02

Callie

No sé si fue la sorpresa del momento o que simplemente yo me había vuelto idiota pero no contradije sus palabras hasta que su entrenador asintió conforme y se alejó.

—Lo siento rubia, pero me has venido como caída del cielo.

—¿Por qué le has mentido?

—Estoy aquí con una beca completa siempre y cuando siga jugando y para eso debo mantener mis notas. Por lo general no tengo muchos problemas, pero este año me lo juego todo. Si no logro mantener mis calificaciones, me dejarán fuera.

—Pero el semestre acaba de empezar. ¿Cómo puede irte mal tan pronto?

—He tenido algunos asuntos personales y no estoy entregando las tareas a tiempo. Tampoco ayuda que esté teniendo algunos problemas para concentrarme.

No debería importarme. De hecho, bastante tenía ya con mi vida, pero por algún motivo, no pude evitar preguntar.

—¿Con qué clases necesitas ayuda?

—Literatura, ciencias y cálculo.

—Compartimos esas clases.

—Así es.

Devon

Maldita sea, era hermosa.
Lo noté ese primer día cuando choqué con ella en un intento de agarrar el balón que Cameron me lanzó, pero ahora que parece haber bajado un poco la guardia, puedo observarla mejor.

No mentía cuando dije que necesitaba ayuda. El rugby era importante para mí y lo había sido desde que cogí mi primer balón a los cinco años.
Llegar lejos y volverme profesional era una meta a la que no quería renunciar, pero tampoco mentí cuando dije que tenía problemas para concentrarme.

Lo peor de todo es que ella era la causa.

Esas tres asignaturas que compartíamos iban a ser una piedra en mi zapato si no conseguía aprobarlas y no lograría una mierda si ella seguía siendo lo único en lo que podía centrarme durante estas.

—No puedo ser tu tutora, Brennan. Tengo demasiadas cosas de las que ocuparme y necesito poder concentrarme por completo en mis estudios.

—Escucha, dije eso porque necesitaba ganar tiempo —sin contar la mala idea que sería que ella realmente fuese la que me ayudara. Si tenerla cerca en un aula llena de gente jodía mi mente, no podía estar seguro de lo que ocurriría si estuviéramos a solas.

—De acuerdo. Entonces... espero que te vaya bien.

—Lo mismo.

Me quedé allí, viendo como se alejaba, diciéndome a mí mismo que era lo mejor, que buscara a alguien que me ayudara a entender esas asignaturas, y que me olvidara de Cassie Alexander.

Ella había sido clara. Ya tenía sus propios asuntos que resolver. Bueno, yo también los tenía.
No podía jugarme mi futuro por una distracción, por muy tentadora que fuera.

Devon

Cinco semanas más tarde

Estaba jodido.
No solo no había encontrado a nadie para ayudarme, aunque no era por falta de oportunidades, ya que otras chicas del campus se ofrecieron encarecidamente, sino que además el entrenador estaba respirando sobre mi nuca después de que mi tutor le informara de mis nulos progresos.

—Me dijiste que lo tenías controlado. Queda menos de un mes para el primer partido de la temporada y tienes todos los números para quedarte fuera.

No respondí. Me limité a bajar la cabeza y aguantar el sermón, porque joder, tenía razón.

Después de mis fracasos con otros "tutores" que estaban más interesados en llevar mi camiseta que en ayudarme a estudiar, probé suerte por mí mismo.
Las pocas horas que tenía libres las pasaba en mi habitación repasando mis libros, releyendo apuntes y alimentándome a base de café. Nada funcionó.

—Mira, Brennan, sé que tu situación en casa es complicada, pero no puedo pasar esto por alto solo por ti. Sabes que no eres el único que tiene problemas.

—Lo sé.

—Solo aguanta un poco más, chaval. Tienes un gran futuro por delante.

Asentí y cuando se dio la vuelta para irse, hice lo mismo.

Caminé hasta el aparcamiento y me subí a mi camioneta. Había sido de mi padre antes de que enfermara y muriera el año pasado y aunque no estaba en perfectas condiciones, era lo único que conservaba que me recordaba a él.

Conduje hasta casa con la radio al mínimo mientras pensaba como hacer para solucionar las cosas.

Veinte minutos más tarde, me detuve en el camino de entrada.
La casa no era grande y necesitaba algunos arreglos, empezando por el jardín delantero, pero era sólida y estaba pagada gracias al seguro de vida de papá.

Me dirigí a la cocina dónde mamá estaba sacando una tarta de manzana del horno, mi favorita, y mi estómago gruñó hambriento arrancando una carcajada de sus labios cuando se giró para mirarme.

A sus cuarenta y seis años todavía era una completa belleza.
Papá solía quedarse embobado mirándola y decía que aunque siempre había sido preciosa, él se enamoró primero de su corazón, pues era dulce, sencilla y la mejor persona del mundo.

—¿Cómo ha ido el día?

—Todo bien, aunque estoy agotado.

Puso una mano en mi mejilla y sonrió.

—Hace días que estás funcionando con pocas horas de sueño y me preocupa eso.

—Me estoy esforzando por hacer las cosas bien. No quiero fallar cuando estoy tan cerca de conseguirlo.

—Vas a lograrlo. Todo lo que te propongas. No tengo ninguna duda sobre eso. Y tu padre tampoco la tendría.

Escuchar la tristeza en su voz era doloroso porque no podía hacer nada para aliviar ese sentimiento.

Este último año había sido muy duro para nosotros después de que falleciera, pero batalló con su enfermedad durante meses antes de perder finalmente la batalla.

Se fue de este mundo sujetando la mano de la mujer que amaba y con una sonrisa en el rostro después de hacerle prometer que no dejaría que su muerte le impidiera sonreír de nuevo.

—Quiero que seas feliz, vida mía. Solo así podré irme en paz. No dejes que nada borre esa preciosa sonrisa que tienes. Prométemelo.

—Lo prometo.

Cierro los ojos al recordar sus últimas palabras.
Me había quedado de pie en la puerta dándoles un momento de privacidad sabiendo que no habría otro.

Yo mismo había hecho una promesa cuando se despidió de mí e iba a mantenerla costara lo que costara.

Jamás renunciaría a mis sueños y cuidaría de mamá y...

Un sonido llegó de la planta de arriba y sonreí.

Dejé un beso en la frente de mi madre y corrí hacia las escaleras.

Al abrir la puerta, la encontré extendiendo sus bracitos hacia mí.
Levantándola, la abracé y besé su cabecita.

—¿Cómo está mi ranita?

—Papá.

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