10. Un final feliz

Solo unas horas le hicieron falta para volverse a poner a trabajar. Iba a ser su último día y tenía que dejarlo todo listo para qué Sam pudiera encargarse de todo. La final del programa había llegado y con ella su decisión. Iban a citar a sus cuatro citas y ella tendría que elegir con quién quería irse de viaje o si bien, decidía irse sola. Y todo el mundo le pedía cosas distintas.

Sam quería que se quedara con Matthew, quién desde que había salido del hospital no había parado de hacerle llegar a casa notas. Las había leído y le parecían tiernas, pero seguía sin sentir nada. Era como si se sintiera totalmente muerta por dentro.

Durante la grabación del programa, tendría unos minutos para estar con cada uno de ellos y así dar más cebo, estaban intentando crear dudas en los espectadores. Aunque en realidad tenía bastante clara cuál era su decisión.

—Otro regalo del enamorado —dijo Sam, abriendo la puerta—. Esta vez es un ramo de flores. Rosas blancas para ti, princesa.

—Qué raro —murmuró ella, arqueando las cejas sujetando ese ramo—. Son blancas.

—Eso he dicho —obsequió su mejor amigo—. Me encanta que se me escuche.

Rachell se movió hacia la ventana, sin prestarle atención. Inmediatamente, su recuerdo la llevó hacia Central Park, con Nate, siempre era él. El ramo de flores que tenía entre las manos, era igual al que le regalaron allí. No quería pensar en ello, por eso, sonrió y sujetó la pequeña nota que se escondía entre el ramo.

—¿Qué pone? ¿Qué pone? —preguntó Sam, nervioso.

—Fuiste, eres y serás mi más bonita casualidad —leyó con tranquilidad, dejando escapar un suspiro.

Sam se llevó una mano al pecho y negó con la cabeza, haciendo ver que se quitaba una lágrima del ojo con calma. Aunque, en realidad, no estaba llorando.

—Después de la frase de; quédate con quien te bese el alma, la piel te la puede besar cualquiera —suspiró Sam—. Creo que este chico se acaba de ganar todo mi corazón.

Rachell sonrió dejando las flores sobre la mesa y llevando esa nota al bolso donde en un pequeño recoveco guardó todas las de esa semana. No entendía por qué Matthew se estaba tomando tantas molestias. Pudo llegar a pensar que le había gustado de verdad, pero desde luego lo que su corazón pedía era otra cosa distinta.

Escucharon alboroto en las puertas y sintió su propio corazón revolucionarse cuando escuchó a Amanda decirle a alguien que no podía entrar, que no era lugar para alguien como él. No supo hasta cuando, pero contuvo el aliento hasta que la puerta se abrió, dejando que viera a Alex.

Era un chico más bajito que Nate, tenía un tatuaje que ocupaba todo su cuello y sus ojos junto con su cabello eran igual de oscuros. Muy diferente a su compañero de piso.

—¿Y este quién es? ¡Madre mía! —objetó Sam, con los ojos muy abiertos, como sorprendido, pero parecía que estuviera fingiendo.

—Es Alex —contestó su amiga—, y no deberías estar aquí. Ya voy de salida.

—¿Nos puedes dejar a solas? Por favor —pidió Alex, mirando a Sam, exclusivamente.

Rachell arqueó las cejas, extrañada y los miró a ambos. No supo en qué momento se habían conocido, pero parecía que estuvieran planeando algo. Asintió lentamente y salió de la oficina, todos sus empleados sostenían rosas blancas y tuvo que respirar hondo cuando las vio.

Por un momento, pensó que todo aquello formaba parte del programa, quizás, Matthew estuviera haciendo eso para que le eligiera.

—¿Amanda? —preguntó Rachell, cuando se acercó hasta su mesa—. ¿Qué hacen en una fila todos? ¿Y por qué rosas blancas?

—¿Por qué no se deja sorprender? —dijo, y le guiñó un ojo.

Iba a matar a quién fuera que estuviera detrás de eso. Se estaba muriendo de vergüenza por pasar delante de sus empleados, mientras le regalaban cada uno, una rosa blanca. Llegó hasta la última rosa y entonces descubrió un pasillo repleto de pétalos que llegaba hasta el ascensor.

Y se dirigió hacía el botón, lo pulsó de inmediato, quería descubrir quién se escondía detrás de esas puertas metálicas. Y cuando, por fin, se fueron abriendo, observó que no había nadie en su interior y arqueó las cejas poniendo un pie en el interior. En el gran espejo había una especie de grafiti, escrito con la misma letra que ella había estado recibiendo todos esos días.

Sin ser lo que buscaba, terminaste siendo todo lo que necesito —leyó en voz alta alguien cerca de su oreja.

Se giró para encontrarse con sus penetrantes ojos verdes. Esa vez iba vestido con un traje azul, llevaba otra rosa blanca en la solapa de la chaqueta que se quitó para poder entregársela. Repasó su cara varias veces, sin creerse que todas esas notas, todos esos detalles, hubieran llegado de su parte. Incluso no pudo suponer que Sam, estuviera metido en el ajo.

—El amor solo es una palabra, hasta que alguien llega para darle sentido —dijo, todavía sin poder dejar de mirarla.

—¿Te has tragado un libro o has buscado todas esas frases en Google? —preguntó, cruzando los brazos bajo el pecho, moviendo las rosas por delante de él.

—¿Tengo pinta de leer libros? —contestó a su pregunta, dejando ir una sonrisa—. No pienses que ha sido tan fácil, tuve que liar a nuestros amigos para que Sam, me hiciera caso.

Resopló mirando hacia Sam que iba cogido de la mano de Alex. Parecían felices y después volvió a mirar a Nate.

Sabía cómo había empezado todo, había sido un error y todavía tenía cosas que resolver. No sabía si sus padres iban a aceptar a alguien como Nate en su vida, pero era suya y debía tomar una decisión. Y debía ser sincera.

—Solo me queda hacerte la pregunta. Creo que no he sido tan cutre como suponías —dijo él, sonrío y se acercó un paso más cerca—. ¿Salimos juntos de aquí y decides quedarte sola en el programa?

—¿Sola? —preguntó, sonriendo. Nate ya estaba sosteniendo sus mejillas y se estaba acercando para besarla.

—Te juro que no volveré a hacer nada de lo que he hecho, no beberé, no fumaré y menos venderé —dijo cerca de ella, cerrando los ojos y besando su frente, dejó que su olor penetrara en su nariz y sonrío—. E intentaré no partirle la cara de nuevo al pintamonas, ¿Cómo se te ocurrió pensar que esas notas te las enviaba él?

Las lágrimas estaban saliendo sin parar de sus mejillas, no quería verse como una estúpida, pero lo que acababa de pasarle era lo más bonito que había vivido. Asintió aún sin saber a qué le estaba diciendo que sí y entonces, sucedió de nuevo. Ese beso que encendió todo su interior haciéndola sentir plena, renovada y feliz.

Un gran aplauso apareció por la parte de atrás, donde todos estaban emocionados. Se sonrieron y Sam sonrió entristecido, levantando la mano y mirando a su compañero. No entendió aquella sonrisa, pero dejó que Nate entrara y pulsara el botón que los llevaría hasta la planta baja, donde cogerían el coche y se irían hacia el lugar donde se grababa la final.

—¿Cómo iba a suponer que sabías usar Google? —dijo ella de repente, recordando que la había culpado por creer que las notas era otro—. Ni siquiera tenías móvil.

—Tú lo has dicho, no tenía. Ahora vas a ser la que me tenga que retar para que lo deje —dijo, y le abrió las puertas de su propio coche, descubriendo que también le había robado las llaves y ella alzó las cejas, indignada. Él se subió de conductor y sonrió—. El último número que te llamó, él que no bloqueaste, pero que guardaste y miraste la foto de perfil, encontrándote con la que le envíe a Alex, ese, es mi número.

Ella le miraba embelesada. No se podía creer que hubiera sido capaz de hacer todo lo que había hecho para recuperarla. Él había tenido una segunda oportunidad en la vida cuando decidió dejar todo aquello a lo que era adicto y estaba dispuesta también a dársela.

—¿Y solo por eso supiste que estaba dudando en si perdonarte o no? —preguntó, acomodándose en el sillón de acompañante.

—Que no llamarás a la policía ninguna de las veces y que hubieras mentido por mí, fue bastante revelador en realidad... Solo tenía que currarme las disculpas —comentó, soltando una pequeña risa.

Ella soltó otra carcajada y miró por la ventana. Quizás eso podía costarle su carrera, pero iba a arriesgarlo todo, solamente, por seguir sintiéndose viva. Había construido sin darse cuenta un muro entre ella y el amor. Cada parte de su camino, se había forjado en trabajar y seguir estando viva, pero no se sentía cómo tal. Solo luchaba por no caer en ese sentimiento que, en realidad, era el motor del mundo en el que vivían. 

***







El coche se detuvo minutos más tarde, en el aeropuerto, y tardó unos cuantos más en ordenar su cabeza y saber lo que iba a hacer. Se bajaron del coche y ella miró atrás solo una vez, viendo un resquicio de duda en el rostro de Nate. Parecía que tuviera miedo a que se echara para atrás.

Los cámaras ya la estaban esperando y Nate se había quedado en el capó, cruzando los brazos bajo el pecho mirando hacia el suelo, pensativo. Sabía que se estaba conteniendo, pudo suponer por qué estaba así. No había podido convencer a sus padres y, por lo tanto, lo que había pensado era en no salir durante la emisión del programa, para que no supieran que estaban juntos.

—¿Puedo decir una cosa? —pidió ella, sonriendo.

—Claro, ¿Grabada? —le preguntó uno de los cámaras.

Ella asintió, segura y miró hacia su espalda donde Nate tamborileaba sus dedos sobre el pantalón, nervioso. No parecía nada seguro y eso le hizo soltar una pequeña risa. Estaba segura de seguir en ese juego que siempre habían tenido. Era reto tras reto. Y ella tenía uno en mente, dejar su historia plasmada en televisión. Para que pasara lo que pasara, siempre pudieran volver atrás y verse de nuevo, enamorados, como el primer día.

—El programa me ha servido para encontrar el amor. El de verdad —dijo, segura, mirando al botoncito rojo encendido, que ya le habían enseñado la primera vez que tuvo que grabar su entrevista—. Solo hay que ser sincera con lo que se quiere desde un principio y yo... No lo fui.

Encontró su mirada, cómo él había dicho en aquel video, se encontrarían en cualquier parte del mundo. Y esa era la verdad. La sostuvo durante unos minutos y después volvió a centrar sus ojos en aquel botón encendido en rojo.

—La persona que he encontrado no es ninguno de los chicos que me han presentado. Indirectamente, yo creí que sí, pero no lo es —aseguró, sonriendo—. Se llama Nate, no es de mí misma posición social y quizás haya gente que piensa que no pegamos.

Sus pasos se iban acercando a ella para intentar escucharla, con el ajetreo de la ciudad le era imposible escuchar lo que estaba diciendo, pero por su mirada supo que estaba hablando de él. Y parecía ser la primera vez que le sorprendía.

—No nos conocíamos de nada y quizás tampoco lo hacemos ahora, pero sé que tendré mucho tiempo para conocerlo —dijo sin dejar de fijarse en sus ojos, estaba nervioso y parecía no entender lo que estaba ocurriendo—, pero sé que mis manos están hechas para tocarte, mis ojos para encontrarse con los tuyos y mi corazón es íntegramente tuyo.

Le tendió la mano, creando que los cámaras se miraran extrañados y poco rato después vieran a un chico bien vestido, con tatuajes incluso en las manos, sujetar la cintura y mirarla con amor, con una sonrisa.

—¿Quieres arriesgarte conmigo? —preguntó ella, sujetando sus mejillas.

—¿Ya sabes lo que dicen no? —contestó, jugando—. Cuando encuentras a la persona, tienes que arriesgarte.

Casi todo el que estaba cerca había escuchado esa declaración de amor, y sus ojos estaban gritando el, te quiero, que había faltado en todas esas palabras.

Los del programa habían quedado tan contentos que estuvieron a punto de regalarles el viaje. Pero Rachell declinó esa oferta, quería vivir una historia diferente a la que habría sido si Nate no hubiera parecido en su vida. Si él no hubiera aparecido, seguramente habría elegido quedarse con Matthew, habrían tenido una bonita y tierna relación, que hubiera acabado por entrar demasiado en la rutina. Justo lo que ella estaba intentando evitar.

Esa no es la vida que quería. Por primera vez quería vivir a ciegas, no saber qué iba a pasar con ella al día siguiente y todo quería hacerlo de la mano de Nate. Le miró una vez estaban de nuevo cerca del coche.

—Oye... ¿No te sientes raro? —preguntó de repente, causando que él alzara una ceja—. Ya sabes, ahora tienes novia, móvil y un traje.

—Pienso devolverlo como continúes metiéndote conmigo —comentó él, volviendo a sentarse de conductor.

—¿A mí también? —cuestionó, preocupada.

—¿A qué vienes con cambio? —le preguntó, sonriendo—. No te cambiaría por nada.

Se sonrieron una última vez antes de que el coche volviera a arrancar. Entonces buscó en el bolso aquella tarjeta que le había dado el señor Holmes y sonrió hacia Nate que parecía dispuesto también a dar una vuelta de tuerca a su suerte.

«¿Qué podía salir mal?», se preguntó mentalmente.

Se tenían el uno al otro, nada podía salir mal si así era. Si estaban juntos. Iban a vivir una nueva historia, construyendo su hogar desde los cimientos. Iban a preparar su futuro juntos y podrían vivir la vida de forma diferente. Aunque seguramente, al igual que le había pasado con Alex, tendrían que superar muchos baches. Pero parecían dispuestos a hacerlo.




Continuará... 

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