ESOS CAFÉS QUE SE QUEDARON POR TOMAR (No ficción)

Esta historia no está inspirada por una imagen, sino más bien por la ausencia de ella. La ausencia de esa imagen que veis en la galería y que, a veces, no se llega a producir.

Espero que la disfrutéis ;)


"Según termine de hacer la compra voy a recoger a Sara del entrenamiento y, luego, llevo a Bruno a danza" iba pensando mientras esperaba en la cola del supermercado, cuando una voz que conocía me sobresaltó.

-¿Coro? ¿Eres tú? -quiso saber la persona que se había puesto justo detrás de mí.

-¡¿Andrés?! -me sorprendí al girarme-. ¡Cuánto tiempo!

-¡Y que lo digas! -sonrió-. Y eso que parece que fue ayer cuando nos graduamos de la universidad -dejó caer.

-Sí que es verdad, sí -empecé a echar la vista atrás, pero el cajero acabó de pasar mis productos y me detuve para pagarle-. Bueno Andrés, estoy encantada de volver a verte, pero me tengo que ir corriendo a recoger a mi hija, que sale ahora de baloncesto. Ya quedaremos un día para tomar un café -dije mientras recogía mis bolsas.

-Vale, Coro, ya hablaremos. Ha sido un placer encontrarme contigo -se despidió.

"Hacía años que no veía a Andrés, más o menos desde que acabamos la carrera. ¿Qué habrá sido de su vida?" pensé, hasta que llegué al coche, metí la compra en el maletero y encendí el motor.

Mi hija me estaba esperando fuera del polideportivo, así que paré en la puerta para recogerla.

-Hola Sara -la saludé al tiempo que bajaba la ventanilla-. Sube -le indique.

Mientras ella subía al coche, alguien golpeó con los nudillos la luna del vehículo un par de veces.

-¿Coro? -dijo una mujer que miraba ahora hacia el interior del auto por la ventanilla del conductor- ¡Soy Emily, del intercambio de Brighton! ¿Te acuerdas? -su acento inglés era fácil de detectar.

-¡Emily! -abrí los ojos como platos-. ¡Claro que me acuerdo! ¡¿Cómo no me voy a acordar de mi hermana postiza británica?! -sonreí, feliz por volver a verla-. ¿Qué haces aquí?

-Ya sabes que, durante el intercambio que hice contigo, me encantó esta ciudad, ¿verdad? Pues, al final, por cosas de la vida, he acabado viviendo aquí -me contó.

-¡Qué bien! Me alegro muchísimo -le dediqué una sonrisa sincera-. Ahora mismo me tengo que ir, pero, ¿qué te parece si quedamos en algún momento para hablar y tomar un café? O en tu caso un té si lo prefieres -bromeé, por los viejos tiempos.

-Eso sería perfect -respondió con esa palabra que tanto usaba cuando nos conocimos-. See you soon -se despidió.

Seguidamente, me fui directa a por mi hijo Bruno para llevarle a danza. Como estaba a tres manzanas de casa,fuimos andando, pues tardaría más en aparcar que en ir a pie. Por el camino, empezó a llover a mares, y con las prisas se me había olvidado coger el paraguas.

Llegamos a la escuela de danza bastante mojados, aunque, al menos, mi hijo se cambiaría de ropa para la clase. Según volvía a paso ligero a casa, me crucé con una cara conocida.

-¡Hola Alberto! -le saludé.

-¡Uy, Coro! ¡Como voy rápido para no empaparme ni te había visto! ¿Qué tal todo? ¿Qué tal en la empresa? -dijo atropelladamente, con gotas de agua cayendo por su frente.

-Bien, bien, todo marcha bien. ¿Y a ti cómo te va en tu nuevo trabajo? -sentía como el agua se empezaba a colar en mis zapatos.

-Bueno, el principio fue difícil y me costó adaptarme, pero ya llevo dos años y las cosas van más fluidas. Ya te lo contaré con más detalle cuando no esté jarreando como lo está haciendo hoy -se excusó.

-Si, yo también me estoy calando hasta los huesos, así que quedamos un día para tomar un café y estar un rato, ¿vale? -propuse.

-Sí, genial. Me alegro de verte -agitó la mano a modo de despedida antes de echar a correr en dirección contraria a la que iba yo.

Minutos después, llegué a casa, cogí algo de ropa seca y me puse a hacer el resto de las tareas del día.

***

Varios meses después, una tranquila mañana de mis vacaciones de verano, me di el lujo de prepararme un buen café y salir a disfrutarlo al balcón.

Sentada en la mesa, con los primeros rayos de sol calentando mi rostro, respiré el aroma de mi bebida. Cerré los ojos, y unas palabras que yo misma había pronunciado meses antes cruzaron, fugaces, por mi mente. "Ya quedaremos para tomar un café".

"Ya quedaremos para tomar un café". Una frase dedicada a ese conocido con el que te cruzas por casualidad, a ese antiguo amigo que llevas años sin ver, o a esa persona que fue tan importante en cierto momento, pero con la que apenas hablas ya. Una frase dedicada a Andrés, a Emily, a Alberto, y a todos los que vinieron antes y después.

Recuerdo muy bien mi primer "a ver si quedamos un día de estos y nos tomamos un café juntas". Lo dijimos con verdaderas ganas de quedar y hablar un rato la una con la otra. ¿Y qué pasó? Esos dos cafés se quedaron fríos en algún lugar del olvido.

¿Por qué hacemos eso? Estamos todos tan atareados con nuestras vidas, que no dedicamos tiempo a personas que nos importan pero que no forman parte de nuestro día a día. Entonces, cuando, por casualidad, esas personas se cruzan en nuestro camino, nos entran ganas de estar con ellas. Nos entran ganas de volver a compartir momentos con ellas, de contarnos historias, nos interesamos por ellas y por sus vidas. El problema, es que esos encuentros repentinos se producen en momentos en los que estamos, una vez más, atareados con nuestros quehaceres; de camino al trabajo, yendo a buscar a los hijos, cuando estamos haciendo la compra... Por eso, al final de una corta conversación con esa antigua parte de nuestras vidas, decimos "ya quedaremos para tomar un café". Una frase que lleva oculto el hecho de que nos importa esa persona, pero ahora no podemos dedicarle nuestro tiempo. Una frase que, con el tiempo, cae en el olvido.

Por eso, si de verdad queréis tomaros ese café, detened un momento vuestras ajetreadas vidas y acordad el cuándo. Algo tan simple como "¿qué tal si quedamos este sábado a las 17:00?" hace que reconectes con esa persona; hace que ese café no se quede en la cafetera para siempre.

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