72. El poema de Kimiosea


Comenzó a pasar el tiempo aceleradamente, semana tras semana, cada una de las pesadas clases terminaba para dar paso a más actividades atareadas.

Llegó un fin de semana como cualquiera, para todas era un pequeño respiro, pero para Esmeralda, era un día más de trabajo. Llegó al Shésimu con tranquilidad, saludó a sus amigos, como siempre, y comenzó a limpiar las mesas. 

Mientras lo hacía comenzó a reflexionar sobre el collar que le fue entregado, también pensó en el sueño que había tenido varias noches atrás, estaba segura de que tenía un significado enorme, pero no lograba llegar a comprender cuál era. Tomó entre sus manos su piedra del destino, ¿tendría algo que ver con su sueño? Resignada a nunca saber la verdad continuó limpiando las mesas.

Siguió con aquel día que resultó ser uno de los más pesados de su vida, había una cantidad de clientes impresionante, cuando por fin terminó, Esmeralda regresó a los dormitorios.

Subió hasta su habitación cansadísima, al entrar, notó que había una cunita al fondo, se quedó de pie mirándola perpleja. De pronto, la puerta del baño se abrió y se quedó sorprendida al notar que era ella, su amiga Nereida por fin había regresado.

—¡Amiga! —gritó Esmeralda abrazando a Nereida de inmediato—. ¿Es tu bebé? —preguntó señalando la cuna.

—¡Sí! Ven que te lo presento —dijo emocionada la joven, al llegar a la cuna levantó al tierno bebé. Tenía el cabello tan rizado y negro como Iniesto y la piel tan pálida como la de Nereida; sus ojos eran negros como la noche y tenía un ángel especial que provocaba el deseo de abrazarlo todo el tiempo—. Esmeralda, él es Ushán... Ushán, saluda a tu tía.

—¡Es tan hermoso! —expresó la muchacha acariciando su mejilla—. Hola, sobrinito.

—Gracias, su padre lo adora. Oye... ¿Te molesta si se queda con nosotras? —preguntó Nereida con cara de angustia.

—Claro que no, es una dulzura —afirmó Esmeralda sin quitarle los ojos al niño—, pero deberías avisarle a la directora.

—Ya lo hice, me apoyará en todo. Ushán no tiene en dónde quedarse. Iniesto estuvo conmigo hasta que me recuperé totalmente, pero después tuvo que regresar al castillo. Su General no es del todo accesible, en la mañana tendré que irlo a dejar a una guardería de aquí cerca. La señorita Donur lo autorizó, y en las tardes lo recogeré, después de clases —explicó Nereida sentándose con su bebé en brazos.

—¿Podrás con todo eso? —preguntó Esmeralda al notar la energía que necesitaba aquel plan.

—Tendré que hacerlo, sólo faltan tres meses para la graduación, no voy a rendirme tan fácilmente. Aunque no te negaré que no será nada fácil —dijo la muchacha soltando un suspiro.

—Cuentas con todas nosotras —tranquilizó su amiga sonriendo.

—Esmeralda, Dimitri se convirtió en padrino de Ushán, ¿tú quisieras ser la madrina? —propuso Nereida mirándola.

—¡Por supuesto que sí! —aceptó Esmeralda abrazando a su amiga.

—Perfecto, iremos a registrar los papeles mañana, ¿te parece?

—Excelente, pediré permiso en el trabajo e iremos temprano —concluyó Esmeralda alegre.

Era increíble que su amiga por fin estuviese de regreso, después de toda una eternidad de estar lejos. Ushán era tan frágil y pequeño, poseía una ternura inigualable, sus ojitos recordaban la inocencia de la infancia. Una etapa sin preocupaciones, tranquila. Ese pequeño representaba tanto, todo lo que habían vivido hasta aquel momento.

Esa noche no fue nada fácil, el bebé se despertaba cada tanto. Fue complicado para Esmeralda, pues no estaba acostumbrada a levantarse tan abruptamente, pero como fuese, se convirtió en una experiencia muy grata.

Al siguiente día, el resto de las amigas conocieron al pequeño Ushán, las muchachas sintieron de inmediato un lazo especial con el bebé de Nereida. Todas acompañaron a Esmeralda para que se convirtiera en la madrina de Ushán. Si algo algún día le faltase al pequeño, Esmeralda y su futura familia estaba obligada a cuidarlo.

Así comenzó lo que representaría su última etapa en el Coralli, y las chicas lo comprendieron aquel día en el que era hora de clase con el profesor Dahen. El sol entraba de una manera especial, al mirar el rostro del profesor notaron que se encontraba sonriendo, pero era más que una sonrisa, era una expresión de frescura renovadora. Limpió sus lentes y después caminó frente al salón que contenía las miradas más ansiosas por saber que se traía entre manos el profesor.

—Mis queridas alumnas —comenzó a decir el hombre—. Me encuentro feliz, no, mucho más que contento, ¡eufórico!, al contemplar que adelante quedan solamente tres meses de clase, aquellos que se irán en un abrir y cerrar de ojos — expresó el profesor causando gestos de preocupación entre el alumnado—. Pero no se angustien jóvenes, este es el inicio de una etapa maravillosa, al concluir sus estudios conocerán un universo más allá de lo normal. Un lugar en el que tendrán nuevos amigos y enemigos. Un punto de vista tan distinto como hermoso. —Las chicas se miraron entre ellas lamentando su separación—. Y aunque no se vuelvan a ver, cada una de ustedes se volverá el eterno recuerdo de la juventud de sus compañeras, así como ellas formarán parte del suyo.

»Parte del cambio es decir adiós, pero no una despedida repleta de lamentos, ¡para nada! Un adiós lleno de paz, de buenos deseos, de la aceptación al cambio, como es la aceptación de la muerte, de la vida, del sol, de la luna, del día y de la noche. Pues si aceptaremos los días de luz, también deberemos tomar los días de lluvia con calma y serenidad.

»Quisiera que anotaran en sus libretas un hermoso poema que me mostró mi gran colega, el profesor Piuick. Después de tenerlo todos en nuestros apuntes, procederemos a recitarlo —indicó el hombre y comenzó a anotar unas palabras en el pizarrón.

Tan sólo faltaron unos segundos para que Kimiosea se diera cuenta de que era su poema, uno de los muchos que había escrito como parte de su proyecto del diario.

Si bien decir adiós es un martirio,

coronar el silencio es un suplicio.

Suplicar abolir la soledad

no es más que un reflejo de la realidad.

La soledad no es un castigo,

es un momento, un instante de sosiego.

Ahí, alimentaremos nuestra alma

para vivir la vida repleta de calma.

Aquellos que nos dejan para no volver,

vuelan lejos para ver llover

o el sol al salir admirar,

pero, jamás para doblegar.

Ya que aunque su alma se encontrase muerta,

bajo la esperanza no queda ni mancha ni huella

de la derrota o de la condena,

pues cualquier espíritu que haya volado tan alto como el cometa

no bajará ni con el soplo de la brisa ni de la tormenta.

Así que, ¿por qué llorar por un beso de despedida?

Cuando el rose del saludo, del adiós y de la vida

se contempla en un instante y se disfruta en un segundo.

Los amigos llegan con el viento, se van con la marea, inundan nuestro mundo.

Si bien decir adiós es un martirio,

coronar el silencio es un suplicio.

Pero aceptar la soledad es un laurel,

depositar nuestras almas sobre paz será la miel

y decir adiós con el alma plasmada de una sonrisa

quiere decir que ya no habrá más prisa.

Hoy es hoy, mañana será mañana y el futuro...

El profesor terminó de anotar en el pizarrón, tomó asiento y abrió uno de los enormes libros que siempre cargaba con él. Las alumnas anotaron rápidamente el poema. Kimiosea sentía escalofríos al transcribirlo en su cuaderno, recordaba que lo escribió cuando se encontraba muy cansada. Se preguntaba cuándo volvería a ver a su madre y a la madre de Esmeralda, era uno de esos momentos en los que uno desearía que el adiós no tuviese que llegar jamás, pero lamentablemente eso no era posible y aquella misma fue la razón por la que la muchacha escribió ese poema; tratando de convencerse a sí misma de que aceptar que el adiós no es algo malo. Las chicas siguieron las instrucciones del educador y se colocaron de pie con sus hojas en las manos.

El profesor Dahen se colocó enfrente del salón con un papel entre sus manos y comenzó a recitar junto a sus alumnas.

Cada vez que todos se detenían unos segundos para tomar aire, Esmeralda recordaba todas las cosas que había vivido desde el momento en el que cruzó las puertas del Coralli. La emoción al subirse al cileo la primera vez, de conocer a Nereida, Shinzo, Iniesto, Dimitri y Naudur. La manera en la que la impresionaron los profesores la primera vez, todo fue magnífico. Miró a algunas de sus compañeras y al parecer todas experimentaban lo mismo, mantenían una mirada con aire nostálgica. Kimiosea estaba sumamente conmovida, era su poema, su obra la cual conmovía a todo el salón de clases, inclusive a ella. Dejó rodar unas lágrimas cuando el poema finalizó, el profesor les pidió que tomaran asiento y dejó la hoja de papel en el escritorio con suavidad.

—Este poema me pareció verdaderamente hermoso, en cuanto el profesor Piuick me lo dio a leer sentí la necesidad de mostrárselos como un recordatorio de que debemos mantenernos fuertes ante las circunstancias. En este caso, la separación que sufrirán en estos cortos tres meses que se escurrirán de sus manos tan rápido, tan fácil como el tiempo siempre lo ha hecho. Así que quiero que disfruten, absorban los momentos más hermosos del ahora porque son los que se llevarán para siempre —concluyó el profesor Dahen y acto seguido dio inicio a su sesión de clase normal.

Todas las muchachas tomaron muy en serio el señalamiento del profesor, después de todo, siempre fue el profesor más sabio de todos. El que les dejaba una huella importante después de cada clase y aunque algunos no lo querían al principio, al final, como en todas las generaciones que cursaron con él, se percataron de lo valioso que era lo que aportaba para la escuela y para la vida. Cuando una persona así llega a nuestras vidas no hay que menospreciar aquel regalo y los alumnos entendían eso, por ello casi todos en el Coralli apreciaban mucho al anciano profesor Dahen.

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-Sweethazelnut.

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