CAPÍTULO 1
Las calles largas, limpias, exentas de toda mota de polvo posible. Los árboles, del pequeño parque de césped que se veía cerca, mecían sus verdes hojas con el limpio e impoluto viento.
Los coches, especializados en bajo consumo y sin permisión de contaminación alguna, vagaban de aquí para allá sin formar tráfico alguno. De vez en cuando se veía algún vehículo flotando por las alturas, solo los más ricachones de todo el lugar podían encapricharse esos tremendos lujos de última generación.
Lo que más destacaba allí, sin embargo, era el tumulto de cabelleras rubias que pululaba por el lugar. Una niña de cortos cabellos dorados hacía saltar estos mientras brincaba por el parque forestal. Una pareja de enamorados, también de cabellos como el sol, paseaban alegres por la acera para cruzar la carretera. Incluso al fondo se podía vislumbrar una muchedumbre de gente congregada por algún evento especial y todos eran de cabelleras rubias, a distintos tonos, pero rubias igualmente.
Todo era igual, no había cambio alguno. Cada día que se levantaba por la mañana, ya desde bien pequeño había cogido esa extraña costumbre, lo primero que hacía era asomarse a la ventana y ver. Ver si había algún cambio, ver si algo llegaba a estar fuera de lo normal. Pero todo era igual, siempre igual.
Todo impoluto, todos idénticos, todo ordenado y regulado... todo perfecto.
Suspiró frustrado desviando la vista del cristal que le mostraba lo que ya le aburría y hasta cansaba a la vista.
Apoyó el codo en el alfeizar de la ventana y la mejilla en el puño de su mano. Volvió a suspirar frustrado. Estaba aburrido, no tenía nada que hacer realmente. Sus amigos, si así los podía considerar, no estaban disponibles ese día y él al estar en vacaciones no tenía nada que estudiar.
Volvió a suspirar por tercera vez mientras oía la puerta de su habitación al abrirse.
-- Bueno, ¿Se puede saber qué te pasa hoy? Son las 10:00 de la mañana y ya andas suspirando.
-- Dejame en paz Nina.
-- ¿No vas a desayunar?
-- ¿Desayunar el qué? ¿Otra vez el vasito de zumo acompañado de tostadas de mermelada y tortilla francesa? No, gracias, no tengo hambre. Ya estoy aburrido de comer siempre lo mismo.
Lo último no fue más que un murmullo, pero su hermana lo escuchó a la perfección.
-- Estás adelgazando.
-- Ya ves tú lo que me importa. Tú estás cada vez más regordeta y nadie te dice nada.
-- ¡Vete a la mierda, maldito imbécil!
-- ¡Sal de mi cuarto y deja de molestar!
No se había girado en mirarla en ningún momento. ¿Para qué? ¿Para ver la misma cara, pelo y ojos de él, con la única corta diferencia de la misera estatura? Harto de memorizar caras iguales estaba él, ¡Harto!
Escuchó el portazo que lo hizo dar un brinco en el sitio por la sorpresa. Esa maldita mocosa se creía la reina por llevarle tan solo tres ridículos años de edad. Ya estaba cansado de tanta remilguelería.
Pero la puerta volvió a abrirse dejando ver de nuevo esos largos cabellos dorados junto a esos ojos verdes de mirada punzante.
-- ¡Mocoso baja a comer ahora mismo o te llevo de las orejas!
-- ¡Que me dejes en paz, pesada!
En dos zancadas la muchacha se posicionó a su lado y agarró una de sus orejas tironeando de ella sin cuidado. El chico gritó.
-- ¡Te he dicho que bajes maldito idiota! ¡Te vas a desnutrir como no comas algo!
-- ¡Sueltame!
****
Bajó las escaleras con parsimonia llegando hasta la gran puerta de metal. Su hermana le había mandado a buscar a su padre a petición de este. Después de recorrer toda la casa, que pequeña no era, solo le quedaba ese sitio por visitar.
No le gustaba ese lugar, y no por el hecho de quienes se encontraban allí. No, era porque cada vez que se adentraba en esa habitación y los veía le recorría una terrible angustia en el pecho, como si supiera que eso no estaba bien.
Arrastró la puerta con fuerza, una puerta gruesa y pesada la cual solo se podía abrir sin llave desde fuera y con ella estando dentro. Más le valía procurar dejarla arrimada o se vería en un gran apuro.
Nada más adentrarse en la estancia le vino el olor rancio y desagradable del sudor y la mugre que desprendían los que recientemente allí residían.
Miró una a una cada cama de litera que se encontraba en la estancia, topándose en cada una a un pequeño niño de cabellos oscuros y ojos castaños o mismo negros. También había en ocasiones algún pelirrojo y extraña vez rubios, pero seguían siendo igual de... diferentes. Imperfectos.
Se percató de que estos eran nuevos. A los niños que antes estaban ya se los habían llevado y de seguido habían traído más. Probablemente habían salido de las últimas redadas realizadas la semana pasada.
-- ¿Sabéis donde está Jerry? Un hombre alto, rubio y de ojos azules.
-- Todos aquí sois así. -- Murmuró uno de los pequeños encogido en la cama.
Ni siquiera los habían lavado. Estaban sucios, flacos y temblaban de frío y miedo. Seguro que más de uno estaría enfermo.
Otra vez esa presión en el pecho que lo hacía agonizar de tristeza. No se sentía bien.
-- Tego medo. -- Murmuró uno de los más pequeños de cabellos rizos y castaños, que se encontraba amarrado a un muñeco de peluche completamente roto y desgastado.
A su alusión acudieron más similares como "¿Dónde estamos?" "¡Quiero a mi mamá!" "¡No quiero estar aquí!"
Decidió desistir de resolver preguntas absurdas. ¿Qué les iba a decir? ¿Qué los iban a llevar aun más lejos a los laboratorios para hacerles pruebas de todo tipo? No, pruebas no, directamente para usarlos como conejillos de indias, eso es lo que iban a hacer con esos chiquillos.
Dio vuelta sobre sus pies y se dispuso a salir del lugar cuanto antes. No podía soportar más esa presión, porque sabía que eso no estaba bien.
Aun tras cerrar la gran puerta pudo escuchar los gritos desesperados de los niños suplicándole que no se fuera, que no los dejara allí solos de nuevo, siendo acompañados de sus incesantes y tristes llantos.
Era tan doloroso... Tan agobiante, tan... tan...
Apresuró el ritmo volviendo sobre sus pasos, subiendo las escaleras antes bajadas y hasta saliendo del hogar. Necesitaba despejarse un poco. Que le dieran por saco a su padre, si quería ayuda su queridísima hermana estaba rascándose lo de ahí abajo mientras charlateaba con las pijas de sus amigas por el móvil.
Suspiró frustrado mientras salía al fin de la pequeña mansión. Respiró el fresco aire impoluto. Oh, eso sí era agradable. Aire puro que le limpiara la mente de sus tontos e irracionales pensamientos. Y es que era tontos e irracionales porque, ¿Buscar anormalidades en un lugar donde es todo tal cual lo deseaba él y el resto? ¿Un lugar tan precioso con alguna anomalía? ¿En serio?, ¿Y preocuparse por unos simples niños imperfectos, cuando fueron ellos mismos, los imperfectos, los que causaron todas las primera masacres que casi destruyen la humanidad entera?
No, claro que eran tonterías. ¡Y muy graves! Se estaba empezando a replantear si no sería mejor ir a algún psicólogo a que lo vieran. Quizá el duro invierno, de estudio intensivo, le había perjudicado al punto de seguir buscando temas con los que romperse el coco sin ser el por qué de como se inició la escritura y el arte. Cosas irracionales... Sí, definitivamente necesitaba un psicólogo o al menos hablar con alguien sensato que lo ayudara a recapacitar.
Por lo que sin más preámbulos dio vuelta para volver a su hogar a buscar ni más ni menos que a la odiosa de su hermana. Por más que le fastidiara, ella era la única persona sumamente inteligente, razonable y comprensible, cuando quería, como para tratarle en ese tema. ¡Si hasta iba a estudiar para psicología! Y la verdad, era una buena opción para ella, realmente esa mujer servía de psicóloga. Era la que siempre lo sacaba de dudas y le abría la mente, por eso la odiaba tanto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top