4. Caliente
No podía concentrarse. La llamada de teléfono continuaba y con la mirada trataba de hacerle saber a Andrew que debían salir de aquí. No entendía cómo la había encontrado, pero era él y no estaba soñando, era real. Y eso era lo peor que podía haberle pasado. Carraspeó incómoda porque tenía la mirada de Nate encima y puso sus manos sobre la mesa.
Escuchó una pequeña risa que provenía del chico tatuado y miró hacia Andrew con una sonrisa segura. Ella quería seguir aquí, acabar y marcharse por fin a por su nuevo móvil. El abogado despidió su conversación y guardó el teléfono dentro de su chaqueta, pudo ver la cara de asco de Nate y sonrió, dispuesta a devolverle el golpe.
—Perdón, ¿Qué ibas diciendo? —dijo Andrew, con una brillante sonrisa en la cara. Fue a continuar con la conversación, pero parecía que no había acabado de hablar—. Ya sabes cómo son estos asuntos. Es un caso muy interesante.
—¿Sí? ¿De qué trata? —preguntó, fingiendo interés. Creando en Nate una mueca y un alzar de cejas divertido.
Andrew se llevó la copa de vino a la boca, bebió un trago de forma refinada, después de forma simple la dejó sobre la mesa y respiró hondo, sujetando la servilleta y se limpió. Nate imitó sus movimientos con un vaso de agua y después los miró, sonriendo. Rachell se aguantó una pequeña risa que estaba a punto de escaparse de sí misma y respiró hondo.
Nate parecía aburrido y bostezó estirando los brazos hacia arriba, generando que varias personas del restaurante le miraran. Rachell en cualquier otro momento, se hubiera sentido avergonzada, pero estaba disfrutando de la presencia y del juego del chico tatuado.
—Resulta que es un caso de violencia doméstica —explicó Andrew, muy serio, mientras se disponían a acabar con el segundo plato, cortó un trozo del filete que tenía delante y se lo llevó a la boca con delicadeza—. El hombre pide una indemnización por los daños ocasionados sobre su coche, al parecer la engañó.
Andrew continuaba hablando sin parar, ella intentaba centrarse en la conversación, pero le era imposible no fijarse en lo que estaba haciendo su cita anterior. Un camarero se había parado a su lado y parecía estudiarle, era evidente que Nate no pensaba pagar por nada de lo que hubiera en ese lugar y no tenía ni idea de que pretendía.
—¿Ha decidido que va a tomar, señor? —preguntó el camarero, escéptico.
—Otro vaso de agua, por favor, espero que acabe una reunión aburrida, ya sabe —dijo Nate, tranquilo y le dio un golpe en el brazo como si fuera su amigo. El camarero lo miró, inseguro y se limpió el brazo donde le había golpeado—. Es un coñazo tener que escuchar a un señor dándote la vara con sus casos de abogado.
—Será un placer —objetó el camarero, marchándose.
Se apartó de él con mala cara y ella tuvo que contener de nuevo una risa, mirando sus manos y escuchando el silencio que se había originado en su mesa. Ya ni siquiera sabía de qué estaba hablando Andrew. Tenía el semblante serio y parecía estudiarla de forma estricta.
—¿Te hace gracia? —preguntó, extrañado.
Nate soltó una risa exagerada, ocasionando que los ojos de Andrew le miraran, estaba actuando como una inmadura y lo peor era que lo sabía. Andrew era tan educado que devolvió la vista hacia ella sin prestarle la mayor atención al chico tatuado. Seguramente debió pensar que era el hijo de algún millonario demasiado ocupado como para hacerle caso.
—Para nada, me parece muy interesante lo que estás diciendo. Al menos, tienes conversaciones diversas —comentó, viendo de reojo la reacción de Nate, que era de pura incredulidad—. Hay hombres que solo pueden pensar en una cosa.
Vio como fruncía el ceño, mientras su cita le sujetaba de la mano por encima de la mesa. Aunque en aquella ocasión no sintió una conexión tan intensa como con Nate, se sonrieron, todo parecía empezar a fluir. Vio la cara de Nate ante esas manos unidas y Rachell la apartó, sintiendo que estaba traicionando al chico que ayer había estado con ella.
Entonces, por el rabillo del ojo, vio como sacó algo de su bolsillo y arqueó una ceja hacia él al verlo. Era su móvil y lo tenía entre sus manos. Aquello no era posible, pero estaba segura de que era su misma funda, además, estaba convencida de que no tendría el mismo modelo.
—¡Tío, Alex! —dijo llamando a alguien, alzando mucho la voz, como si quisiera que le escuchara—. Tenías que ver dónde estoy... ¡Mola eh! Esto casi es mejor que la noche de ayer ¡No sé cómo colgarte! —sonrío hacia ella y volvió a mirar a través de la pantalla—. Creo que todavía no lo ha pillado.
—¿Quieres qué nos vayamos a otro lugar? —preguntó Andrew, volviendo a sujetar sus manos e intentando entrelazar sus dedos—. Los nuevos ricos no tienen modales.
Ella negó con la cabeza. Tenía que recuperar su móvil. No dejó que sus dedos se entrelazaran y puso su mano en el regazo. Su vista siguió a Nate que asintió ante la separación de esas manos. Estaba dispuesto a sacarla de quicio, se estaba haciendo fotografías con el vaso de agua, como si estuviera en una discoteca.
—Tengo que ir al baño —dijo segura y lo bastante alto para que Nate, asintiera también.
Se levantó, sujetando su bolso y se dirigió a paso rápido hacia el baño. No tenía ni idea como iba a salir de su pequeño error de la otra noche. Además, no le debía nada a Nate, pero se sentía culpable si sujetaba la mano de otro tío. Entró y miró los pequeños retretes asegurándose de que no hubiera nadie. Después se apoyó en la pica y frunció el ceño, esperándole.
***
Pasó un buen rato esperando y frunció el ceño, se sentía cada vez más enfadada. No entendía por qué no la había seguido, era un mensaje claro. Solo debía seguirla hasta el baño, nada más. Se peinó el pelo con los dedos y respiró hondo, abrió la puerta y descubrió que Andrew volvía estar sujeto al teléfono, pero se fijó en algo más. Nate no había vuelto a su lugar y entonces su mirada se dirigió hacia la puerta contigua a la suya. El baño de hombres.
«¡Venga ya!», exclamó su mente.
Cerró los ojos y los volvió a abrir, dispuesta a adentrarse a ese sitio, se acercó a la puerta y sujetó el pomo para bajarlo. Parecía desierto, no había nadie. Y de golpe escuchó la cadena de uno de los retretes, vio como Nate salía de un cubículo y se subía la cremallera con tranquilidad, para después acercarse a la pica, mirándola con una sonrisa a través del espejo.
—Es el baño de hombres —le informó, seguro—. Que ya sabes que no diría que no, pero creo que no has venido por eso.
Ella pensó enseguida en aquella conversación que tuvieron durante su cita y enrojeció. Aunque sabía que ella tampoco quería negarse a que pasara. No sabía cómo, pero de golpe, otra vez, se había imaginado en la misma situación, sus cuerpos unidos, desnudos, todo, era demasiado, así que se quitó todas esas cosas de la cabeza, sacudiendo la cabeza y le miró, cruzando los brazos y se acercó, segura.
—No me cuentes historias —dijo frustrada, cruzando los brazos bajo el pecho—. Tienes mi móvil.
—¿No era qué podías vivir sin él? —preguntó juguetón, secándose las manos, con lentitud y calma.
Arqueó las cejas, indignada y dio los pasos necesarios hasta quedar en su espalda. Le vio alzar las cejas y meter la mano en un bolsillo con tranquilidad, parecía dispuesto a devolvérselo y que, por fin, se acabara esa pesadilla. Pero le vio sonriendo, y ladear la cabeza, como si estuviera observando que seguía vestida como en su cita de ayer.
—Tranquila, mujer. Si lo que pasa es que no quería estorbar tu brillante cita con el imbécil de fuera —bromeó, girándose y le dio el teléfono—. Pues, ya he hecho mi buena acción del día. ¿Has visto que también puedo ser agradable? ¿O eso ya lo sabías? Ayer parecía que lo pasaras bien. Me quedó con que mi cita fue mejor.
Se acercó a su oreja susurrando, erizando parte de su piel, cuando deposito un beso sobre la piel de su cuello. Sus manos temblaron cuando sujetó su móvil y vio como él se apartaba, sonriendo, había ganado otra partida. Siempre conseguía que la situación se tornara tensa y la seguía atrayendo demasiado.
«Ya está. Céntrate. Tienes el móvil», se recordó.
Nate todavía no había salido. Le parecía curioso que no se fuera. Pero decidió solucionar su vida antes de preguntarle por qué seguía allí. Colocó el dedo en la huella y esperó que la pantalla se iluminara, arqueó las cejas de inmediato, suspiró y vio como Nate, asentía y se giraba para caminar de forma muy lenta hacia la salida.
—¿Por qué no funciona mi huella? —preguntó, dándose cuenta de que él había conseguido desbloquearlo.
—Porque mi amigo Alex, la ha cambiado —contestó, seguro, dando media vuelta sobre sí mismo y la miró, mordiéndose el labio.
Rachell le miró, indignada. Eso debía ser una broma, no podía estarle pasando. Se llevó las manos a la cabeza, desesperada por salir de ese problema. Y se apoyó en la pica, intentando respirar con tranquilidad. Pero no entendía nada. Nate se acercó a ella y depositó sus manos en la cintura de ella, como con el Skate. Dejó que le sujetara el móvil y se lo desbloqueara.
—Gracias —dijo ella, notando como el rubor subía a sus mejillas, por la cercanía de ese chico.
—¿Por qué? —preguntó él, sonriente.
Ella vio que estaba dispuesto a besarla, había subido su mano, por dentro de la camiseta, pasando las yemas de sus dedos, hacia su espalda y se estaba acercando hacia sus labios. Sabía que no debía, pero cerró los ojos, estaba dispuesta a besarle de nuevo. Quería sentirse como ayer. Los labios de Nate llegaron a rozar sus labios, pasando su lengua por encima de su labio, pero el contacto desapareció muy rápido. Se apartó de ella de repente, moviéndose con su móvil hacia la puerta y ella abrió los ojos, exasperada.
—¿Qué haces? —preguntó ella, tratando de recuperar la respiración al darse cuenta de que otra vez, se la había jugado.
Nate sonrió y la miró de forma obscena, pareció mirar hacia el interior del baño. Y ella tragó saliva, pues quería que le pidiera entrar. Sin embargo, le vio guardar su móvil en el bolsillo y como se giraba para abrir la puerta.
—Ni se te ocurra salir por esa puerta —señaló ella.
—Si me quedo aquí contigo... Va a acabar pasando que te lleve dentro de ese baño —dijo con voz rugosa. Se volvió a acercar a ella y pasó sus manos por la cintura, atrayéndola para que notara como estaba resultando aquella charla —¿Qué te parece si sales de aquí conmigo? Sabes que el tío ese de ahí fuera no pinta nada. Ni siquiera se pregunta dónde estás.
—Muy gracioso. Necesito mi móvil, así que, dámelo y desaparece de mi vida —objetó ella, nerviosa, por la cercanía de Nate, respirando su aliento y buscando su boca de forma inconsciente.
«Muy bien, Rachell. Estás siendo bipolar», le recordó su mente.
—Bueno, si quieres que me vaya me voy —contestó sonriendo—, pero no te pienso devolver el móvil. Llama a la policía, diles que te he robado o que miren si de verdad es tuyo, ¿Quién me dice a mí que lo es? Además, si tanto quieres que me vaya... ¿Por qué tengo la sensación que si te besara ahora pasaría exactamente lo mismo que ayer?
—No seas tan creído —dijo ella, segura. Mirando sus labios —, no todas se mueren por ti.
—Yo no he dicho que todas se mueran por mí —exhaló, como si se estuviera conteniendo.
La mano del Nate volvió a levantar el borde de su camiseta, subió por la espalda con lentitud, mientras ella le miraba, mordiéndose el labio inferior. Llegó hasta su sujetador y su dedo bordeo toda esa zona hasta pasar a la parte de delante, posicionándose justo encima de la tela delantera. Ella sujetó sus brazos de repente y presiono sobre sus tatuajes, respirando de forma pesada.
—Voy a gritar —susurró Rachell, mordiéndose el labio.
—¿Cómo ayer? —preguntó picaron —, me gustará.
—Eres un...
Empezó a hablar, pero se detuvo, vio cómo él se apartaba y quiso hacerle saber qué quería continuar en ese juego. Sin embargo, Nate negó con la cabeza y se giró para mirarla con cierta serenidad.
—No quiero esto contigo, ¿Vienes conmigo o te quedas con ese idiota?
—Vale. Pero espera fuera.
Ni siquiera había metido bien esa respuesta. Y tenía claro que no se iba de allí solo por el móvil. Quería de verdad estar con ese chico que conseguía volverla completamente loca.
—¿Esperar más? Pero, ¿Cuánto tiempo más va a durar esto? —dijo, exasperado.
—¡No lo sé! ¡No me pongas más nerviosa y ve fuera! —gritó, exasperada.
Salió detrás de él, y trató de relajarse. Tenía que hacer como que nada había pasado. Y pudo ver cómo con ella no quería que todo fuera igual. Parecía que tenía la necesidad de cuidarla. Y eso le gustó. Sobre todo, porque por una vez parecía que realmente, quisieran protegerla.
Vio cómo el chico se despedía del camarero con otro golpe en el brazo y sonrió por lo bajo al ver la cara escéptica del pobre trabajador. Y posterior a verlo salir se centró en su nueva misión. No sabía que iba a hacer para cortar con eso, pero los del programa le habían dicho que podía irse cuando quisiera. Ella quería ir con Nate, aunque fuera una locura.
***
Regresó a su mesa, donde Andrew todavía estaba en una llamada de negocios. Suspiró y miró por la ventana, Nate se había sentado en un banco y parecía mirar directamente hacia ella, sujetando su móvil entre las manos, como si estuviera grabando un vídeo.
«Menos mal que odiaba los móviles», se recordó. «Como si no tuviera suficiente con estar en un programa de televisión».
Se lo quedó mirando un buen rato, se rascaba la cabeza, como si estuviera nervioso. Le pareció gracioso, aunque no tenía ni idea de qué estaba haciendo. Pensó que probablemente estaría hablando con su amigo Alex, jactándose de lo que acababa de pasar entre ellos en el baño. Escuchó el carraspeo de Andrew y decidió centrarse en su cita.
Tenía que encontrar la excusa perfecta para retirarse, puesto que su amigo de fuera empezaba a ponerse nervioso y se levantaba moviéndose entre la gente, incluso la paraba para que le hicieran fotografías o lo que fuera que estuviera haciendo. La estaba poniendo contra las cuerdas.
—Ha sido una cita interesante —comentó ella, desviando la mirada hacia Nate que parecía hablar a una señora que sostenía su móvil emocionado—. Supongo que tendrás mucho trabajo.
—La verdad es que sí, pero me ha encantado quedar contigo. Eres muy atenta y si quieres quedar otra vez, aquí tienes mi número —dijo siendo encantador, como llevaba siendo todo el rato.
Le supo mal tener que despedirse de él. Antes de salir del local, los del programa les hicieron una pequeña entrevista, primero a Andrew y después a ella. No podía más, estaba agotada y todavía tenía que aguantar tres citas más. Solo esperaba que en las siguientes no tuviera que encontrarse de nuevo en una situación tan penosa o quizá, esperaba que no la dejaran tener más citas en lugares públicos, donde pudieran ser interrumpidos.
Salió fuera y se acercó hacía el banco donde Nate todavía sostenía su móvil. Tenía una sonrisa que enmarcaba la felicidad que sentía por haberse salido con la suya y parecía grabarla, mientras hablaba. Ella, puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
—Y aquí tenemos la viva estampa de la felicidad —vocifero, su voz sonaba muy alta y estaba conteniendo una carcajada—, ¡Vamos, Rachell! ¡Sonríe!
—¿Todavía no te has cansado? —preguntó, enfadada. Estaba harta de que siempre acabara por dejarla con las ganas y la consiguiera sacar de quicio—. Acabas de chafarme una de las citas más importantes de mi vida.
—¿Con ese señor? —preguntó, dudoso—. Creí que tú no querías ese regalo por tu cumpleaños. Como son los ricos, cumples 27 años y te regalan cuatro citas en un programa de televisión. Cinco, si contamos que te equivocaste de día y de lugar, para acabar acostándote conmigo.
Rachell analizó la situación y Nate alzó las cejas, sabiendo que había dado justo en la tecla que más molestaba a la chica que se ofendió enseguida, no solo había robado su teléfono y cambiado sus contraseñas, también había estado leyendo sus conversaciones.
Abrió mucho los ojos, estaba dispuesta a pegarle, pero él, como siempre, se adelantó a cualquier movimiento que pudiera hacer. Pasó el brazo por sus hombros y empezó a caminar. Una gran sonrisa se expandía por su rostro. Rachell había pasado de recordar la noche y el momento del baño a enfadarse con él.
—No te ofendas, simplemente, fuiste muy descuidada y a una gran empresaria como tú, eso no le puede volver a pasar —concluyó, seguro y se adelantó para quedar justo delante de ella, parecía un niño jugueteando—. Te devolveré el móvil.
—Por fin... —dijo, segura.
—Pero antes, acompáñame a Central Park, como compensación quiero enseñarte algo —dijo sonriendo y entrelazando sus dedos.
A diferencia de Andrew, su contacto no le molestó, pero si lo hizo el hecho de que pareciera seguro de que iba a aceptar la invitación. Aunque también había parecido muy seguro de que no iba a llamar a la policía en el baño, fue un tema que quedó en el aire por la tensión sexual. Aunque debía admitir que aquello le atraía demasiado.
Se sentía como un rebelde, atravesando campo enemigo, cruzando líneas que nunca se habría atrevido a pasar. Por el simple hecho de que no pertenecían a las mismas clases sociales. Le sonaba a telenovela barata. A cliché de libro malo. Pero no se había inventado aquella conexión. La sentía y creyó que merecía vivirla.
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