7. En llamas

Quizás el alcohol había hecho que se presentara allí. Era evidente que no pintaba nada. Pero ya estaba allí, no iba a dar marcha atrás. Ese no era su estilo. No se iba a rendir sin poderle dar una explicación. Se adentró entre un montón de personas que parecían borrachas, otras tantas fumadas y así una gran disposición de todo tipo de gente con la que jamás se había juntado.

Un grupo de chicas ocupaba gran parte de la puerta principal y no le dejaban pasar. Eso la puso tensa, cruzó los brazos bajo el pecho, pasando sus manos por la larga sudadera de Yain. Dio dos pasos hacia delante y tocó la espalda de una de esas mujeres, ni siquiera se giró, simplemente la miró y después, regresó la vista hacia delante, tras poner los ojos en blanco.

—Será zorra —espeto, sin pensarlo.

Lo dijo en alto y eso ocasionó que la mirara de golpe, alzando una ceja con indiferencia. Rachell sabía que estaba en problemas, pero debía ser valiente, por una vez en su vida había tomado una decisión un tanto precipitada y solo quería saber que no se equivocaba. Deseaba luchar por algo que sentía de verdad.

—¿Qué has dicho, niña de papá? —preguntó una de las chicas, girándose.

El insulto no le afectaba. Sabía perfectamente que lo era. Siempre lo había sido, pero eso iba a cambiar. Estaba luchando por lo que de verdad quería. Y ese grupo de chicas, no iba a amedrentarla. Tenía cosas más importantes que hacer. Así que alzó la cabeza y se la quedó mirando.

—¡Qué inteligente! ¿Se te ha ocurrido a ti sola? —desafió, sonriendo.

Muchos de la gran cola de gente se la habían quedado mirando porque era la estúpida que salía en un programa de televisión, criticando un restaurante como si se creyese alguien relevante. Estaba harta de la imagen que había dado en aquella asquerosa cita con Andrew.

—No sabía que estabas sorda, pero he dicho que te apartes —dijo, segura.

De repente, todas las chicas se giraron y no tuvo de otra que tragar saliva. Se prometió a sí misma en ese momento, que no volvería a beber. Le iba a costar la salud haber sido tan atrevida. Pero estaba desesperada por encontrar a Nate. Respiró hondo y miró hacia el interior del local.

Era una especie de discoteca, pero diferente. Allí, no había porteros. Parecía un lugar clandestino. Pudo suponer que, si llegaba la policía, acabaría presa. No era su plan perfecto, pero no tenía de otra. Además, iba a empezar una pelea con esas chicas, que le barraban el paso.

—¿Acaso sabes bailar? —preguntó una de ellas, dándole un empujón—, aquí solo puedes entrar para eso, ¿Vas a ir a llorarle a papá para que nos meta en la cárcel?

—No —contestó enfadada, devolviendo el empujón—, pero os puedo machacar bailando. Y eso es justo lo que he dicho antes, he llamado zorra a tu amiga.

El primer bofetón salió de la nada, ni siquiera lo había previsto. Eran seis contra una sola persona, era evidente que iba a salir perdiendo. Notó un fuerte tirón de pelo y no tardó en estirar el brazo para tirar del pelo a la chica que tenía delante. La gente las rodeaba, gritaba cosas como;

«Pelea, pelea».

Sintió sangre en el labio y trató de sostenerse en pie cuando recibió un puñetazo la barriga, haciendo que inmediatamente dejara a esa chica que tenía cogida. De repente, se vio rodeada y sintió un empujón por su derecha. Contestó como un animal, se lanzó sobre la chica, gritando fuera de sí y le pegó un puñetazo en la mandíbula. Era la primera vez que le daba a alguien.

—¡Rachell! —gritó su voz—. ¿Qué mierda hacéis, cobardes?

—Esta pija ha venido chuleando —le contestó una de ellas, cuando sus brazos llegaron para rodearla—. Sácala de aquí...

—Yo te mato, zorra —gritó Rachell, tratando de zafarse de los brazos de Nate.

Sin embargo, fue inútil. No sabía cómo, pero Nate consiguió apartarla y hacerla entrar en un baño mohoso. Pasó rápido por delante, como si estuviera preocupado o asustado y sujetó papel, lo mojó con un poco de agua y volvió a acercarse, tocando la herida de su labio con una mano temblorosa.

—¿Qué se supone que haces? —preguntó, sus ojos verdes denotaban preocupación—. Voy a suponer que Yain te ha dado la dirección y mira que le dije que no lo hiciera.

—¿Por qué? —indagó, sin querer responder a nada, sintiéndose una completa idiota.

Nunca antes se había peleado y la tensión la había creado ella de la nada. Esas chicas ni siquiera le habían hecho algo. Simplemente, barrarle el paso. Negó con la cabeza y siguió mirando hacía Nate. Su semblante estaba serio, pensó que lo había echado todo a perder.

Tenía en la mente que el chico estaba de esa forma, porque había visto el dichoso programa y se estaba replanteando muchas cosas sobre ella. Todas mentira, porque nunca había podido ser ella misma. Notó el pulso de Nate tembloroso y se mordió el labio, notando como una lágrima escapaba de su mejilla.

—No era yo —se excusó de modo rápido, haciendo que sus ojos se encontraran, sujetó su mentón y lo miró de cerca—. No sé quién soy, tú tienes todo muy claro, pero hasta ahora yo solo conocía la vida que había en mi entorno.

—Tu entorno, no es el mío y mi vida es una mierda —dijo seguro, y se apartó, negando con la cabeza—. ¿De verdad quieres esto?

—No lo sé. Solo sé que mis padres me regalaron un programa de televisión para mi cumpleaños, que ahora soy el hazmerreír de mi empresa y de todo Nueva York. Por error, acabé en un restaurante comiendo con un tipo que me cayó fatal y que me robó el móvil, complicándome la existencia —confesó, sin dejar de mirarlo—. Solo sé que estoy aquí, ahora.

Él agachó la cabeza, no parecía seguro, volvía a apartarla de su lado y se sintió culpable. Durante unos minutos se sintió fatal por haber sido tan fría. Un golpe en la puerta hizo que ambos miraran hacia allí, Alex parecía sonriente y les avisó que quedaban cinco minutos para que su grupo bailara. No quería separarse de él, pero le vio levantarse, todavía sin mirarla.

—Deberías irte —dijo seguro, dejándole en la mano el trozo de papel—. Tus padres nunca me iban a aceptar.

Todo estaba siendo un desastre, tras otro, vio su espalda irse del baño y respiró hondo. Se giró para ver lo que había pasado en su cara, un moratón estaba creciendo en su ojo derecho y parecía tener el labio partido. Resopló y se llevó una mano a la cabeza, no quería irse de esa forma y menos sin haber podido entender por qué la estaba apartando.

La puerta se abrió de nuevo, dejando entrar a una chica vestida con un pantalón muy corto, tenía media cabeza rapada y se colocó a su lado, sacando de un pequeño bolso un pequeño neceser de maquillaje. No la miró en un primer momento y eso la hizo sentir segura, se apoyó en la pica y respiró hondo. No sabía que debía hacer. Estaba harta de no poder hacer lo que más quería.

—He visto la paliza que te han dado. Esas tías ganaron el concurso el año pasado. Tienes agallas, Barbie —le soltó de repente, sonrió y se giró—. Me llamo Caissy, pero todos me llaman Cash.

—Rachell, ahora mismo, todos me llaman idiota integral —contestó en un suspiro—. ¿Por qué te llaman Cash? A riesgo de recibir otra hostia...

La chica se río con una fuerte carcajada y la miró, pasándole una brocha de maquillaje. De repente, también le dio un billete de cincuenta dólares y arqueó las cejas, miró su monedero y alzó las cejas. No se lo podía creer, una chica acababa de robarle en las narices, todo iba a peor. Resopló y estaba a punto de decidir que irse a casa, sería una buena derrota, pero Cash, la detuvo.

—Has dicho que podías machacarlas bailando ¿No? —preguntó de nuevo, mientras se ponía más negro en ese maquillaje agresivo—. Te dejo estar en mi grupo, ¿Se te da bien improvisar?

—¿Qué?

—¡Oh, venga ya! ¡Eres la brillante y pija novia de Nate! —exclamó sonriendo, pero ella empezó a negar con la cabeza, estaba segura de no iba a ser su novia nunca—. Estoy en su grupo, así que imagínate improvisar y bailar con él.

Miró hacia la chica arqueando las cejas, no se veía capaz de hacer algo así. Estaba siendo demasiado y el efecto del alcohol que había tomado ya no le hacía efecto. Sin embargo, la frase que Pearl escribió en aquella servilleta le hizo recapacitar nuevamente. Asintió hacia Cash y guardó su monedero junto a los cincuenta dólares.

—Pero rica, así vestida no —dijo, sonriendo—, debemos hacer algo con tu ropa.

Buscó dentro de su bolso unas pequeñas tijeras y empezó a trabajar sobre su modelo, sufrió cuando vio su falda plisada con pequeños agujeros y echa tiras. También cuando descubrió que iba a romper su camisa para convertirla en un top. Su maquillaje se hizo algo más agresivo y suspiró, mirándose en el espejo. Lo peor de todo es que no le desagradaba, se sentía extrañamente cómoda y por una vez en su vida, sintió que lo que hacía no le amargaba la existencia. 

***







La competición de baile se celebraba en el centro de una pista repleta de gente, la música procedía de los coches. Sintió su corazón latir con fuerza, mientras ensayaba algunos pasos con otro grupo de chicas. No vio a Nate cerca y eso la hizo sentirse tranquila. Si la viera, intentaría detener esa locura. Se lo había dicho, al igual que Sam, sus mundos eran muy diferentes y sus futuros distaban mucho de lo que, en realidad, ella quería.

Su grupo era muy bueno, bailaban bien e intentaban hacer algunos movimientos peligrosos. Ella introdujo algunos pasos a la coreografía y se sintió realizada, mucho más que cuando conseguía un contrato millonario o conseguía agasajar a un gran empresario. Notó la vibración en su móvil y se apartó un poco de la multitud para descolgar la llamada.

—¿Rachell? —dijo la voz del señor Holmes, cansado, como estaba siempre—. He estado pensando en tu oferta y... Creo que son ideas innovadoras, pero nada urbanas. Quiero conocer a la nueva generación y...

Le detuvo enseguida, no iba a perder ese contrato. No sabía lo que iba a hacer con la empresa de su padre o con lo que pasaría después de tomar las decisiones, para ella, correctas. Pero necesitaba hacer lo correcto. No lo había hecho hasta ese momento por miedo, pero iba a hacerlo, no solo por Nate, sino por ella misma. Sintió unos pasos delante y no levantó la cabeza, pudo suponer de quién se trataba.

—Espere, por favor —dijo encontrándose con los ojos de Nate, que la miraba abriendo la boca de par en par—. Dentro de un rato le enviaré un vídeo, por favor, espere para decidir.

Colgó sin dejarle contestar y miró hacia el chico, mordiéndose el labio. No sabía que decir, estaba preparada con su grupo para bailar con él. Iba a ser su pareja de baile. Pero en los ojos de Nate, en ese momento, solo había confusión.

—¿Qué se supone que vas a hacer? ¿Acaso sabes bailar? —preguntó, acercándose.

—¿No puedo saber? Pensaba que eras tú quien había leído y buscado todo de mí en mi propio móvil —dijo, sonriendo segura. Parecía que su pequeña tensión había pasado, y que volvían a ser los imanes de siempre—. Además, si este es tu mundo, yo quiero estar en él, porque estoy enamorada de ti.

—¿Qué pasa con tus padres?

Sus manos volvieron a posarse sobre la cintura de la chica que sonrió y negó con la cabeza. El menor de sus problemas, era lo que pudiera creer su familia. No sabía por qué, pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo por él. Por ese chico, que había conseguido robarle el corazón en tan solo una noche.

—Es mi vida —dijo, segura.

La lluvia empezó a caer en la ciudad, pero eso no impidió la sonrisa de Nate, ni que sus labios colisionaran, haciendo que se sintieran únicos y especiales. Rachell no podía evitar sentirse feliz y tranquila. Al parecer había conseguido que él creyera en sus palabras.

Lo que vino luego, fue un derroche de energía sobre un asfalto mojado, sus pies y los de él se movían al mismo ritmo, sus cuerpos parecían estar hechos para estar juntos para toda la eternidad. Sus ojos se miraban, se soñaban y veían algo que hasta no habían visto nunca.

Un amor que estaban experimentando juntos. Daba igual lo mucho que se hubieran separado en esos últimos días. Todo volvía a la normalidad cuando sus ojos se miraban. Al acabar el baile, Rachell fue al baño porque necesitaba quitarse el exceso de maquillaje y vio como la puerta se abrió y la cabeza de Nate asomaba por el umbral, sonriente.

—Es el baño de chicas —aseguró ella, mordiéndose el labio—. No recuerdo haberte pedido que viniera

—¿No? —atrapó su cintura y la besó, con pasión—. Pensaba que tenías ganas de arriesgarte.

Sus besos fueron el culmen de toda pasión, la ropa mojada por la lluvia les empezó a pesar, aunque tampoco acabaron del todo desnudos. Fuera, se podía escuchar la música, pero en aquel instante, solo les importaba hacer saber al otro que adoraba estar haciéndolo en un baño público.

Rachell no sintió en ningún momento pánico a ser descubierta, pues él la había empujado dentro de un pequeño cubículo y había cerrado la puerta. Lejos de asustarla, la hizo ser más atrevida. Y deseaba explorar esa parte de ella, que había estado escondida durante mucho tiempo. Sus cuerpos se acompasaban al movimiento y al sonido del exterior, ella sujetó su cuello con fuerza cuando sintió que su cuerpo iba a estallar, y gimió en su oreja, haciendo que las manos de Nate la sujetaran con más fuerza y sus labios la callaran, antes de que alguien los escuchara. 

***






Después de ese momento íntimo, se reunieron con los amigos de Nate, en una mesa que estaba muy alejada de la discoteca. Llegaron entrelazando sus dedos, y ya no tenían intención de soltarse jamás. Estaban bien juntos. Decidieron brindar con cerveza, bailaron de nuevo y siguieron con la fiesta, hasta que decidieron sentarse juntos, para poder hablar de todo.

En sus 27 años, nunca había estado de fiesta y no lo había pensado nunca. Había vivido muy pocas cosas. No había tomado sus propias decisiones y desde luego, nunca había hecho las cosas como si las hacía con Nate. Se había comportado como una adulta desde que había salido de la facultad, encerrándose en la oficina desde la mañana hasta por la noche y se había perdido todo lo que la vida podía ofrecerle.

—¿Estás bien? —preguntó Nate.

Llevó una mano al labio y le miró la herida, pero su pregunta estaba puesta hacia otra dirección. Se trataba de lo que había pasado en el baño. Justo antes. Ella frenó su mano y se acercó, depositando un beso en su cabeza. Solo estaba agotada, pero necesitaba sentirle cerca.

—¿Es por si me ha decepcionado? —indagó, curiosa—. Ha sido perfecto. Raro, pero perfecto.

—Vaya... Rachell, ¿Hablando de sexo? —besó su cuello sin ningún pudor, ella tuvo que cerrar los ojos y morderse el labio—, juro que no pensaba hacerlo así. Quería que fuera distinto, currarme algo, pero viéndote bailar... No he podido evitarlo.

Ya ni siquiera le dolía el puñetazo que había recibido. A su lado todo estaba bien. Vio como Nate negaba con la cabeza y la abrazaba, dejándola cerca de él. Rachell pasó una pierna por encima de él y le miraba de forma atenta.

—Puedes decirme... ¿Por qué no se te cruzó por la mente decirme que bailabas? —preguntó de repente—. Lo que has hecho ahí es... Increíble. Tú lo eres.

Por primera vez en mucho tiempo se sintió con el suficiente coraje para contarle a alguien lo que de verdad había querido hacer con su vida. La valentía de esa noche era algo que no había demostrado nunca y la mancha en su historial por el programa, era esa prueba viviente de que no quería convertirse en ese monstruo que había sido con anterioridad.

—¿Qué hay del programa? —preguntó él, nuevamente.

—Voy a terminarlo. Quiero limpiar mi imagen —contestó, segura—, después de eso te elegiré a ti y... Me despediré de la empresa si mi padre me echa.

—No lo sé... ¿Vas a quedar con otro tío? No me gusta —dijo contrariado.

Nate se llevó una mano a la cabeza y negó con ella. No quería ver algo parecido a lo que ya había visto en el programa. Porque para ese entonces, tuvo que confesar lo que le había pasado, el porqué, quería romper todo nexo de unión con ella. Y en cierta forma eso hizo que ella se sintiera mejor. Porque entendió que había hecho muy bien en ir a buscarle.

Ella sonrió y acarició su mejilla, pasando los brazos por su cuello. Necesitaba que confiara en ella. Y el beso que él le dio después, le hizo entender que así era.

No sabía cómo, pero todo había cambiado por un error que todavía no lograba entender. Se sentía feliz, pero a la vez una mezcla de nervios y terror a los cambios, la hacían replantearse muchas cosas, pero estaba segura. Tenía que conseguir avanzar en su vida, de manera distinta. Ser por una vez ella misma.

—¿Vas a venir conmigo? —preguntó ella.

—¿Dónde?

Ella no contestó a su pregunta, simplemente sonrió y tendió su mano hacia delante. Ese fin de semana Sam iba a estar fuera, así que iban a pasar el máximo tiempo posible en casa de Rachell. Aquella noche, los fuegos artificiales, le hicieron saber lo que quería en su vida para siempre. Y eso era a Nate. 

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