15. Un incendio inevitable

Cuando todo se encontró en silencio y la carreta fue acomodada dentro de las bodegas, Celta comenzó su misión.

Intentó descifrar los laberínticos pasillos por los que debía moverse. Otra vez descubría esa tendencia a querer ir en contra de todo.

El castillo de Figgó resultaba estar compuesto por túneles y largos corredores. Muchas esculturas, demasiadas realmente, que eran contorneadas por un breve hilo de luz azul. Poco se veía de esa arquitectura que procuraba los espacios amplios en las construcciones imperianas.

Aquello le complicó más las cosas a Celta, porque no podía colocarse en un punto céntrico del castillo para intuir cómo estaban acomodadas las habitaciones. Tan sólo podía avanzar con cautela, oculta entre los bordes de las paredes, intentaba entrar de vez en cuando por puertas que no emitieran el sonido de alguna conversación interna.

Cuando creía que había dominado el arte de saber cuando una habitación estaba ocupada, topó con pared. La pelirroja dio un paso adelante para entender cómo salir de ahí, cuando notó que a su derecha continuaba un estrecho pasillo.

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El ambiente en el comedor del castillo se sentía absolutamente frío. Como si un mar de neblina se hubiera colado por cada centímetro de la pared. Así se percibía cuando Esmeralda bajó para verificar que todo estuviera en orden antes de hacer pasar a los invitados.

—¿Qué opinas? —preguntaba Kuri al tiempo que daban la vuelta por el comedor perfectamente arreglado. Él y Wolt también se habían encargado de la decoración de esa noche.

Comenzaba a ser una tendencia en los eventos de alcurnia, decorar la mesa con telas y velas que armonizaran con cada platillo. Kuri y Wolt, además de la fama acumulada por ser los cocineros de la familia real, empezaban a escucharse entre las bocas de todos debido a su talento en ese hermoso arte de acomodar una mesa para que luciera divina.

Esmeralda notó que el trabajo era especialmente bueno ese día porque, además de la chimenea que los acompañaba, el mismo comedor era la única fuente de calidez.

—Me encanta, es perfecto —expresó la monarca tocando uno de los pétalos de rosas que estaban puestos alrededor de la crema de nuez.

—¿Sigues preocupada? —cuestionó el chico provocando que su amiga le sonriera agradecida por la pregunta.

En ese instante, y como ya era costumbre, un guardia interrumpió la conversación para dirigirse a Esmeralda.

—Majestad, su madre ha llegado. Pregunta si todavía puede unirse a la cena.

La chica hizo un gesto de alivio y después pidió al guardia que le indicara a Mim que subiera. Estaba sumamente feliz porque finalmente había terminado su viaje. Era la persona adecuada para expresarle todos sus sentimientos y problemas actuales. No podía esperar para verla.

—Te dejo a solas, estaremos hablando más tarde.

Kuri abandonó la habitación y por un instante Esmeralda pudo sentir la paz de la soledad. Ese silencio que brota cuando sabes que nadie estará haciéndote preguntas o requiriendo algo de ti; solamente tú y el fácil principio de existir.

Pronto, aquel silencio se rompió, aunque no fue un hecho que alterara a la Reina, porque los golpeteos que alcanzaba a escuchar acercándose eran de su total agrado. La puerta se abrió de golpe y de un brinco su querido amigo, Seo, empezó a darle lengüetazos.

—¡Pequeño travieso! —gritó la chica acariciando sus enormes y peludas orejas—. Te extrañé muchísimo.

—Yo también quiero un poco de cariño.

La chica levantó la mirada para observar a su madre parada en el marco de la puerta. ¡Qué gran momento, qué gran alivio! Cual niña de cinco años, se levantó rápidamente para abrazarla y dejó que algunas lágrimas escaparan.

—No nos fuimos tanto tiempo, Esmeralda —expresó Mim devolviéndole el afectuoso abrazo—. Además, Seo cuidó mucho de mí. Tengo muchas cosas que contarte.

—Yo tengo muchas más —dijo la chica limpiándose las lágrimas.

Un guardia amenazaba con acercarse, pero antes de que pudiera romper su burbuja, Esmeralda lo hizo voluntariamente y le pidió que avisara a todos que la cena ya estaba lista.

En esa ocasión, los invitados  serían algunos soldados veteranos de Imperia, por supuesto que también estarían las invitadas de honor (Shinzo y su ayudante), Ezra y la madre de Esmeralda. Habían dos comensales más que no contempló la chica y es que entre todo el ajetreo mental, realmente no tuvo la oportunidad de contemplar el hecho de que Dimitri e Iniesto estaban invitados como generales temporales del ejército imperiano. Lo notó hasta que la mirada de Dimitri se congeló por tantos milenios metafóricos que serían imposibles de contar.

Se puso tan pálido que parecía llevar el maquillaje al mismo tono de Shinzo y se tambaleó de tal forma que Iniesto lo sujetó para que no se notara la gran impresión que le dio ver a aquella mujer de pie frente a él en un asiento perfectamente acomodado por su ayudante.

—Bienvenidos a todos —dijo Esmeralda tratando de ocultar su incomodidad. No había tiempo ni espacio para poder explicarle a Dimitri por qué era que Shinzo se comportaba de aquella manera. Ni siquiera ella lo comprendía en su totalidad, así que simplemente bajó sus manos para indicar a todos que era momento de sentarse.

Los músicos empezaron a tocar una hermosa melodía. Sino fuera por ellos y por la brillante decoración de Kuri y Wolt, todo se hubiera convertido en un funeral con todas sus letras.

En el primer tiempo, Dimitri no se atrevía a intercambiar palabra alguna con nadie. Tan solo dejaba que su mirada se colara de vez en cuando entre las palabras de los demás para observar a Shinzo. Él no había tenido ni la menor duda de que se trataba de ella. Los rasgos los llevaba tan impregnados en su memoria y en todas las noches en que soñaba con ella sin decirle a nadie. Le parecía tonto e irreal seguir dándole importancia, aún después de tanto tiempo, pero le resultaba aún más irreal encontrarla ahí, de frente aquella noche.

Esmeralda estaba totalmente agobiada, era por ello que dejó apartada la diplomacia y sentó a su madre al lado para poder empezar a escuchar sus anécdotas sobre las costureras de Lizonia. Ezra, aprovechaba el silencio sepulcral de Dimitri para charlar un poco más con Iniesto. Ambos intercambiaban también opiniones con los veteranos de Imperia y dirigían de vez en cuando una sonrisa amable a Shinzo.

Ella se limitaba a observar. No podía nadie más llenar el papel de la realeza de Yosai con tanta gracia, si no fuera porque sus ojos de vez en cuando la traicionaban escapándose a Dimitri. Aguardaba que estuviera respondiendo alguna duda de los veteranos o tratando de contar una anécdota que Iniesto le había solicitado, puesto que siempre lo consideró mejor en los relatos.

Paseaba sus pupilas por las facciones del chico. Se veía mucho más apuesto ahora que era mayor y la posición de General le hacía hablar de una forma madura e imponente. Nadie pudo haberlo sospechado, pero la presencia del rubio provocó una explosión interna en la muchacha que sólo pudo ser disimulada por ella.

Iniesto no había cuestionado para nada la actitud de Shinzo. Entendió en el primer instante que aquello no iba a ser una reunión de amigos. Lo supo porque la chica no devolvió su sonrisa y esquivó la mirada de todos haciendo alusión indirecta a la diferencia de rangos.

Mientras la cena iba avanzando, la conversación se volvía un poco más interesante. Dimitri había dejado de lado la impresión y la amargura para empezar a abrirse ante los veteranos. Tenían historias interesantísimas sobre su servicio al padre de Sáfano, el abuelo de Esmeralda, aún en tiempos de expansión y conquista.

Lo que parecía al inicio una terrible reunión, poco a poco empezó a encenderse. Las fuentes de calidez ya empezaban a recaer además en las personas y no solamente en una decoración. Esmeralda anunció el pequeño espectáculo que se llevaría a cabo en los jardines del palacio, como era costumbre.

Ezra, Iniesto, Dimitri y los veteranos ya habían formado una charla viva que no podía ser apagada por absolutamente nada. Como el espectáculo era al aire libre, no había problema en conversar o reír a todo pulmón, como la madre de Esmeralda y ella también estaban haciendo mientras señalaban algún acto que las maravillara. Shinzo tan solo estaba, viva y no tanto al mismo tiempo.

La que no parecía encajar ni con uno ni con otro, era la dama de compañía de Yosai. El protocolo indicaba que ella, en invitaciones de una reina, podía dejar de lado sus obligaciones y disfrutar de la cena y el espectáculo. La muchacha no solía ir a eventos tan alegres, así que estaba gozando de cada detalle, claro, sin poder entregarse por completo al sentimiento.

Pronto, los bailarines empezaron a retirarse y en su lugar inició la música y el baile abierto para quien quisiera pasar. Todo el festejo típico del reinado de Esmeralda estaba presente y las personas ya no ocupaban aburridos asientos, sino que abarrotaban el sitio. Soldados, trabajadores del castillo, jóvenes y habitantes de Nitris estaban también invitados. Podían bailar con alguien de la nobleza o empezar a charlar directamente con los reyes. Eso era lo maravilloso de aquellas cenas con espectáculo.

El desorden ponía nerviosa a Shinzo, así que ella decidió colocarse en la zona más alejada del lugar, desde la cual, aún podía observar a todos. Sus pupilas estaban deleitadas, porque desde aquel punto podía mirar a Dimitri con mayor descaro sin miedo a ser descubierta.

Pronto notó cómo éste se alejaba de su grupo de charla para servirse un poco más del jugo de moras que estaba puesto en una mesa. Estaba tan ocupada debatiéndose si debía acercarse o no, que no notó que su ayudante caminaba hacia el mismo lugar distraída y en un pequeño instante, seguramente programado por el destino, Dimitri y ella chocaron derramando el jugo de moras por todo el césped.

—Oh, no puede ser. Una disculpa, una disculpa —dijo la chica sintiéndose sumamente avergonzada—. Mi señor, lo siento de verdad.

Dimitri sonrió con aquella manera tan suya y movió su mano con despreocupación por el aire.

—No te preocupes, es sólo jugo. Hay mucho en la cocina —respondió finalmente—. Me parece que no nos hemos presentado, ¿cierto?

La chica se sonrojó de inmediato. Nadie nunca le había hablado de esa manera.

En Yosai el protocolo era muy estricto, ella había nacido en una familia de servidores a la realeza. Su mayor aspiración en la vida y la única opción que tenía era ser la dama de compañía de la reina. Fue criada para servir y la monarquía jamás se atrevería a tratarla como igual.

—Mi señor, qué amable —respondió con el rosado inundando sus mejillas—. Mi nombre es Aiko Attawa, dama de compañía de Su Majestad, la reina de Yosai.

Dimitri extendió su mano en señal de rechazo a la reverencia que le había hecho la muchacha. La mirada de la chica brillaba mucho con las estrellas impregnadas en cada pupila. El cabello corto y negro hasta la mejilla, le daba un toque particularmente tierno a su apariencia. Dimitri no pudo evitar sonreír un poco al notar que sus ojos violetas (casi grises) también demostraban una incontenible emoción.

—Dimitri, pero no me digas "mi señor" —expresó el rubio riendo—. Me siento extraño. Solo "Dimitri".

Aiko parecía demasiado amable para trabajar en la corte de Yosai. Sin lugar a dudas, aquel carácter dulce  le había ayudado a quedarse prendada de Dimitri en el mismo instante en que aquel esbozó esa galante sonrisa.

—Claro —dijo ella casi en un susurro.

A lo lejos, los ojos de Shinzo habían detectado aquella chispa, no tardó ni medio segundo en permitir que un enorme y poderoso fuego empezara a apoderarse de ella. Se acercó, con las telas que la decoraban hondeando por la suave brisa.

—Aiko —llamó con solemnidad a su ayudante.

La chica pareció salir de su ensimismamiento, se giró hacia la monarca con un gesto mucho más afectado. Dimitri volteó sorprendido también, porque en todo ese tiempo Shinzo no le había dirigido la palabra ni a él, ni a nadie que estuviera cerca suyo.

— Remplaza el jugo que tiraste, no podemos quedar mal con los anfitriones —ordenó la mujer provocando que la joven volviera a sentirse avergonzada por lo sucedido.

Dimitri le dirigió una mirada extrañada. Quizá no sentía un fuerte vínculo con la chica que acababa de conocer hacía unos cuantos segundos, pero eso no lo limitó a enfadarse por la injusticia que acababa de presenciar.

Aiko se retiró inmediatamente para seguir las órdenes de su reina, al tiempo que Dimitri se acercaba a Shinzo, dejando esa capa de nervios tirada en el césped.

—Eso no fue justo. Fue un accidente y no hay ningún problema con que se haya caído el jugo —expresó intentando conectar con su mirada.

Las pupilas de la chica viajaban de un lugar a otro, alejándose lo más posible del joven rubio que la enfrentaba.

—Lo lamento, General. Es sólo que buscamos diplomacia con su pueblo.

Dimitri continuó los intentos de fijar sus pupilas con toda la fuerza que pudo. Era ofensivo el hecho de que le hablara como a un desconocido. Después de todas las cosas que pasaron, de las cartas, de las miradas... de su última visita en el palacio de Yosai.

Tanta furia no pudo expresarse y el chico se limitó a desfogarla con un giro dramático antes de retirarse.

Shinzo movió unos segundos su estricto gesto tan sólo para dejar que las emociones tornaran aquellos rasgos en cartas de la verdad. Porque era muy cierto que cada latido se apagaba más al paso que Dimitri quedaba un centímetro más lejos.

Un suspiro escapó y así se intentó apagar un incendio inevitable.

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