๛CAPÍTULO 3
Me senté sobre uno de los columpios y comencé a balancearme con la ayuda de mis pies. Estaba solo, otra vez. No tenía nada que hacer además de jugar en los columpios. Veía como todos jugaban con sus respectivos juguetes o a las atrapadas. Observar a mis compañeros era una buena forma de perder el tiempo y también de encontrar paz en mí mismo.
Todo ese sentimiento de soledad combinado con la soledad se dispersaron al interior de mi mente al sentir unas gotas de sudor sobre mis mejillas y frente. Bajé del columpio y me fui al salón de clases a buscar mi lonchera que, dentro de ella, había un tomatodo lleno de refresco de maracuyá que, afortunadamente, mi mami lo hizo solo para mí. Con unos pequeños sorbos, pude disfrutar de lo helada y fresca que estaba la bebida. Me gustaban las cosas heladas y más si eran ácidas, aunque también si eran un poco dulces como el caramelo de limón.
Creo que mi mami me dio dinero para comprar esos caramelos.
Seguí disfrutando de la bebida e intenté disfrutar lo suficiente porque Lui, el niño que se hizo mi amigo la otra vez, me quitó de las manos mi tomatodo.
—¿Qué tienes ahí? —me preguntó.
—Nada —mentí.
¿Por qué tenía miedo sí era mi amigo? Y los amigos se protegen entre sí y él me protegería.
—¿Estás seguro?
Dudé en responderle.
—Eres un mentiroso. Un niño mentiroso.
—Lo siento, pero mi mami dice...
—Deja de decir "mi mami" esto y lo otro. Theo, debes entender que ya no eres un bebé que necesita la protección de su mami.
»Si sigues con esa actitud de bebé, dejaré de ser tu amigo. ¿No quieres eso, verdad?
Esa pregunta no me lo esperaba de él. Era un niño nuevo en todos lados: escuela y en el pueblo, y no tenía a un amigo. Eso era algo que no me pasaba en mi anterior escuela porque tenía muchos amigos en la escuela. Quería hacer más amigos, pero todos me miraban raro por no pertenecer a este lugar y por ser muy callado a veces. En verdad no me gustaba ser el niño nuevo de la escuela y estar otra vez solo, no lo iba a permitir.
—No quiero eso —contesté.
—Entonces me vas a dar todo lo que es tuyo porque eso hacen los amigos y tienes que hacer eso para no perder nuestra amistad. ¿Entendido?
Asentí.
Después de ese aclaramiento, no volvimos a cruzar otra palabra ni siquiera durante el receso. Intenté juntarme con su grupo de amigos, pero él me ignoraba o decía que no me conocía. ¿Por qué era tan raro? ¿Qué había hecho para que me tratara así? No quería perder a mi único amigo.
—Theo, presta atención, por favor.
Dejé de jugar con mis lápices de colores y presté atención a la tarea que nos iba a dejar. La profesora nos iba a entregar hojas para dibujar a nuestra familia con tres colores de temperas que nos iba a entregar. Empecé a dibujar a cada uno de mi familia: a mi mami, papi y a mi perrito Nelson. Estaba dibujando otra vez el cabello de mi mamá porque le había dibujado con cabello corto cuando tenía muy largo el cabello. Parecía Rapunzel.
—Tu mami es muy linda —comentó una niña.
Volteé a ver a la niña y asentí lentamente. ¿Por qué me hablaba?
Vi como la niña se iba a su mesa y traía más témperas de colores. Agarró un pincel y empezó a dibujar una flor en el cabello de mi mami.
—A tu mami le deben gustar las flores.
Negué.
Ella se sorprendió y se disculpó por arruinar mi dibujo. Volvió a su mesa y trajo otra hoja para que dibujara de nuevo. Se veía muy triste, parecía que quería llorar.
—Lo siento mucho por arruinarlo.
Iba a comenzar a llorar.
—No, no, no, no llores. No me gustaría que llores porque te vas a transformar en una bruja fea.
—¿Qué?
—Digo que no arruinaste mi dibujo porque se ve más lindo. A mis padres les va a gustar.
Vi como ella sonreía por mi comentario y yo también sonreí. Tenía una hermosa sonrisa.
Empezamos a dibujar flores por todas partes. Había rosas, tulipanes, girasoles, había de todo y eso lo hacía único y más lindo. No sabía cómo agradecerle y solo la abracé por todo lo que hizo. Ella se quedó quieta un momento y luego me devolvió el abrazo.
—Soy Mia.
—Soy Theo.
—¿Te gustan los abrazos?
—¡Sí y mucho! También me gusta el chocolate. ¿Quieres uno?
Ella asintió.
Saqué de mi lonchera el chocolate y se lo di. La cara de mi amiga transmitía muchas emociones, pero más felicidad. Sabía que ese chocolate era lo mejor del mundo y nadie lo debía negar. Seguí viéndola hasta que ella me dio mi chocolate.
—Tú también come, por favor.
Reí y empecé a comer con ella.
Estábamos muy felices porque disfrutábamos del exquisito sabor del dulce y porque habíamos terminado temprano, pero un golpe en mi hombro arruinó el momento agradable que tenía con mi amiga. Lui, sin razón, me había golpeado. Lo miré con confusión y él solo me agarró de la mano.
—Theo, no debes manchar tu ropa. Ven, te ayudaré a quitar las manchas de pintura, para eso son los amigos, ¿no? —comentó—. Y hola Mia, ¿cómo estás?
Antes de que Mia respondiera, Lui ya me había sacado del salón para llevarme al baño. Me metió en uno de los cubículos del baño y lo cerró con seguro. Me empujó contra el retrete con enojo e hizo que me golpeara la espalda.
—No te quiero ver cerca de ella, ¿entendiste?
Asentí sin pensarlo.
No entendí a quién se refería en realidad, pero preferí en seguirle la corriente a que me golpeara la cabeza contra el retrete. Sí, lo iba a hacer, se notaba. Tenía miedo de él, pero el miedo de quedarme solo y sin amigos eran más grandes.
—Ella es mía.
Fue lo último que escuché de él antes que dejara el lugar.
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