Capítulo Veintitrés
El silencio nos envolvió a los tres mientras íbamos sin una dirección en concreto. No les había pedido que me acompañasen a las mazmorras, que era donde quería ir, pero lo estaban haciendo. No sabía si era porque no sabían qué hacer o porque querían ir conmigo para protegerme, porque era lo que parecía, caminaban uno a cada lado, muy cerca de mí.
La conversación con Salvatore no había ido bien, nunca iban bien con él. Aunque me había guardado algún as bajo la manga por si me hacía falta, no me fiaba de lo que podía hacer, o mejor dicho, no confiaba en lo que estaba dispuesto a hacer para conseguir su propósito; desterrarme del reino o encarcelarme para quitarme todos los derechos.
—¿Sois conscientes de que no hace falta que me acompañéis, verdad? Puedo ir sola a la perfección. No me pasará nada.
—¿Estás yendo a ver al señor Fitzgerald? —Matthew me miró y asentí con la cabeza—. Lo que suponíamos, tenemos que ir contigo. Es más, vamos a ir contigo, quieras o no.
—¿Por? Puedo ir sola.
—Porque lo decimos nosotros, no hay discusión —murmuró Alex—. Tú no eres consciente de lo que has hecho, ¿verdad?
—No he hecho nada nuevo. Encararme con Salvatore ya lo había hecho antes.
—No, pelirroja, no. Has dicho lo que nadie se ha atrevido a decir en años, no solo el hecho de plantarle cara, que es mucho.
—¿Entonces? No sé a dónde quieres llegar.
—Decirle a Isaiah que es un bastardo en su cara y referirte a él como tu tío. Todo ello delante de Salvatore, le has dicho en voz alta el secreto que quiere ocultar a los demás.
—Pero ¿es un secreto? Lo sabe todo el reino, nadie se ha sorprendido cuando lo he dicho. Ni lo han negado.
—Todo el mundo lo sabe pero nunca antes lo han dicho. La mayoría de hadas tenían miedo de hacerlo, era un secreto a voces. Y tú has abierto la caja de pandora, has empezado una guerra con él.
No me importaba, Salvatore había colmado mi paciencia intentando controlar lo que hacía o dejaba de hacer, no me había dado ninguna explicación lógica para su actitud conmigo, y estaba harta. Por suerte tenía a Alex y a Matthew para decirme la realidad, para hacerme ver cómo eran las cosas.
—Mejor dicho, he abierto un frente nuevo con él. Quiero quitarle el poder —admití—. Ya me he cansado de todo esto... Lo de Gael es lo que me ha hecho estallar del todo.
—No es tan fácil, Aerith. Y aunque tengas el poder no podrías liberar al señor Fitzgerald de forma tan fácil.
—Las leyes están a mi favor. Solo necesito apoyo de los que viven en el reino...
—Pero...
—Lo sé, Matthew —suspiré, había demasiada gente en mi contra o que no confiaba en mí para apoyarme en ese momento y no quería provocar una mayor ruptura en la sociedad de la que había, eso ya lo había conseguido Salvatore.—. Eso es lo más complicado de todo.
Llevábamos tiempo ya en las mazmorras pero esta vez no nos paramos justo al entrar, como cuando Blake estaba encerrado, ni por la mitad, cuando estuvo ese vampiro que nos confirmó que nos iban a atacar. Íbamos mucho más lejos, y cada vez había más guardias de lo normal. Cada escasos metros estaban en formación, vigilando esos oscuros pasillos y con muchas armas, sin moverse ni inmutarse al pasar a su lado, pero sabía que estaban preparados para atacar si hacía falta, listos para cumplir su cometido.
Eran demasiadas medidas de seguridad en mi opinión, demasiada oscuridad, demasiada profundidad, demasiada gente...
—No te gusta lo que estás viendo, ¿cierto? —me preguntó Alex en un susurro.
—Para nada, pero supongo que no puedo hacer nada.
—No, no puedes. Es sorprendente que aún no nos hayan detenido, prohibido el paso o preguntado qué hacemos aquí —murmuró Matthew.
—¿Lo harán?
—¿No lo ves? —rebatió Alex—. Hay demasiada seguridad.
Tenían razón, en un momento dado nos impidieron seguir, pero me los quedé mirando de forma desafiante. No les aparté la mirada, clavé mis ojos rojos, ya que estaba transformada en mi forma de hada en ellos.
No sabía si era que por ser el hada de fuego ya me tenían más respeto y no querían enfadarme, o de por sí les estaba intimidando, o si me tenían miedo por la forma en que los estaba mirando. Porque estaba apunto de estallar.
Se apartaron, nos dejan pasar, o al menos a mí.
—Ellos no pueden avanzar más —dijo uno de los guardias—. Es zona prohibida.
—¿Ni si lo ordeno yo?
—Aerith, déjalo. —Alex le quitó importancia—. De todas formas es algo que tienes que hacer tú sola.
Asentí y seguí avanzando hasta que no pude hacerlo más, uno de los guardias abrió la puerta, y me dijo con la mirada que si necesitaba algo solo hablase, que estarían ahí.
Entré y era todo oscuridad.
Estaba totalmente a oscuras, no había ni un destello de luz. Una gota cayó al suelo y me distrajo, además de eso desde que había entrado solo olía a humedad.
Alcé la mano para crear una bola de fuego e iluminar un poco el lugar, no era muy grande, al contrario, era un cubículo reducido que no tenía mucho espacio. Lancé la bola de fuego al techo para que iluminase toda la estancia y lo vi.
Gael estaba en un estado deplorable. Tenía el torso desnudo, con rastros de sangre seca y heridas que todavía no se habían cerrado, algo extraño debido a su rápida curación, se notaba que lo habían estado torturando con todo tipo de técnicas para hacerle hablar, sobre todo con lesiones físicas. No dudé ni un segundo en que no les había dicho nada, que se había quedado callado aguantando todo ese dolor.
Estaba inconsciente, o es lo que pensé porque sus ojos estaban cerrados. Seguí observándolo y vi que tenía las manos alzadas retenidas por unos grilletes, al igual que sus piernas. No era una posición cómoda y debía estar agotado.
Seguí mirándolo desde la distancia porque no sabía qué hacer, si despertarlo o no. Me sentía culpable de su estado, y odiaba sentirme así. Que estuviera así, era en parte mi culpa, fue Blake quien lo delató y él estaba conectado conmigo. Era mi culpa que Gael estuviera de este modo.
Además, desde que lo había visto me sentía mal, era extraño verlo así, siempre parecía tan fuerte y seguro y... No era el mismo que conocía.
Me acerqué a él con sumo cuidado, no quería despertarlo. Solo necesitaba saber que se encontraba bien, aunque sabía que no, lo estaba viendo. Me dolía verlo así, no sabía el motivo pero tenía ganas de desatarlo y huir con él para ponerlo a salvo.
Cuando estaba a escasos centímetros de su cara, observándolo en silencio y lamentándome también de las heridas que tenía en el rostro, que estaba a punto de acariciar sin saber el motivo, se movió. Me quedé quieta, esperando que así no se despertase, pero era demasiado tarde, poco a poco abrió los ojos y lo primero que hizo fue observar el techo y el fuego que había que seguía iluminando la estancia, de inmediato, y con esfuerzo, bajó su cabeza para mirarme a los ojos, aunque él los tenía entrecerrados, se estaba acostumbrando a esa nueva luz.
—Aerith... —murmuró con dificultad y después de eso sonrió. Era una sonrisa sincera y con esa simple acción se le iluminó la cara.
¿Por qué estaba sonriendo? ¿Estar encerrado lo había vuelto loco? ¿O había sido la tortura? Aunque eso era poco probable...
No supe qué decir mientras me observaba y seguía con esa sonrisa en la cara, solo me limité a acercarme de nuevo y le aparté el cabello sudado de la frente.
—Hola... —saludé—. Siento no haber podido venir antes...
—Sé que Salvatore ha tenido algo que ver, insistía mucho en que no habías venido y que no te importaba en lo absoluto y creo que algo sí te importo —se rio, o lo intentó, ya que su expresión se contrajo por el dolor.
—Quédate quieto —pedí y examiné los grilletes—. Tienen veneno, ¿no? De vampiros, por eso estás tan débil y no te estás curando.
—No es solo por eso, tengo dentro pequeños materiales impregnados de veneno que no puedo eliminar por estar débil y atado. —Gael me observó y vio que estaba intentando quemarlos con fuego—. No, no quiero meterte en más problemas, Aerith. Si los quemas sabrán que has sido tú.
—Necesitas descansar, al menos unos minutos, te los voy a quitar. Me es igual lo que digas.
—Entonces usa la magia feérica, los cierran de ese modo.
Asentí y los abrí con un simple hechizo, primero los que le retenían el lado derecho y después, haciendo que se apoye en mí, los del otro lado. Cuando se quedó libre, empezó a tocarse las zonas en las que estaba atado, intentando recuperar la movilidad y la sensibilidad de esa zona, pero no dejaba de mirarme.
—¿Te importa si nos sentamos? —preguntó—. No estoy en mis mejores condiciones...
Gael se sentó y yo lo hice a su lado, sabía que estaba intentando ser fuerte, no mostrarse débil ante mí, pero no me importaba verlo así. Seguía sintiéndome culpable por su estado y no podía callármelo.
—Lo siento.
—¿Por qué lo sientes? Tú no tienes nada que ver con esto. No tienes la culpa de nada.
—Fue Blake —admití—. Fue él quien le dijo a Salvatore que estabas aquí porque creía que me protegía. Por ello me disculpo, creo que tengo la culpa por eso.
—No tienes que disculparte por las acciones de otras personas. El lobito solo sabe cometer errores, eso no lo voy a negar, parece un experto en joderla contigo. Pero creo que son más por su juventud y a lo ciego que está por lo que siente por ti, no porque lo haga queriendo.
—¿Eso es que no estás molesto?
—Si hubiera querido huir, lo hubiese hecho. Tú me diste la oportunidad. No hay más.
—Pero...
—No voy a hacerle nada al lobito si es lo que te preocupa, no tendrá ningún tipo de consecuencia por mi parte. Puedes estar tranquila.
Nos quedamos en silencio y en un momento dado nuestras manos se rozaron, Gael estaba helado. Así que sin que me lo pidiese intenté transferirle un poco de calor con fuego.
—Gracias. —volvió a sonreír y me miró—. ¿Qué es lo que haces aquí, Aerith?
—Quería verte —dije—. Necesitaba verte —corregí—. Quería saber cómo estabas. Y tengo muchas preguntas...
—Antes de que lo preguntes, no me fui porque sabía lo que implicaba hacerlo. Todo tu reino se hubiera puesto en tu contra, te hubieran desterrado.
—Eso no me importaba en ese momento. Y siendo sincera, tampoco es que me importe ahora.
—Pero a mí sí, Aerith. Aquí de momento estás segura. Has aprendido todo aquello que debías saber para ser más poderosa y conocer todo aquello que tu madre te privó. No sé si te das cuenta pero no eres la misma chica que conocí en West Salem.
—La gente no cambia, Gael.
—No, no lo hace. Solo se muestra cómo realmente es. Y tú estás demostrando que no solo eres el hada de fuego, que va mucho más allá. La gente está empezando a ver lo que yo vi desde un principio, lo especial e inolvidable que eres.
—Gael...
Lo dijo de forma tan sencilla como si no le diera importancia, pero cada vez que remarcaba que para él era inolvidable algo en mí se encogía por dentro.
—Será mejor que te vayas, no quiero meterte en más problemas de los que seguro que ya tienes. Gracias por venir a verme y preocuparte por mí.
Tuve la sensación de que me estaba echando, y no supe si era porque no estaba cómodo con que estuviera aquí con él o si había algo más. Él se levantó y le costó hacerlo, se tambaleó y casi se cayó al suelo si no fuera porque fui rápida y lo cogí.
—Estás muy débil...
—Nada de lo que preocuparse, Aerith. Vuelve a atarme para no levantar sospechas y...
—¿Por qué me estás queriendo echar? No niegues lo que es evidente, me apartas la mirada, eres demasiado escueto y... No quieres que te ayude.
—Odio sentirme débil, Aerith. Y odio que tú me veas así. Yo soy el que quiero protegerte, el que debería estar cuidándote, no al contrario. Las piezas llenas de veneno que tengo dentro me están matando.
—Sácatelas o si quieres lo hago yo. Así seguro que te sientes mucho mejor.
—No es tan fácil, llevo demasiados días sin alimentarme y dudo que aquí me den sangre, creo que quieren dejarme en inanición para no suponer un peligro.
Una idea loca se me pasó por la cabeza. Había algo en mí que necesitaba que Gael estuviera bien, que quería cuidarlo y protegerlo sin importar qué. Además, también era consciente de que estaba demasiado preocupada por él, que no podía apartar la vista de sus heridas y seguir sintiéndome culpable por ellas.
—Bebe de mí —murmuré—. Necesitas sangre así que, aliméntate conmigo.
Alcé mi brazo y coloqué mi muñeca delante de su boca, esperando que me mordiera y que empezase a recuperar fuerzas. No me importaba que lo hiciera, solo quería que se recuperase.
—¿Te has vuelto loca? —su tono estaba lleno de sorpresa pero lo gruñó, era como si le molestase lo que acababa de decir y me bajó el brazo con fuerza, muy molesto—. No me voy a alimentar de ti.
—¿Por qué no? Estoy aquí intentando ayudarte, es la única opción viable para que no estés así de débil.
—Aerith, no —espetó—. Deja el tema. No voy a beber de ti.
—Yo quiero que lo hagas, ¿tan difícil es de verlo? Quiero que te recuperes, que estés fuerte y que... —me callé porque no sabía bien a lo que me refería—. ¿Por qué no quieres hacerlo?
Gael suspiró y me miró con esos ojos verde-grisáceos que tanto me gustaban, estaban debatiendo en su cabeza la respuesta.
—Porque no sé si seré capaz de controlarme, Aerith. La sangre de hada es... exquisita. Es todo un manjar que a los vampiros nos vuelve loco, por ello tu aroma es tan peculiar y tantos fueron detrás de ti. Querían probar si era cierto lo que dicen. No quiero hacerte daño por no poder parar a tiempo o por perder el control, es lo último que quiero.
—No me importa eso —aseguré y alcé los mirada para verlo—. Confío en ti, Gael. Sé que no me vas a hacer daño.
Cuando quise darme cuenta sus manos estaban agarrándome la espalda con fuerza, acercándome a él con impaciencia, como si esas palabras le hubieran vuelto loco y me besó. Sus labios tocaron los míos sin previo aviso y su lengua se abrió paso sin que me lo esperase, con ansía e ímpetu. Ni siquiera me di cuenta de que le estaba devolviendo el beso con la misma intensidad hasta que mi espalda chocó contra la pared, rodeada por sus brazos.
Y entonces me mordió el labio, noté cómo sus colmillos con cuidado perforaron mi piel y una gota de sangre empezó a salir. Gael empezó a chuparla con cuidado para beber de mí y en lugar de sentirme débil por esa pérdida, mi cuerpo quiso más. Muchísimo más.
Estaba extasiada, sentí cosas que nunca antes había sentido y quise volver a hacerlo. Fui yo la que lo mordió a él e invadí su boca con mi lengua con toda la necesidad del mundo. Sentí el sabor de la sangre en su boca y pasé mis dedos por su cabello con fuerza.
Gael volvió a succionar un poco más de mi sangre provocando un jadeo por mi parte que calló volviendo a unir nuestros labios, pero intentó que fuese un beso suave, aunque no lo dejé.
Quería más de él, mi rostro ardía, toda yo estaba ardiendo. Gael volvió a separarse de mí e intenté volver a juntar nuestras bocas, pero él se apartó, con la mirada oscurecida y llena de preocupación.
Y ahí fui consciente de que había perdido el control de mí misma.
JEJEJEJE
Muchos besos xx
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