2. Contagioso
Los nervios no dejaban de aumentar. Cada mirada, cada palabra, llevaba detrás algo de deseo. Había conectado de forma inmediata con su cita y no sabía por qué el programa había decidido que aquello estaba bien. A cada rato se sentía más cómoda, a pesar de que no era ni su lugar, ni parecía que quedara bien. Nate hacía que se sintiera como en casa.
El camarero volvió a aparecer, rompiendo la conversación que estaban teniendo sobre música y dejó delante los platos que Nate había pedido. Tenía delante el plato más humeante y grasiento que había visto en su vida. Una hamburguesa del tamaño de su cabeza.
No se esperaba eso para una primera cita.
Su acompañante la miró interesado y extrañado a la misma vez, le vio alzar una ceja, entre divertido y curioso. Sus nervios crecieron más, no sabía cómo se iba a comer eso. No le habían traído nada para cortarlo.
—¿No comes? —preguntó Nate.
—¿Con las manos? —le devolvió la pregunta.
Nate le hizo una demostración llevándose la hamburguesa a la boca, saboreándola y alzando una ceja, retándola de nuevo. Odiaba esos gestos del chico. Se sentía como si fuera un reto para él. Era como si la estuviera empujando a hacer locuras, que era justo la razón por la que se había apuntado a ese estúpido concurso de citas.
Rachell miró a derecha e izquierda, como si no quisiera que nadie la viera haciendo aquella, pero sabiendo que la estaban grabando. Entonces, imitó sus movimientos, mordió un buen trozo y trató de masticarlo sin que se viera que se le estaba haciendo tedioso, sin embargo, le pareció que estaba buena, la mejor que había probado nunca.
—Está buena, ¿Verdad? —indagó Nate, sonriendo.
Ella asintió, fue a contestar, pero escuchó el sonido de un iPhone cerca, e inconscientemente fue a llevar su mano al bolso. Sintió una sonora carcajada de Nate, así que frenó sus movimientos y devolvió la mano de nuevo sobre la mesa. Se sentía indefensa, desvalida e incomunicada sin su teléfono cerca. Era una sensación muy extraña.
—Si quieres se lo pido al camarero —dijo burlón, Nate.
—No lo necesito —contestó, negando con la cabeza.
Todavía mantenía esa sonrisa burlona y eso la fastidió porque sabía que era capaz de hacerlo. Sam llegó a su mente, con el mismo mensaje que le había dado. Y tenía razón, debía llevar las riendas de esa cita. No podía seguir siendo una novata, le habían hecho ese regalo por algo. E iba a aprovechar la conexión que había tenido con ese chico.
—Y mientras tanto... ¿Qué hacemos? ¿Nos miramos sin más? —preguntó, jugando con un mechón de pelo.
—No quieres jugar a eso ¿Verdad?
—¿Y qué pasa si quiero? —continúo ella.
El verde de sus ojos se intensificó. No sabía por dónde iba a seguir la conversación, pero pudo sentir como su propio corazón se revolucionaba. Jamás pudo imaginarse que su primera cita se volvería tan "picante", pero Nate estaba dando rienda suelta a esa Rachell que siempre era recatada.
—¿Qué ha sido lo más arriesgado que has hecho en tu vida? —preguntó, pasando el dedo índice por el borde del vaso.
—Presentarme aquí ¿Y tú?
Él se llevó el vaso a los labios, mientras parecía analizarla. Rachell sintió que había contestado mal a esa pregunta y entendió que estaba hablando de otra cosa más sexual. Por eso, de forma rápida imitó sus movimientos, saboreando la bebida de forma lenta. Estaba esperando que él contestara aquella pregunta que había lanzado.
Hizo una mueca, cuando la bebida pasó por su cuello. La cerveza de ese lugar estaba muy fuerte. Al ver el silencio en Nate decidió carraspear, ignorando el picor en su garganta y suspiró.
—No soy la única aburrida que hay en este antro —comentó, colocando la mano sobre el mentón, haciéndose la aburrida.
Obviamente y como ella esperaba, el chico lo entendió como un reto. Y no iba a ser menos. Se colocó de manera más cómoda en la silla, pasando por el respaldo su brazo y sonrió.
—Ir detrás de una chica a un baño público y tener una experiencia muy salvaje... ¿Contesta eso a tu pregunta o soy más explícito?
Rachell enrojeció, de repente, la temperatura parecía haber subido en el antro. Pudo imaginarse siguiendo a ese chico al baño y se llevó de nuevo la bebida a los labios, nerviosa. No podía contestar a eso.
—Era mentira, aunque no diría que no —vaciló Nate, sosteniendo una carcajada—. Por tu cara, voy a entender que lo más arriesgado que has hecho es no lavarte el pelo después de hacerlo en la cama con tu exnovio.
—Oye, puedo ser peligrosa también —contestó, molesta.
—Ah, ¿Crees que lo soy?
Asintió, sintiéndose atraída por ese chico que no dejaba de mirarla. Sin saber por qué deseaba besarle y tocarle. Eran como dos imanes que se atraían el uno al otro, a pesar de ser muy diferentes. Y, de hecho, estaba dispuesta a cualquier cosa por seguir allí. Pero, sabía que ese chico no gustaría ni a su padre, ni siquiera a Sam y, por supuesto, su madre pondría el gritó en el cielo.
—¿Y hasta cuándo dura la cita? —preguntó de repente, deseando escapar de ese lugar y quizás también de él.
—Cuando quieras nos vamos —contestó.
El plural le hizo entender que no iba a poder huir de él, pero de igual forma empezó a sentirse demasiado tentada. Quería saber cómo iba a continuar esa cita tan extraña que estaba teniendo, por lo tanto, decidió quedarse. Total, le quedaban cuatro para elegir cuál le había parecido mejor.
La cena acabó, sus miradas no dejaron de cruzarse y sus sonrisas de hablar por sí mismas. Las conversaciones fluyeron solas, se habían adaptado muy bien. Era como si estuvieran solos, como si no hubiera cámaras escondidas grabándolos. Rachell se había olvidado de que estaba en un programa y le echó la culpa a la tercera cerveza.
***
Salieron del lugar un rato más tarde, después de unas cuantas cervezas más. Él llevaba un skate debajo del brazo y caminaba a su lado, con bastante tranquilidad. Sus manos se rozaron unas cuantas veces. Y eso conseguía que la tensión entre ellos siguiera creciendo. No habían hablado demasiado al salir, pero si seguían mirándose.
Se estaban dirigiendo hacia la puerta de un parque que no conocía, no solía pasear mucho por Brooklyn, solo se movía por su zona de trabajo que era en el centro de Manhattan. Le resultó extraño no ver ninguna cámara cerca, y por eso suspiró, mirando hacia atrás, como si quisiera descubrir donde se escondían, pero no vio nada.
Dejó que Nate le sujetara la mano, y una tierna sonrisa apareció en sus caras. No habían hablado mucho durante el trayecto, y ella, simplemente, decidió dejarse llevar. Quería ver que más le podía demostrar esa noche. Además, soltar el teléfono había sido demasiado liberador. Era una persona completamente distinta.
—Este lugar es muy bonito —dijo ella, rompiendo el silencio y adelantándose, separando sus manos—. Nunca he estado aquí de noche.
—¿Has hecho algo por ti misma alguna vez? —preguntó él, mofándose nuevamente de la chica que le miraba alzando las cejas—, me temo que no has hecho más que trabajar.
—Te he dicho que sí antes. También puedo ser como tú.
Nate se sentó en la parte de arriba de un banco, asintiendo, colocando el monopatín en sus pies. Rachell empezó a mirarle, sabía que debía hacer algo para demostrarle que podía ser divertida. Instintivamente, necesitaba que ese chico quisiera quedar con ella otra vez. Miró hacia el Skate y una sonrisa burlona apareció en su cara. Tenía un plan. Se acercó de forma rápida y se agachó para quitarse los botines, logrando que el chico se quedara perplejo.
Si tenía que matarse subiendo a esa cosa, pretendía hacerlo sin perder la poca dignidad que le quedaba. Se levantó y dejo los botines bien colocados sobre el banco, mientras la cara de Nate dibujaba pura confusión.
—Bien. Estoy lista —dijo, posicionando sus brazos en jarra en la cintura.
Nate entrecerró los ojos, pues no parecía había entendido su frase. Lo dejó dudando unos segundos, le gustaba haberle pillado desprevenido. Pasado un tiempo prudencial, colocó una mano sobre la rodilla del chico y se acercó de forma sugerente, dejándole más perdido y le susurro;
—¿Qué te parece si me enseñas a patinar?
Sus alientos se mezclaron durante unos segundos. La cercanía de sus cuerpos pareció reaccionar de inmediato con un fuerte shock eléctrico que les cruzó todo el cuerpo. El chico buscó sus labios, girando la cabeza de forma desesperada, llegando a cerrar los ojos.
No sabían lo mucho que deseaban que ese acercamiento se produjera, sentían la necesidad de saber que el otro, también lo quería. Rachell hasta ese día no supo del poder que podía llegar a tener con alguien con quien sentía tanta atracción. Y supo que debía aprovecharlo.
Notaba su aliento cerca, la mano de él, se había colocado sobre la mano que todavía estaba puesta sobre su rodilla. Rachell sonrió y se separó bruscamente, con una sonrisa juguetona, se movió un poco por el asfalto, notando las pequeñas piedras clavándose en sus calcetines.
Él, soltó una pequeña risa, negando con la cabeza y se puso en pie, sujetando el monopatín, para segundos después tirarlo al suelo y saltar encima, acercándose de repente. Fue un roce sencillo en los labios, solo un pequeño contacto que pareció desaparecer enseguida. Le guiñó un ojo al apartarse y soltó una fuerte carcajada. Ella frunció el ceño de inmediato.
«¿Qué acaba de pasar?», se preguntó, mientras seguía con la mirada puesta en ese chico.
Parecía ser el tipo de persona que no se iba a quedar a medias en nada. Siguió sonriendo y se movió un poco alrededor de donde estaban, haciendo algunos movimientos con la tabla. Estaba chuleando de lo que era capaz de hacer. Y tenía que ser sincera, se mordió el labio inferior, y deseo no haberse apartado. Sus ganas no dejaban de crecer dentro de su estómago, como si se creara un nudo.
Se cruzó de brazos y lo miró. No pudo evitar pensar en ese beso. Había sido demasiado corto, quería otro, pero no sabía cómo debía conseguirlo. Se sentía estafada. No podía besarla y simplemente, apartarse. Empezaba a no entender por qué. Dio dos pasos hacia delante cuando vio cómo se detenía demasiado cerca, y apartó la cara cuando vio que iba a volver a besarla.
—Me has besado —admitió ella, alzando una ceja.
—Lo que has hecho tú, está peor —contestó, estaba siendo muy tentador, como llevaba siendo toda la noche. Su mano subió hasta el mentón de la chica y lo levantó para quedar frente con frente—. Además, eso no era un beso... ¿Nunca te han besado de verdad?
—Pero, ¿Quién te has creído? —preguntó ella, intentando apartarse.
Una mano la sostuvo de la cintura y la apretó más. Volvió a sentir ese ligero temblor en las piernas, como cuando lo había visto sentado en aquel bar. Esa vez, no vaciló para seguirle mirando. Deseaba hacerlo. Romper esa barrera de tensión que se había creado por la fricción de ese beso demasiado simple. Le parecía sencillo. Solo quería que se acercara más.
Sus labios estaban más cerca, sus alientos se entremezclaban, sus mejillas estaban ardiendo y todo su cuerpo parecía pedir a gritos esa conexión. Deseaba ese beso como nunca había querido nada. Sin embargo, el contacto desapareció y se quedó descompuesta cuando vio cómo se apartaba para sujetar entre sus manos el Skate.
—Bien, pues a patinar —dijo sonriendo.
—Pues, mejor —respondió, ofendida.
—¿Qué? ¿Querías que te besara de verdad?
—Sigue soñando, no te iba a dejar que me besaras.
Puso los ojos en blanco y caminó hacia él, tendiéndole la mano para sujetar el monopatín. No estaba nada convencida de ese plan, no quería acabar la noche en urgencias, pero estaba harta de que pensaran que era un muermo. No lo era. Nate sujetó su cintura cuando la vio dispuesta a subirse a la tabla, ella se frenó enseguida y miró hacia su mano.
—Bueno, tampoco hace falta que toques tanto... ¿No? —preguntó ella.
—No quiero que te mates —explicó, dudoso. Por primera vez, parecía que le importaba algo. De hecho, sus manos se lo demostraban, pues la sostenían de forma muy firme—. No es tan fácil.
Soltó un poco su cintura al ver la decisión en los ojos de la chica y ella subió el primer pie algo tambaleante, no estaba contando con que esa tabla se iba a mover y si no fuera por los reflejos de Nate, que había vuelto a hacer presión sobre su cintura, ya hubiera rozado el suelo. No podía ser algo tan sencillo, al fin y al cabo, ella siempre había sido un desastre en deporte.
Después de ese primer descontrol dejó que Nate fuera quién la guiara. Sujetó sus manos para subirse nuevamente, primero un pie y luego otro. Estaba tan concentrada en no acabar cayéndose que no se dio cuenta de lo ensimismado y sonriente que había conseguido dejarle. Pudo suponer el gran montaje que haría el programa con todas esas imágenes tan jugosas que estaba dando.
—Solo tienes que coger confianza en la tabla y algo de equilibrio —exhaló, nervioso.
Se mordió el labio para levantar la mirada y encontrarse con los intensos y brillantes ojos de Nate, que la tentaban. El contraste de sus ojos era extraño, pasaban del verde de los árboles en primavera al azul del mar. Se quedaron en silencio, mirándose, como si quisieran detener el tiempo en ese mismo instante. Sus corazones parecían latir al mismo compás.
Los pies de Rachell volvieron a pisar el asfalto, con cierta seguridad, de que no iba a caerse. En un rápido movimiento desprendió una de sus manos del agarre y la llevo hacia el tatuaje del pájaro que tenía en el cuello, trazó una línea con la yema de su dedo y escuchó el carraspeo de Nate, que apretó su mano sobre su cintura. Respiraba de forma agitada, anhelando ese instante.
Necesitaban ese beso que se había quedado perdido antes. Y parecía el momento perfecto. La magia estaba en el ambiente, también la tensión generada durante toda la cita. Y el hecho de que las cámaras no les molestaran parecía ser suficiente.
Sus labios estaban cada vez más cerca y en un rápido movimiento, él tiró de su brazo, fuerte, como si quisiera romper esa tensión y acabar con todo. La tenía rodeada con los brazos y sus ojos buscaban insistentemente sus labios.
Estaban saboreando ese primer momento de tacto, como si no se fuera a repetir más. Su mano subió de nuevo al mentón e intensificó el beso. Era como si se hubieran conocido mucho antes, como si aquello no fuera la primera vez que pasaba. Las manos de Rachell pasaron a su pelo y enredo allí sus dedos, como si no quisiera que se separaran más.
El beso se alargó mucho, tenían la necesidad de seguir unidos, aun así, necesitaron recuperar el aliento y se apartaron un poco para apoyarse en la frente del otro, con la respiración agitada, pero todavía sintiéndose cerca. Con los dedos de Nate recorriendo el borde de la camiseta de Rachell y tocando la poca piel descubierta de su espalda.
Cuando sus ojos se abrieron pudo notar el leve rubor que había surgido en sus mejillas. Rachell nunca había sentido esa sensación, con nadie, ni siquiera con su exnovio, con quién estuvo más de dos años. Necesitaba más y no sabía por qué, aunque echó la culpa a esas cervezas de más que se había tomado.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó él, depositando un suave beso sobre sus labios.
No supo responder a aquello, solo dejó que una sonrisa se escapara de sus labios. La voz de Nate sonaba rugosa e instintivamente, despertaba en ella algo que no creía posible. No sabía cómo había podido acabar su primera cita de esa forma. No quería ser consciente de nada. Exclusivamente, podía mirar el brillo de sus ojos y el millar de estrellas que estaban presenciando aquel momento.
Sus manos se unieron de nuevo y se dejó guiar por ese desconocido entre calles y lugares que le parecían desconocidos. Él, no dejaba de mirarla, como si tuviera miedo de que se arrepintiera. Pero Rachell, se sentía tan atraída y tan fuera de su zona de confort, que únicamente pensó en continuar con aquella extraña experiencia.
***
El piso de Nate estaba bastante lejos, tuvieron que caminar más de media hora. Rachell no supo cómo acabó siguiéndole. Ni tampoco cómo aguantó durante todo el trayecto de ascensor, solo sujetando de su mano. Sus dedos entrelazados, pidiendo más contacto. Nada más fueron tres pisos únicamente compartiendo miradas, un pequeño pasillo con dos puertas casi la hizo despertar si no fuera porque su mano seguía en contacto con ese deseo ardiente que despertaba él.
Sus pasos se adelantaron hacia la derecha y le vio sacar las llaves de su bolsillo, abriendo la puerta para dejarle paso a su piso. Entró segura y se giró hacia Nate, que la seguía observando con una sonrisa torcida y con los ojos la devoraba. Ese chico había conseguido volverla loca. Se acercó a él, nuevamente, tirando y sujetando con fuerza de su camisa para volver a besarle.
Aquel beso era más demandante, las manos del chico se desplazaban por la espalda de Rachell con desesperación y trataba de tirar de ella, intensificando mucho más el beso. La pasión era tal, que acabaron tirando un jarrón de la entrada. Deteniendo sus besos solo unos instantes para recoger aquel estropicio.
—Lo arreglaré luego —murmuró Nate.
La sujetó y la levantó, haciendo que sus piernas se cruzaran por su cintura. Después, la condujo hacia su propia habitación. Al entrar cerró la puerta y la apoyó en ella para seguir besándola. Le quitó la camiseta y ella atrapó su cuello con los labios, dejando suaves besos en su piel, como si no pudiera detenerse. Llevo sus manos hasta el borde de la camiseta de Nate y también se la quitó, a la vez que él, peleaba contra el sujetador para quitárselo.
Los pasos de Nate la llevaron hasta la cama algo tambaleante y se sintió perdida por primera vez. Se llegó a preguntar que estaba haciendo. Y miró a su alrededor. La habitación estaba algo desordenada, olía extraño. No era el lugar idílico para que dejase que eso pasara.
Sin embargo, cuando volvió a sentir sus labios cerca de su clavícula, se dejó llevar nuevamente, era un momento único y sabía que no se iba a repetir. Los besos, la pasión, la lujuria, todo se estaba desatando dentro de aquel sitio. Se sintió amada en sus brazos y extrañamente también plena, como hacía mucho que no se sentía. Pero aquel amor, simplemente, no podía ser.
Sus vidas no combinaban, eran demasiado distintos. En ese instante se dio cuenta de que no sabía nada de él. No había hecho las preguntas necesarias. Era como si hubiera sido una noche de tonto juego entre ambos. Creyó que solo era una más que estaba entre las sábanas de Nate.
Se durmió sobre su pecho, dejando su pelo enredado sobre su brazo. Notando como el sueño la vencía, después de todo. Hacía tiempo que no dormía de esa forma, siendo abrazada y sostenida por alguien que la cuidaba y la protegía. No estaba mal, pero sabía que pronto tendría que despertar para volver a su dura realidad.
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