8. No lo entiendo
Estaba de vuelta en la oficina tras pasar el fin de semana con Nate. Había sido como descubrir cómo sería su vida juntos y tenía que admitir que le encantaría que se repitiera siempre. No sentía que pudiera entrar en una rutina o monotonía con Nate, siempre encontraba la forma de sorprenderla. Y parecía que nada pudiera estropear ese momento de paz.
Sabía que debía arreglar lo prepotente que había sido durante el primer y segundo programa, por ello, había aceptado ir a su última cita. Ya que la tercera tampoco había sido del todo de su agrado. Entendía que Nate no estuviera de acuerdo, pero debía hacerlo.
Había estado trabajando durante toda la mañana, estaba segura de que si el señor Holmes había recibido el baile que habían hecho en la calle iba a estar de acuerdo en firmar con ellos. Quería un vídeo urbano y lo tenía. Le había pedido al amigo de Nate que lo grabara todo, después durante la celebración lo envió a Sam y tuvo que habérselo enviado a Holmes. Solo tenía que esperar una buena respuesta.
—¿Qué es eso que has enviado al señor Holmes? —preguntó su padre, entrando enfadado en su oficina—. Además, ¿Quién es Nate?
Vio a Sam asomado por detrás y suspiró. Entendió que su propio amigo se había ido de la lengua. No se lo podía creer, confiaba en él y estaba segura de que aquello no debía estar pasando. Nate era un buen chico, la cuidaba y, además, no había hecho nada malo. Pensó durante unos segundos en cómo debía contestar a la mirada frustrada de su padre.
—El señor Holmes quería algo más urbano —contestó segura, dispuesta a enfrentarse por primera vez a su padre—. Conocí a Nate por error y... Me gusta, papá.
Su padre negó, estaba fuera de sí mismo, dio un golpe en la mesa y la miró, mientras tragaba saliva. Parecía que todo se le había escapado de las manos, pero estaba dispuesta a quedar por encima, no iba a dejar que su padre de nuevo la tratara como si no tuviera el suficiente cerebro para saber elegir su vida.
—Sé qué crees que no es un buen partido para mí, pero es mi vida —se atrevió a decir.
—¿Eso te está enseñando? —contestó, iracundo—. A desobedecer a tu padre y comportarte como una cualquiera, bailando en un vídeo en plena calle.
Negó con la cabeza, no podía permitir que le hablara de esa forma. Ella no era una cualquiera por bailar y Nate no había hecho nada. Él no fue el culpable de haberse encontrado con ella en aquel lugar. En todo caso, la culpa solo fue suya, por haberse equivocado de vida, por no haber hecho lo que en un principio quería.
—Papá, yo siempre he querido bailar. El único problema es que no te has detenido ni un momento a pensar en lo que quiero de verdad —dijo, llevándose una mano al pecho—. Lo feliz, que me sentí ayer, bailando.
—¡Eso no es un buen futuro para ti! —gritó, soltando el aire que estaba conteniendo—. No vas a volver a ver a ese maldito Nate o... Te juro que se te cerrarán todas las puertas, no solo las de mi casa.
Dicho eso se dio media vuelta ante la atenta mirada de Sam. Rachell cerró los ojos, abatida sentándose para quedar delante de su portátil, en su postura más natural. Sintió los pasos de Sam cerca y quiso decirle que se fuera, pero necesitaba saber si había enviado aquel correo.
—¿Lo enviaste al señor Holmes o solo a mi padre? —preguntó, enfadada.
No quería recibir más sermones, solo por haber congeniado con Nate. Desde luego, nada de eso tenía que ver con su trabajo. Su vida privada, estaba al margen de su trabajo.
Sabía por qué no congeniaba del todo con ninguna de aquellas citas absurdas. Cuando le dieron aquel regalo, ella misma, se encargó de contestar a las preguntas, con sus gustos, sus aficiones y todas eran mentira. Ese era el personaje que se había montado para poder sobrevivir a sus padres.
—Solo a tu padre —contestó, mirándose los pies—. Quiero protegerte. Ese no es tu mundo.
—¿Por qué piensas que no lo es? —preguntó, ya no sabía cómo debía sentirse—. ¿Por qué él no tiene dinero? ¿Por qué tiene tatuajes por todo el cuerpo? ¿Por qué?
—¿Conoces algo de él? ¿Algo más? —se acercó a ella y dejó sobre la mesa una fotografía. Se había tomado la molestia de seguirlo—. El que es alcohólico o drogadicto lo es toda la vida y te va a arrastrar a su maldito mundo... ¡Solo intento que habrás los ojos!
La fotografía que Sam había dejado sobre la mesa era de Nate, entrando en un centro de adicción a las drogas. Rachell sujetó ese papel con la mano, temblando, y después intentó reflexionar en porque no le contaría algo tan importante. Negó con la cabeza y volvió a mirar a su mejor amigo. No quería creerse que aquello fuera verdad.
—He preguntado —aseguró Sam, asintiendo—. En el centro no me dan mucha información, pero por lo que me han dicho va a ver a su exnovia. Estuvieron un tiempo dentro, juntos, pero él salió de forma voluntaria.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó, a la vez que seguía negando con la cabeza.
Sam se dirigió hacia la ventana y pareció respirar hondo. Se giró y la miró de frente, iba a ser sincero y ese golpe iba a suponer otro antes y después en la relación entre ellos. Lo sabía. Por eso, no supo como debía sentirse o si debía sentir algo más que un corazón roto.
—¿Sabes por qué su novia está ahí dentro? ¿Quién piensas que le dio la droga? —preguntó, acercándose—. Tu fabuloso novio es un camello, bravo. Pero si quieres seguir tirando tu futuro a la basura, adelante. Me voy a enviar el vídeo.
Se fue sin más dejándola completamente sola con sus pensamientos revueltos en la cabeza. Podría cuadrarle el mensaje extraño que recibió por la mañana y como lo encontró por la noche, intentó apartarla, porque lo había vuelto a hacer. Era demasiado evidente. Él había tratado de cambiar. Y ella, no era la típica chica, que lo perdonaba todo y lo olvidaba.
***
La decisión no había sido meditada. No tenía nada claro en su cabeza que debía hacer. Unos pensamientos le decían que tenía que aclarar las cosas con Nate y otros le decían que le iba a mentir de nuevo. No podría ser sincero sobre esa adicción. Por eso, decidió hacer caso a Sam una vez más y asistir a su última cita con el programa.
Por lo que le habían dicho en la entrada; Matthew era un chico al cual sus padres habían apuntado al programa para que encontrara novia. Era muy dedicado a su trabajo y quería formar una familia. Tenía veintiocho años.
Su apariencia física le impresionó un poco a simple vista. Era un chicho sencillo, quizás sin llamar la atención, pero tenía unos bonitos ojos azules y el pelo muy oscuro. Poseía una sonrisa perfecta, de anuncio. Supo que ese habría sido su elección, si no hubiera conocido a Nate.
Él también la miró cuando llegó, parecían analizarse durante unos segundos, no dudo en levantarse y mover la silla para que se sentara. De nuevo estaba en un restaurante y solo esperaba que tuviera tiempo para pensar bien las cosas y volver de nuevo a su cauce normal. Necesitaba limpiar su imagen y dejar de ser la persona que había sido durante los tres primeros programas.
Le hubiera gustado que la primera cita también hubiera sido grabada solo para poder tener el material suficiente y poder escoger bien el camino que debía tomar. No podía dejar de pensar en Nate durante los primeros compases de la cita, era imposible que fuera un camello. Aunque esa idea le hizo acordarse de que intentó apartarla.
—Así que trabajas en el mundo de la publicidad —admiró Matthew, mientras ella contaba como era su trabajo de forma desordenada, nerviosa y con la cabeza en otro lado—. Me gusta ese mundo, soy muy creativo.
—Ya, tu trabajo me parece interesante —contestó ella, fingiendo una sonrisa—, pero si hubiera podido elegir, seguramente hubiera elegido otra cosa.
—¡No hables muy alto! —exclamó, sonriendo, soltando una carcajada—. ¡Hay cámaras grabando!
En realidad, le hizo gracia, pero sinceramente ya no le importaba que alguien pudiera grabar sus palabras. No estaba siendo ella en esa cita porque su cabeza estaba en su problema. En Nate y la difícil decisión que tenía tomar. Matthew no merecía esa versión de ella.
—Nuestros padres son así —dijo él, seguro, ladeando un poco la cabeza—. Nos dicen como debemos comportarnos, vestirnos, hablar o incluso, que carrera elegir. Si tienes suerte trabajarás en algo que te guste y si no... Pues tendrás que acabar en un programa de citas para encontrar a tu media naranja.
—¿Estás hablando por mí o por ti? —preguntó ella, extrañada.
—Por los dos. Llevo tres citas insoportables, cada cual peor que la anterior —contestó, fingiendo una sonrisa, parecía cansado del programa, al igual que ella—. No esperaba encontrar a alguien con quien me encontrara cómodo hablando, ¿Sabes?
Fue toda una revelación. Pero ella ya se había sentido así antes. Aunque, fue una cita más que interesante. Tanto que después de comer, decidieron abandonar el restaurante y tras la entrevista salir a pasear por Nueva York. No les siguieron las cámaras y eso fue un alivio.
—¿Así que no elegiste la empresa de tu padre? —preguntó de nuevo, curiosa.
Estaba siendo una cita algo más íntima. Cenar con Matthew había sido increíble, quién viera el programa podría suponer que podría llegar a decidirse por él. Sin embargo, aunque menos, Nate todavía estaba en su cabeza y sabía que se debían una última conversación. Quizás, era la definitiva para apagar el fuego que habían encendido.
—Era, empresa de mi padre o una carrera interesante. Dejé muchas cosas por el camino, pero valió la pena —contestó y ella se abrazó a sí misma, puesto que la noche ya estaba cayendo y también venía con frío.
Matthew se sacó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Rachell podía verse en un futuro brillante al lado de ese chico, podrían colocarse en la cima del mundo si quisieran. Y sus hijos podrían elegir lo que quisieran ser, sin miedos, porque ellos dos no serían como sus padres.
—Toma —dijo, sonriendo. Y se detuvo delante de ella—. ¿Sabes qué deberías hacer? Apúntate a una escuela de baile, trabaja en eso, lo que sea. Si quieres... Bueno, yo... Puedo estar a tu lado.
Se había sonrojado al decirle esas palabras y parecía dispuesto a apartarse, pero al ver la sonrisa también sonrojada de la chica, dio un paso hacia delante y de repente, unió sus labios. Rachell se sintió extraña, no era lo que quería. Fue un contacto corto, no porque ella hubiera decidido apartarse. Algo había tirado a Matthew al suelo.
«Algo no, alguien», se dijo a sí misma, llevándose una mano a la boca.
—¡Nate! —bramó, exasperada—. ¡No!
Vio como Nate atizaba un puñetazo en la cara del otro pobre chico, que no había hecho absolutamente nada y trató de separarlo, viendo como la cara de Matthew se teñía del más rojo carmesí. Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, todo aquello estaba pasando por su culpa y no podía detenerlo. La chaqueta cayó al suelo y ella sintió el frío aire, cruzar sus brazos.
—¡Nate! —gritó nuevamente, llegando a sujetar su brazo antes de que le atizará otro puñetazo—. ¡Para! ¡Suéltalo!
Nate se levantó a duras penas mirando con rabia a ese chico y después se giró para mirar a su chica que dio un paso atrás, negando con la cabeza. Se había convertido por segundos en un monstruo, que ya no podía reconocer. No sabía nada de él, y una vez más, Sam tenía razón. Su error había estado a punto de destruir su vida.
—¿Qué haces? —preguntó, asustada.
—Lo... Lo siento, creí que no querías que... —se miró la mano, indeciso—. ¿Te has dejado besar?
—No te debo ninguna explicación —contestó, alzando la cabeza, sabía que no era momento para que tuvieran esa conversación—. Lárgate o tendré que dar parte a la policía. Y esta vez, no hay nada que puedas hacer para que no te denuncie.
Pasó por su lado, empujándolo por el hombro y aunque él intentó sostenerla, se apartó, teniendo todavía miedo por sus acciones. Negó con la cabeza y lo miró con asco, sentía que la había estado engañando todo el tiempo. Y en ese momento, las palabras brotaron solas de su garganta.
—¿Sabes qué? —se arrodilló para tocar la cara de Matthew, estaba desmayado y tembló un poco mientras sacaba el móvil del bolsillo—. Tenías razón, tu mundo no es el mío y hacemos bien en no mezclarlos. Ahora... Vete.
—Pensé que dijiste que no iba a pasar nada, el pintamonas, te ha besado —dijo, señalando el suelo—. No puedes echarme, dijiste que querías estar conmigo... ¿Qué ha cambiado?
—¿Qué ha cambiado dices? —preguntó, dolida—. Acabas de partirle la cara a un chico que solo había sido amable conmigo, mentirme todo el tiempo, ser un adicto y meter a tu exnovia en tu mundo de mierda. No quiero eso para mi vida. No quiero estar con alguien que no tiene donde caerse muerto.
Aquellas palabras le dolieron, pudo notarlo en la mirada apagada de repente de Nate, pero su enfadó ya había crecido suficiente, siguió gritándole hasta que dejo de ver su espalda, marcharse, le llamó; desgraciado, asqueroso, infantil, vividor, aprovechado. No quería ser tan dura, pero necesitaba volver a empezar. Olvidarle. Y esa era la única manera que había tenido.
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