Capítulo Ocho
Me paralicé al verlos y más aún en esta situación de peligro. ¿Qué hacían aquí? ¿A qué habían venido? No lo entendía. ¿Son conscientes del peligro que corrían al estar aquí? Sobre todo mi madre, ella no debería estar aquí.
Mi mirada se encontró con la de mi madre, ella no estaba para nada preocupada, estaba tranquila, como si nada estuviese pasando, como si no tuviese una enredadera alrededor de su cuello cortándole la respiración. Que esté hizo que entendiese todavía menos la situación. ¿No estaba preocupada? ¿No temía por su vida?
—¿Qué se supone que estáis haciendo? —pregunté muy seria. Cuando llegué no me trataron de esta forma. Sí, quizá era porque estaba Matthew a mi lado y él era alguien importante, pero aun así, se suponía que a mi madre la conocían, se había criado aquí.
—Es el protocolo, es lo que hacemos con los intrusos —respondió uno de los hadas sin apartar la vista de ellos, por si se movían.
—¡No son intrusos! —espeté, enfadada.
—Lo son.
Vi cómo Febe intentaba moverse y al hacerlo le apretaron el agarre de las enredaderas a su alrededor, tanto que tosió porque le faltaba el aire
Y yo perdí el control al darme cuenta de eso.
El recuerdo de lo que había pasado con Hebe seguía estando muy presente, lo tenía casi marcado a fuego en mi mente. Todo lo que pude haber hecho y no hice, lo inútil que me sentí en ese momento por no poder hacer nada al haber tenido ese veneno en mi cuerpo. Y me negaba a que se repitiese la misma situación.
Ellos, los que se suponía que eran los buenos, los que estaban de mi parte, estaban a punto de ahogar a una niña pequeña que no tenía culpa de nada. Una niña que no podía defenderse por sí misma, porque no tenía tanto poder como ellos ni sabía usar sus poderes de esa forma.
Febe tosió de nuevo, empezó a cambiarle el color de la cara y estallé al verlo. ¿Nadie se estaba dando cuenta de que la estaban ahogando?
No me supuso ningún esfuerzo quemar las plantas que retenían a mi familia y a Blake con una sola mirada, fui con cuidado de no quemarlos o hacerles un rasguño. Al hacerlo, Febe volvió a toser en repetidas ocasiones al recuperar el aire que le faltaba.
Me adelanté a lo que venía, no supe cómo o el motivo pero sabía que alguien estaba a punto de atacarme y me moví para luego golpear a uno de los hadas que estaban ahí. Mi mano estaba llena de fuego mientras peleaba con él, era el único que está haciendo esto, el resto estaban expectantes a ver qué pasaba. Al final, el que había intentado atacarme cae al suelo lleno de quemaduras por mis golpes con el puño lleno de fuego. Estaba a punto de darle el golpe de gracia cuando Andrea me retuvo.
—Ya has demostrado tu punto, Aerith. Suficiente.
—Me ha querido atacar por la espalda, ¿no se supone que tenemos que confiar los unos en los otros? ¿Que sin confianza no podemos luchar?
—¡Tú has sido la primera que nos ha traicionado liberando a los intrusos! —chilló ese hada desde el suelo intentando recuperarse por el esfuerzo.
—No son intrusos, lo he dicho antes. Es mi familia, es mi madre y mi hermana pequeña. Son hadas, son como nosotros, no son intrusas.
—¿Y el chico? —cuestionó Andrea—. Él no es un hada, no huele como una.
—Es un hombre lobo —admití—. Pero si está con ellas es que es de confianza.
Decepción es lo que hubo en la mirada de Blake después de que dijera esto, ¿qué se esperaba? ¿Que yo confiaba en él? No lo hacía, me había fallado. No obstante, era de las pocas personas que había en el mundo, por no decir la única, que me fiaba para que cuidase de mi familia, aunque que estuviera aquí me generaba angustia. ¿Qué era lo que había pasado para que estuviesen aquí?
—¿El hombre lobo? —A Andrea no le pasó por alto el intercambio de miradas que tuvimos Blake y yo, quizá por eso ató cabos y supo que era el hombre lobo del que le hablé, el que me había enseñado a pelar.
—Sean hadas o lo que quieran ser, no dejan de ser intrusos —comentó un hada de la guardia—. Hemos cumplido el protocolo, retenerlos e impedir que se movieran. El hada de fuego ha incumplido las normas.
—¡El hada de fuego le ha salvado la vida a su hermana! —afirmé llena de rabia—. ¿Vuestro estúpido protocolo incluye ahogar a una niña pequeña? Porque es lo que estabais haciendo, ¿o es que no os habéis dado cuenta de que no podía respirar? ¡La ibais a matar!
—Aerith, intenta tranquilizarte —pidió Andrea.
—No puedo, Andrea. No puedo. Cuando se trata de mi hermana no puedo tranquilizarme. —Febe se acercó a mí y me agaché para abrazarla. La había echado tanto de menos. Esos cabellos rubios dorados y su mirada llena de amor e inocencia. Aunque algo en mí se rompió un poco al abrazarla, verla era ver un recuerdo constante de Hebe. Antes de levantarme me sequé una lágrima que había caído por mi mejilla y miré a Andrea—. Están fuera de límites —casi ordené con la voz muy seria.
—Siento decir que esto no funciona así —murmuró ella—. Tenemos que llevarlos a ver a Salvatore para que decida acerca de... su destino.
—¿Cómo si fueran prisioneros?
—Es que es lo que son. Camille tiene prohibido regresar, ella lo sabe. Y está aquí. Tenemos que llevarla ante Salvatore —Andrea intentó sonar lo más calmada posible, pero todo lo que estaba diciendo solo me enfadó más.
—Está bien, lo entiendo. —Mi madre me cogió de la mano y negó con la cabeza al ver que estaba pensando en qué decir para rebatir lo que ha dicho—. Llevadme ante Salvatore, aceptaré lo que él decida. —Uno a uno los guardias entraron sin perder la vista de lo que para ellos son prisioneros. Me quedé atrás junto a ellos y a Andrea, que guardaba filas en la última posición—. Aerith, sea lo que sea que estás pensando, no hace falta —murmuró—. Está bien, de verdad.
—¿Está bien morir? Porque es lo que pasará por las estúpidas leyes de aquí.
—Aunque no lo creas, para mí lo está. He podido traer a Febe, donde estará a salvo contigo y con Charles.
—Eso es una tontería, mamá. Deberías valorar más tu vida...
—Aerith...
—No, no digas nada. No estoy dispuesta a perder a nadie más, ¿de acuerdo?
—No quiero que te pongas en riesgo por mí. A Febe no le harán nada. Si estás bien como estás no te la juegues para salvarme, no lo hagas.
No le haría cambiar de opinión y ella sabía lo mismo de mí. Ambas somos muy tozudas y no llegaríamos a un acuerdo. Permanecí callada todo lo que quedaba de camino, solo yendo de la mano con Febe. Al llegar a la sala de reuniones a todo el mundo le cambió la cara al ver a mi madre, pero de todos ellos, el único feliz por ello sabiendo las consecuencias era Salvatore.
—Así que estos eran los intrusos —habló Salvatore—. Un adolescente, una niña pequeña y una desertora.
—Hola, papá, cuánto tiempo sin verte. —Me giré a ver a mi madre hablarle así a Salvatore. Por primera vez me vi reflejada en ella, vi ese carácter explosivo que también tenía yo—. Dieciocho para ser exactos, cuando me echaste al estar embarazada.
—Embarazada de un humano —matizó Salvatore—. En contra de las leyes.
—Y de ahí salió tu ansiada hada de fuego —sonrió mi madre—. ¿No era lo que querías? ¿Que un Ignis lo fuera?
—¡No si el precio era la vergüenza familiar! Mi hija, la que se suponía que tenía que heredar el reino como la mayor de mis hijos se fue con un humano. ¿Sabes lo que supuso para mí? ¿O para tu madre?
—Así es la vida, papá. Decidí tomar mis decisiones y tú hiciste lo mismo. Me desterraste. Quitaste la posibilidad a mis hijas de que estuvieran a salvo.
—Pero ahora estás aquí, pese a la prohibición de volver.
—Créeme, si tuviera otra opción no estaría aquí. No tenía tiempo de encontrar otros reinos de hadas, lo único que me importa es la seguridad de mis hijas.
—Tus hijas con un humano —reiteró Salvatore—. Hadas mestizas. El hada de fuego todos sabemos que va a acabar convirtiéndose en un hada completa pero esta niña...
—Son mis hijas al fin y al cabo. Tus nietas, sangre de tu sangre —contestó mi madre—. Ellas merecían estar a salvo, seguras. Tú les robaste eso, papá. Y no te lo voy a perdonar. No te voy a perdonar nunca lo que les has arrebatado.
—Fue tu culpa, Camille. Y lo sabías, por eso estás aquí, pese a las consecuencias de tus actos. Fuiste desterrada, por tus acciones. Las leyes marcan el destino de quién vuelve después de serlo. Conoces las leyes. Llevadla a los calabozos. Quizá así se arrepiente de haberse acostado con un mísero humano, en los últimos momentos de su vida y pedirá perdón por ello.
—No voy a pedir perdón por eso, tenlo claro, papá.
—¡Lleváosla de mi vista!
Salvatore no había dudado ni un momento, no había titubeado. Era como si no valorase la vida de su propia hija. Era verdad que la ley sea la ley, pero esto no era excusa suficiente. Yo en su lugar no haría eso, y sabía que Charles, que estaba al lado de Salvatore en silencio, tampoco lo haría, desde que Camille había entrado en la sala no paraba de mirar a su hermana arrepentido.
—No —susurré.
Que hubiese interrumpido lo que Salvatore había dicho sorprendió a todos los que estaban ahí, incluido a él mismo.
—¿Qué es lo que has dicho, Aerith? —preguntó con voz pausada, casi como una calma impuesta.
—Que no —intenté sonar convencida—. No se van a llevar a mi madre a ningún calabozo y mucho menos la vais a ejecutar.
—Aerith, estoy intentando ser lo más amable que puedo contigo, aguantando tus inútiles concesiones y tu mala actitud por ser quien eres y por tu situación.
—¿Mi situación?
—No conoces las leyes, pero se tienen que cumplir, aunque sea mi hija la que esté afectada. La ley es lo más importante que tenemos. Lleváosla, os lo ordeno.
Apreté los labios, voy a perder la ventaja que tenía con Salvatore, la que me dijo Alex, pero no podía permitir que se llevasen a mi madre. Y cuanto antes lo dijera, mejor. No iba a dejar que mi madre sufra, y mucho menos Febe, que estaba muy cerca deella, expectante por la situación, intentando saber qué iba a pasar a continuación. Ella ya había perdido a su hermana gemela, no podía perder también a su madre.
—Y yo os ordeno que nadie se acerque a mi madre.
Eso hizo perder la paciencia de Salvatore, que se acercó a mí de forma muy violenta.
—Entiendo que sea tu madre, y tengas una fuerte conexión emocional, pero te estás excediendo. La ley es la que es.
—Es absurda —contradije. Esto se había convertido en un pulso entre Salvatore y yo, y no estaba dispuesta a perder.
—¡Basta ya, Aerith! No pasaré ni una más, no puedes hablarme así, eres mi nieta, pero no dejas de ser una súbdita más.
—Quizá quien no me debería hablar así eres tú, Salvatore. Soy el hada de fuego. ¿No dicen vuestras leyes que esta es la que tiene más autoridad y poder? ¿Que es la que debe gobernar? —Vi cómo a Salvatore le cambió la expresión, ya no estaba tranquilo, ni mucho menos. Está enfadado, tanto que puedo ver el odio desde sus ojos verdes. No se esperaba que yo supiese esto, y mucho menos que lo usara en este instante. Al ver que no habla decido continuar haciéndolo yo—. Por lo que, como tal, tengo más poder que tú. Y si yo digo que nadie se va a llevar a mi madre, no se va a hacer.
—No sabes nada de este mundo, no conoces las leyes, ¿y pretendes pasar por encima de mí? Esa ley no tiene poder ahora mismo, no has sido criada para gobernar, no puedes hacerlo.
—¿No dices que la ley es la que es? —me acerqué a Charles, del único que puedo fiarme de esa sala con la esperanza de que apoyase todo lo que estaba diciendo—. Siendo la máxima autoridad, ¿puedo anular esa ley?
—No, no puedes —respondió con la mirada gacha—. Pese a que el hada de fuego es la que manda no tiene ese poder, para anular o crear una nueva ley tiene que haber mayoría en el consejo y otra cosa que aún no sabes.
—Y no la voy a tener —susurré para mí misma—. ¿Algo que pueda hacer?
—Puedes concederle la inmunidad —sugirió Charles—. Lo que diga un hada de fuego con respecto a eso no se puede anular.
—Entonces, le concedo la inmunidad a Camille Ignis y a Blake Lycaon.
Pese a que no había hablado con él era muy consciente de que Blake estaba ahí, notaba cómo me miraba de reojo y lo atento que estaba a todo lo que decía. No podía solo pedir la inmunidad para mi madre porque por lo que había conocido a Salvatore se vengaría con Blake, a Febe no podía tocarla porque era una hada, y eso estaba prohibido sin una razón.
—¿Al hombre lobo? —preguntó Andrea, sorprendida.
—Sí, al hombre lobo.
Después de eso, el silencio se instaló en la habitación. Nadie dijo nada, pero tampoco quería que lo hicieron. Aunque había sonado lo más segura y convencida posible, en el fondo, estaba muerta de miedo por si esto no funcionaba, por si Salvatore encontraba algún método para rebatir esa ley y poder cumplir lo que quería. Porque era más que evidente que quería hacerle pagar a mi madre lo que había hecho en el pasado, le era igual que fuese su hija, había quedado más que claro que Salvatore no perdonaba el pasado, ni tampoco olvidaba.
Me había ganado un enemigo por defender a mi familia, a mi verdadera familia, pero no me importaba.
—Si todo ha quedado claro, creo que tanto mi madre como mi hermana pueden irse de aquí, deben estar cansadas por el viaje.
—Las acompañaré a sus habitaciones —anunció Charles, y no me negué, mi madre y él tenían mucho de lo que hablar.
Estaba a punto de irme, esperando a que Blake me siguiese porque quería hablar con él, sin embargo, Salvatore jugó una última carta, dándome a entender que la partida entre ambos solo acababa de empezar.
—Ahora que has tomado tu papel como hada de fuego, estarás en cada una de las reuniones del consejo, tomarás decisiones basadas en la ley, aunque no te gusten. Y no vas a dar más inmunidades sin hacer un juicio, ¿queda claro?
—Me parece bien —asentí—. Blake, ¿me acompañas?
Como no sabía a dónde ir , porque aún no conocía el reino, lo llevé hasta mi habitación. Tenía tantas preguntas por hacerle, demasiadas.
—Hola, Aerith —Blake cuando estamos solos sonríe, o lo intenta —. ¿Puedo abrazarte?
—¿Para qué lo preguntas? Eso se hace o no se hace...
—No sé si quieres que lo haga, por eso pregunto.
Soy yo la que lo abrazó, lo había echado de menos. Y no solo eso, había traído a mi familia hasta aquí. Tenía que agradecérselo de alguna forma.
—Esto no me lo esperaba —murmuró Blake—. Creía que estabas enfadada conmigo.
—Y lo estoy, una cosa no quita la otra.
—Te he echado de menos, Aerith. No sabes cuánto.
—¿Qué haces aquí, Blake? Mejor dicho, ¿a qué has venido? Tampoco entiendo qué hacen aquí mi hermana y mi madre.
—Cuando te fuiste de West Salem todo parecía ir bien, dentro de lo posible. Pero esa tranquilidad duró poco, empezaron a llegar vampiros sin parar, y todos iban a por ellas dos, buscando información de la hada de fuego.
—Eso sigue sin explicarme qué hacéis aquí.
—Ellas no estaban seguras en West Salem, mi padre se lo dijo, que ellas corrían peligro, pero no eran las únicas. Con tantos vampiros en la ciudad hubo muchos humanos heridos.
—Es decir, tu padre echó a mi madre de la ciudad cuando necesitaba protección. Supongo que al no estar en la ciudad ya no tenía por qué protegerme, después de todo, la prometida de su hijo ya no estaba, ya no tenía esa ventaja.
—Aerith, con respecto a eso...
—No quiero hablar de ello. Si tu padre echó a mi madre, ¿qué haces aquí?
—Mi padre no las echó, solo quería que estuviesen a salvo. Por eso estoy aquí, él me pidió que las acompañase hasta un lugar seguro.
—Y tú le has hecho caso...
—Sabes cómo funciona, Aerith. Te lo conté, no puedo desobedecerlo, el vínculo no funciona así.
—Las has traído hasta aquí, puedes irte. Has cumplido tu misión.
—No me iré por el momento.
—¿Por qué no?
—Porque no puedo irme sin más, no después de estar tanto tiempo sin verte.
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