Capítulo 1.

El sol apenas se asomaba, pero los pocos pajarillos que habían en el centro de la ciudad cantaban fuera de los ventanales fríos de Oh Sehun. Éste se levantó, como quien no quiere la cosa, a las cinco y media de la mañana para alistarse y llegar a su oficina a las seis. Ciertamente no deseaba ir, es decir, ¿quién querría ir al trabajo a sabiendas de que hay un montón de proyectos y personas por despedir pendientes? Ser CEO no es fácil, literalmente lo único bueno es el estatus y el dinero. Nada más. Era tan ocupado e irritable que tenía una vida social casi nula; de no ser por su secretaria latina y alguno que otro empleado o compañero de trabajo, sería el hombre más solitario del mundo. Verán, Sehun tenía muchas ganas de enamorarse. Y no tardará en encontrar tal magia que es el amor, pero toda magia tiene un precio, por supuesto.

Cuando por fin pudo tomar esa fuerza de voluntad que tanto le había costado construir desde que heredó el puesto de jefe de su padre, condujo hacia un rascacielos Samsung en su carísimo Truck Lamborghini negro. Camisa de algodón, perfectamente planchada y sin ninguna mancha, traje sin ninguna pelusa, gemelos dorados deslumbrantes.

—Buenos días, Ah-le —saludó a su secretaria nada más llegar sin verla, con una notoria dificultad de pronunciar "Ale" que nunca pudo superar.

—Buenos días, Señor Oh —la chica sonrió, pero pronto notó el rostro de su jefe—. Luce... especialmente estresado hoy, señor. ¿Hay algo en el que le pueda echar una mano?

—¿Puedes despedir a Kim Jongdae? —Sehun se precipitó a preguntar, alzando una ceja. Su secretaria lo observó con los ojos como platos, incrédula—. Ya veo. Entonces no, gracias.

Sehun, con su habitual rostro inexpresivo, dio media vuelta y dejó a su secretaria con las palabras en la boca para poder entrar a su despacho y ponerse a ordenar un buen monólogo de "el porqué te estoy despidiendo, Kim Jongdae"; pero su secretaria, en contraste, tenía otro plan.

—¡Señor Oh!

Sehun se detuvo en seco, sólo para voltear la cabeza un poco y observar a su secretaria con un ceño fruncido que decía "¿Qué quieres?".

—Conozco un lugar que le puede gustar, ya sabe —la muchacha empezó a jugar con el cable del teléfono que tenía sobre su escritorio—. Puedo darle la dirección, si gusta, para que vaya a tomar un trago al terminar la jornada. No me quiero imaginar el rostro del pobre Jongdae.











Su secretaria terminó por convencerlo después de insistir como tres mil veces. Sehun se sorprendió a sí mismo conduciendo hacia el bar con el Waze activado en su auto: Una voz monótona indicaba la dirección, hacia dónde girar, en cuántos metros, avisaba si habían accidentes automovilísticos o patrullas de tránsito.

Sehun mantuvo mueca de estreñido durante todo el trayecto, pero no pudo evitar fruncir aún más el ceño al leer la fachada del supuesto bar al que lo había mandado su secretaria. Parecía un club de strippers, o algo. Sehun hizo un mohín; temía que alguien lo viera entrar a un lugar así, ¡arruinaría su reputación! Con cuidado de no llamar la atención, aparcó el coche con todos sus seguros y entró al lugar lleno de dudas.

Al entrar un fuerte olor a alcohol y música demasiado alta lo recibió. Sehun, titubeante, mira alrededor buscando una manera de familiarizarse. Se decide por saludar al barman con un asentimiento de cabeza y, simplemente, beber algo. El barman no dice mucho, sólo acepta la orden (un escocés en las rocas) y se dedica a prepararla en silencio.

Sehun no tarda en darse cuenta de una puerta abriéndose por el costado de la barra, y voltea a ver nada más por no tener nada que hacer. Lo que encuentran sus ojos es a un muchacho, visiblemente más joven que él, acercándose a tomar asiento. Sehun no sabe a dónde da esa puerta, pero no le da muchas vueltas y recibe la orden ya lista que el barman le tiende. El muchacho que acaba de salir de la puerta, entonces, se sienta en la silla contigua a la de Sehun, y casualmente pide un trago de vodka. Ambos se mantienen en silencio durante un rato, Sehun prestando atención a la música que sonaba al fondo y el muchacho, simplemente, con la mirada perdida.

—Eres nuevo aquí —el muchacho murmura de repente, con una leve sonrisa—, ¿verdad?

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