Tengo mucho que agradecerle a las miradas,

tus ojos,

el color oscuro que me cala hasta tu pecho,

a la chispa en ellos,

atenuante de presiones,

que a los miedos los hace resbalar por todo el deseo.

Tengo mucho que agradecerle a una sonrisa,

a la huella que  se deforma

cuando se encuentran aún más cerca

del rubor de tus mejillas.

Te fascina mostéamelo,

aunque bajes la mirada de vergüenza.

Tengo mucho que agradecerle a tus manos,

y mucho que envidiarle a las mías,

porque se han dedicado a llenar el vacío

que la naturaleza de los cuerpos dejó,

y han destapado lo que con nuestras prendas,

se oculta.

Tengo mucho que agradecerle a tu juicio,

o a tu poca cordura,

por evocar lo sublime a mi memoria

y distraer las angustias;

Mientras tú solo tienes que disculparme

por no ser tan buen poeta,

como para describirte completa

en tan solo uno.