Capítulo Cuatro
Magia, esto era magia.
Todo se había vuelto verde pero no un verde típico de bosque, era un verde casi irreal, y no era lo único que había cambiado. Tenía la sensación de que me habían transportado a un paisaje de un cuento de hadas, todo era precioso, magnífico, y yo quería seguir observando todo con calma, deleitándome con cada detalle, guardándome esta imagen en mi mente.
El verde brillaba, resplandecía, sin contar que no era lo único que destacaba en ese paisaje. Parecía que todo lo que había alrededor había mejorado de forma considerable. No solo había verde en todas sus tonalidades posibles, había flores, de todos los tamaños, formas y colores, había algo más, algo mágico que no sabría bien cómo definir, pero se notaba en el ambiente, era todo... indescriptible.
Era un paisaje precioso, tanto, que sabía que si fuera por mí me quedaría horas sin hacer nada, solo viéndolo.
—¿Sorprendida, primita?—Matthew rio al ver mi cara de asombro.
—¿Qué es lo que has hecho? —volví a preguntar—. El paisaje es diferente al de antes.
—Veo que no estás ciega, sí, el paisaje ha cambiado, mejor dicho, el paisaje se muestra tal y como es.
—¿A qué te refieres?
—He realizado un hechizo de magia feérica —explicó—. Cada reino de las hadas está protegido de diferentes formas, ya sean hechizos, guardianes, engaños... Por norma general, cada reino tiene un hechizo propio para romper la magia ilusoria, no sé si me estoy explicando.
—Más o menos —murmuré—. ¿Eso es todo? Un hechizo que puede saber cualquier persona. Me parece simple.
—Después de tanto tiempo deberías saber que no todo es tan fácil. Este hechizo no lo sabe todo el mundo, solo lo saben ciertas personas en la comunidad. Sin contar que no es fácil de hacer, no todas las hadas pueden hacerlo.
—Pero tú lo has hecho.
—Sí, pero yo soy Matthew Ignis —se regodeó—. Un hechizo no podrá conmigo.
—Me sorprende lo grande que es tu ego y tu poca humildad —me burlé de él—. Muy bien, has conseguido que el paisaje se vea como es, ¿y ahora qué?
—¿Ahora? Esperar. —No sabía si porque estaba acostumbrado a protegerme estos últimos días, o por inercia, Matthew se colocó delante de mí observando sin pestañear una zona en concreto. Hasta que escuché que alguien se acercaba. Por instinto, me puse en guardia, preparada para atacar, no obstante, Matthew me pidió con la mirada que no lo hiciera—. No digas nada fuera de lugar, ¿de acuerdo?—susurró—. Deja que yo me encargue de esto.
Quise contestarle, de hecho estaba a punto de hacerlo, pero de la nada aparecieron un grupo de gente, tanto mujeres como hombres, que en un segundo nos rodean.
—Identificaos —exigió una de las mujeres con tono severo. Debía de tener la edad de mi madre, o era lo que aparenta, con cabellos castaños, de ojos pequeños que no dejaban de examinarnos.
—Sí, hola, buenos días para ti también —saludó Matthew—. Ya me conocéis, sabéis quién soy, no sé por qué tanta formalidad.
—Identificaos —insistió la mujer. La miré fijamente y quizá me había equivocado al decir que tiene la misma edad que mi madre, parecía mucho más...madura. No solo por la forma en la que sus ojos os observaban, sino porque tenía arrugas alrededor de los ojos.
Y ahí me di cuenta de que toda la gente que nos rodeaba tenían alas, son todos hadas.
—Y yo repito que no es necesario —rio Matthew—. ¿Cómo se tomará nuestra invitada esta hostilidad?
—Precisamente es por tu invitada que estamos de esta manera —habló uno de los hombres, tenía los ojos verdes, tanto casi como el paisaje, lo que me hizo deducir que era un hada del bosque—. Conoces las normas, Matthew.
—Lo sé, las conozco —respondió, serio—. Pero aún así no os da derecho a hablarnos así, y menos aún hacer crecer plantas para retenernos.
Ni me había fijado, estaba tan pendiente de las hadas que tenía enfrente que no había visto que unas enredaderas habían empezado a crecer entre mis piernas.
—Es el protocolo estándar —explicó otro—. Cuando hay alguien que no conocemos...
—No me contéis lo que ya sé, gracias. —Matthew era incluso más arrogante de lo habitual—. Ella es Aerith.
—Traer humanos está prohibido —gruñó la primera mujer—. Lo sabes.
—¡Calla de una vez, Andrea! —chilló Matthew—. Mi abuelo me envió una misión, vengo después de haberla cumplido.
—Pues si es así no la veo —murmuró—. ¿Por qué no estás en tu aspecto real? ¿Por qué no eres tú?
—Quizá porque llevo días viajando y había humanos cerca, ¿no crees? Tu actitud me pone de los nervios, Andrea.
Matthew se transformó, le crecieron las alas de inmediato, ganó un poco de altura y ya no tenía esos ojos marrones, se volvieron azules, como lo que era, un hada del agua.
—¿La chica sabe hablar? —preguntó otra mujer—. Porque no ha dicho nada...
—La chica quizá no tiene nada que decir —espeté sin amilanarme—. No sé ni quiénes sois, ni por qué me estáis intentando capturar.
Pese al aviso seguían intentando atraparme.
—Aerith, te he dicho que me dejases hablar a mí —dijo Matthew—. Perdonadla, tiene un carácter difícil, han pasado muchas cosas en poco tiempo.
—Sigues siendo una desconocida para nosotras, ya sabes lo que hacemos con los desconocidos si vemos que son una amenaza —contestó el hada que mi primo había llamado por su nombre, Andrea.
—Ella es Aerith, os lo he dicho. Aerith Ignis, el hada de fuego, o mejor conocida como mi querida primita.
—Matthew, no es momento de tus bromas. —Andrea estaba seria, más incluso que antes—. Esta chica no puede ser el hada de fuego.
—¿Por qué no? —la reté con la mirada.
—No es poderosa, no tiene un aura reseñable, no está transformada en hada y... parece que esté muerta en vida.
—¿No te han dicho que no juzgues a nadie por el aspecto que tiene? —me defendió Matthew.
Andrea me miró y yo, de nuevo, la reté con la mirada, mientras que enredaderas crecieron por mis piernas y estuve inmovilizada. Estaba probándome, viendo si de verdad era el hada de fuego, pero no me juzgó, o esa era lo que me penaba. Sin ni siquiera pestañear, ni hacer un movimiento, las plantas empezaron a caer una a una, quemadas.
—¿Suficiente prueba? —se burló Matthew—. Tenemos prisa, nuestro abuelo nos espera.
—No es suficiente —comentó Andrea—. Puede ser una bruja que hace magia. Que se transforme en hada, si sus ojos son rojos lo creeré.
—No va a transformarse en hada si ella no quiere —Matthew de nuevo salió en mi defensa. Sabía que tenía miedo a transformarme, y que me estuvieran forzando a ello no me ayudaba.
—¿Puedes dejar de hablar por ella? —Andrea lo riñó, dándome la impresión de que se conocían muy bien—. Si eres el hada de fuego, transfórmate.
—No lo voy a hacer.
—Te lo estoy ordenando. No tienes opción.
—Yo no acepto órdenes de nadie —rebatí de inmediato—. Ni de ti ni de nadie.
Esquivé un golpe por suerte, uno de los hadas había decidido atacarme, y no para, siguió, quizá Andrea era la líder de este grupo y al hablarle así le había faltado el respeto, o quizá era que les había caído mal desde un principio. Tampoco me importaba.
Matthew intentó hacer algo, pero Andrea lo retuvo, junto a otros hadas. Me estaban probando otra vez, querían ponerme al límite para que me transformase, pero no les daría ese gusto. Una de las pocas cosas buenas que aprendí en West Salem fue a luchar, ya fuera con Blake o con Gael, aprendí mucho y bien. No me fue difícil predecir el tipo de movimiento que usaba el hada, era...previsible. En ese momento entendí cuando a mí me decían lo mismo, cuando usó una ráfaga, y me tiró al suelo, me cansé, decidí usar el fuego para defenderme.
El aire solo hizo que mi fuego se avivase aún más, y en un despiste por parte del hada, ya que estaba frustrado por no poder conmigo, me coloqué detrás suyo con la mano en la zona de su corazón llena de llamas.
—¡Suficiente! —chilló Andrea—. No hace falta matarlo.
—¿No es lo que queríais hacer conmigo?
—Nadie ha hablado de matarte —respondió Andrea—. Solo teníamos que probar que eras el hada de fuego.
—¿Y no había otra manera? Él ha querido luchar contra mí, y ha perdido.
—El consejo no va a aceptar que lo hagas, matar a alguien de tu especie es delito.
—¿Crees que me importa? Yo no tengo nada que perder, ¿y tú?
—Aerith, suficiente. —Matthew se acercó a mí y negó con la cabeza—. Sí que tienes muchas cosas que perder, lo sabes. Habéis comprobado que es el hada de fuego, ¿nos dejaréis pasar?
—Sí, yo misma os llevaré hasta los dirigentes, es lo que queréis, ¿no?
—Exacto, Andrea. Por fin nos entendemos. Vamos, primita, el abuelo nos espera.
Andrea empezó a andar, seguida por sus secuaces, Matthew también lo hizo, por lo que yo era la última. Al principio todo era bosque, tal y como había visto antes, hasta que de repente, de nuevo, todo cambió. Seguimos estando en el bosque pero no solo había árboles, había casas, una detrás de otra. Era como si hubiera entrado en una ciudad sin darme cuenta, eso sí, todas seguían una misma estructura, creando una harmonía curiosa. Minutos después, a lo lejos, vi algo que difería totalmente de esta igualdad, algo parecido a un castillo.
—¿Estamos yendo a ese castillo? —le pregunté en un susurro a Matthew.
—Eso no es un castillo —rio Matthew—. Primita, qué poco sabes.
—O que poco me has contado.
—A lo que tú llamas castillo es en realidad mi casa, bueno, y la tuya. También la sede del consejo, el templo... En realidad es muchas cosas.
—¿Por qué vivimos en un castillo?
—Que no es un castillo, primita. ¿Me escuchas?
—¿La chica sabe algo? —interrumpió nuestra conversación Andrea sin ni siquiera girarse.
—La chica se llama Aerith —le respondí con el mismo tono duro—. Y no, no sé nada.
—Se nota.
A medida que nos acercábamos al castillo también nos encontrábamos con más gente, todos hadas, que se nos quedaban mirando y yo era el centro de todas ellas.
—Me duele que me robes atención, Aerith. —Matthew se giró y me guiñó un ojo—. Antes yo era el centro de miradas, ahora me quitas ese privilegio. Me duele.
Matthew consiguió lo que quería, hacerme sonreír. Piensa lo que había dicho, era algo muy típico de él, pero la forma en lo que lo había hecho era para ayudarme.
—Gracias.
—No me las des. —Pasó uno de sus brazos por mis hombros—. Por mi primita lo que sea. —Cuando llegamos delante del castillo, porque aunque Matthew dijese que no lo es a mí me lo parecía, los secuaces de Andrea se quedaron ahí, mientras nosotros seguimos avanzando—. ¿Están reunidos?
—Sabes que sí, la situación es complicada. Tú y Alex sois conscientes de la realidad.
—¿Qué situación? —quise saber—. ¿Qué es lo que pasa?
Ninguno de los dos me respondieron, se quedaron en silencio y yo hice lo mismo hasta que Andrea llamó a una gran puerta de madera que se abrió poco después.
—¿Andrea? ¿Qué es lo que pasa? Creía que estabas de guardia.
Un señor mayor sentado en una gran silla miró primero a la mujer, luego a Matthew y finalmente a mí.
—¿Y tú eres?
—Sabes bien quién es, padre —habló otro hombre sentado a la derecha del anciano, rubio, de ojos verdes.
—Entonces los rumores eran ciertos. —El anciano negó con la cabeza y suspiró—. Quería creer que no era verdad.
—Padre...
—Charles, cállate, sabes que no era lo más adecuado. Por culpa de... —volvió a negar con la cabeza.
—¿Por culpa de mi madre quiere decir? —interrumpí.
—Nadie te ha dado permiso para hablar, niña —habló otro hombre sentado en una de las sillas.
—Tampoco necesito permiso para hablar, adulto —espeté—. Hablo cuando quiero y nadie me puede impedir eso.
—Aerith... —intercedió Matthew.
—No, Matthew, no. No conozco a nadie de esta sala y ese señor está juzgando a mi madre sin saber nada.
—¿Sin saber nada? —El señor mayor hizo una pregunta, pero no se alteró, estaba muy calmado—. Sé más de lo que crees.
—¿Qué error cometió mi madre? ¿Enamorarse? ¿Qué problema hay en eso?
—¿Y esta es la supuesta hada de fuego? —dijo otra señora mayor—. Está demasiado...humanizada. Ni siquiera está en su forma real, tiene su aspecto humano. ¡Transfórmate, niña!
—Mejor no la hagas enfadar —murmuró Andrea—. No es lo mejor. Yo también he intentado que se transformase en la entrada.
—¿Y lo conseguiste?
—Solo conseguí que casi matara a Viktor...
—¿Has dicho a Viktor? —El hombre rubio estaba incrédulo, como si no se creyese lo que acababa de escuchar.
—Sí, Viktor —asintió Andrea—. Sin ningún tipo de complicación, fue rápida, eficaz y...
—¿Y? —El anciano no había dejado de mirarme desde que había entrado.
—A poder ser, me gustaría decir esto en privado.
—Andrea, ¿nos estás echando? —preguntó la señora mayor.
—Que se vaya todo el mundo —el anciano no dudó—. Todo el mundo a excepción de ti, hijo mío. —No tardan ni un minuto en desalojar la sala el resto de hadas que estaban sentadas—. Habla —exigió a Andrea.
—La chica sabe luchar, alguien se lo ha enseñado. Y no ha sido un hada, la chica no lucha como una.
—¿A qué te refieres?
—Ha ido directa al corazón, y eso solo quiere decir una cosa...
—Que un vampiro la ha enseñado —completó el anciano—. Matthew, ¿por qué no me dijiste eso en los informes que nos enviabas?
—Porque no lo sabía —mintió de forma deliberada—. No sabía que había vampiros en West Salem hasta que me fui.
Lo miré de reojo sin entender el motivo por el cual había mentido por mí. No lo entendía.
—Muchacha, acércate —me pidió el anciano camuflando la orden en su voz—. No tengas miedo.
—No tengo miedo de usted.
—Padre, ¿no te trae recuerdos esto? —El hombre rubio se rio—. Es igual a ella, la misma actitud desafiante, el mismo carácter explosivo...
—Y los recuerdos no son buenos —musitó el anciano—. Acércate —pidió de nuevo, y lo hice, me acerqué quedándome frente a frente con esas dos hadas—. Tienes los ojos verdes típicos de nuestra familia, típicos de los Ignis cuando tenemos nuestra forma humana.
—¿Disculpe?
—¿Cómo te llamas? Aún no nos has dicho tu nombre.
—Mi nombre es Aerith.
—Encantado de conocerte, Aerith —el anciano sonríe y sus ojos pasaron de color azul a verde—. Encantada de conocer a mi nieta, el hada de fuego.
Se viene capítulo de esta novela diario hasta el final de semana :)
Muchos besos xx
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