01
Callie
Cuando conocí a Devon Brennan nunca pensé que me encontraría deseando tenerle a mi lado.
Me parecía arrogante y bastante creído, y supongo que él no tenía mejor impresión de mí.
Mientras que yo era retraída y me encantaba ocultarme tras los libros esperando a que nadie me notase, Devon era todo lo contrario.
Y precisamente ser polos opuestos fue lo que hizo que terminásemos juntos en una biblioteca a última hora de la tarde dos veces por semana.
Me convertí en su tutora.
Supongo que ya que voy a contar esta historia, lo mejor es hacerlo desde el principio, y eso significa remontarme al primer día de clase, cuando yo, Callie Alexander conocí a Devon Brennan.
La semana había sido un completo desastre, comenzando por la mudanza, cuando el camión que cargaba con todas mis cosas sufrió un pequeño percance y retrasó la entrega casi cinco días, en los que me había visto obligada a comprar un colchón hinchable incomodísimo y unas sábanas que me provocaban picores. Y por descontado algo de ropa e higiene personal.
Por supuesto eso no era todo. Como no quería gastar dinero en utensilios de cocina que ya tenía, estuve básicamente alimentándome de ramen instantáneo y Burguer King. No me juzguéis.
El caso es que durante esos cinco días, viví en un diminuto apartamento únicamente con la compañía de mi gato, Lucifer. Tampoco me juzguéis por eso. Elegí el nombre sabiamente.
La pequeña bola de pelo negro absorbía mi alma cada vez que clavaba esos ojos dorados en mí, sin embargo era una monada y adoraba al pequeño engendro del mal.
Total, que cuando finalmente llegaron mis cosas, tardé casi dos días en colocarlo todo tal y como me gustaba.
Finalmente podría centrarme en lo importante. Mis estudios.
El lunes siguiente desperté antes de que sonase la alarma y con cuidado de no despertar a Lucifer de su sueño de belleza, salí de la cama y me metí en la ducha.
Me había asegurado de tenerlo todo preparado la noche anterior.
La ropa perfectamente planchada y colgada detrás de la puerta de mi habitación. Los zapatos lustrosos y acomodados en su lugar.
Después de humectar mi piel con una loción con olor de mango que me daba ganas de comerme a bocados, caminé hacia la cocina, aun envuelta con la toalla para encender la cafetera y coloqué dos rebanadas de pan dentro de la tostadora.
Desayuné tranquilamente mientras me deslizaba a través de mi teléfono comprobando mi lista de tareas pendientes.
Odiaba dejar cosas al azar por lo que mi día a día solía estar programado.
A las ocho en punto, me vestí, maquillé y cogí mi portátil junto con los libros que necesitaría a lo largo del día y salí de casa.
Este iba a ser mi último año.
Una vez me graduara, tendría libertad para hacer lo que quisiera.
Había peleado durante dos largos años hasta lograr dejar la casa en la que crecí.
Mantuve un trabajo a la par que estudiaba, tratando de que mis calificaciones no bajaran y lo conseguí.
Ahora vivía por mi cuenta, sin la constante presión que había recaído sobre mis hombros desde los dieciséis.
Solo un año más y entonces...
—¡Cuidado!
Un enorme cuerpo lleno de músculos chocó contra el mío, más pequeño y endeble y me lanzó directamente al suelo, desparramando la bolsa dónde guardaba todas mis cosas.
—Joder, lo siento. ¿Estás bien, rubia?
Parpadeé un par de veces asimilando su pregunta.
¿Estaba bien? No. Estaba en el suelo después de que me atropellase. Mi ropa seguramente estaría arrugada y sucia, por no hablar de que mis estúpidas gafas, sin las cuáles no veía más allá de la palma de mi mano, se encontraban casi en mi barbilla.
—Evidentemente no.
—Lo lamento. No te vimos.
Genial. Yo era un fantasma. Estupendo. Justo lo que siempre había querido. Ser invisible.
Ajusté las gafas en su lugar y miré la mano que extiendía frente a mi, ignorándola mientras recogía mis cosas.
—Oh. Te ayudaré.
—No hace falta. Hiciste suficiente.
—Ya me he disculpado por si lo has olvidado.
—Por supuesto. Muy sincero de tu parte.
Ignorando su risa porque evidentemente creía que yo era graciosa o debía estar bromeando, seguí con lo mío. Ninguna de las dos es cierta, de todas formas.
—Eres una cosita respondona.
Tampoco era cierto. No me gustaba ser el centro de atención, prefiería pasar desapercibida. Los chicos nunca me miraron dos veces. Las chicas como yo éramos solitarias por elección.
Por supuesto que tuve algunas amigas, compañeras de estudio cuyo objetivo se asemejaba al mío. Nada más.
Una vez reuní todas mis cosas en su bolsa, me puse en pie y sacudí mi ropa un poco dándole la espalda para alejarme. Solo me faltaba llegar tarde el primer día.
—¡Oye, rubia! Al menos dime tu nombre.
Le ignoré de nuevo y alcancé la puerta de entrada.
—¡Soy Devon!
La puerta se cerró detrás de mí y dejé de oírle.
Si tan solo ese hubiese sido nuestro primer y único encuentro, podría haberme olvidado de él, pero después de ese primer día, parecía que estaba en cada lugar al que yo iba.
Tampoco ayudaba que lanzara hacia mi una sonrisa baja-bragas, con la que se suponía que yo acabaría arrastrándome hacia él, o que ya todos allí me conocieran como Rubia.
Compartíamos juntos tres de las cinco clases que cursaría ese semestre, y en cada una de ellas se sentaba a mi espalda y jugaba con mi cabello como si le fascinara, lo cual no tenía el menor sentido para mí.
Las habladurías no tardaron mucho en llegar y pese a que traté de hacer oídos sordos, todavía podía escuchar los susurros a mi paso.
Finalmente, dos semanas después de iniciar las clases, fui en su busca.
Necesitaba centrarme en mi futuro y no podía hacerlo si todo lo que oía a mi alrededor tenía que ver con Devon y conmigo.
Caminé apresurada por los pasillos que daban a la parte de atrás y por ende al campo de entrenamiento dónde se encontraba el equipo a esas horas.
Por mi vida que no podía entender porque un montón de hombres corrían tras un balón de cuero y se lastimaban unos a otros, pero por otro lado tenía que admitir que la vista no era tan mala.
Esperé hasta que el entrenador hizo sonar el sílbato para anunciar el final y luego caminé hacia mi objetivo.
Era una mujer con una misión.
Evitando las miradas sorprendidas y sonrisas burlonas de sus compañeros, me acerqué hacia dónde estaba hablando con el entrenador.
—Lo sé, señor. Entiendo eso y le prometo que estoy en ello.
—Más te vale, Brennan. Tus calificaciones tienen que mejorar o tendré que sacarte del próximo partido.
Y como al parecer yo era también alguien completamente inoportuna, revelé mi presencia.
—Escucha Brennan, esto tiene que parar. Detén...
—Ahí estás. Iba a hablarle al entrenador sobre ti.
—Chico, ¿quién es ella? Sabes que no admito distracciones mientras estamos aquí.
—Lo sé, entrenador, pero se equivoca. Ella es Callie Alexander, mi tutora.
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Empezamos historia!!!! Espero que estéis list@s❤️.
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