—Ahora vuelvo—se separó de mi abrazo y el miedo me invadió más rápido de lo que cualquier humano pudiera experimentar.

Me gustaba tenerla en mis brazos de nuevo, no quería perderle una vez más.

Me destruyó el corazón en cuanto abrí la puerta y la vi llorando. Apenas y podía articular una palabra. No quería verla así, sabía que ahora tenía que hacer las cosas bien si quería mantenerla a mí lado. No podía rendirme tan fácil, no de nuevo.

Aun puedo recordar la primera vez que la vi. Y aun mejor, la primera vez que nos besamos. Exageraría diciendo que fue como magia, pero en realidad así fue. La sensación tan suave de sus labios con los míos, su lengua participando en la mezcla de sabores. Obviamente, fuimos una pareja que desde la noche uno llegamos a la cama, pero eso no le quitó la magia a aquella noche. Su piel tenía un sabor salado, estaba fría y se le había erizado en cuanto hizo contacto con mis labios.

Esta noche era especial. Ella había vuelto a mi, y aunque me había hecho el juramente de no volver a caer en sus encantos, verla tan rota, supe que no tendría otra opción.

Me fui al balcón donde ella se encontraba fumando un cigarro. Odiaba aquel hábito, aunque yo también lo tuviera.

—¿Piensas contarme?—pregunté mientras me recargaba en el barandal igual que ella.

Soltó el humo—Calum, ambos sabemos por qué estoy aquí—musitó viendo la ciudad.

Los carros, los edificios, las lamparas que iluminaban casi hasta el rincón más profundo de está ciudad. Al principio me encandilaba, pero después supe apreciar todo a mi alrededor, como a ella, y sé que como noches como estas, no deberían desperdiciarse.