Pietro Maximoff y la escapada |Pietro's imagines giveaway|
Clint entro en la habitación, una mochila colgaba de su hombro justo a tiempo para casi ser golpeado a un lado por una mancha azul. Una maldición se deslizo fuera de su boca y él levanto la vista, mirando a la segunda Maximoff ahí parada con una cara seria. El arquero alzo una ceja.
—¿A dónde va?
—A buscar a su chica.
Un golpeteo intenso en la puerta principal de tu casa te hizo despertar de tu sueño, causando que refunfuñaras suavemente, tirando de tu bata del gancho que estaba detrás de la puerta. Con disgusto caminaste desde tu dormitorio hasta el pasillo, donde tu aliento estuvo atrapado en tu garganta cuando tus pies descalzos hicieron contacto con el piso frío, hundiendo tus brazos en tu pálida y mullida bata. Tus ojos estaban apenas abiertos mientras hacías tu camino lentamente a través de la casa y hacia la escalera. Tus músculos dolían mientras lenta y gentilmente bajabas las escaleras, tu nariz ardía cuando llegaste al final. Con un bostezo rasgando a través de tus labios, pausaste antes de abrir la puerta—pero fuiste apresurada cuando la persona que se encontraba al otro lado comenzó a golpear de forma impaciente.
Frunciste tus labios y abriste la puerta.
Casi instantáneamente hubo una mancha azul cuando una figura entro serpenteando por la casa, haciéndote jadear ligeramente, saltando hacia un lado cuando él te rodeo. La puerta fue cerrada tras de él cuándo entro corriendo a tu casa y se dio la vuelta, ojos bien abiertos y pecho apenas agitado. Lo reconociste instantáneamente—claro que lo hiciste. Su cabello pálido estaba desordenado y sus ojos color azul eléctrico inquietos, cambiando su peso de un pie a otro mientras se sacudía, pareciendo estar al borde. Te moviste extremadamente lento mientras caminabas hacia él con una adormilada sonrisa de bienvenida mientras palmeabas su pecho con gentileza. La persona a la cual con delicadeza te referías como tu novio lucía ansioso, moviéndose de un lado a otro mientras rozaba sus labios contra tu frente, su rastrojo de barba cosquilleando tu coronilla.
—Oh. Hey, correcaminos —refunfuñaste, aun sin estar completamente despierta—. ¿Qué hora es? —Esto causo que se encogiera de hombros, haciéndote parpadear con rapidez, y apretaste tus ojos. Mientras más estuviste ahí, más rápido te diste cuenta de que Pietro Maximoff acababa de irrumpir en tu casa en la madrugada sin razón aparente—. Pietro, es de madrugada... ¿Qué estás haciendo?
Una expresión se precipito a su rostro y en cuestión de segundos en donde él había estado estuvo vacío, su cuerpo desapareció mientras una brisa jugó a tu alrededor. Un suspiro exasperado cayó de tus labios cuando la luz azul corrió por el pasillo y hacia las escaleras, justo de donde habías venido: tu habitación. Era una de sus cosas favoritas para hacer, aparecer sin explicación alguna y sacarte de quicio—y él sabía que esa curiosidad para ti era intensa y que te molestaría durante horas hasta encontrar una respuesta adecuada para lo que te estaba intrigando. Con una expresión amarga te dirigiste hacia la escalera, antes asegurándote de que la puerta principal estuviera cerrada con llave.
—Cariño, ¿qué estás haciendo? —Llamaste tiernamente una vez más, tus cejas uniéndose. La puerta de tu habitación estaba entreabierta, derramando luz a través del corredor. Estiraste tu cuello, mirando hacia la habitación y tus ojos ojearon desde el marco para ver un torbellino pasar por tu habitación, las sabanas ondeaban mientras la mancha azul pasaba corriendo por el espacio. Pietro había golpeado tu habitación como un huracán; sus piernas zumbaban mientras abría una maleta y la ponía sobre tu cama, causando que fruncieras el ceño. Él parecía estar en pánico, volando alrededor como una mosca afligida, ignorándote por completo mientras entrabas tambaleante a la habitación.
El mutante vino volando hacia a ti, tan rápido que apenas pudiste verlo a través del borrón azul que lleno tu visión, manchado con los rizos rubios blancuzcos. Su presencia solo dejo el olor de lustra zapatos y la familiar esencia de su colonia, una abolladura en tu cama y el ruido sordo gentil mientras comenzaba a ir y venir del armario entreabierto hacia la maleta, dispersando un manojo de tu ropa. Alzaste una ceja mientras notabas que él generosamente comenzó con tu ropa interior, poniendo los brasieres uno por uno.
Él lleno una maleta con tus pertenecías en cuestión de un minuto. La maleta era un manojo de ropa y cepillos de peinar, calcetines y zapatos, jumpers y shorts. Pietro a penas y pauso cuando se movió hacia tu baño, hurgando en tus artículos de aseo. Tú simplemente lo observaste, sintiéndote increíblemente despierta y frustrada. Por eso es que, cuando el paso corriendo con sus brazos llenos de crema dental y cepillos de dientes, tomaste sus brazos tan pronto como él se detuvo e intento bajar la velocidad—solo para que pudieras tener una conversación con él. Pero sus músculos se tensaron y te ignoro, así que hiciste lo que cualquier novia ligeramente loca e irritada haría.
Estrellaste tus labios sobre los de él.
Pietro se congelo cuando tus labios se encontraron con los suyos, el cepillo de dientes en su puño se deslizo por sus dedos pálidos y cayó sobre tu cama. Moviste tus brazos hasta su cuerpo acariciándolo lentamente, encarándote mientas sus labios se movían contra los tuyos. Finalmente el hombre maníaco había bajado la velocidad; eso era lo que amabas de su intimidad. A pesar de que era un hombre de rapidez y rápidos reflejos, él tenía que desacelerar para disfrutar cada momento, cada toque en su relación. Y eso hacia todo más especial. Ese beso fue tan dulce que te robo el aliento y podías notar que él estaba afectado también.
Habías estado luchando para captar su atención y ahora la tenías.
—Pietro, bebé —suspiraste con suavidad, separándote de él. Tu respiración ligeramente pesada mientras lo mirabas. Los ojos brillantes de Pietro estaban enfocados en ti y tu finalmente notaste las bolsas debajo de estos, el pánico ligeramente ahogado que estaba zumbando en sus pupilas mientras él parpadeaba tristemente, pareciendo ligeramente conmocionado con tu intimidad repentina. Aunque él nunca quedaba sin aliento después de algún movimiento físico, su pecho se movía pesadamente al estar parado allí, ganando su base por algunos momentos. Un ligero cansancio salto a tu tono de voz mientras posabas tu mano en su pecho musculoso, sintiendo sus latidos acelerados bajo la palma de tu mano—, ¿Qué está sucediendo?
—Francisca —el acento de Pietro era como azúcar en sus labios y casi lo besaste de nuevo. Pero entonces todo su cuerpo se tensó, como si acabara de recordar algo horrible, y por un momento estuviste asustada de que él estuviera a punto de alejarse de nuevo e irse rebotando a través de tu casa como una pelota de ping-pong. Pasaste tus dedos ligeramente por su pecho, casi de manera calmante y miraste como su mandíbula se tensaba como si tuviera algún dolor. Pietro te miro con un ligero reflejo eclipsado en sus ojos—, no hay tiempo para explicar.
Y justo así, Quicksilver ya no estaba de nuevo, rebotando por las paredes y techo, tomando tus pertenencias y otra maleta.
Dejaste salir un suspiro furioso y cruzaste tus brazos sobre tu pecho con una mirada suave en tus ojos mientras Pietro continuaba su embalaje maníaco. Todavía no tenías idea de que rayos estaba haciendo y tenías un presentimiento de que nunca te enterarías. A su vez, te sentaste suavemente sobre tu cama, cruzando tu pierna y recordando que habías estado dormida hacía unos cinco minutos. Tu cuerpo solo se movía cuando una suave brisa jugaba con tu cabello, significando que tu novio había regresado para tirar todo el contenido de tu baño en la segunda maleta. Suspiraste, tomaste un profundo respiro y te recostaste contra la cabecera de la cama.
Para ser honestos, el comportamiento de Pietro te asustaba. Él era el calmado, el relajado, el que era demasiado rápido para que algo le sorprendiera. Él nunca mostraba miedo, y ahora aquí estaba él. Él estaba rígido por el miedo y parecía ansioso, algo que nunca habías visto en él incluso en sus tres años de relación. Tu ceño se frunció mientras rodabas tu cabeza hacia atrás, tus ojos abriéndose y pestañeándole al techo blanco. El sonido de un cierre lleno tus oídos pero no te moviste ni un centímetro, solo yacías en la cama con brazos cruzados y cuello estirado.
—¿Francisca? —Su voz era suave—. Tenemos que irnos.
Lo miraste, observando al hombre que estaba parado al pie de tu cama. Las maletas habían desaparecido de la habitación y esperaste que las pusiera rápidamente junto a la puerta. Frunciste el ceño a sus palabras y miraste tu ropa, a la bata mullida que te envolvía y tus pies descalzos.
—Pete, estoy en pijama —su mirada cayó sobre tu bata por unos momentos y él pestañeo como si estuviera recién registrando que seguías con tu ropa de dormir. Rodaste tus ojos y contaste los segundos mientras él se evaporaba con un flash azul y reaparecía, lanzando unos jeans y un hoodie sobre la cama.
—Vístete, iré a por el auto —y con eso se fue de nuevo. Murmuraste bajo tu aliento, observando la puerta mientras se cerraba detrás de él. Él tenía suerte de que confiaras en él con toda tu vida porque cualquier otra persona hubiera demandado que rayos hacía en su casa a las tres de la madrugada. Pero tú conocías a Pietro y sabias que él no se ponía así. Sabías que tenía una razón para su locura. Había un método para la locura de este chico.
Te vestiste rápidamente porque al igual que su correr, a Pietro le gustaba conducir rápido. Él conducía como un hombre loco y te sentías tentada a preguntar si podías conducir para evitar los gritos y el estar pegada al asiento rogando por tu vida. Pero también sabias que diría que no, especialmente en la condición en la que se encontraba. Él lucia como si pudiera correr hasta llegar a México; por el miedo en sus ojos. Metiendo tus piernas en tus jeans, te tambaleaste ligeramente, sintiendo una afluencia de adrenalina y la nubosidad de la privación del sueño. Apenas habías dormido cinco horas pero sabias que Pietro tampoco había dormido.
—¿Estas lista? —Lo miraste mientras él se deslizaba hasta parar en la puerta de tu habitación, su forma completa lucia encorvada y sus ojos lucían cansados. Le diste una sonrisa débil mientras te quitabas la bata y la tirabas a un lado, pasando el hoodie por tu cabeza. Podías notar que Pietro te estaba mirando, por supuesto que lo estaba. Porque estabas usando la camisa que él te había comprado, una camisa con la palabra "Vengadores" escrita a través de tu pecho. Y pasaba que esa era su favorita. Pero eso pronto desapareció cuando tiraste del hoodie, su hoodie. Apartando tu cabello de tu cara le diste una mirada seria, tu sonrisa cayendo de tu cara como una roca cayendo desde una gran altura.
—Pietro, se honesto conmigo... —comenzaste, tu voz fina como si estuviera a punto de romperse como un ornamento—. ¿Estamos en peligro? ¿Es por eso que estas aquí? —Tu novio dio pasos lentos hacia a ti, sorprendiéndote ligeramente el que haya desacelerado para acercarte a ti, y envolvió sus brazos alrededor de tu cintura. Muy gentilmente, su rostro se inclinó hacia a abajo para que su frente se presionara contra la tuya, sus ojos azules brillantes mirando hacia los tuyos con una chispa de sinceridad.
—Princeznà —dijo, su voz suave y su aliento ligeramente sobre tus labios—, en donde sea que este, siempre y cuando este contigo; estaré seguro, al igual que tú —y entonces corrieron.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top