Capítulo Seis
No tardé ni un minuto en volver a transformarme en humana. Me sentía mucho más cómoda de esta manera y sabía que así no podría herir a nadie y tampoco perder el control. Por lo que había podido hablar con el que era mi abuelo, no me iba a permitir que no tuviese mi forma real cuando estuviese delante de la demás gente, ahora que estaba sola, decidí hacer lo que realmente quería.
Examiné la habitación y sentí que había algo en ella que me resultaba familiar por lo que empecé a mirar cada uno de los rincones de la estancia. Era bastante impersonal, no tenía nada característico que indicase que alguien hubiera vivido en ella a excepción de una fotografía que encontré en el fondo de un cajón, casi olvidada ahí. Con cuidado la saqué de ahí y la observé.
Había cuatro personas, una chica rubia de más o menos mi edad, estaba en una de las posiciones centrales con una gran sonrisa, abrazada al otro chico que estaba en el medio, de pelo castaño claro y de unos grandes ojos azules. En los extremos había otros dos chicos, otro rubio, del mismo color que la chica y otro un poco más apartado, al lado de la chica, con ojos verdes.
No me costó adivinar quién era quién en la fotografía, Blake y su padre eran iguales, me había dado cuenta de su parecido al verlos pero al ver la fotografía era como si estuviese viendo una de Blake, de jóvenes se parecían todavía más.
El rubio tenía la misma expresión que Matthew, y eran iguales, pese a las diferencias en el color de pelo y ojos, mi tío Charles era otro de los que estaban en la fotografía.
Y por último, ya que no iba ni siquiera a mirar más tiempo del necesario a uno de los que salían en la fotografía, estaba mi madre. Tan sonriente, tan feliz, que por primera vez me creí que ella y yo éramos tan parecidas en cuanto a personalidad. Aunque no parecía ella por lo contenta que se la veía, nunca había visto a mi madre con una sonrisa tan grande acompañada por un brillo en los ojos que traspasaba la fotografía.
Me gustaba la imagen, la observé durante unos minutos y sonreí para mí misma, eso sí, antes de guardármela la rompí. Quité a la persona que no debería estar en ella, la que no se merecía estar en ese momento de felicidad de mi madre y quemé ese trozo.
Busqué otras posibles fotografías o alguna otra cosa, sin embargo, no tuve suerte. Solo encontré todo tipo de ropa, muchas toallas y sábanas. Estas últimas, todas ellas, llevaban bordadas las iniciales C e I, por lo que deduje que esta era la habitación de mi madre.
No sé si me la había dado queriendo, había sido casualidad o a Charles le había parecido una buena idea, pero estar aquí me hizo pensar en ella más de lo que lo hacía a diario.
¿Cómo estará? ¿Y Febe? ¿Habrán sido capaz de perdonarme? Porque todo había sido por mi culpa, a día de hoy me seguía culpando por todo lo que había pasado.
Me gustaría poder estar con ellas y apoyarlas, sobre todo a Febe, ya que deberían estar al menos tan mal como yo. Las echaba de menos, mucho. No había pasado tanto tiempo desde que me había ido con Matthew pero yo me había ido en un muy mal momento, aunque fuese necesario. Querría poder arropar a Febe cada noche y decirle que todo había sido una mala pesadilla, que nada había sido realidad, que ella y Hebe podrían seguir jugando como solían hacer en el jardín.
Incluso echaba de menos las discusiones absurdas con mi madre, las que no nos aportaban nada a ninguna de las dos pero que seguíamos teniendo sin una razón concreta.
Además, por lo poco que había visto de este reino de hadas a las gemelas les hubiera encantado. Tenía todo lo que a ellas les gustaba, mucho bosque y prado para poder hacer uso de sus poderes sin problemas y un gran castillo como en los cuentos que les leía por las noches.
Una lágrima me cayó por la mejilla al pensar en mis hermanas y me tumbé en la gran cama que había.La fotografía no solo me había hecho pensar en mi madre, sino también en Blake. El parecido con su padre era asombroso.
También lo echaba de menos. Cuando me marché de West Salem él y yo no estábamos en nuestro mejor momento y quizá, ya que lo más probable es que no lo volviera a ver, debería haberme despedido en condiciones. Blake fue el primero que consiguió derribar un poco de la coraza que yo misma me había impuesto para no relacionarme de forma íntima con la gente. No sabía si él me echaría de menos a mí, pero yo a él sí lo hacía.
Y al que también extrañaba y sobre todo los sentimientos y emociones que me generaba era a Gael.
¿Por qué me tenía que acordar de ellos después de lo que me habían hecho? ¿Por qué perder el tiempo en tener sentimientos por ellos cuando solo me habían mentido?
Con todo lo que había pasado no le había pedido a Matthew que me hiciera el hechizo para dormir sin soñar, lo que hizo que me diera miedo la posibilidad de quedarme dormida por el hecho que tendría pesadillas, y así fue.
Volví a soñar por enésima vez con la muerte de mi hermana, y de nuevo, yo no podía hacer nada, solo intentar gritar hasta que me despertaba.
—¿Pesadillas? —Charles estaba al lado de mi cama mirándome preocupado.
—Algo así —respondí de forma vaga.
—Te he escuchado gritar desde mi habitación, solo quería asegurarme de que estabas bien... —explicó. Debió de creer que mi actitud era por verle ahí, tan cerca de mí, pero no era así. Seguía afectada por la pesadilla.
—Matthew hacía lo mismo estos últimos días —murmuré—. Tengo pesadillas a diario.
—¿Has probado los hechizos para no soñar?
—Sí, bueno, técnicamente Matthew los ha probado en mí. Yo no sé nada de todo eso...
—Si quieres, como nuestras habitaciones están cerca la una de la otra, puedo hacer el hechizo yo mismo antes de que te vayas a dormir.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, Charles —sonreí—. Esta fue la habitación de mi madre, ¿verdad?
—Sí, creí que aquí te sentirías más cómoda, dentro de lo posible. Mi habitación es la que está justo después de esta, cuando éramos pequeños queríamos estar lo más juntos posible.
—Encontré una foto —admití—. Estaba algo escondida.
—Creía que Camille lo había recogido todo, lo importante para ella al menos. ¿Me la enseñas? —Saqué la foto de debajo de la almohada, la había colocado ahí para sentirme un poco más cerca de ella, y se la mostré—. Recuerdo el día que se hizo esta foto. Fue el día en el que yo me volvía al reino de las hadas. Entre tu madre y Jospeh me hicieron una fiesta de despedida.
—Se os ve a todos muy felices.
—Porque lo éramos. No sabíamos nada la de preocupaciones que tendríamos en el futuro. La sonrisa de Camille lo dice todo.
—Pero está abrazando al padre de Blake —dije y Charles se ríe por lo que aclaré— al señor Lycaon. ¿Por qué?
—Siempre creí que tu madre acabaría con Joseph a decir verdad, hubiese sido más acertado.
—¿Por las leyes?
—No, para su felicidad. Joseph conseguía lo que ves, que sonriese de esa manera y que sus ojos brillasen, Jake no. Creo que tu madre cometió un error al elegir a Jake. Sí, estaba enamorada de él, pero aunque lo negase sabía que también tenía sentimientos por el hombre lobo, era demasiado obvio.
—¿Al elegir? —Charles era muy comunicativo en lo que era hablar de mi madre, y eso me gustaba, había tantas cosas que no sabía de ella...
—No solo has heredado su personalidad arrolladora, también sus indecisiones en cuanto al amor.
—No sé a qué se refiere.
—Matthew es mi hijo, a mi padre, vuestro abuelo —especificó como si se me hubiera olvidado—, le decía lo mínimo en sus informes. En cambio a mí... me mantenía al corriente de todo.
—¿De todo?
—Sí, de todo —ríe—. No te voy a juzgar, ni mucho menos, Aerith. Pero es gracioso de ver cómo tú también estás —al ver cómo alzó una ceja y endurecí la mirada, matizó—, o estabas indecisa entre un Lycaon y otra persona.
—¿Sabe que la otra persona es? —pregunté casi en un susurro.
—Sé lo que es —asintió—. Y lo dicho, no me importa, no voy a juzgarte. La familia no juzga, apoya. Solo espero que tú, cuando llegue el momento, elijas al adecuado, Aerith. No cometas el mismo error que tu madre. Aunque, si no hubiese elegido a Jake tú no estarías aquí, por lo que llamar error no sería lo más correcto.
—Fue un error, puede decirlo. Mi madre se merecía ser feliz y se lo merece aún.
—Lo sé, y espero que tú también seas feliz con lo que elijas.
—No voy a elegir a ninguno de ellos dos, Charles. Eso ya es pasado.
—Si eres igual que tu madre, por mucho que digas que es pasado, no lo es. Camille cuando empezaba a sentir algo más que amistad por alguien no lo olvidaba con facilidad. Y sé que a ti también te pasará lo mismo. Ahora prepárate, dentro de poco empiezan tus clases con Alex y sé que Salvatore se pasará para ver si te lo estás tomando en serio.
—Muchas gracias —murmuré en voz baja cuando se alejaba.
—¿Qué me agradeces si se puede saber?
—Que me cuentes cosas de mi madre...
—Entonces te contaré muchas más, no tardes. Y transfórmate en hada, evitarás una discusión.
Hice lo que dijo y cuando salí de mi habitación había dos hadas que custodiaban mi puerta y sin decir ni una palabra me guiaron por los pasillos hasta la que parece ser una biblioteca.
—Bien, no llegas tarde —me saludó Alex apareciendo de la nada lo que hizo que me sobresaltase un poco—. Pero no te asustes mujer, que no soy feo. O quizá te has asustado por mi gran belleza y...
—Tú y Matthew sois iguales —señalé y me reí—. Tenéis la misma actitud idiota.
—Es lo que tiene habernos criado juntos. Ayer no nos presentaron de forma oficial, y lo importante, no me presenté teniéndote a solas.
—No estamos solos —me volví a reír y examiné un poco la biblioteca, estaba llena de niños junto a adultos.
—Chica, deja de hacerme esto, matas la magia —se quejó Alex—. Soy Alex, un hada de tierra y tu futuro marido, espero. —Me tendió la mando y le di la mía, aunque en un rápido movimiento volvió a besarla, como había hecho ayer.
—Soy Aerith, el hada de fuego. Y siento romperte la ilusión, pero no eres mi tipo.
—¡Vamos soy el tipo de todas!
Alex era guapo, aunque tenía cara de niño. De pelo azabache peinado hacia arriba y de grandes ojos marrones con expresión divertida. Lo más gracioso era que tenía la cara llena de pequeños lunares, lo que le daba, todavía más, un aspecto juvenil.
—Eso también lo dijo Matthew —dije, recordando esos momentos—. ¿Os copiáis las frases?
—Tu primo es un traidor, no me contó que eras tan...
—¿Tan?
—Tan tú, no sé, ya me entiendes.
—De hecho no, no te entiendo.
—Déjalo entonces, mejor pongámonos a lo que has venido, que para mi desgracia no es lo que me gustaría, antes de que alguno de los guardias que te están vigilando le diga a Salvatore que no estamos haciendo nada.
—¿Me están vigilando?
—Para no hacerlo, tienes carácter, chica. Siéntate en esa mesa, voy a coger unos libros y estoy contigo.
Cuando Alex había dicho unos libros me creía que hablaba de dos o tres, pero al verlo acercarse con una pila de más de un metro de alto me asusté.
—Muy bien, hoy deberíamos aprender todo esto. No pongas esa cara, es todo facilísimo.
—Ni siquiera sé lo que pone en los títulos.
—Es lenguaje feérico, sí lo sabes y lo entiendes. El problema es que no confías en ti misma.
—Alex, no es que no confíe en mí misma, es que no entiendo nada. Las letras me resultan familiares, sí, pero nada más...
—¿Ves? Que te resulten familiares ya es algo importante. Concéntrate, intenta conectar con tu hada interior.
—¿Con mi hada interior? —reí de forma irónica—. Eso me suena absurdo.
—¿Quieres aprender o no? —preguntó y asentí—. Pues haz lo que te digo, y más ahora.
Con un pequeño gesto de cabeza hacia un lado, señaló a Salvatore, que tal y como había dicho Charles se había pasado a ver lo que hacía. Por lo que intento emplear lo mejor de mí, hacer lo que había dicho Alex aunque fuese extraño. Me concentré lo mejor que pude y poco a poco esas letras dejaron de ser extrañas para mí, era como si se hubieran convertido en el alfabeto que conocía.
—¿La pequeña hada que no podía volar? —pregunté leyendo el título del libro que Alex había dejado enfrente de mí—. ¿Se supone que esto es un libro de hechizos?
—No, es un cuento para niños pequeños —se burló Alex—. Pero por algo tenías que empezar a aprender nuestro alfabeto y su significado. Ahora léelo y me explicas sobre qué trata.
—No entiendo qué tiene esto que ver con los hechizos y el control.
—Todos los libros de hechizos importantes, es decir, los que te tocará aprenderte, están en ese lenguaje. Si empiezo ya con eso no vas a entender nada y te costará mucho más. Paso a paso, Aerith. —Me costaba, y Alex lo notaba, pero no dijo nada, al contrario, me animaba a que siguiera intentándolo. Eso pareció satisfacer a Salvatore, que lo observaba reojo más de una vez. Seguía ahí, impasible, examinándome, hasta que se cansó—. Por fin —murmuró Alex—. Sé que quieres saber muchas cosas, Aerith. Así que, venga, dispara.
—No tengo ninguna pregunta que hacerte.
—Mentirosilla —Alex se rio—. Matthew me ha contado muchas cosas de ti, y una de ellas es que te gusta saber todo siempre. Y mira qué casualidad, a mí me encanta contar muchas cosas.
—No he mentido, a ti no tengo ninguna pregunta por hacerte.
—¿Y en general? Yo te respondo a todo.
—No lo entiendo. ¿Estás intentando ayudarme?
—Se podría decirse que sí.
—¿No me estarás tendiendo una trampa? —espeté—. Haciéndome ver que quieres ayudarme, pero cuando pregunte todo lo que me ha parecido extraño se lo dirás a Salvatore.
—Aerith, tan desconfiada como me ha dicho Matthew que eres —Alex se mofó de mí—. Salvatore no me gusta, lo respeto por lo que es, pero no lo considero mi verdadero líder —volvió a reír—. No entiendes nada. Ven, vamos a hablar a un sitio mucho más tranquilo. Tienes que saber de verdad donde te estás metiendo y qué puedes decir o no.
Alex conocía el sitio en el que estábamos a la perfección, se notaba por la manera en la que conocía caminos poco concurridos o por cómo conseguía hacer que los que me vigilaban perdiesen nuestro rastro. Salimos del castillo hasta que llegamos a un campo alejado de todas las casas de alrededor.
—¿Qué es esto? —observé el lugar y no me pasó por alto que había lo que parecían ser lápidas en el suelo.
—Este sitio es la excusa para cuando Salvatore sepa que sus guardias te han perdido.
—Parece un cementerio.
—Es que lo es —Alex respondió sin ni siquiera girarse. Él siguió andando, hasta que se detuvo delante de una lápida y se sentó a su lado—. Ven, no seas tímida, Aerith. Siéntate a mi lado y al lado de la tumba de mi padre.
—¿Perdón?
—No te tengo que perdonar nada —se burló—. Ven. —repitió.
—¿Qué hacemos en un cementerio? —pregunté mientras me senté enfrente de él.
—Ya lo he dicho, es la excusa. Seré directo, no confíes en Salvatore.
—¿Por qué?
—Porque no te conviene.
—¿Y de Charles? ¿En él puedo?
—De él sí, sin ningún tipo de duda. Charles tendría que tomar el relevo de su padre, pero Salvatore no quiere y creo que no pasará, lo tomarás tú.
—¿Yo?
—Los Ignis fueron los que establecieron este reino de hadas, los fundadores por decirlo de alguna manera. Y lo han defendido hasta ahora. Por eso sois los que tenéis el poder. El suficiente para tomar decisiones, sean buenas o malas. Aunque hay alguien que siempre manda más que los Ignis, que pase lo que pase tiene la última palabra. Y esa, hoy por hoy, eres tú.
—¿Qué?
—Las hadas de fuego en nuestro mundo son las o los que tienen más autoridad. Por eso no tienes que confiar en Salvatore, quiere aprovecharse de que no sabes nada para tenerte a su favor. o
—Sé que no conozco la mitad de leyes de aquí pero creo que nunca me tendrá a su favor, pienso muy diferente a él —admito—. En realidad, pienso diferente a todos vosotros. Creo que vuestras leyes son absurdas.
—Pero él cree que te hará cambiar de opinión. De hecho, no quiere que sepas por el momento que tú mandas más que él, según las leyes que crees absurdas, nos prohibió a todos los que te habíamos conocido que te las dijéramos.
—Entonces, ¿por qué lo haces?
—Porque aunque sea el gobernante de este el reino, no es el mío. No me gustan sus métodos, y no soy el único. A mi madre tampoco le gustan y menos aún después de lo que pasó. —Cerró los ojos un momento para después suspirar—. Sé que no entiendes nada, lo siento. Salvatore no tomó las mejores decisiones hace unos años cuando sufrimos un ataque.
—¿Por parte de quién?
—De vampiros. Buscaban al hada de fuego, te buscaban a ti. Y ya de paso quedarse con el territorio. Pero Salvatore en lugar de prepararse para luchar, fue evasivo, no lo tomó en cuenta. Pudo pedir ayuda a otros reinos de las hadas, preparar las defensas...y no lo hizo. ¿Sabes cuánta gente murió? —Negó con la cabeza y algo en mí se encogió al escuchar esto, me buscaban a mí y por ello murieron muchas hadas que ni me conocían—. Tú no tienes la culpa de nada —interrumpió mis pensamientos—. Sé que te estarás culpando, Matthew me ha dicho cómo eres. La culpa fue de Salvatore, solo de él. Si no fuera por Charles, que él sí pidió ayuda, quizá ni tú ni yo estaríamos aquí. Fueron unos días muy complicados, yo no tenía más de cinco años y los recuerdo todos a la perfección, cada detalle, cada emoción... —Alex apretó uno de sus puños con rabia para luego golpear el suelo, no sé si era casualidad o no pero después de eso noté un pequeño temblor, casi imperceptible—. Mi padre murió por las decisiones de Salvatore y nunca se lo voy a perdonar, ni mi madre tampoco.
—Lo siento mucho, Alex —no sabía qué decir, no sabía la razón por la que me estaba contando todo esto.
—Pasó hace mucho tiempo y tú no tienes la culpa.
—¿Por qué me cuentas todo esto? No lo entiendo.
—Quiero que confíes en mí. Matthew me ha dicho que tengo que ser sincero para que lo hagas.
—Matthew te ha dicho demasiadas cosas de mí —espeté.
—Lo sé. — Intentó apartarme el pelo de la cara, pero me alejé de inmediato—. Aerith, no muerdo.
—Estoy intentando entenderte —confesé—. Eres...extraño.
—Espero que sea extraño en plan bueno, siempre elogios a mi persona.
Poco después los guardias que me estaban vigilando aparecieron junto a Salvatore, que estaba claramente enfadado.
—Creía que estabais practicando —dijo mientras miró de reojo a Alex—. No en un descanso tomando el aire.
—Estaba enseñándole los motivos por los que luchamos, por los que tiene ella que luchar.
—Así me gusta, Alexander, después de todo, una de las hadas que perdimos era su tía.
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