12. Lluvia y llanto
Las velas se encontraban casi derretidas cuando llevaba la mitad de los libros en esa habitación. Los libreros parecían ser delgados, pero tenían un espacio para colocar los tomos en doble fila, lo cual permitía mayor almacenamiento. La familia real de Figgó siempre había sido así, mientras que el pueblo era sencillo y relajado, los dirigentes parecían tener todo contado con reloj. Extraños, reservados. Tan distintos que resultó imposible adivinar que aquellas cualidades aumentarían cuando los reyes fallecieron y su hija asumió el poder.
Celta observó por un momento su alrededor al tiempo que reflexionaba sobre ese tema, las condiciones en las que se encontraba la casa, realmente le hacía cuestionarse si la familia real de Figgó siquiera reinara ahí. Parecía un pueblo moviéndose completamente solo.
La búsqueda empezaba a resultar un poco frustrante para la chica. Los títulos no eran más que novelas de ficción, algunos manuales de jardinería, bordado y uno que otro libro cómico, de aquellos que comenzaban a ser populares en el reino. También había una sección especial con libros sobre caballos, clima y política imperiana, pero ni un solo rastro de bestiarios.
Una enciclopedia hubiera sido bastante útil en ese momento, pero parecía que aquellas escaseaban cuando uno más las necesitaba. Celta tomó el último ejemplar de la estantería y lo hojeó para notar que aquel no era más que otra edición de: "Bordar la naturaleza: Un arte placentero".
Se dejó caer en el suelo derrotada, a esas alturas poco le importaba la apariencia, porque se sabía totalmente sola en la mansión y tenía claro que nada importaba más en ese momento que conocer la única pista a la que posiblemente tendría acceso.
Su cabeza se balanceaba de lado a lado con tristeza, hasta que de pronto, aquella acción la llevó a observar un pequeño libro que se encontraba en un banquito.
Como ya había estado concluyendo, la casa no había sido habitada más que pocas veces y estrictamente por adultos. Pensaba que quizá se trataría de la huraña reina de Figgó, así que supo que ese ejemplar no pertenecía a la biblioteca, sino que había sido olvidado durante un viaje hacia aquella propiedad.
La pelirroja lo comprobó cuando notó que era una edición de viaje y casi permitió que su corazón se saliera cuando notó que el título era: "Bestiario. Vol III".
Abrió rápidamente el índice y dirigió con su dedo la atención, procurando buscar la palabra que le interesaba. Cuando llegó a la "b", pensó que quizá su error no había sido tan grave, porque todo se acomodaba a su favor. Ahí, brillante como una moneda encontrada cuando se está necesitado, estaba en preciosas letras caligrafiadas: "Bô".
Sus ojos se ajustaron a la poca luz que había en la biblioteca para comenzar el texto.
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Bô
El bô o bôrtaxe, de la familia de los axerias, es una de las cinco especies originarias de Imperia. Los zoólogos imperianos se han interesado particularmente por la familia de axerias, al ser algunas de las que están vinculadas a poderes sobrehumanos.
En las épocas anteriores a la conquista de tierras Imperianas, la fauna y flora estaba plagada de magia y energías irreconocibles para los habitantes de hoy en día.
Se desconoce a ciencia cierta la utilidad de los bôrtaxe en el equilibrio del reino. Se presume que ocupaban un alto rango en la manutención de tierras tan fértiles de promesas como los mismos fundadores encontraron en su momento para montar la gran idea que tenían para el sedentarismo de los pueblos más fuertes.
Los bôrtaxe se han mantenido misteriosos ante los ojos de expertos observadores. Mientras otras especies (como el urdença o el aktineo) están quietas y se comportan tal cual lo harían en un día normal, los bôrtaxe tienden a modificar su carácter con respecto a la persona que se encuentren.
Dicho de unos cuantos, los bôrtaxe poseen la capacidad de comprender a los humanos incluso en su lengua no modificada. Los estudiosos han tratado de hallar su origen, sin embargo, el hogar de los bôrtaxe sigue siendo un gran misterio para los investigadores. Pocas personas han sobrevivido a la observación cercana de los bôrtaxe y no debe malentenderse a que son animales mortales (léase página 287 sobre las bestias mortales de Imperia), sino a que son territoriales y tienden a alejar a aquellos individuos que consideren intrusos (...)
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Celta empezó a notar que aquello era simplemente una eterna redundancia en lo poco que sabían sobre los bô. La pelirroja sintió toda su suerte irse en unos cuantos minutos. Cómo era posible que hubiera encontrado tantas respuestas y al mismo tiempo aquellas se fueran escondiendo poco a poco y se alejaran de sus manos entre las palabras de tal autor.
Había estado en un túnel que investigadores, con años de experiencia, no habían podido encontrar y eso no la hacía sentir ni un poco mejor sobre la decisión que tomó sobre exigir su expulsión.
Un gran estruendo hizo tronar la casa al tiempo que la muchacha recargaba la cabeza sobre el estante de la librería, intentando dejar salir un poco de la enorme frustración que sentía. La lluvia estaba coronando a la región de Figgó y empezó a acompañar las lágrimas de Celta. Hacía verdaderamente mucho tiempo que no lloraba, mucho menos tan abiertamente como lo estaba haciendo en ese instante. Y es que, si bien no estaba produciendo ningún sonido estridente, las lágrimas estaban corriendo con toda libertad y eso no era para nada común.
Después de un rato de desahogarse, llegó a la conclusión de que la casa le hacía sentir segura para llorar esa tonta derrota. Quizá hubiera vivido un millón antes, pero aquella le estaba significando demasiado y eso no le gustaba.
Uno de sus profesores más estrictos en la formación, le había augurado que no llegaría demasiado lejos, porque las mujeres eran demasiado sentimentales y poco objetivas para poder tomar una batalla.
Aquello, obviamente, había quedado desmentido por ella misma e incluso se encargó de invitar a tal profesor al día en que la reina Mickó y el rey Sáfano la nombraron orgullosamente General de todo el ejército.
Se preguntaba entonces si todo era simplemente un pequeño retroceso en su carrera o, hasta qué punto le era permitido sentirse mal cuando una puerta era cerrada ante sus ojos.
Celta miró hacia la lejanía con un aire de tristeza en cada parte. El polvo cubría ligeramente cada uno de los libros que la rodeaban y la vergüenza se estaba empezando a hacer presente.
La General del ejército se levantó de un sólo brinco y caminó hacia la puerta de la casa con las ganas de salir de ahí. ¿Cómo era que podría avanzar? ¿Cómo era que podría llegar a la guarida del bô? Lo había encontrado por error y, al parecer, había sido buscado muchísimo antes por más personas.
Estampó su pie contra el piso con furia y dejó que la poderosa lluvia invadiera todo el lugar.
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