Capítulo Dieciocho
No sentía que me estuviera engañando a mí misma como acababa de decir Matthew. Había usado su tono de broma, el que utilizaba siempre cuando quería decir algo importante, en un intento de suavizar de algún modo el contenido y que no sonase de forma brusca. Pero lo decía, porque era lo que pensaba, y lo hacía sin preocuparse de lo que podía opinar, o los demás, era su opinión, y la soltaba.
Esa era una de las cosas que teníamos en común, que cuando pensábamos algo lo decíamos sin pensar mucho en la consecuencias.
Si era sincera; me molestaba mucho que pensase de ese modo.
Era consciente de que no tenía muchas cosas claras, eso sí lo admitía, que todas las dudas que tenía acerca de quién era, mis poderes o de las mentiras que me habían dicho habían hecho que dudase. A eso se le sumaba que mi mente era un lío en cuanto a lo que sentía por otras personas. Nunca se me había dado bien entender mis propios sentimientos, ni tampoco expresarlos. Era reservada y muy cerrada.
Sin embargo, no sentía que me estuviera engañando a mí misma por algo tan simple como haber ido a hablar con Gael para contarle cómo estaban yendo las cosas. Merecía saberlas.
—Matthew...
—Te ha molestado, ¿verdad? —se rio divirtiéndose de mí y mi ceño fruncido—. Mi prima se molesta por tonterías. ¿Tanto te molesta la verdad?
—No es la verdad.
Matthew volvió a reírse, pero no dijo nada más, quizá para evitar que me enfadase más, o quizá porque creía que ya no tenía nada más que decir, que su comentario había sido suficiente para hacerme reflexionar.
Y tenía razón, con esas palabras había conseguido lo que quería: no podía evitar pensar en todo lo que me rodeaba, y sobre todo, en la gente que tenía cerca.
Suspiré. Aunque no me gustase, sentía algo por Gael más allá del odio. Era consciente de ello, no lo decía, ni tampoco quería pensar mucho en eso, pero lo sabía, aunque odiase admitirlo en voz alta y cada vez que lo pensaba, me odiaba en parte por sentir lo que sentía.
Si no había podido matarlo cuando había tenido la oportunidad, en ese momento que estaba tan débil y tuve el poder para hacerlo, significaba mucho más que todas las palabras que pudiese decir.
Había algo, que no sabía decir qué, ni tampoco podía controlarlo, que hacía que cuando estaba a solas con Gael, me enloqueciese. Seguía pasándome al igual que la primera vez que lo había conocido, seguía perdiendo la consciencia de todo lo que tenía a mi alrededor y mi corazón empezaba a acelerarse a una velocidad extrañamente anormal.
Era como si tuviese un efecto en mí que no tenían otras personas, quizá era por sus poderes de vampiro o por otra cosa que no sabía. No obstante, sentirme así me hacía sentir débil. Demasiado humana.
Y no me gustaba para nada. Era una de las cosas que más odiaba, sentir que era débil, demasiado vulnerable para poder actuar de la forma en la que creía que debía hacerlo.
Después estaba Blake, que tampoco es que tuviese las cosas claras con él. Me sentía confusa cuando estaba cerca suyo, porque sentía que había muchas cosas que todavía no me había dicho y me ocultaba. Probablemente eso no era cierto, porque ya sabía todo lo que él podía conocer, sin embargo, mi mente siempre me recordaba que él me había mentido en cosas demasiado importantes, como lo que era.
Además, una de las pocas cosas que tenía en claro era que mi relación no era la misma de antes de que yo supiera que era un hombre lobo, ni nunca volvería a serla. Habíamos llegado a un punto en que o todo podía ir a mejor o a peor. Sentía cómo si él estuviese analizando todos los movimientos que hacía o decía, y eso me ponía muy nerviosa.
Sin contar que seguía siendo muy insistente en lo que nuestra relación se refiere, seguía teniendo esperanza, la misma desde que todo estalló en su cara. Y aunque eso me agobiase, porque lo último en lo que quería pensar era en algo tan simple como eso, me gustaba que no se hubiera rendido conmigo.
Porque cuando estaba a su lado una parte de mí quería creerle en todo lo que me decía, recuperar la confianza en él y volver a tener lo que tuvimos alguna vez.
Aunque quizá era demasiado tarde...
Y por mucho que intentase aclararme, o sacar algo en claro en esos minutos de reflexión, no lo conseguí, cuanto más pensaba en todo ello, más dudas me entraban.
—Aerith, reconócelo, sigue siendo tu profesor favorito —Matthew interrumpió mi discusión mental conmigo misma mientras se reía. Y lo hizo con un comentario tan simple como ese, que consiguió relajarme en cierto modo—. ¿Tan malo es hacerlo?
—No sé a qué viene ese comentario ahora —espeté—. Además, nunca fue mi profesor favorito. Me gustaba más la de biología.
—Pero con la de biología no quedabas después de las clases y pasabais mucho tiempo a solas, ni tampoco ibas a su apartamento...
—Dicho así suena de otra forma, solo estaba buscando a los vampiros que iban a por mí y él me ayudaba, nada más.
—¿Segura? —Matthew siguió con esa sonrisa socarrona que tanto le caracterizaba en la que se le marcaban los hoyuelos en los mejillas. Estaba disfrutándolo. Y no pude evitar darle un empujón de la rabia—. ¡Aerith, que duele!
—Déjame en paz.
—Ahora voy a hablar en serio, Aerith —y de nuevo, como solía hacer, pasó de estar bromeando conmigo a estar serio, mirándome con sus ojos marrones fijamente—. Creo que no tienes nada claro, te lo he dicho antes.
—¿Sí? Porque ni yo misma lo sé, no puedes conocerme mejor que yo misma.
—Ahí te equivocas. Te conozco mejor de lo que tú puedes hacer porque estás llena de miedos aunque no quieras admitirlos. Pero ¿sabes una cosa? Nadie va a juzgarte. Aunque creas que sí. Y si lo hacen, serán personas que a ti no te importan, piensa en eso.
—Matthew, no sé por qué me estás diciendo todo esto...
—Porque necesitas escucharlo. Sé que no vas a darte cuenta aún de todo, o que no querrás admitirlo hasta más tarde... Mereces ser feliz, Aerith —remarcó—. Ya te han quitado muchas cosas en esta vida, solo por ser el hada de fuego. No dejes que te quiten también la felicidad.
Lo abracé sin saber la razón, solo me apeteció y Matthew sonrió, correspondiéndome el gesto con más fuerza.
—Mi prima me está abrazando, me siento muy halagado.
—Cierra la boca —murmuré mientras intentaba apartarme, pero no me dejó—. ¡Suéltame!
—No quiero. Me gusta abrazarte, primita.
—¡Abrazos gratis! —Alex apareció de la nada y se unió al abrazo, lo que hizo que yo me quejase todavía más, sin mucho éxito.
Después de ese momento, Andrea me pidió que la siguiera hasta llegar a una sala, donde de nuevo, Salvatore intentó sacarme más información del paradero de mi madre y de Charles. Supongo que esta iba a ser su manera de hacer las cosas a partir de ese momento, su táctica para demostrar que estaba haciendo algo delante de todas aquellas personas que podían cuestionarlo.
Así pasaron los días, Salvatore intentando encontrar respuestas a diario, con interrogatorios inútiles, y teniéndonos vigilados a los que creía que éramos peligrosos con los guardias que consideraba de más confianza.
Alex por su parte, siguió con lo que le encargaron al principio, enseñarme todo lo que debía saber, hechizos, magia, control, pero a una velocidad mucho más acelerada que al principio. A todo ello se le sumaba que yo le pedía que también me explicase todo lo que pudiera de los otros reinos y sus costumbres, quería saber su localización exacta, su historia y todo aquello que consideraba importante, ya que en un futuro podía serme útil, creía que me sería necesario aunque no sabía bien la razón.
—Estoy un poco cansado de que nos estén vigilando —se quejó Alex—. Aunque no sé si tengo derecho a protestar, lo tuyo es peor. A mí me suele vigilar solo un guardia al día, pero cuando estoy a tu lado se convierten en más de cuatro.
—No me importa —murmuré mientras seguí leyendo un libro—. Se cansarán, o eso espero.
—Eso es lo que crees, Salvatore no va a cansarse de demostrarnos, a su manera, que es más importante que nosotros. Que es él el que tiene el poder. Cuando no es así, y lo sabe. Su miedo es tal que cree que puede controlarte.
—Sí tiene el poder, Alex. Él es el que gobierna el reino.
—Por el momento... —susurró al ver que Isaiah se había movido, quizá para acercarse un poco más para escuchar lo que estábamos hablando—. ¿Quieres que lo diga más fuerte, Isaiah? ¿Para que así puedas escucharlo?
—Alex... —intenté calmar a mi amigo porque quizá estaba siendo un poco exagerado.
No era que me cayese bien Isaiah, ni mucho menos, tampoco era que lo conociera mucho ni quisiera hacerlo, era solo que estaba obedeciendo órdenes de Salvatore.
—¿Quieres que lo diga más fuerte? —repitió—. Seguro que estás deseando poder contárselo a Salvatore, ¿verdad, bastardo?
Isaiah permaneció inmóvil, no hizo ni dijo nada, lo que molestó todavía más a Alex, que se levantó y empezó a llamarle bastardo en repetidas ocasiones, entre otras ofensas, hasta que la expresión le cambió, y en ese momento en lugar de atacar, contestar, o hacer otra cosa, otro guardia lo alejó, intentado evitar una pelea en la biblioteca.
—Siempre igual —comentó Alex—. En lugar de defenderse o decir algo, lo protegen. Ese bastardo me tiene más que harto.
—¿Por qué lo llamas bastardo?
—Porque lo es. No es que lo esté insultando, solo digo lo que es —ante mi silencio Alex siguió hablando—. ¿Recuerdas que hace unas semanas dijimos que Salvatore tenía muchos hijos fuera de su matrimonio legítimo? Isaiah es uno de ellos.
—Pero tiene nuestra edad...
—¿Y eso que tiene que ver? Es más, es un motivo mayor. Por esas fechas tu madre había sido desterrada del reino por estar embarazada de un humano. Tu abuela se marchó poco después, incapaz de seguir mirando a Salvatore de la misma forma. Por lo que sé de ella, por todo lo que me contaron tanto mi padre como mi madre era una mujer de mucho carácter. De ahí lo sacó Camille, y de ahí también lo has sacado tú.
—Creía que eso lo había sacado de Salvatore...
—Eso es lo que él te dijo, para que confiases en él. Mi madre lo dice muchas veces, ve en ti muchas cualidades de tu abuela y también de tu madre cuando tenía tu edad.
—¿Qué más sabes de ese tiempo? —pregunté—. Siento que no sé nada de mi madre cuando era joven, que ella no me ha querido contar nada de su vida para evitar que sufra de algún modo. Tengo curiosidad.
—No soy el más apropiado de hablar de esto, ya que yo solo sé lo que me han contado. Quien mejor puede contarte eso es tu madre.
—Pero no está...
Centré mi atención al libro que estaba leyendo hasta que un ruido interrumpió mi concentración. Un aullido. Sonoro, fuerte y grave. Que nadie se esperaba y menos yo.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté aun sabiendo la respuesta.
Uno a uno los guardias que estaban vigilándonos se marcharon a toda prisa, lo que me hizo pensar que lo que estaba pasando, era más de lo que una simple persona podía controlar. Otro aullido sonó, mucho más fuerte que el anterior, que resonó por todo el reino.
Me levanté lo más rápido que pude y es ahí cuando vi que Alex ya estaba de pie, observándome, esperando una reacción de mi parte.
Sin esperar mucho más, seguimos a los guardias hasta las afueras del reino, y ahí lo vi.
Blake estaba fuera de control.
No parecía él, su rostro estaba a medio transformar en lobo, o eso es lo que creía, ya que no tenía las mismas facciones de siempre, sus ojos azules eran mucho más pequeños de lo normal, adornados de mucho más pelo en su cara del que solía tener.
—¡Atrapadlo! —chilló uno de los guardias—. ¡Usad la fuerza si es necesario! ¡Atadle!
Los que tenían el don de poder controlar las plantas, intentaron atarlo con lianas que nacieron de sus pies, pero no era suficiente para poder retenerlo, que de un simple movimiento rompió esos agarres y volvió a rugir. Esta vez sonó mucho más desesperado, y no supe si era mi impresión, pero estaba cargado de dolor, como si algo le atormentase.
Uno a uno los guardias que se acercaban a Blake salieron alejados con mucha violencia. Eso no los frenaba, seguían intentando inmovilizarlo de algún modo ya fuera de forma manual o con sus poderes.
Nada funcionó. No sabía si es por su inutilidad o porque Blake era capaz de evitar todos esos ataques. Hasta que los guardias se cansaron de quedar como inútiles.
—¡Matadle! —ordenó el mismo guardia que antes había ordenado que lo retuvieran—. ¡Hacedlo sin miedo! Salvatore os va a proteger si el hada de fuego pone algún impedimento. De este modo nos libramos de un obstáculo más.
Mi corazón se encogió al escuchar eso, ¿iban a matarlo? ¿Después de que yo hubiera dicho que estaba bajo mi protección? Y Salvatore, de nuevo, estaba detrás de todo esto. No sabía la razón por la que Blake estaba de ese modo, pero no era una excusa para matarlo.
Cuando vi que las flechas salieron disparadas las quemé con una sola mirada. Sabía que no se habían dado cuenta de que estaba aquí, si no, no hubieran hablado de ese modo. Una a una, los restos chamuscados de las flechas cayeron al suelo, y ahí se giraron para verme.
—Señorita Ignis... —exclamó sorprendido el mismo guardia que había dado todas las órdenes—. No sabíamos que estabas aquí.
—Me lo supongo —sonreí con arrogancia—. Nadie va a matar a Blake en mi presencia.
—Es un peligro ahora mismo, señorita Ignis. Solo estábamos haciendo lo mejor para el reino...
—¡Blake no es un peligro!
—Ahora mismo lo es —me susurró Alex en voz muy baja—. Está totalmente descontrolado.
—Marchaos de aquí —ordené a los guardias—. Yo me encargo de poner en orden esta situación.
—¿Segura, hada de fuego? —habló un guardia que no conocí ni que me sabía su nombre—. No queremos que salga herida.
—Seguro.
Mientras que unos guardias se marcharon sin ni siquiera dudar de mi orden, o de mi seguridad, como el que estaba dando órdenes, otros no estaban muy convencidos de dejarme aquí, a solas, quizá preocupados por mi seguridad, como el que me había preguntado si estaba segura de lo que hacía.
—Muy bien, Aerith —habló Alex—. Ahora estamos solos y uno de tus noviecitos está fuera de control. Está destrozando todo lo que encuentra a su paso....
—Soy consciente de ello, Alex.
—¡Pues piensa en una solución! —Alex puso los ojos en blanco—. O tendré que retenerlo de algún modo, ¿quizá si lo encierro en un muro de piedra o...?
—¡Calla así no me dejas pensar!
Blake volvió a aullar, y siguió rompiendo todo aquello que encontraba. En pocos minutos había destrozado todo lo que tenía a su alrededor. Y sí, ahora mismo era un peligro, uno que se tenía que controlar de inmediato para evitar más daños.
—¡Aerith! —me apremió Alex.
Una idea se me pasó por la cabeza, una descabellada, pero que podía funcionar. O esperaba que lo hiciera.
—Aerith... vete —A Blake le costó mucho pronunciar esas palabras, las dijo de forma lenta y con dolor en la voz—. No quiero hacerte daño.
No me alejé, me acerqué y cuando menos se lo esperaba, lo besé.
Y con ese simple beso, Blake consiguió calmarse.
Muchos besos xx
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top