Capítulo Diez


Tal y como me suponía que iba a pasar, Blake intentó ser mi sombra a partir del día siguiente a su llegada al reino de las hadas. Me seguía a casi todas partes, intentaba entablar una conversación conmigo aunque yo lo ignorase o se adelantaba a cualquier cosa que yo necesitase, justo igual que en West Salem después de que me enfadase con él por su mentira. La única diferencia ra que aquí él no tenía los mismos privilegios que yo, y había muchos sitios a los que no podía ir por el hecho de ser un hombre lobo.

Con eso también me había dado cuenta de que las hadas, a parte de tener unas leyes absurdas, también tenían unas costumbres anticuadas y que eran muy racistas dentro de las especies de seres sobrenaturales. A Blake ese trato desigual le frustraba, se le notaba en la cara, sin contar que más de una vez había visto cómo apretaba los puños llenos de rabia para calmar su temperamento. No era mucho de mostrar sus emociones, conseguía dominarlas casi a la perfección, pero con el trato que le estaban dando podía perder el control, y si lo hacía, Salvatore no tendría ningún tipo de reparo en echarlo de aquí.

Además de eso, le obligaban a trabajar en las tareas más tediosas y aburridas en las que tenía que hacer uso de su fuerza sobrehumana y en las que acababa más que cansado. Yo sabía todo eso porque Alex estaba cumpliendo su palabra, me informaba de cada paso que hacía Blake, lo sabía todo de él.

Por eso quizá a las dos semanas de que llegase empecé a volver a hablarle intentando recuperar la normalidad que una vez había existido entre ambos, porque se lo merecía. Blake aguantaba cada uno de las estocadas que le daban, incluidas las mías, y seguía teniendo la misma sonrisa cuando hablaba con Febe, que para mi sorpresa se había unido mucho a él, o las buenas palabras cuando hablaba con mi madre o con Charles. Lo intentaba, intentaba adaptarse a un mundo que no era el suyo y todo por mí. Porque quería recuperarme. O eso es lo que me había dicho Matthew.

—Creo que con todo lo que hace se merece que al menos le hables de nuevo. Está aguantando cosas que tú no las soportarías por tu orgullo, pero él sí, Aerith. No digo que le des otra oportunidad, si hablamos de forma romántica, pero antes de todo fue tu amigo, podrías intentar recuperar esa relación.

Cuando volví a hablar con el hombre lobo le cambió la expresión, y por un pequeño momento, vi de nuevo el brillo en esos ojos azules. Eso sí, duró poco, porque Alex había venido a por mí y a Blake se le esfumó cualquier atisbo de felicidad en la mirada.

Blake no soportaba a Alex, lo notaba yo misma y también me lo había dicho él. Y más aun cuando el hada bromeó acerca de un supuesto compromiso entre nosotros dos, diciendo que cumplía las leyes y lo que la gente esperaba del hada de fuego. No dejaba de ser una simple broma, pero el ojiazul no se la tomó para nada bien y desde ese momento cruzó a Alex. Cosa que no importó mucho al hada, siguió actuando de la misma forma conmigo y haciendo los mismos comentarios.

Nada había cambiado en este pequeño tiempo, a excepción de Febe.

Mi hermana estaba empezando a aprender a controlar bien sus poderes por un hada de su mismo tipo junto a otros niños de su edad. A la semana sonrió por primera vez, que yo recordase, desde la muerte de Hebe, y poco después empezó a reírse de nuevo, un sonido que me encantaba escuchar e intentaba que se repitiera más a menudo, pero tampoco podía forzar a Febe a que fuese feliz cuando le faltaba su mitad.

No obstante, que mi hermana estuviese feliz, o que empezase a estarlo, hacía que tuviese preguntas que no sabía si quería la respuesta. Si hubiese cumplido mi amenaza, la que le hice en su momento a mi madre, y me hubiese llevado a las gemelas lejos de West Salem hasta aquí, o hasta otro reino de las hadas, quizá ahora Febe estaría junto a Hebe y ambas serían felices, no solo una y no todo el tiempo.

El que se estaba tomando su particular venganza en mi contra era Salvatore. Alex, Charles y mucha otra gente me lo había avisado, que mi actitud me pasaría factura, pero poco me importaba si así salvaba a mi madre.

Salvatore exigía lo mejor de mí en cada momento, no paraba de preguntar cosas que no debería saber, pero que al final acababa por saber gracias a la ayuda de las mismas que me habían avisado de que mi actitud tendría consecuencias. Aunque con esas preguntas Salvatore no tenía suficiente, se encargaba de decirle a cualquier hada que estuviera cerca mi incapacidad para controlar bien mis emociones, y por ende, del fuego. Sin contar que también había decidido que Alex ya no me enseñase magia, que lo hiciera la que era el hada encargada de empezar a enseñar a controlar sus emociones y los primeros hechizos a los más pequeños, otra manera para humillarme, o intentarlo, ya que ese profesor era amigo de Charles y también me ayudaba enseñándome algo más que conjuros simples. Por último también me encargaba las tareas más pesadas, casi al igual que a Blake, tareas que un hada de fuego no debería hacer.

No obstante, de todas estas situaciones que me hacía vivir Salvatore había encontrado un aliado inesperado: mi madre.

Después de que me sincerase, en cierto modo, con ella cuando llegó, y que ella hiciera lo mismo, y gracias a Charles, que intentaba mediar siempre que podía entre nosotras, habíamos retomado nuestra buena relación, la misma que teníamos antes de mudarnos a West Salem. Ella me apoyaba, me daba consejos y me enseñaba todo lo que podía para que Salvatore no pudiera conmigo.

—Llegas tarde —gruñó el anciano.

—Acaban de avisarme —respondí calmada mientras me sentaba en la silla que me correspondía, entre él y Charles.

—Excusas —murmuró—. Ahora que el hada de fuego se ha dignado a honrarnos con su paciencia, empecemos la reunión del consejo acerca de los vampiros que ayer capturaron Andrea y sus defensores.

Me mordí el labio para no soltar ningún comentario fuera de lugar, no debía de hacerlo, no al menos delante de los otros miembros del consejo, pero Salvatore había obviado mi papel en ese acontecimiento.

Yo había estado ahí con Andrea, ayudándola, luchando contra el ataque de un grupo numeroso de vampiros, que para variar, no iban a por mí. Había sido un ataque según me había dicho Alex para controlar nuestras fuerzas defensivas, y Andrea corroboró esa teoría.

Llevaban ya tiempo haciendo ese tipo de ataques cada cierto tiempo para comprobar si ese reino seguía siendo igual de fuerte o si tenía algún tipo de debilidad, para así atacarlo y conquistarlo. Solían ser grupos numerosos para que así mientras que unos estaban luchando otros podían ponerse en un sitio seguro y escapar si era necesario para dar los reportes a sus jefes.

Lo que no sabían era que esta vez había un hada de fuego dispuesta a matar a quien fuese necesario. Y era lo que hice, a todos los que intentaron huir los calciné sin ni siquiera pestañear. Los demás, al ver la situación intentaron luchar para causar las máximas bajas en el bando de las hadas, sin éxito.

Andrea decidió, al ser la persona con más autoridad, porque aunque yo tuviese más poder que ella, confiaba en su criterio al completo, que en lugar de matar a todos los vampiros lo hiciéramos solo con los que considerábamos más peligrosos, los más débiles serían una fuente de información más fácil, se resquebrajarían a la mínima y nos darían lo que queríamos.

O eso es lo que pensábamos, porque no habían dicho ni una palabra.

—Andrea, ¿los prisioneros han dicho algo? —preguntó Salvatore examinando a la jefa de la guardia sin pestañear, esperando una respuesta.

—No, no han dicho nada.

—¿Estáis intentando quebrarlos?

—Lo hacemos, pero no funciona. Están sedientos de sangre, se les nota. Hemos empezado a impartir un poco de tortura aunque...

—¿Y si Aerith interviene? —propuso Charles.

—Aerith no tiene experiencia en este campo —comentó Salvatore—. Pese a ser el hada de fuego es muy inexperta, sus conocimientos son limitados y dudo que sepa algo de... métodos de persuasión.

De nuevo tuve que callarme, sabía mucho de lo que Salvatore llamaba de esa forma, había torturado a muchos vampiros y había aprendido a cómo hacer el máximo daño posible sin matar a la otra persona.

—El fuego suele ser eficaz en estas ocasiones —intentó ayudar Andrea—. Creo que podría hacer un gran papel y...

—No creo ni que sea capaz de matar a nadie —gruñó Salvatore—. Es demasiado humana. Tendría cargo de consciencia por ello.

—Estoy convencida de que he matado a más vampiros que tú, Salvatore —fui incapaz de callarme más. Una cosa era que intentase humillarme con las cosas que desconocía, que en eso tenía razón, no conocía la mitad de leyes y asuntos importantes. Pero yo no era débil. No podía tratarme de ese modo delante de otras hadas que en un futuro tendrían que cumplir mis órdenes.

—Deja de fanfarronear, no es el momento. No voy a pasar ni una más tuya. Te avisé en su momento.

—Para matar a un vampiro la forma más fácil es arrancarle el corazón de un golpe certero, después de eso por unos segundos hay vida en esos ojos, que desaparecen de inmediato.

—Aerith... —Charles me interrumpió, pero estaba harta.

—¿Cuántos vampiros has matado tú, Salvatore? Porque yo he perdido la cuenta, ya fuese por salvar a una amiga mía —al decir esto me acordé de Lydia y de las demás chicas que se quedaron en West Salem y que ni me despedí de ellas—, o por beneficio propio. No me tientes más, Salvatore.

Todo el mundo se quedó callado y yo aproveché para fijarme en Charles y Andrea, que no me estaban reprimiendo con la mirada, al contrario. Me gustaría que mi madre también estuviese en estas reuniones del consejo, ella sabría qué hacer en estos momentos, pero no podía. Al haber sido desterrada había perdido sus privilegios como heredera, aunque le hubiese dado inmunidad eso no le devolvía sus derechos, por lo que no podía entrar en la sala donde se reunía el consejo, ni siquiera acercarse a ella.

—Esta niña oculta algo —la anciana, la misma que había estado la primera vez que vine aquí, es la que rompió el silencio—. Te lo he dicho más de una vez, Salvatore. El hada de fuego no es de fiar. Hay algo de ella que desconocemos, y creo que tiene que ver con todo lo que sabe acerca de los vampiros.

—Agnes, ¿puedes por una vez dejar de meterle ideas absurdas a mi padre? Aerith está de nuestro lado, que sepa cómo matar a un vampiro solo quiere decir que ha tenido que hacerlo, nada más.

—Tan ciego como con Camille, Charles...

Al saber su nombre, supe quién era, Alex me había hablado de ella. Es un hada que se instaló aquí por el que era su marido, un gran amigo de mi abuelo y miembro del consejo desde siempre, una de las personas de máxima confianza de Salvatore, y por lo que sabía, era todo lo contrario de él, permisivo, de mente abierta y de grandes ideas.

Ese hada murió en extrañas circunstancias y las malas lenguas, entre ellas la de Alex, decían que la misma Agnes había matado a su marido con veneno para obtener su puesto en el consejo. Además de eso, corría el rumor que entre Agnes y Salvatore había una relación más allá de lo estrictamente necesario, que compartían algo más que opiniones.

—Suficiente —intercedió mi abuelo—, que sea o no de fiar no es un asunto que tengamos que tratar ahora. De nuevo hemos sido atacados por los vampiros, quieren nuestro territorio, lo sabemos. Es el momento de pasar a una ofensiva.

—¿Te refieres a ir a la guerra? —preguntó otro miembro del consejo.

—Correcto. Si seguimos esperando a que nos ataquen llegará un momento en el que podrán con nosotros, en cambio si...

—Es una locura, papá —lo interrumpió Charles—. No puedes pretender ir a la guerra cuando no sabemos nada de ellos, ni de qué aquelarre son, si siguen órdenes o...

—Charles, está más que claro que forman parte del aquelarre de Kier —murmuró Agnes—. Casi todos los vampiros están a su favor, ya sean miembros del suyo o pequeños que están a su servicio.

—En eso Agnes tiene razón —dijo Andrea—. Kier se ha convertido en el rey de los vampiros. Ha conseguido unificar a la mayoría de aquelarres, ya sea por lealtad o por miedo.

—Por eso es mayor locura ir contra Kier. No estamos preparados para ello —habló Charles—. No podemos ir solo nuestro reino contra toda la especie de vampiros. Perderíamos seguro.

—Tenemos al hada de fuego —afirmó Agnes. Tuve que aguantar una carcajada al escucharlo, hacía escasos minutos que había dicho que ocultaba algo y que no era de fiar pero a la que hablaban de guerra, mi nombre era el primero que salía.

—Sigue siendo una locura, morirían demasiadas hadas —negó Charles—. Si quieres ir a la guerra planifícalo antes, busca aliados en los otros reinos, en otras especies...

—Nunca —gruñó Salvatore—. No necesitaremos la ayuda de nadie.

—Entonces mi voto es un no —se apresuró a decir Charles—. Voto que no.

Una de las funciones del consejo era tomar las decisiones, cada uno votaba lo que creía y se llevaba a cabo la opción vencedora.

—El mío es un sí —anunció Salvatore. Uno a uno van votado sobre la decisión, Andrea también vota que no, junto a otra hada que no sé quién es ni tampoco he hablado con ella. Agnes, como era de esperar, vota que sí, al igual que otros dos miembros del consejo. Solo quedaba por votar yo.—. ¿Y bien? —preguntó Salvatore impaciente. Sabía que mi voto era decisivo, en caso de empate la opción que votaba el hada de fuego era la que prevalecía, por lo que yo tenía la última palabra.

—Creo que en esto, Charles tiene razón —empecé—, no se puede ir a la guerra sin tener pruebas.

—¿Qué más pruebas quieres? —me cortó Agnes—. Tenemos a los prisioneros en las mazmorras.

—Confío plenamente en el criterio de mi tío —Charles se sobresaltó al escuchar esa palabra de mi boca, es la primera vez que le llamaba de ese modo, pero se lo merecía. Se había preocupado por mí desde el momento en el que llegué aquí y sin duda era la persona más sensata del consejo—. Si queréis ir a la guerra antes hay que tener aliados. Hasta ese momento, mi voto seguirá siendo un no.

Salvatore se levantó, haciendo que su silla cayese en el suelo del impulso, y se fue de la habitación muy enfadado, seguido poco después de Agnes. Si el consejo había decido no ir a la guerra no podía hacer nada, era lo estipulado en sus leyes, y Salvatore siempre cumplía esas leyes.

—Gracias —dijo Charles—, por apoyarme en esto. Hubiese entendido que tu voto hubiera sido un sí, van a por ti y quieres estar tranquila.

—Me faltan muchas cosas por saber, pero sé que ir a la guerra no me aportaría ningún tipo de tranquilidad. Tus palabras tenían sentido, antes hay que buscar aliados.

—Mi padre no quiere, ese es el problema.

—Entonces tendrá que ir alguien que no sea Salvatore.

—Exacto —coincidí—, pero lo hablaremos más tarde, faltan dos miembros del consejo.

Cuando salí de la habitación lo primero que hice fue contarle a mi madre todo lo que había pasado para que me diera su opinión, que era la misma que su hermano. Después de eso me advirtió que Salvatore intentaría hacerme cambiar de voto costase lo que costase, y que tenía que estar preparada para cualquier cosa.

—¿Te quedas? Febe debe estar a punto de llegar de su clase.

—No, necesito despejarme. Estoy muy tensa.

—De acuerdo, no te alejes mucho.

Asentí y me despedí de mi madre, aunque sí que me iba a alejar. Desde que supe el hechizo para salir del reino de las hadas, y siempre que podía, me voy hasta uno de los puntos de acceso y sin que nadie me vea, salí. Una vez en el bosque pude respirar con tranquilidad, era como si en el reino me faltase el aire, como si me asfixiara, y que solo fuera de él podía estar más tranquila.

Llevaba tiempo saliendo del reino y explorando los alrededores, ese bosque no tenía nada que ver con el que había cerca de West Salem, era diferente, y tampoco tenía ningún río cerca.

Eso sí, no bajaba la guardia en ningún momento, sabía que estaba fuera de los hechizos protectores y de los defensores. Nadie sabía que estaba aquí, por lo que nadie vendría a rescatarme si era necesario.

—Sé que estás ahí, sal. —El leve crujido de una rama me hizo girar, pero no encontré a nadie

—Cada vez tienes mejor los sentidos, Aerith. Estoy orgulloso.






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