91. La batalla
Comenzaron a pasar los días, días llenos de entrenamientos exhaustivo, largas lecciones, afinamiento de habilidades (principalmente la telepatía con Esmeralda), para que concluyeran en una expresión perfecta del arte bélico.
Aquel día era inundado por una densa niebla. El frío era el protagonista del día de la boda entre el rey de Imperia, Ciro, y la reina de Yosai, Tsukii. Nadie sospechaba que en aquella ocasión también se llevaría a cabo otro evento, uno que cambiaría el rumbo de ambos reinos, pues Esmeralda, Celta y Ezra estaban preparándose para reclamar lo que era suyo: la justicia, la libertad y la corona.
Esmeralda se encontraba en su habitación, era muy temprano y, a pesar de que los preparativos de boda estaban siendo llevados a cabo desde esos momentos, no todos se había incorporado a las agitadas actividades que se tenían planeadas.
La muchacha se miraba en el espejo, ya había cambiado, ahora su espíritu era mucho más grande. Se colocó su piedra del destino, el collar de su madre, la diadema de la profesora O'Kris que hace mucho tiempo que no usaba y, por último, se puso la pulsera con el dije de esmeralda que le regaló aquel joyero. Arreglaba su cabello cuando escuchó cómo alguien se acercaba por el pasillo, la chica bajó su peine y se colocó junto a la entrada, de pronto llamaron a la puerta con una curiosa melodía que la chica ubicó como «el código» que habían inventado para reconocerse.
—Esmeralda —saludó Celta entrando a la habitación con Ezra detrás.
—Tardaron un poco —dijo ella cerrando la puerta.
—En cuanto salga de aquí iré a Farblán y a Alúan, mi caballo puede recorrer el triple de distancia que los regulares, así que no tardaré mucho en regresar. Quiero que estén atentos porque regresaré con el pueblo, así que cuando los miren avanzar, sabrán que la batalla ha comenzado —advirtió Celta—. Esmeralda, ¿tienes caballo?
—Tengo a Situani, ha estado en los establos —respondió la muchacha.
—Préstaselo a Ezra —ordenó la chica—. Necesitamos cubrir más terreno... Hasta que yo regrese actúen normal. ¿Entendido?
Los amigos asintieron y la valiente guerrera emprendió su pequeña odisea. Atravesó los verdes bosques que cubrían lar regiones de Imperia, viajaba a toda velocidad, pues de ella dependería qué tan bien saldría su estrategia. La boda se llevaría a cabo en la tarde, un viaje allá era muy tardado, pero en una situación como esa el viaje no podía pasar de unas horas, dichas que eran esenciales para preparar psicológicamente a un ejército no entrenado.
Al fin se vio en Farblán, se instaló en la plaza y produjo un silbido que llamó la atención de todos.
—¡Pueblo de Farblán! —comenzó a decir ella.
—¡No queremos escucharlos! ¡Mentirosos! —gritaron los habitantes con furia, recordando la promesa de Esmeralda.
—¿No están hartos de tener hambre? —preguntó bulliciosamente la chica, causando que todos se agruparan alrededor de ella—. ¿No están hartos de tener frío?
—¡No hay nada que hacer! —expresó uno de ellos.
—¡Claro que lo hay! ¡Vayan y luchen! —respondió Celta causando revuelo entre los presentes—. ¡Pueblo de Farblán! ¡No dejen que los manipulen a su antojo, no dejen que ellos coman con cubiertos de oro, mientras que ustedes no tienen qué comer! ¡Yo los apoyo! ¡Vamos al castillo a sacar a ese intento de rey de ahí!
—¡Sí! —gritó solamente uno de ellos haciendo que todos voltearan a verlo, el hombre se sonrojó y miró a otro lado. La gente se quedó de pie sin hacer ni un solo ruido, mirándose como esperando a que algo más pasara.
—¿Tienen miedo de luchar? —preguntó furiosa la pelirroja
—¡Nadie nos hará caso a lo que digamos! —respondió uno de ellos.
—¡Somos miles contra uno solo! —dijo Celta—. ¡Es un enemigo débil! ¡Tomaremos lo que nos pertenece y eliminaremos el resto! ¡Empezando con lo viejo! ¡Quiero que tomen ese dolor y miedo que tienen y lo destruyan, que lo hagan añicos! ¡Juntémonos! ¡Vamos a levantar nuestros espíritus en alto para que vean que aún no han terminado con ellos! ¿Quién está conmigo? —preguntó con un estruendoso grito recibiendo un unánime «¡yo!»—. ¡Entonces vamos a luchar!
Mientras tanto, en el castillo, Ezra y Esmeralda estaban juntos en el estudio de Ciro esperándolo porque los había citado a los dos. Los muchachos estaban más que nerviosos por el panorama que se les avecinaba.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó él al notar que ella no se movía ni lo dejaba de observar de manera extraña—. ¿Qué es lo que pasa? —repitió con una risita nerviosa.
—Yo... —La chica admiraba la perfección de su mirada, que desde hace un tiempo ya la controlaba—, creo que, estoy nerviosa por lo del plan y todo eso.
—Bueno, no te angusties, Celta y yo pelearemos a tu lado, no te pasará nada. —El muchacho sospechaba que el extraño comportamiento de Esmeralda no era producto de la preocupación sobre su estrategia, algo más la mantenía con la boca entreabierta y los ojos fijos en él—. ¿Sucede algo más?
—Creo que... No he estado mirando el mundo correctamente —trató de explicar la chica que comenzaba a temblar suavemente.
—¿De qué me hablas? —preguntó Ezra mirándola extrañado.
—¿Recuerdas lo que nos dijo la señora Fibi la otra vez? —continuó mientras se acercaba cada vez más al chico—. Sobre que somos una nuez y que ni siquiera nosotros mismos sabemos lo que hay adentro. —Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas que fueron bajando hasta resbalarse por sus mejillas—. Yo ya sé que hay dentro de mí.
—No te estoy entendiendo, Esmeralda, mejor siéntate y dímelo con calma —pidió su amigo sentándose en uno de los sillones.
—Este tiempo que he estado en el castillo me ha servido para comprender muchas cosas. Aprendí que las apariencias engañan, yo no era tampoco quien creía ser. Así mismo, las personas, o mejor dicho, la persona que yo pensé amar, no era realmente a quien yo quería.... A quien yo amo —explicó mirándolo fijamente y sonriendo, el muchacho se comenzaba a poner muy nervioso y sentía que la sangre le hervía.
—¿Estás tratando de decirme que tú...?
—Sí, Ezra, yo... —La muchacha se vio interrumpida por el Rey que entró precipitadamente.
—Buenos días —saludó eufórico—. Seré muy breve, al casarme todas mis propiedades se combinarán con las de la reina Tsukii, eso incluye a la servidumbre —puntualizó mirándolos—. Como entenderán serían demasiados, así que desde ahora prescindimos de sus servicios, tienen hasta mañana para desalojar el castillo —anunció el Rey haciendo una suave reverencia y retirándose.
—¿De qué te ríes? —preguntó Esmeralda mirando a su amigo que sonreía.
—El Rey acaba de despedir a la Reina —comentó alegre—. Es un chiste. ¡Vamos! —se excusó el muchacho—. Oye y... ¿Qué me ibas a decir?
—Yo... —La chica se puso roja en un instante e intentó comenzar a explicar, pero de pronto un pensamiento le llegó a la cabeza: «Esmeralda, llegaremos pronto, vayan a la ceremonia que desde ahí atacaremos» Era Celta que había perfeccionado la telepatía con ella en los último días—. Celta pide que acudamos a la ceremonia.
—No podemos, ya no estamos invitados —recordó el chico.
—No necesitamos invitación si ya estamos en el castillo, además sólo él sabe que ya no somos parte de la servidumbre —explicó la chica—. En mi habitación está todo lo que nos dejó Celta.
—Pues vamos —concluyó el joven abriendo la puerta del estudio.
La ceremonia se llevaría a cabo en uno de los salones del castillo, había sido decorada de una manera esplendida. Todos los ilustres invitados ya estaban ahí, solamente faltaban los novios.
Esmeralda y Ezra bajaron cubiertos por unas capas que ocultaban sus espadas.
—Buen día, Esmeralda, joven Ezra —saludó una empleada que custodiaba la entrada.
—Venimos por unos arreglos florales, su majestad quiere que agreguemos más flores antes de que empiece la ceremonia, iremos al bosque por ellas —explicó la chica tratando de justificar la capa, lo cual no era necesario porque la mujer los dejó pasar muy amablemente.
Dentro del salón se extendía un largo camino de pétalos de distintas tonalidades de blanco y rosa, unas delicadas telas colgaban del techo creando la ilusión de nubes; al fondo un muy anciano Sífniga sonriente, rodeado de nobles que elogiaban la hermosura de la boda; unos músicos en una esquina deleitaban con el arte que propagaban sus instrumentos, mientras que la luz entraba suavemente gracias a las enormes ventanas de cristal que yacían en los costados.
Poco a poco todos fueron tomando su lugar, un instante después de eso, los músicos cambiaron la melodía por una mucho más tranquila. Hizo su aparición el rey Ciro con una capa exagerada color rojo, al lado de él venía la ostentosa Tsukii tomada de su brazo; el vestido de la mujer era verdaderamente sublime, bordado a mano y diseñado por las mejores Avaié en Imperia.
Había muy pocos nobles de Yosai, pero los invitados del otro reino compensaban las ausencias. Esmeralda y Ezra estaban escondidos tras de unas cortinas, esperando el momento adecuado. La corona de Tsukii estaba guardada en la caja de terciopelo que Esmeralda había ido a recoger en persona, cuando los músicos silenciaron, el Sífniga abrió la caja y mostró la corona.
—¡Habitantes de Imperia! —comenzó a decir el Sífniga—. Hoy conmemoramos la unión de dos personas que han...
El discurso fue interrumpido por un estruendoso ruido, todos los invitados se colocaron de pie y, como el salón estaba justo en el segundo piso de la primera torre, arriba de la puerta principal, todos corrieron a asomarse por una de las ventanas. El estruendo se repitió de nuevo, causando que todos dieran un salto. Tsukii miró a Ciro confundida, al tercer estallido los invitados comenzaron a aclarar lo que pasaba.
—¡Quieren entrar al castillo! —gritó uno de ellos, al decir esto el Rey se volteó y de pronto salió Esmeralda apuntándole con la espada, los dos guardias que se encontraban ahí reaccionaron de inmediato, pero Ezra los detuvo con una patada y un par de puñetazos acertados.
—Vete, mientras puedas —le dijo a Tsukii que admiraba todo inexpresiva, dio un paso atrás y se retiró sin decir nada—. ¡Salgan todos! —gritó la muchacha mientras Ezra conducía a la aterrorizada gente fuera de la escena y los colocaba en un lugar seguro—. ¡Me engañaste!
—¿Estás enfadada porque te despedí? ¡Esto es tan absurdo! —le gritó el Rey colorado.
—No estoy enfadada porque me despediste, lo estoy porque me da asco que por mis venas pase también tu sangre —dijo ella frunciendo el ceño—. ¿No sabías? —preguntó la chica mirando la cara de sorpresa en Ciro—. ¡Yo soy tu hermana!
—¡Eso no es cierto! ¡Ella murió ahogada en el río! —gritó el hombre.
—¡No seas cínico! Othel y tú planearon deshacerse de nuestra madre y de nuestro padre y de paso también me condenaron a mí. ¡Asquerosos buitres! —reclamó ella despeinándose por la intensidad de su reproche.
—¡Timadora! —afirmó el Rey mirándola con desprecio.
—Ella tiene una prueba... el collar de tu madre —dijo Ezra que iba entrando de nuevo, la muchacha mostró rápidamente el collar al Rey, el cual se quedó pasmado un momento y después comenzó a llorar.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó consternado.
—Me lo dio ella, lo envió con un mensajero, lo dice todo en esta carta —dijo Esmeralda desdoblando el escrito que traía bien guardado, el joven lo miró por un segundo y se lo devolvió.
—¡Ella es tu hermana! —gritó Ezra al tiempo que se escuchaba un estruendo y un gran alboroto.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó el hombre mirándolos con miedo —. ¿Oro?
—No hablamos de oro, hablamos de justicia —expresó Ezra—. Queremos que le devuelvas la corona.
—¡Yo no tenía idea de lo que estábamos haciendo! ¡Él me dijo que yo podía ser rey! Sabía que tal vez se desharían de mamá, pero jamás pensé que él fuera el culpable de lo de mi hermanita... ¡Othel me dijo que Imperia necesitaba un gran rey! —explicó el joven.
—Sólo buscaba un tonto al cual poder manipular —expresó Ezra bajando su espada.
—¡Dime en dónde está Othel! —gritó Esmeralda con fuerza.
—En la tercera torre, no pueden entrar ahí, él los matará, él...
—¡Lárgate! —ordenó la muchacha desesperada—. ¡Lárgate, ahora! —repitió y el joven salió corriendo.
—Valiente, ¿no? —comentó Ezra mirando como Ciro tiraba la corona al momento de salir—. ¿Por qué lo dejaste ir?
—Él sólo fue usado, después de todo no tiene la culpa de ser un idiota —respondió ella que sentía como si un millón de bombas fueran rompiendo poco a poco el espíritu equilibrado que había conseguido encontrar unos días tras.
Se escuchó una especie de explosión que logró que los amigos miraran por la ventana y admiraron una enorme bola de fuego; sobre una de las torres se encontraban alrededor de cincuenta soldados con arcos y cañones que apuntaban a un tumulto de gente que avanzaba con armas improvisadas por el patio principal. Levantaban sus armas y sus voces causando pavor a cualquiera que estuviese alrededor.
Los muchachos se miraron un segundo y giraron para comenzar a correr en dirección al patio, mientras avanzaban por entre los pasillos sus corazones comenzaban a latir más fuerte. Jamás se habían visto envueltos en una guerra, así que dudaban si podrían enfrentarlo de la manera en la que todos esperaban que lo hicieran, en especial con Esmeralda siendo una futura líder; debía demostrar valentía, valentía que parecía estar ausente.
Cuando dieron la vuelta cerca de la cocina escucharon unos gritos que causaron que se detuvieran y miraran dentro del lugar.
—¡Ezra! ¡Esmeralda! —gritó la señora Fibi que estaba escondida entre un montón de ollas enormes
—¡Señora Fibi! —dijo Esmeralda quitando las ollas de en medio—. ¡Tiene que salir de aquí cuanto antes!
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó la mujer horrorizada.
—Señora Fibi, han tomado el castillo, Ciro renunció a la corona —explicó brevemente el muchacho—. Venga con nosotros, la llevaremos a un lugar seguro.
La señora Fibi asintió con la mirada envuelta en miedo, ambos la tomaron de los brazos; los abrumadores y alarmantes sonidos de ataque parecían anunciar el pronto colapso del castillo, lo cual alteraba cada vez más a la señora Fibi. Los chicos la condujeron a una especie de bodega que se encontraba debajo del castillo, la miraron acongojados por su semblante.
—No se angustie, todo saldrá bien —trató de tranquilizar Ezra a la mujer.
—Mis muchachos, tengan mucho cuidado —expresó ella con preocupación—. No traten de ocultar sus sentimientos, tarde o temprano explotarán y se sentirán invadidos por el miedo —aconsejó la señora sonriendo tiernamente.
—Volveremos en un instante —dijo con cariño Esmeralda y la abrazó, al igual que su amigo, para después continuar su pequeña travesía hacia el patio principal.
Cuando llegaron al punto en cuestión sintieron el calor expedido por el fuego que incendiaba las pequeñas casitas de los sirvientes que salían corriendo despavoridos.
Los muchachos alcanzaron a observar entre toda la gente a Celta que sobresalía con su caballo, pretendían acercarse cuando unos hombres los golpearon con unos largos palos de madera causando que se quedaran tendidos en el suelo inconscientes. Los arrastraron hasta donde se encontraba la pelirroja quien solamente giró los ojos y ordenó le trajeran agua fría del pozo.
—Ellos son de nosotros —explicó al tiempo que los hombres vertían las cubetas de agua fría sobre Esmeralda y Ezra, los cuales se levantaron sobresaltados, empapados y sucios por el lodo y la tierra.
—¡Celta, ellos....! —comenzó a quejarse la chica.
—Ya lo sé —interrumpió Celta haciendo una seña a los otros hombres para que continuaran luchando.
—Están incendiando las casas, no podemos permitirlo —dijo Ezra señalando a los soldados.
—¡Vayan y tomen el caballo de Esmeralda! Avisen inmediatamente a mis capitanes que detengan cualquier ataque —indicó la pelirroja girando de repente hacia donde estaba un grupo de hombres tratando de derrumbar la puerta principal—. ¿Qué pasa con eso? —gritó Celta a los hombres—. ¡No tenemos tiempo! —La muchacha tomó un pedazo de madera que estaba tirado y subió rápidamente a su caballo para incendiarlo con algo del fuego que estaba sobre las casas, después quitó a los hombres y comenzó a quemar la puerta—. ¿Y ustedes qué esperan? —dijo ella a Esmeralda y a Ezra que se quedaron de pie observando la escena—. ¡Vayan por el caballo!
Los muchachos corrieron rápidamente hacia la pequeña puerta por la que entraron para dirigirse a las caballerizas, las cuales estaban muy cerca del campo de práctica del Ejército Rojo. Al entrar, buscaron inmediatamente a Situani, había llegado unos meses atrás.
Esmeralda lo encontró, su box estaba cerrado con candado. Esmeralda pateó la puerta decepcionada, miró alrededor y vio las llaves colgadas en un estante, se acercó rápidamente para tomarlas, pero el nerviosismo del momento hizo que se le cayeran todas las llaves y se revolvieran dejando a Esmeralda temblando para encontrarlas. De pronto escuchó un ruido y el relinchido que produjo Situani cuando Ezra rompió el candado con su espada.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Esmeralda asombrada.
—No tengo la menor idea —confesó Ezra sonriendo mientras sacaba al caballo—. Pero no es tiempo para teorías, hay que correr.
La muchacha asintió y subió al caballo para después ayudar a su amigo, ambos salieron disparados de ahí hacia los campos de práctica. Al llegar notaron que el ajetreo era intenso, había soldados moviéndose de un lado a otro, buscando más municiones o reparando algún arma que se hubiera dañado. Los chicos buscaron con la vista a Iniesto y a Dimitri, cuando los encontraron galoparon a una velocidad tan intensa que los muchachos se sobresaltaron al verlos acercándose.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Iniesto que estaba montado sobre Trinity.
—¡Detengan a sus soldados! —gritó Esmeralda que a esas alturas ya tenía una apariencia extraña, entre fango, tierra y miedo, su rostro lucía bastante decrépito, al igual que el de su amigo.
—¿Por qué, qué es lo que pasa? —cuestionó Dimitri que se acercó con Ánimus.
—Son órdenes de Celta —explicó Ezra—. Estamos tratando de recuperar el trono de Esmeralda.
—¿El trono? —dijeron los chicos al mismo tiempo.
—Es una muy larga historia que les contaré después, pero ahora necesito que detengan el ataque lo más rápido posible —indicó Esmeralda causando que sus amigos se miraran como pidiéndose autorización el uno al otro.
—¡Soldados! —gritó Dimitri causando que todos se quedaron en súbito silencio.
—¡Cambiaremos de facción! ¡Envíen la instrucción de inmediato! —ordenó Iniesto recibiendo una reverencia por parte de los soldados.
—¿Quién es el enemigo, capitán? —preguntó un soldado inexpresivo.
—Busquen a Ciro —indicó Dimitri guiñándole un ojo a Esmeralda —. Él ya no es el rey.
—¡A la orden, capitán! —dijeron al unísono los soldados y el ajetreo regresó de inmediato.
—Gracias —expresó Esmeralda—. Tenemos que volver.
—Nosotros cubriremos sus espaldas —concluyó Iniesto. Y Esmeralda, junto con Ezra, partieron de regreso.
Entraron al castillo con Situani, las puertas de ese lado eran muy grandes, así que no tuvieron dificultad alguna. Repentinamente se escuchó un estrepitoso ruido como de madera cayendo, habían logrado derribar la puerta, así que los pasillos se inundaron con ríos de personas provenientes de Alúan, Farblán y otras regiones que se unieron a la batalla en el camino. Todos derribando cuadros, rompiendo floreros y haciendo todo tipo de destrozos, tratando de sacar el enorme sentimiento de odio que tenían reprimido desde hacía mucho tiempo.
Cuando menos se dieron cuenta, Esmeralda y Ezra se encontraban rodeados de gente, solamente lograban resaltar gracias a Situani. Avanzaron con cuidado por el pasillo sin saber a dónde dirigirse; entre el alboroto miraron a lo lejos unas escaleras, era la entrada a la tercera torre. Esmeralda recordó de inmediato lo que dijo Ciro, así que no dudó ni medio segundo para dirigir a Situani hacia ellas.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó Ezra al mirar cómo Esmeralda bajaba de Situani para subir las escaleras.
—¿Qué parece que hago? —respondió bruscamente la muchacha.
—¡Esmeralda! —gritó el chico—. Es muy peligroso —comentó bajándose del caballo—. No puedes ir sola.
—Entonces vamos a enfrentar a ese desgraciado —dijo la muchacha decidida tomando la mano de su amigo.
Subieron por unas extensas escaleras que comenzaban iluminadas, pero a manera que continuaban se tornaban sombrías y tenebrosas. Las escaleras desembocaban en un largo pasillo lleno de extrañas reliquias colgadas en la pared, todas poseían un aire algo inquietante. Había un ojo encerrado en un triángulo que los miraba caminando, a los dos les invadió un terrorífico escalofrío, en realidad, era la primera vez que tenían tratos con Othel, el misterioso hechicero de la familia.
Había una máscara de jade colgada junto a una pared, llamó la atención de la chica, así que se acercó a ella lentamente y, al tocarla, la pared se movió y dejó ver la entrada a otras escaleras que se desarrollaban hacia abajo. Desde el fondo salía un resplandor azul eléctrico que inquietó a los muchachos, bajaron con cuidado por las escaleras. Mientras más se iban acercando sus almas comenzaban a sentir que se desvanecían debido al miedo.
Iniesto y Dimitri avanzaron junto con su ejército al patio principal, notaron como los ciudadanos ya se habían salido de control. Los restos de la puerta que la pelirroja líder había quemado todavía ardían en llamas, así que tuvieron que esquivarlos con sus caballos. Algunas personas habían tomado éstos restos en combustión a manera de antorchas para comenzar incendios dentro del castillo.
Los jóvenes guerreros dieron instrucciones a sus soldados para que impusieran el orden entre los descontrolados habitantes del reino y, mientras tanto, se acercaron a su General que se encontraba en el centro del patio mirando el bosque, con una mirada sorprendida como si hubiera visto algo impresionante.
—General —dijo Dimitri llegando con Ánimus a su lado—. Enviamos ya a nuestros soldados a ayudar a sus hombres.
—¿Qué? —preguntó ella agitando su cabeza.
—¿Se encuentra usted bien? —cuestionó Iniesto sorprendido por el comportamiento de la joven.
—Por supuesto que lo estoy —respondió Celta mirándolo bruscamente—. ¿En dónde están sus soldados? —preguntó recuperando su tono severo.
—Los hemos enviado a que impongan el orden adentro del castillo —explicó Dimitri—. Después nos ayudarán a encontrar a Ciro.
—¿Por qué? ¿Esmeralda y Ezra no lo detuvieron ya? —interpeló la líder frunciendo el ceño.
—No, no sabemos lo que sucedió en verdad —dijo Iniesto mirando de reojo el castillo—. Pero conociéndolo bien, no creo que haya huido tan rápido.
—General Celta, creo que sabemos en dónde podría estar —expresó Dimitri intercambiando una mirada de complicidad con su amigo.
—¿Entonces qué hacen aquí? —preguntó la pelirroja mirando a un grupo de soldados que se encontraban a lo lejos—. ¡Soldados! —El pequeño grupo la reverenció y se acercaron corriendo—. Acompañen a sus capitanes a donde les digan, recuerden que ya no estamos a las órdenes de Ciro Constela.
—¡De inmediato, General! —gritaron los soldados y los amigos avanzaron con sus caballos al interior del castillo.
Esmeralda se desplazaba lentamente con su amigo, hasta que el resplandor azul estaba demasiado cerca. Se asomaron por una puerta de madera por la que parecía irradiar la luz, vieron a Othel que desprendía ese extraño resplandor por cada poro de su ser; sus ojos y su boca también mostraban esa inquietante luz que daba la apariencia de fuego. El hombre tenía los brazos extendidos y, en el centro de la habitación, yacía un círculo dibujado con cera de vela, él se encontraba en el medio de éste. El hechicero cerró los ojos y los puños y el resplandor desapareció, se quedó un momento de pie y tomó una bocanada de aire.
—¿No saben que espiar es una descortesía? —preguntó Othel dándole la espalda a la puerta para buscar algo en una de las mesas llenas de pociones e instrumentos desordenados que había en la habitación.
—¡Usted mató a mis padres! —gritó Esmeralda dejándose llevar por el impulso del momento y lanzándose contra él, lo cual provocó que el hombre se volteara repentinamente y le propinara una bofetada que la tiró al suelo. Esmeralda se levantó rápidamente, su boca sangraba debido al anillo de oro con joyas que Othel llevaba siempre, el cual le hizo recordar la tarde en la que lo vio por primera vez en Noif.
—¡No se atreva a tocarla de nuevo! —gritó Ezra que había sacado su espada para atacar.
—No intentes hacerte el valiente conmigo, niño —dijo Othel moviendo su mano de manera extraña causando que el muchacho cayera al suelo y comenzara a retorcerse, como si algo dentro de él lo estuviera desgarrando.
—¡Déjalo! —exigió Esmeralda mirando con horror lo que sucedía, se levantó rápidamente y trató de sacar su espada, pero solo recibió otro golpe por parte Othel.
—Querida Esmeralda, debí haberlo sospechado desde hace mucho tiempo —dijo el hechicero caminando alrededor de la maltrecha muchacha—. Pero cómo saberlo, si eras egresada del Coralli.
—¡Por favor, deténgase! —dijo llorando la chica al ver a su amigo gritando de dolor.
—Llevabas en la sangre la impetuosidad de tu padre y la integridad de tu madre, simplemente una líder de nacimiento —continuó el hombre como si nada estuviera pasando—. No te preocupes, Tsukii será mejor reina que tú, ella es... Controlable.
—¡Ella se fue! ¡Ciro también! —gritó Esmeralda causando que Othel la mirara extrañado y se volteara hacia Ezra.
—¿Tú sabías algo de esto? —preguntó con un tono burlón al muchacho el cual solamente lo miró implorante—. Los dos no se comportaron conforme a su título... Mis dulces sirvientes. ¿Una rebelión? No tienen ni idea de la altura que yo tengo comparado con ustedes. Llevo una ventaja absoluta, si hubieran pensado un poco mejor las cosas...
—¡Es un monstruo! —vociferó la joven que ya no podía parar de temblar. Othel soltó una carcajada y la miró con ojos pérfidos.
Los soldados del Ejército Rojo avanzaban siguiendo a sus capitanes, los cuales se dirigían a una sala en particular que no muchos conocían: una enorme bóveda en donde se guardaba todas las riquezas del reino, millones de niros, oro, joyas, todo tipo de piezas valiosas.
Ahí, con un cofre en sus manos, se encontraba Ciro seleccionando lo que se llevaría en su huída del reino, a su lado estaba Tsukii, inexpresiva como siempre. Dimitri e Iniesto llegaron rápidamente, gracias a sus caballos, al entrar a la bóveda Ciro se sorprendió, los miró un segundo y luego sonrió.
—¡Vamos! Ayúdenme con esto, encuéntrenme un par de rubíes —dijo el joven confiando en que los soldados se encontraban a sus órdenes, pero en vez de recibir la obediencia inmediata, como siempre. Éstos solamente miraron extrañados a sus capitanes, los cuales bajaron de sus caballos y se colocaron frente a Ciro.
—Ya no estamos a su servicio, "majestad" —expresó Dimitri haciendo un énfasis irónico en la última palabra.
—¿Cómo que no? ¡Ustedes juraron sobre la corona que honrarían a su rey! —exigió el hombre sintiéndose ofendido.
—Exactamente —afirmó Iniesto—. Pero usted ya no es el rey de Imperia.
—Ahora servimos fielmente a nuestra reina... Esmeralda —completó sonriente Dimitri.
—¡Traidores! ¡Esto les costará la cabeza! —gritó Ciro tratando de cerrar su cofre para irse. Dimitri e Iniesto solamente soltaron una pequeña risa y miraron de reojo a sus soldados que de inmediato tomaron de los brazos a Ciro y le quitaron el cofre, de pronto se escuchó el ruido de un galope y de golpe entró Celta en su caballo.
—Miren nada más a quién tenemos aquí —dijo ella sonriendo al verlo sujetado por los soldados—. Infeliz, asqueroso, no eres más que un intento de rey.
—¿A dónde lo llevamos, General? —preguntó uno de los soldados que sujetaba a Ciro.
—Al calabozo más putrefacto que poseamos —respondió Celta mirando a Ciro con una intensidad que lo hacía sentir casi avergonzado. Tsukii los miró a todos y como notó que nadie le prestaba suficiente atención comenzó a acercarse a la puerta.
—No tan rápido, señorita. —La detuvo Dimitri colocándose en la puerta—. Creo que usted también debe una corona.
—Yo no soy de este reino, ni siquiera se me alcanzó a coronar —replicó ella adoptando una posición autoritaria.
—Tal vez no aquí... ¿Le suena el nombre de Shinzo Asaki? —recordó el rubio chico causando una mueca de sorpresa en la joven que trató de huir nuevamente—. Me parece que tiene que darle una explicación a su gente. —La Reina lo miró con pesar y él simplemente sonrió al traer de nuevo a su mente el recuerdo de Shinzo.
Othel los miraba como a un par de bichos, jugaba con Ezra como si fuera un juguete y cada vez que Esmeralda intentaba levantarse era abofeteada por el hombre que le iba quitando más energía y lo más importante, más ganas de continuar peleando.
—Pensándolo bien, creo que hicieron lo correcto —dijo Othel sonriendo—. Han resuelto mi peor problema, sólo un heredero directo podrá obtener la corona, pero ya se deshicieron de Ciro y en un segundo me desharé de ti y, esta vez, nadie podrá sospechar nada—expresó dirigiéndose a Esmeralda—. Maté a tu padre, a tu madre, no hay nadie en la línea de sucesión, solamente quedo yo —rió el hombre mientras estiraba la mano para que Ezra dejara de retorcerse y pudiera darle una patada —. Gracias muchachos, en verdad.
—¡Eres un infeliz! —le gritó Esmeralda llorando mientras se arrastraba hasta su amigo.
—Y tú eres una niña muy tonta, creíste que todo era tan sencillo —se burló el hechicero caminando hacia la mesa nuevamente, el hombre tomó una daga y comenzó a limpiarla—. Muy bien —comenzó a decir más lentamente—. Fue un gusto haberte conocido, Esmeralda. —El hombre levantó la daga para enterrársela a la muchacha, la cual soltó un grito ahogado al no encontrar salida; cerró los ojos y se resignó, cuando de pronto, las antorchas que iluminaban la habitación se apagaron al mismo tiempo.
Othel bajó la daga interrumpiendo su cometido, todo comenzó a temblar suavemente y de la nada se empezó a crear una fría neblina. Una escalofriante imagen hizo su aparición, se trataba de una mujer delgada con cabello largo, apariencia demacrada y ojos carentes de pupila
—¿Qué es eso? —preguntó Esmeralda a su amigo que apenas se estaba recuperando.
—Creo que es...
—¡Ebo! —completó sin querer el hechicero que cambió su semblante burlón por uno de pánico total.
—Othel —dijo una voz petrificante que provenía del fantasma—. Tú... Un campesino pobre, me has pedido que te convierta en el hechicero más poderoso del reino, ahora he venido por mi pago.
—El reconocimiento del hecho que en error se convirtió y cuyo damnificado fue el enemigo —recordó Esmeralda, la chica se quedó un momento pensativa. «Cuyo damnificado fue el enemigo», repitió para sí misma—. ¡Othel! ¿Qué sabes sobre el arresto que hubo hace unos años de algunos nobles del castillo? —gritó la chica tratando de armar aquel rompecabezas.
—Casi me descubría Sáfano —confesó Othel que a esas alturas no sabía la razón por la cual contestaba la pregunta—. Tuve que darle una lista de nobles que antes vivían en el castillo para culparlos a ellos de planear su asesinato.
—Por eso se llevaron sin explicación a tus padres —concluyó Esmeralda mirando a Ezra—. Esa fue tu acción, Othel, necesitas recibir el perdón para reconocerlo. —Todos se miraron confundidos hasta que comprendieron lo que significaba la petición de Ebo, el muchacho soltó unas lágrimas al enterarse de que tenía enfrente al culpable de que sus padres murieran. Tomó un poco de aire y lo miró asintiendo mientras comenzaba a llorar.
—Te perdono —dijo con dificultad Ezra extendiendo su mano. Othel lo miró con repulsión.
—No necesito el perdón de nadie —declaró él causando que Ebo produjera más luz, el fantasma abrió su boca de manera descomunal y de sus adentros comenzó a salir una especie de fuego color blanco, dicho que cayó sobre Othel y comenzó a quemarlo vivo. Los gritos que soltaba el hombre eran desgarradores, Ebo no se detuvo hasta que de Othel solamente quedaron las cenizas, después ella inclinó su cabeza y comenzó a llorar, poco a poco se fue desvaneciendo dejando solamente una traumática imagen en la cabeza de los chicos.
—Ezra —dijo Esmeralda—, lo ibas a perdonar.
—No tienen caso los rencores —contestó el muchacho limpiándose las lágrimas.
De inmediato los invadió una sensación de paz, como si ya todo estuviera bajo control, ambos se levantaron con dificultad y comenzaron a subir las escaleras. Se encontraban justo a la mitad cuando Esmeralda se detuvo mirando a Ezra.
—Jamás te dije lo que te quería decir, es que... Es complicado —comenzó a tartamudear la chica—. Es que yo... Bueno, hace un tiempo que yo... —El chico le sonrió y la tomó de la cintura para darle un dulce beso que interrumpió su torpe frase.
—Yo también siento lo mismo —dijo el muchacho y los dos soltaron una pequeña risa nerviosa—. Vamos donde los demás —propuso él y ella asintió.
Ciro ya se encontraba prisionero, al igual que Tsukii, la cual se quedaría hasta que la corte de Yosai llegara a aclarar el asunto de su corona ilegítima. Iniesto, Dimitri y Celta encontraron a Esmeralda y Ezra casi de inmediato, los cinco acudieron a un llamado por parte de un soldado que encontró algo muy importante: la prisión de las sirenas.
Aquel pequeño cuarto de hielo con una pileta fue irrumpido por los héroes y unos cuantos soldados, admiraron a las tres sirenas que se encontraban en pésimas condiciones, casi desfalleciendo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Celta señalándolas con su espada.
—¡Ya no les diremos nada! —gritó una de ellas desesperada.
—No queremos lastimarlas, ¿quiénes son ustedes? —repitió Esmeralda angustiada.
—Somos de la tribu Zelvian —explicó otra de las sirenas que parecía mucho más paciente.
—Poseen la habilidad de leer el futuro —comentó Celta comprendiendo la razón por la que estaban ahí.
—¿Quién las trajo aquí? —preguntó Iniesto mirando alrededor como buscando una respuesta en el aire.
—¡El rey Ciro! —gritó la última sirena que parecía mucho más enojada que las otras.
—Él ya no es el rey —comenzó a explicar Dimitri—. Ahora pertenece a los prisioneros de la reina Esmeralda.
—¿Esmeralda? —preguntó una de ellas—. ¿Esmeralda Sofía? —expresó desconcertada.
—No tenemos tiempo para explicaciones. ¡Dimitri! ¡Iniesto! —dijo Celta mirando a sus capitanes—. ¡Libérenlas de inmediato! —Los hombres caminaron hacia donde estaban las cadenas y las rompieron de un golpe con su espada, las sirenas comenzaron a nadar con dificultad por la pileta—. Serán transportadas a la brevedad posible a los ríos de Imperia.
—¡Gracias! ¡Muchas gracias! —expresaron ellas regocijándose en su libertad. Celta les hizo una pequeña reverencia con la cabeza y después miró a Esmeralda con orgullo.
—Es hora de que le des una explicación a tu pueblo —dijo la pelirroja sonriéndole.
Los soldados se encargaron de ayudar a las sirenas, mientras tanto Dimitri e Iniesto se dedicaron a dar órdenes a sus soldados para que llevaran a toda la gente bajo el Gran Balcón de la habitación real, a la cual se dirigían Ezra, Esmeralda y Celta.
La muchacha caminaba lentamente pues todo el cuerpo le dolía, aún sangraba un poco su labio y su frente. Se llevó las manos al cuello, sintió entonces su piedra del destino que traía colgada, junto con el collar de su madre, la miró uno segundos, entonces lo entendió todo. En la parte de la derecha una flecha, del izquierdo una corona, «la batalla y la corona», pensó comprendiendo los primeros dos símbolos; después miró las dos «E» que estaban en la parte superior e inferior. La primera «E» representaba, sin duda alguna, su mismo nombre: Esmeralda. Pero la segunda «E», ¿a quién pertenecía? Pensaba en todo esto cuando su amigo la tomó de la mano causando que la muchacha lo mirara sorprendida y él le dirigiera una sonrisa.... Era de Ezra.
Los chicos llegaron al Gran Balcón, desde ahí admiraron a mares de gente que poseían una mirada confundida, esperando una respuesta por parte de ellos, algo que resolviera sus dudas sobre el Rey y todo lo que había sucedido en las últimas horas. Celta le sonrió y le hizo una seña con la cabeza para que diera un paso al frente y comenzara a hablar.
—¡Habitantes de Imperia! —inició diciendo Esmeralda, que no sabía con certeza si lograría dar aquel discurso correctamente—. ¡Yo...!
—¿Y el Rey? —interrumpió un hombre que levantaba su brazo con furia y recibía un «¡Sí!» por parte de todos los demás.
—¡Él, bueno... Resulta que él...!
—¿Quién eres tú? —preguntó otro hombre interrumpiendo nuevamente la extraña explicación de Esmeralda.
—¿Yo? ¡Yo soy, bueno....!
—¡Ella es Esmeralda! ¡Ella es Esmeralda Sofía Constela Viré! ¡La legítima reina de Imperia! —gritó Celta desesperada porque la gente no dejaba hablar a su amiga.
—¿Qué pruebas tiene? —preguntó el primer hombre dudando de la procedencia de la muchacha, la cual se descolgó el collar de su madre y lo mostró causando conmoción entre todos los presentes.
—¡Habitantes de Imperia! —inició nuevamente Esmeralda tomando un poco de aire para armarse de valor—. ¡Ciro ha renunciado a la corona! ¡Él jamás volverá a tocar un solo niro propiedad del reino! ¡No volverá a aprovecharse de nosotros! —Todos se quedaron en silencio sin mostrar señales de aprobación o desaprobación, así que la muchacha siguió hablando—. ¡Un gobernante no es un líder si no piensa en su gente! ¡Yo fui engañada por Ciro y no pude ayudar a las dos regiones que conocí aquel día en el que me percaté de que todos éramos parte de un juego de títeres en el que Othel y Ciro movían los hilos de cada uno de nosotros! ¡No los dejaré! ¡Defenderé los derechos de Alúan y de Farblán, porque yo misma provengo de Alúan, mi amigo proviene de Alúan, hemos vivido en las condiciones en las que se tiene a esas dos regiones!
—¿Quién nos asegura que podremos confiar en usted? —gritó una mujer que parecía estar en muy malas condiciones. Esmeralda se quedó pensando un momento tratando de encontrar alguna razón coherente, miró de reojo a sus amigos y después miró a la gente que se encontraba abajo.
—¡Confiar es algo muy difícil, en especial cuando no conoces a esa muchacha que está hablando en aquel balcón, cuando no sabes si dice la verdad o solamente inventa palabras para tomar una corona que no le pertenece! ¡No puedo probar nada, no puedo mostrar que soy pura en proclamación, porque el alma no se puede mostrar! Solamente les puedo decir que desde este momento entrego todo mi ser a ustedes, mi alma y mi vida, cada uno de mis pensamientos serán dirigidos a los que padezcan hambre, sed; que nadie más mendigará en las calles porque cada hora de mi vida la enfocaré en ayudar a los demás. No hay una mejor manera de pasar el resto de mi vida que ayudando a que se cultive el alma de otras vidas. Jamás se inclinen ante mí, porque he comprendido que a veces hay que inclinarnos ante la vida, ella... Merece todo nuestro respeto —concluyó la muchacha haciendo una enorme reverencia ante la gente que se encontraba bajo ella.
—¡Salve la reina Esmeralda! —proclamó el primer hombre que había causado todo el alboroto; la muchacha sonrió aún inclinada y después subió lentamente su cabeza para recibir una suave y tibia brisa que movió todos sus cabellos y sus sentidos.
—¡Larga vida a la reina Esmeralda! —gritó Ezra causando que los demás comenzaran a vitorear a la joven gobernante.
La alegría comenzó a inundar a la gente, como si aquella brisa los hubiera hecho percatarse de que podían confiar en ella; la época en la que Imperia se encontraba bajo el injusto mandato de Ciro había terminado.
La coronación de Esmeralda se dio unos pocos días después de que la corte de Yosai se llevara a Tsukii como prisionera y que se condenara oficialmente a Ciro por los crímenes cometidos. Las pocas cenizas de Othel fueron enterradas en el cementerio de Nitris. Cuando la reina Mickó falleció, aquel cementerio se llenó de flores, dichas que representaban cada acción buena que había realizado; la lápida de Othel se encontraba completamente vacía, hasta que una delicada mano colocó una pequeña flor junto a ella.
—Porque al menos, gracias a todo esto, conocí a mis amigas del Coralli, a mis maestros, conocí a Ezra; supe lo que era la vida desde otra perspectiva, aprendí mucho más de lo que hubiera hecho solamente siendo una princesa —explicó Esmeralda mirando la lápida recordando todo lo que había pasado en esos años—. Mamá tenía razón, todo ocurre por una razón. ¿No es así?
UN AÑO DESPUÉS
Era un precioso día en Nitris, el aire soplaba de una manera increíble, pues la pureza se podía percibir con sólo inhalar un poco de ésta. El castillo de Imperia se encontraba más imponente y hermoso que nunca, ahora la puerta siempre estaba abierta, al igual que el palacio del rey Hibresto en Noif. Ya no había rastro de los daños creados por aquella batalla que llevó a los habitantes del reino a conseguir su libertad.
Se encontraban dos guardias del Ejército Rojo junto a la puerta, encargados solamente de anunciar a los visitantes, entró un sencillo carruaje que mostró una elegante invitación. Los soldados sonrieron como indicando que no era necesaria, preguntaron el nombre del visitante y uno de ellos entró al castillo. El carruaje siguió su curso hasta la puerta principal en donde bajó el visitante; admiró a un montón de sirvientes que se movían de un lado a otro cargando flores con sus rostros llenos de alegría, como si estuvieran realmente disfrutando lo que hacían. Se sintió feliz al notar el ambiente tan ameno que envolvía al castillo; subió por un par de escaleras guiado por uno de los guardias que lo condujo con placer hasta el punto al que quería llegar: la habitación real.
—Majestad —dijo el guardia sonriente a una hermosa joven de ojos verdes, cabello rizado y oscuro y una tersa piel blanca; sobre su cabeza yacía una sencilla corona que sostenía un largo velo blanco. Traía puesto el vestido más hermoso que uno jamás se pudiese imaginar, a pesar de no ser tan lujoso, como solían ser los de la realeza, era simplemente perfecto. Junto a ella, arreglando una parte del vestido blanco, una joven de su misma edad de finas facciones y cabello rubio.
—Señor, es un honor tenerlo aquí —expresó la mujer sonriéndole al anciano joyero que conoció una vez.
—El honor es todo mío, señorita Esmeralda —respondió el anciano hombre que sostenía una caja de terciopelo entre sus manos—. Le he traído un regalo de bodas, espero que sea de su agrado.
—Mi señor, no tenía que traerme nada —contestó sonriente mirando a la joven que se encontraba a su lado—. Jamié, permítenos un momento, por favor. —La orgullosa Avaié solamente le dirigió una falsa sonrisa y se retiró.
Esmeralda soltó una pequeña risita traviesa y caminó hacia su invitado, recibió la elegante caja y la abrió con impaciencia; dentro admiró una hermosa corona de plata, con finos detalles en la parte frontal, pero cuyo principal atractivo era una enorme esmeralda colocada en el centro—. Esto es demasiado, yo...
—Es, de nuevo, una cortesía de la casa —repitió lo mismo que dijo cuando le regaló un dije de esmeralda—. Ahora podrá usar su propia corona y no la de su madre.
—Creo que más que una antigüedad representaba una historia —explicó amablemente la joven Reina.
—Es muy cierto, majestad, aunque pienso que es mejor que sus futuros hijos puedan decir lo mismo de ésta corona y no de la de su abuela —comentó el anciano sonriendo—. Su historia, majestad, es algo que merece su propia reliquia.
—Muchísimas gracias —agradeció ella sonriente—. ¿Me hace el honor de colocármela? —El anciano contento le retiró con cuidado la corona de la reina Mickó para colocarle su nueva corona de esmeralda.
—Se ve usted bellísima —halagó el hombre mirando a la muchacha admirarse en el espejo—. Estoy seguro de que su prometido tendrá ese mismo pensamiento.
Esmeralda sonrió y se ruborizó un poco, después de unos minutos el anciano se retiró y Jamié continuó colocando los últimos detalles a su vestido de boda.
Había mares de invitados, desde el más sencillo de los trabajadores hasta los reyes dirigentes de las otras regiones, todos tratados de la misma manera por los anfitriones de la ceremonia; entre los invitados había uno muy distinguido: Seo. El enorme perro paseaba libremente por entre los invitados, tirando floreros a su paso e incluso a algunas personas, el travieso amigo buscaba a alguien en particular; corrió ágilmente por entre los miles de lugares para llegar al frente en donde se encontraba su objetivo: Ezra.
—Hola, amigo. ¿Vienes a felicitarme? —preguntó el muchacho sonriente acariciando a su peludo compañero—. Mira todos los destrozos que has hecho.
—¡Seo! —gritó una voz familiar que venía correteando al revoltoso perro.
—Señora Fibi —dijo Ezra dirigiéndole una fresca sonrisa—, no la veo desde la mañana.
—¡Pero mírate qué guapo estás, mi muchacho! —comentó ella admirando al chico que se dio la vuelta de manera cómica—. Estoy tan orgullosa de ustedes.
—Disculpe, señor, una mujer quiere hablar con usted —interrumpió un soldado que se acercaba con una señora que traía una túnica color salmón.
—¿Cómo se encuentra el día de hoy, majestad? —saludó en tono cómico Mim que había llegado desde Alúan.
—¡Señora Daar! —expresó contento el chico mientras la abrazaba— ¡Qué alegría que por fin aceptara venir a vivir con nosotros!
—Bueno, comenzaba a sentirme un poco sola —comentó sonriente la señora—. Pero veo que aquí hay muchísima compañía —dijo agachándose para acariciar a Seo.
—Disculpen, la ceremonia ya va a dar inicio, si gustan ir pasando a sus lugares —anunció una joven Sífniga de cabello rosa, aquella que se había graduado hace poco del Coralli y había sido invitada especialmente para la boda de los Reyes.
—Por supuesto, muchas felicidades, Ezra —concluyó Mim dándole un abrazo.
—Cuídala bien, muchacho —le dijo la señora Fibi sonriéndole al tiempo que tomaba a Seo para irse a sentar en su lugar.
Por alguna razón la luz que invadía el lugar cambió de tonalidad, una un poco más rosa de lo normal.
El largo pasillo captó las miradas de todos, pero en especial la de Ezra que se encontraba de pie junto a la Sífniga, al final de éste, se encontraba Esmeralda caminando hacia él con ese precioso vestido blanco y su corona resplandeciendo entre todo su conjunto. La tomo de la mano cuando por fin se encontraba lo suficientemente cerca, lo suficientemente cerca para cortar su respiración. Junto a Ezra se colocaron Dimitri e Iniesto con las pequeñas cajas que guardaban los anillos, todos mostraban unas sonrisas tan sinceras que hacían que el ambiente se llenara de alegría. Esmeralda y Ezra se miraron por un segundo y después dirigieron sus miradas hacia Cindél, al igual que todos los invitados.
—¡Bienvenidos sean todos ustedes! —expresó la joven Sífniga—. Hoy nos encontramos aquí para presenciar la unión de dos almas que fueron destinadas desde el momento en el que ambos tocaron esta tierra. Es curioso cuando la vida nos guía a través de millones de caminos para que terminemos en alguno que ya habíamos recorrido antes. Necesitábamos observar más opciones para entender que lo que ya teníamos era justo lo que encajaba con nosotros, la pieza esencial del rompecabezas. Un matrimonio debe ser el equilibrio entre el sentimiento y el juicio, en el momento en el que uno de los dos empuje al otro será cuando todo comenzará a irse a pique... ¡Su majestad, reina Esmeralda Sofía Constela Viré Daar!
—La escucho, Sífniga —respondió la joven sonriendo debido a la extensión de su nombre.
—Una esposa posee, al igual que una reina, un corazón justo y sensato que intentará guiar a ambos por un camino de bondad y éxito. Esmeralda, tu principal virtud será la serenidad, cuando la tormenta intente agitar las situaciones, tú serás aquella que calme y provoque un sentimiento de paz en los demás, un sentimiento que recorrerá a tu esposo, a tus hijos y a ti misma para brindarles fuerza.... ¡Ezra Oku!
—La escucho, Sífniga —contestó el muchacho mirando a Esmeralda con cariño.
—Un esposo debe mantener una gran estabilidad durante todo el matrimonio, por lo tanto, tu principal virtud deberá ser el cariño. Un esposo que brinde amor y comprensión a su familia será, indudablemente, la mejor cabeza de familia que cualquiera pudiese siquiera imaginar. En complemento con las virtudes de tu esposa criarán a la familia más noble de Imperia.... Esmeralda, ¿te comprometes a vivir con rectitud, amar con intensidad y obrar con bondad al lado de este hombre?
—Me comprometo, Sífniga —declaró la joven Reina sonriente.
—Ezra, ¿te comprometes a vivir con rectitud, amar con intensidad y obrar con bondad al lado de esta mujer? —preguntó Cindél mirando al muchacho.
—Jamás podré estar más seguro de decir que sí, Sífniga —respondió él dejando admirar una sincera sonrisa. Iniesto y Dimitri se acercaron y le dieron los anillos a Esmeralda y a Ezra respectivamente.
—Escuchemos a los novios —indicó la joven Sífniga y todas las miradas se fijaron en Esmeralda.
—Ezra... A pesar de que ha pasado todo este tiempo, no encuentro aún las palabras para decirte lo que siento por ti. Eres la persona que me hace reír de una manera descomunal, la que me escucha cuando estoy a un segundo de desfallecer; eres mi mejor amigo, y a pesar de eso no puedo evitar que mi corazón lata tan rápido cuando te veo, que se me escape una risa cuando te escucho, eres simplemente perfecto para mí —expresó nerviosa Esmeralda—. Sólo puedo decirte que... Te amo. —La muchacha le puso la sortija al chico.
—Esmeralda, jamás pensé que esto sucedería, cuando nos conocimos, tenía el presentimiento de que estaríamos juntos para siempre, pero jamás pensé que harías que mi cabeza y mi corazón dieran vueltas todo el tiempo... Creo que debí haberme dado cuenta un poco antes, aunque no me arrepiento de nada, porque de ahora en adelante compartiremos el resto de nuestras vidas. Me encanta estar contigo porque nuestro amor es algo simple, sin presiones, sin un protocolo. Somos libres porque nos conocemos desde hace tanto que ya somos transparentes. Créeme que jamás dejaré de amarte como lo hago ahora o, tal vez, como lo hice siempre —dijo Ezra colocándole la sortija a su nueva esposa.
—Ezra, además de convertirte hoy en esposo, te conviertes también en un rey —dijo Cindél girándose para recibir una corona que sostenía Jamié, sonaron unas trompetas—. Ustedes han solicitado que no se le entregue ofrenda alguna al nuevo Rey, pero, al igual que sucedió en la coronación de nuestra Reina, el pueblo ha decidido ofrecerles la espada tradicional de los reyes, porque sabemos que reinará con tanta sabiduría como lo ha hecho nuestra Reina hasta ahora —pronunció la Sífniga y Jamié se acercó para entregarla—. Ezra Oku, la corona es tu destino, el reino solicita tu buen juicio, implora tu benevolencia, el pueblo espera tu grandeza. Tu esposa te ha otorgado el honor de ser rey, el nuevo rey de Imperia —expresó Cindél extendiéndole la espada, para después colocarle la que antes era la corona del rey Sáfano—. Esperamos que algún día la llene. Desde ahora son marido y mujer... ¡Larga vida al rey Ezra! ¡Larga vida a Imperia! —afirmó Cindél sonriendo, Ezra y Esmeralda se dieron un dulce beso y todos aplaudieron—. ¡Reino de Imperia! ¡Ellos son sus Reyes! ¡Su majestad, la reina Esmeralda Sofía Constela Viré Daar de Oku! ¡Y su majestad, el rey Ezra Constela Oku!
—¡Larga vida a la reina Esmeralda! —gritó el pueblo—. ¡Larga vida al rey Ezra! —ambos comenzaron a avanzar entre el pasillo, pronto se vieron rodeados por personas que los felicitaban y los abrazaban. En ese año Esmeralda había demostrado que era una líder justa, ganándose así el cariño de su pueblo.
—¡Esmeralda! —gritó una vocecilla que pronto fue reprendida con una frase: «Ahora es la Reina».
—¿Diesta? —preguntó admirando a la pequeña niña a lo lejos—. ¡Diesta!
—¡Esmeralda! —sonrió ella abrazándola—. No sabes cuánto te he extrañado.
—¡Yo también!
—Ahora eres una reina, siempre lo supe, ojalá que nos dirijas con prudencia —dijo la niña recibiendo otra llamada de atención por parte de Nana que se acercó.
—¡Diesta! —expresó enojada la mujer—. Su majestad, yo...
—¡Nana! —gritó Esmeralda abrazándola—. No seas formal conmigo, por favor... Pero pasen al gran salón. Mis amigos Kuri y Wolt son los mejores Uvruam de toda Imperia y se ofrecieron a preparar mi banquete de bodas.
—Gracias querida, ha sido un placer verte —se despidió Nana empujando ligeramente a Diesta que soltó una risita. Esmeralda se disponía a girarse cuando a lo lejos vio a alguien que no veía desde hacía mucho tiempo: el profesor Dahen.
—¿Profesor? —preguntó ella al anciano que la miró sonriente.
—Así es —afirmó el hombre levantándose con dificultad—, soy tu viejo profesor.
—Me da mucho gusto verlo —expresó Esmeralda.
—A mí igual, es un placer ver que una de mis alumnas terminó siendo la reina de Imperia —dijo el profesor Dahen caminando junto a ella al salón—. Eres igual a tu madre.
—¿Lo soy? —preguntó ella sonriente.
—Por supuesto, la conocí por muchos años. Fresca, bonita, justa e inteligente, una mujer espléndida —declaró el hombre mirándola—. Y tu padre era el Rey más sensato que jamás había conocido, su sola presencia imponía en cualquier lugar.
—Espero algún día ser como ellos.
—Mejor espera completar un día lo que eres ahora, así podrías incluso superar el cómo eran ellos —concluyó el anciano entrando al castillo y dejando a la muchacha pensativa.
Miró el interior del gran salón, admiró la felicidad que poseían todos en sus rostros y, a lo lejos, vio a Ezra esperándola en una mesa, así que entró no sin antes tomar un poco de aire y sonreír desde el alma.
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-Sweethazelnut.
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