18. Sirella

Sirella se encontraba en medio de dos reinas.

La de Imperia admiraba la maraña de hechizos que revolvía, lo hacía de una manera tan fluida que lucían como pociones. Sus preocupaciones volvían a salir a flote con tanto silencio y lo peor era que no podía hablarlo con nadie en ese momento. Tenía ganas de volar y aterrizar en un profundo abrazo maternal.

La de Yosai, se mantenía firme, con la mirada procurando intimidar a la hechicera; aunque aquella tan solo portaba un aura de paz. Parecía que el universo colapsaba en sus pestañas y la única manera de sobrellevarlo era apagando la mayor cantidad de sentimientos posibles.

El enredo que iba acomodando la hechicera parecía verdaderamente indescifrable. Sirella emitió una breve sonrisa que parecía estar empapada de complicidad, sin embargo, no quedaba claro a quién iba dirigida. Tan solo era obvio que resultaba totalmente excluyente de su compañera.

—Un trato desean sellar mis reinas —dijo la hechicera finalmente.

—Un hechizo de protección, por decirlo de otra manera —expresó Shinzo sin gesticular—. No podían ejecutarlo mis hechiceros. Dijeron que era demasiado complicado. —Aquello parecía avergonzar un poco a la monarca.

Estaba tan molesta que su inmaculado gesto llegó a afectarse solo por un momento. La vida le estaba haciendo una mala jugada. Allá en Yosai, en el exilio autoimpuesto, estaba segura de que no tendría que batallar con la contrariedad de pedir ayuda a sus antiguas amigas. Ahora todo era diferente, porque la dificultad reinaba, en parte, en que ellas no podían siquiera entender la razón por la que era sus "antiguas" amigas.

—¿Qué es lo que puede hacer por mí? —preguntó la mujer intentando recobrar la compostura.

—En realidad, no mucho, majestad. Este es uno de los hechizos más complicados. Podría parecer un simple sortilegio de protección que cualquier aspirante ejecutaría, pero realmente es mucho más complicado. Implica alterar el destino.

—Pensé que el destino era inalterable —señaló Esmeralda sintiendo la respiración más pesada.

—Lo es. Pero hay pequeños aspectos que sí que pueden moverse a voluntad de los habitantes de este mundo. Son esas zonas que están afectadas por un viento determinante: el libre albedrío. O que, quizás, necesitan que más ramificaciones determinen su rumbo.

—Me parece sumamente interesante —dijo Shinzo marcando en su tono lo contrario—. Pero lo que necesito es que me explique por qué no puede llevarse a cabo el hechizo.

Sirella soltó un pequeña risa relajada y después volteó a mirarla nuevamente para responder.

—Nunca dije que no lo llevaría a cabo —aclaró la hechicera—. Pero tardará varios días, será difícil. Se alterará tan solo una breve parte de lo que sucederá. En realidad, reina Shinzo, no tiene nada de qué preocuparse. Yosai no es ningún pilar esencial para la disputa causada por el príncipe de Imperia.

—¿Quiere decir que es cierto? —preguntó Esmeralda con suma preocupación.

Shinzo parecía suplicar a la hechicera silencio para que no profundizara demasiado sobre el tema, pero la mujer ya había tomado las manos de Esmeralda entre las suyas para tranquilizarla.

—Su hijo está destinado a cosas realmente grandes, majestad. No es ninguna exageración por parte de la soberana de Yosai, pero... —La mujer volteó a ver a Shinzo que había afilado un poco más la mirada—. No puedo revelar el futuro. Tan solo puedo advertir a ambas que no se fíen de lo que creen saber.

—No me puede pedir que no confíe en los hechiceros de Yosai. Me temo que mi pueblo estará por encima de todo siempre.

Esmeralda dio un grito interno de dolor por ese comentario. Honestamente, no esperaba que Shinzo pronunciara esas palabras. En especial cuando la chica había creado la mayor parte de su vida en Imperia, ella misma hablaba de apenas conocer su reino de origen.

La hechicera no respondió y revolvió a fijar su vista en la maraña azul.

—Serán unos días, pero ninguna podrá alejarse de tierra imperiana. Necesitamos de la protección que corre por este reino. Por mi parte, majestad, notificaré cuando aquel esté listo el hechizo. ¿Será que me permite esta sala como un sitio para trabajar?

—Claro que sí —expresó Esmeralda con diplomacia—. El tiempo que ambas necesiten estar aquí, serán mis invitadas de honor.

—Gracias... majestad, en cuanto a la llave... Lamento tenerle malas noticias. Su prisionero tenía un hechizo de protección, creo que el único dato que puedo aportarle, es que se enfrenta a enemigos hechiceros.

Esmeralda abrió los ojos, pero intentó disimular su preocupación ante Shinzo. Ahora contemplaba que la única que podía resolver ese asunto era Celta, donde fuera que estuviera.

Las reinas se despidieron para dejar a la hechicera en su nuevo espacio de trabajo. Shinzo fue dirigida a una habitación para empezar a acomodarse y Esmeralda se arrastró con pesadez con dirección a sus aposentos.

Quería caer dormida, descansar de todas esas preocupaciones. Pero sintió que el mundo le caía encima cuando, al abrir su habitación, encontró a Ezra abrazando a su madre que derramaba mares de lágrimas.

—¡Mi niña! ¡Felicidades, estoy tan emocionada por los dos! —Mim abrazó a su hija y la mirada de Esmeralda buscó con desesperación a Ezra.

—Gracias, mamá —soltó la chica abrumada. Aquel no era el momento que había planeado para informar sobre la noticia—. Oye, necesito contarle a Ezra lo que pasó en la reunión, pero la señora Fibi dejó unos pastelillos en la cocina, por si quieres buscar unos. Sé que son tus favoritos.

—Claro, claro. Los dejaré en su privacidad.

La mujer volvió a abrazar a ambos con toda la fuerza que encontró y se retiró haciendo uso de su bonito pañuelo de seda. En cuanto la puerta fue cerrada, la mirada de Esmeralda finalmente se clavó, fría y sin piedad sobre el joven rey de Imperia.

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