto de la escena. Realmente no había rastros de que las crías estuvieran por ahí. Lo que había pisado era un cascarón, así que había una gran probabilidad de que simplemente hubieran nacido para después irse del lugar. De nuevo, se hallaba ante el mismo rompecabezas. ¿Qué era lo que hacía ahí? ¿Por qué era que Kimiosea quería que viera aquello?

Poco a poco, la mente se iba volviendo menos clara. ¿Qué tipo de creaturas hubieran nacido de cascarones tan grandes?

No le gustaba sentirse poco atenta. Recordó de nuevo sus días en el Coralli, sintiéndose menos que los demás estudiantes. Frustrada con las tareas, torpe en las ejecuciones.

¿Por qué había estado tan sensible en esos días? Tantos cuestionamientos importantes que tenía que resolver y se encontraba atrapada en su pasado.

Sacudió la cabeza y respiró profundamente para volver a concentrarse. Hasta ahora sus pistas eran un bô, el símbolo que portaba y ese nido. Estaba a punto de tomar el cuaderno de Dulce con la intención de encontrar algo que conectara todo; sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, sus ojos encontraron aquello en el mismo suelo. Era una nueva pista, la enorme huella de una bestia.

Una idea se pasó rápido por su cabeza. Celta identificó al instante que se trataba de la huella de un dragón, pero los dragones llevaban años extintos en Imperia. No podría llegar uno de tan lejos. Los únicos vivos se encontraban en el reino de Arkira, un lugar, precisamente, fundado por uno de ellos.

Celta sintió una corriente eléctrica recorrerle la espalda. Tenía la sensación de estar en lo correcto, no obstante, sabía que si alguien la escuchaba pronunciar su teoría en voz alta, pensaría que había perdido toda razón.

"Tienes que confiar en la naturaleza de las cosas".

La pelirroja escuchó esa idea clara cruzarse por la mente, como si hubiera sido enviada por alguien. Miró por un instante los ojos de su maestro del Coralli, instándola a ser fuerte. Las palabras de aliento que siempre le daba su madre, regresando como en una premonición.

—Tengo que encontrarlos —expresó en voz alta—. Algo muy extraño sucede.

⌎⊱⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊰⌏

Dimitri e Iniesto se encontraban haciendo rondín para revisar el inventario del ejército. Llevaban largos pergaminos que les permitían llevar registro del nombre de los artefactos y sus condiciones.

La madrugada estaba tranquila. Después de que Kimiosea hubiera llegado al castillo, se respiraba un aire especial, un silencio lleno de paz estaba inundando la región. Aquello desentonaba con el estado interno de Dimitri. Se encontraba desesperado, estresado y un poco abrumado por la tarea diaria.

—¿No tenemos a alguien que se encargue de esto? —dijo el hombre sentándose en un cubo cercano con hartazgo.
—Sí, nosotros, tonto —respondió el moreno soltando una risa sincera.

Dimitri esperó y miró de nuevo el pergamino desganado. Iniesto siguió unos momentos en lo suyo hasta que giró los ojos y decidió enrollar su propia lista para acercarse al rubio.

—¿Cuál es el asunto?

—Nada, estoy cansado —afirmó el soldado sacudiendo la cabeza.

—Vamos, Dimitri. Hacemos esto todos los días y ahora hablas como si fuera una tarea insufrible. Es por Shinzo, ¿cierto?

—¿Por qué todos están como si nada pasara?

Su amigo cruzó los brazos, satisfecho de haber descubierto el verdadero problema. Dimitri suspiró con pesadez antes de continuar hablando.

—Volvió Shinzo, volvió después de tanto y parece que el tiempo se llevó sus recuerdos con ella.
—Qué poético —bromeó Iniesto para después darle un suave empujón—. No es que nadie actúe sobre ello, pero es que no hay nada más que hacer.

Dimitri miró unos segundos hacia el techo del establo e intentó recuperarse para seguir hablando.

—Quisiera tan solo que me dijera qué le ha sucedido —expresó el muchacho—. Después de su coronación, del último viaje, cortó toda la comunicación conmigo. Las cartas no las respondía y yo quedé sin saber qué hacer.

Iniesto colocó su mano sobre el hombro afligido de aquel joven y después sonrió.

—Bueno, mi estimado, sé que realmente la amaste.

—No lo digas en voz alta —anunció el joven pasando las manos por su rubio cabello—. Por favor, Iniesto.

La profundidad de la charla fue interrumpida por un golpe seco. Ambos jóvenes se colocaron en guardia de inmediato, pero deshicieron pronto la tensión al notar unos hermosos ojos violeta observándolos

—Lo siento mucho —expresó Aiko recogiendo el pequeño balde de metal que había tirado—. Estaba explorando el castillo y yo... lo siento. Me alejé demasiado.

La luz de la luna cruzaba perfectamente los ojos de aquella dama de compañía. Lucían asustados en ese momento, pero también llenos de bondad y maravilla por la vida.

Ella no esperó una repuesta. Tan solo intercambió una profunda mirada con Dimitri y dio media vuelta para retirarse.

—Interesante —soltó Iniesto regalándole una sonrisa cómplice.

Dimitri se quedó un momento contemplando el espacio vacío que había dejado Aiko al marcharse.

—No sé de lo que hablas —Dimitri dejó salir una risa que alejaba un poco su tensión.

Iniesto tomó los pergaminos que habían quedado en el suelo después de ponerse en guardia y le colocó el suyo en el pecho al rubio. Continuaron avanzando al tiempo que reanudaban la tarea principal.

—Bueno, seguramente amaste mucho a Shinzo, a pesar de que no te guste admitirlo. Sin embargo, puedo decirte que ella parece haberte superado, aunque duela que lo escuches —aclaró al notar la leve mueca de dolor de su amigo—. Yo te sugiero que hagas lo mismo.

Mientras aquella conversación quedaba atrás, la luna caía con cuidado sobre la melena de aquella chica que avanzaba rápidamente de regreso al castillo.

Tenía la respiración agitada y el corazón alborotado, a punto de salirse. No se debía en lo absoluto a la rapidez con la que quería llegar a la morada de los dirigentes de Imperia, sino más bien a la frescura de los ojos azules que le habían entretenido minutos atrás.

El capitán del ejército imperiano ahora estaba en su mente como un pétalo de primavera.

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