PERDIDO

El pueblo donde ahora resido se llama Buena Vista; y mis labios solo pueden deletrear una palabra para describirlo: perfección. Este lugar se ve impoluto y alegre, pero ¿por qué no puedo sentir aquello que observo?

Suspiros incesantes me guían hacia el ventanal que me separa de lo virtual. Lo que veo es oscuridad; cálida, serena y silenciosa, pero de alguna manera triste. Alzo la vista hacia el cielo, y Luna me sigue dando la misma bienvenida de siempre: sola y desgraciada. ¿Qué hiciste, Luna, para que todos te hayan dejado atrás? Otro suspiro sale de mí, y vuelvo al sillón raído, que en muchas ocasiones ha sido testigo de mis innumerables sueños, a esperar a los prontos visitantes, que siguen buscando ese algo que aún no encuentran, al igual que yo.

Ellos viven a una calle de mi hogar.

Carmelio, el que está siempre meditabundo, habita en la casa de color marrón claro con azul mar. Dameris, la que adorna su estancia con diferentes tipos de velas porque no le gustan las luces artificiales, vive en la casa beige de tono claro con naranja rojizo; y, Gael, cuyos ojos cual pozo profundo consumen el alma del valiente que se atreve a observarlos, reside en la casa de color verde bosque con amarillo pinto.

El sonido del timbre me avisa que son las seis de la mañana porque ya están aquí, y, con parsimonia, avanzo hacia el portal que nos separa, para encontrarme cara a cara con tres rostros conocidos que, con un ligero «hola» y un asentir de cabezas, se adentran a mi humilde hogar.

Colocan sobre la mesa los aperitivos que trajeron consigo, y yo me dirijo a la cocina a buscar la tetera de cerámica y las tazas a juego. No hacemos mucho cuando nos reunimos, es más que nada darnos compañía. Cada uno toma su té en sintonía mientras observamos a través del grueso cristal, el ambiente que nos rodea.

En mi escaneo diario, distingo a una pequeña y rolliza mujer que llora sin consuelo bajo las ramas del frondoso árbol de cara a mi ventana. Me enfrento a mis compañeros de estancia con la intención de buscar apoyo ante mi hallazgo, pero ellos no muestran ningún tipo de reconocimiento ante lo que divisé. ¿La habrán visto? No le doy importancia. Detengo de nuevo mi atención sobre aquella persona que desentona con el entorno de familias y niños con evidentes y fijas sonrisas en los labios. Todos, y cada uno de ellos, denotan dicha.

¿Cuándo fue la última vez que saboreé la felicidad?

Sonrío con pesar. Pareciera que este panorama estuviese hecho en especial para mí, como una película trágica para una persona dramática.

Subo la mirada. Ella sigue en pie, como es habitual. ¿Por qué siempre te asomas cuando observo el firmamento, Luna? Contemplo la sala vacía y me doy cuenta de que el tiempo pasa como una estrella fugaz. ¿A dónde vas con tanta prisa?

Dicen que el cielo te salva del infierno, pero ¿por qué siento que ardo si ni siquiera he muerto?

Abrazo el crepúsculo como una madre que apacigua a su hijo en brazos, para otorgar el silencio a los gritos continuos, aullidos que me persiguen desde hace tiempo y no quieren dejarme ir, se niegan permitirme nadar en aguas cálidas que antaño conocía cuando estabas tú, y que ahora anhelo más que a nada.

¿Cuándo dejó de existir la credulidad para recibir al miedo, al cálculo y al exceso de defensas? ¿Cuándo pasé de vivir, a sobrevivir? ¿Cuándo se apartó la inocencia de mí?

Crecemos y conocemos.

Crecemos y perdemos.

¿Dónde estás, ahora que he madurado? ¿Regresarás con los brazos abiertos, aunque pronto ya no te recuerde?

Siento que poco a poco te olvido.

Siento que poco a poco...

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