Capitolo 23

ORLENA

Todos estábamos en la recepción del hostal en el que nos hospedaríamos, Cesare, Valerio y el gruñón de Giotto, fueron los seleccionados para hacer el papeleo que hay que hacer para registrarnos en el hotel y nos puedan dar las habitaciones, junto a las llaves para poder ingresar en ellas. El resto nos encontrábamos sentados con todas nuestras pertenencias, parece como si esto fuera un bloque de pisos; en vez de un hostal en el que pasar unos días.

Mis ojos —cada segundo que me despistaba de lo que estaban charlando mis amigos entre ellos —, se situaban en las espaldas de ese trío que estaban en la recepción junto al señor que les estaba atendiendo.

Al parecer lo conocían bastante bien, y hablo en plural, porque da la casualidad de que se ve la fluidez del como hablan, los otros dos individuos —Valerio y el gruñón —, con el trabajador que eta tras el mostrador.

Cuando observo como el señor les proporciona las llaves, inmediatamente me levanto del asiento que comparto con Andreas; este me mira algo confundido.

—Ya tienen tarjetas para poder ingresar a las habitaciones —informo en voz alta para que todos los demás sepan también.

Con mis amigos detrás de mí nos dirigimos —sin maletas —hasta donde estaban el trío. Yo me posicioné, justamente detrás de la espalda de mi hermano, alargue mi mano rápidamente y cogí una de las tarjetas. No obstante, antes de poder cogerla, le dan un manotazo a mi mano.

—Au, eso dolió —le reprocho al autor de tal hazaña.

—Quietecita me gustas más, hermanita — mis amigos, quienes estaban rodeándome se empezaron a descojonar, les reté con una mirada no muy grata y callaron al instante —. Lo siento Orlena, yo distribuiré las habitaciones.

—Espero que me toque con las chicas, no quiero dormir junto a un descerebrado —murmuré, desviando la mirada hasta dar con la espalda del pelirrojo.

—Basta leona, guarda tus garras por ahora. Nadie te está haciendo nada, no provoques a la gente de gratis —¿qué quería que hiciera? Las palabras me salían disparadas de mi boca sin yo poder retenerlas dentro.

Para responder a mi hermano, lo único que hago es encogerme de hombros desinteresadamente.

—No conocía este lado tan desesperante tuyo, hermanita.

—Tiene sus días —interviene en la conversación Niccolo. Si no estuviéramos en un sitio donde cualquier persona nos podría ver, lo descuartizaba en pedacitos y lo echaba a cualquier fosa para que no lo encontraran en ninguna parte —, eso no resta que la queramos tal y como es —el que se hace llamar mi mejor amigo se acerca a mí y en un intento de solucionar lo que acaba de decir me acaricia el pelo como si fuera un perro herido.

—Idiota —lo insulto —, tener amigos para esto. Saldría ganando manteniendo una relación de amistad con un demonio.

—No creo —se da la vuelta Giotto y hace una mueca con los labios —. Se hartaría a la primera de tus comportamientos de niña te quemaría —sus ojos van enfocándose en cada uno de los presentes a excepción del señor que está justo detrás de él —. No estas preparada para vivir entre demonios.

—Me da a mí que llevo un par de días rodeada de uno y todavía no me ha ocurrido nada —si él podía insinuar cosas, ¿por qué yo no?

—Vosotros dos necesitáis una charla seriamente, inmediatamente —mis ojos barren todo el lugar, hasta ahora no me había fijado en el interior del lugar.

Para la fachada que tenía el hostal, el interior del lugar era bastante actual; por así decirlo. Las paredes estaban pintadas de un color crema, que daban vida al interior, los muebles también le daban otra perspectiva. Los sillones donde estábamos sentados anteriormente eran de un color marrón, tirando a oscuro; que contrastaba la mar de bien con las paredes, pero no llegando a desentonar. Los muebles que adornaban el resto del lugar, junto con las vitrinas eran seguramente hechas a mano y de un roble demasiado caro para que el dueño de este lugar lo pueda haber adquirido.

Todo en mi entorno, a partir, justamente de salir de Venecia por primera vez en varios años era, es y será algo extraño. Prácticamente lo que sucede a cada instante es algo que se me mete por las retinas y seguidamente me hace pensar, haciendo que mis engranajes empiecen a funcionar adecuadamente a la velocidad de la luz.

Lamentablemente, mucho no descifraba, por no decir, ni una mísera cosa Para estas cosas era una negada, mi hermano ha sabido mejor que hacer, que yo. Descubrió un secreto familiar y uno muy bien guardado. Los demás; que seguro que hay una lista demasiada larga, que creo que nunca va a acabar de lo prolongada que es.

—Ey Orlena —Niccolo chasquea sus dedos delante de mi rostro para que vuelva a la vida real —. Te están hablando —me comunica algo que ya intuía. Lo que ocurre es que estoy huyendo o esquivando de eso.

Un gruñido sale desde el fondo de mi garganta, para darle a entender mi desconformidad.

—No seas niña, Leona —todavía no tengo muy claro si es mi mejor amigo o el mejor amigo del pelirrojo, puesto que se lo ha dejado en bandeja.

—Definitivamente es una niñita, y de las caprichosas —con lo bien que me cayó en Venecia, sin embargo, ahora, lo lanzaría a la cuneta más cercana que hubiera, lo enterraba vivo y lo dejaba allí para que se pudriera en la miseria.

—No sabes tú cuanto —el tono que usa para hablar me recuerda a los que ponía mi abuelo y que puso también hace unos días cuando me tuvo retenida en la cueva —. Ella solo quiere llamar la atención, es como una niñita de unos 2 años que solo que solo quiere llamar la atención, porque no sabe hacer otra cosa. A parte, de que solo desea que se le haga caso, sino, hace berrinche.

—¿Lo puedo matar? —esta vez solo poso los ojos en los de Cesare, para esperar una afirmación de su parte. La necesito como el aire para respirar. Giotto necesita una buena hostia para que espabile y deje de querer buscarme las cosquillas.

Cesare, quien estaba a su lado, encara a Giotto cogiéndole de los pliegues de su chaqueta y con un movimiento rápido hace que el cuerpo del pelirrojo este casi tocando el suyo.

—¿Qué te dije en el autobús? —los dientes de mi hermano chirrían al él hablar entre dientes y con un tono de lo menos agradable —Modera tu lenguaje al hablar de mi hermana o te dejaremos aquí tirado —le advierte el rubio —. ¿Está claro?

Como si fuera un partido de tenis, los chicos y yo estuvimos mirando de uno a otro para ver las caras de uno y del otro. Giotto, en este preciso momento mantenía una mirada de odio total. Se estaba conteniendo para no montar un follón en medio del hostal; aunque en mi humilde opinión le faltaba poco.

A mi parecer, creo saber el motivo del porque se está empezando a descontrolar. Sus ojos, no los tiene fijos en mi hermano, los tiene en un punto fijo de la pared de en frente.

Sus facciones se han endurecido hasta el punto que pienso que le va a explotar la cara si sigue un segundo más de esa forma.

—Giotto, ¿me escuchas? —Cesare al no tener respuestas de él, aleja un poco su cuerpo, sin dejar de sujetarlo. Suelta una de sus mano de la chaqueta para propinarle un guantazo en la cara para que reaccionara.

Su reacción fue inmediata.

—¿A ti que se te pasa por la cabeza? —el pelirrojo con el temperamento por las nubes se echa para atrás, liberándose así del agarre de mi hermano, llevándose las dos manos a las sienes y mirándolo furioso.

Esto creo que no va a acabar bien.

—Habla el pan de Dios —esto se está calentando demasiado para que termine algo bien —. Giotto te recuerdo que no eres ningún santo, deja de juzgar a mi hermana de una puñetera vez y céntrate en ti mismo. Lo que hagas tu será tu problema, lo que haga mi hermana es su problema y puede ser algo mío también, al ser también mi hermana.

El pelirrojo, refunfuña en desacuerdo. No obstante, no dice ni pío.

—Bien —dice después de unos minutos Valerio —. Vamos a repartir las habitaciones de una vez. No sé vosotros, pero yo quiero descansar.

Las tarjetas que mi hermano mayor había dejado sobre la repisa de la recepción donde detrás se encontraba el hombre —que conocían el trío —y él cual nos miraban anonadados.

—Hay cinco tarjetas —las muestra como si estuviera abriendo una abanico, dispuesto a abanicarse —y ya tengo las parejas pensadas.

Espero que Valerio haga las parejas con coherencia, no espero menos de él. Por dar un ejemplo, Cesare ahora mismo si duerme en la misma habitación que Giotto, una palabra más hiriente de parte del pelirrojo y se lo puede cargar.

—Un dato importante antes de decir quién va a ir con quien —cruzo los dedos para que todo vaya a la perfección y sin incidentes —. Hay cinco habitaciones, por lo cual una de ellas habrá tres personas —y es más que obvio que ahí estaremos las tres chicas —. Por ende las tres chicas irán en ese cuarto sin discusión alguna.

Valerio me tiende la primera "llave" para que podamos entrar al cuarto. Idara y Mellea se colocan una a cada lado de mí y me sonríen.

—Nos parece perfecto, así nos ponemos al día, no hemos tenido tiempo de hablar con Orlena desde... —Mellea deja a medias lo que iba a decir.

—Basta de tantas palabrerías y sigamos con la distribución de cuartos, por favor —alguien por aquí se está empezando a impacientar. Un silencio se hizo en el centro de la estancia entre nosotros —. Ahora seguimos —avisa —, el pelirrojo de mal humor, dormirá conmigo en la habitación —los ojos de Valerio chocaron con los de Giotto, que echaban fuego por ellos —. Los hermanos irán juntos —los dos aludidos, asintieron acordemente estando de acuerdo —, el antepenúltimo cuarto se lo voy asignar a los cuñados —les guiña el ojo —y por último, estarán Niccolo y Cesare juntos.

Sonreí, Valerio había hecho buenos cálculos en su cabeza rápidamente. Ha situado a todos excelentemente, aunque pobre de él si Giotto le da la tabarra. No obstante, ellos ya se conocen, así que no le costara tanto llevarlo, que si somos alguno otro.

—¿Podemos retirarnos, sargento? —Mellea, la graciosa e intensa de nuestro grupo le pregunta a Valerio, el aludido le sonríe y asiente, para después negar con la cabeza.

Mis amigas se disponen a encaminarse hacia la pasarela que conduce a unas escaleras dobles, las cuales guían al primer piso, donde están ubicadas las habitaciones.

En el momento que mis pies empiezan a moverse por sí mismas, me conducen hasta Valerio, donde me detengo y me acerco a su oído para susurrarle un par de cosas:

—Respira y no te desesperes, lo necesitaras. Si por algún casual te da el repentino "placer" de tirarte por la ventana, llámame —iba a seguir mi camino, yendo detrás de mis amigas, que las perdí de vista una vez pasaron la pasarela, pero algo, o en este casi alguien, me lo impidió.

—Recuerda que debes pasar por mi habitación —no quiero enfrentarme al huracán rojo llamado Giotto y que tiene por apellido Ricci —. En unos diez minutos iré a la habitación de tu hermano, para dejaros solos, después irá Cesare a hablar contigo una vez hayas solucionado todo con el malhumorado pelirrojo.

Al parecer Valerio me ha había hecho una especie de "agenda" donde me cubrió todo el horario al completo. Me parece que se ha convertido en mi secretario personal.

—Gracias —le agradezco —. Mándale un mensaje del número de vuestra habitación a Idara o a Mellea.

Él, en vez de decirme o afirmarme, me enseña la tarjeta, donde en la parte derecha de la misma, salía el número 105.

Yo, negando con la cabeza, mientras sonreía a la misma vez, me encaminé hasta donde una cabellera castaña salía entre la pasarela.

Cotilla hasta la muerte.
Cuando llego hasta ella, la cojo del brazo —sin ser brusca —y nos encamino a las dos hacia nuestra habitación, donde segur nos esperaba una Idara impacientada.

Como me sabía a la perfección, como funcionaba la cabeza de mi mejor amiga, empecé a contar hasta cinco y suspiré, llegaba el momento de escuchar lo que Mellea tenía que decir o mejor dicho; preguntar.

—¿De qué hablabas con Valerio? ¿Qué te ha dicho? —si algún día digo que no extrañaré estas interrogaciones de Mellea, mentiría. Será demasiado intensa, sin embargo, una vez que desaparece eso, lo que más odias, lo quieres de vuelta eso me pasaría con los interrogatorios de mi mejor amiga —¿Me vas a contestar o quieres que saque mis propias conclusiones?

—Tranquila tigre, esconde tus dientes afilados, que los veo desde aquí —hasta ahora no había caído que las parejitas no se habían enterado de nada, debido a que se habían pasado todo el viaje durmiendo sin tener constancia de la realidad —. En diez minutos tengo que presentarme en su habitación, Giotto y yo tenemos una charla pendiente.

—¿Cuándo pensabas contarme que tienes una cita, con el pelirrojo?

—¿Puedes parar de sacar de contexto todo? En el autobús ha habido unos cuantos pleitos entre Giotto y los Lepori —cuando mi apellido sale de entre mis labios, mi cabeza torció hasta poder encontrarme con los ojos de mi amiga que me esperaban ansiosos por saber más de lo ocurrido —. Nos han dicho que lo teníamos que hablar y pues a este punto hemos llegado, yo yendo a su habitación —ninguno de mis amigos sabe lo que ocurre con Giotto. El rencor lo tiene él, no yo y todo empezó afuera del hospital de mi hermano y ahí ellos estaban fuera de mi radar ese día. Y hasta hace unas horas no los había vuelto a ver, tiempo no me ha dado de hablar con ellos.

—¿Cuándo pensabas contarme todo? Po r si se te ha olvidado, soy tu mejor amiga, junto con Niccolo —ahora no estaba de humor para tratar con la dramática de mi amiga.

—Mira, escúchame —ya estábamos frente a la puerta de nuestro cuarto, la frené, la paré para que no tocara la puerta todavía y la giré para que estuviera frente a mí —. Cuando termine de hablar con Ricci, tengo una charla con mi hermano, hay asuntos que atender antes de que podamos viajar a Noruega —un suspiro largo sale de la boca de Mellea.

—Por lo que me cuentas, andas muy ocupada. Resuelve estos problemas primero y luego hacemos una reunión con todos —mi mejor amiga se m abalanza y me da un abrazo, en el cual nos tiramos unos minutos ahí —. Estamos para ti Leona, nunca lo olvides, somos tu manada. Nunca te dejaremos sola, siempre te acompañaremos, a parte e aconsejarte para que consigas lo que estás buscando.

¿Realmente ellos están preparados para una lucha entre familias? Puede haber varias opciones en las que puede acabar esta guerra: un bando muerto, herido, los dos muertos, los dos tras las rejas; y la lista sigue. Todo puede suceder, nada está escrito en esta vida, solo lo que vamos escribiendo cada uno a cada paso que damos.

—¿Entramos?

—Claro, toca la puerta Mellea.

Me puedo imaginar de muchas formas cómo será el enfrentamiento entre Giotto y yo, y quizás nunca acierte. Ese chico tiene el don de herir a una persona con tan solo decir una palabra y no estaba mentalmente en mi sano juicio.

Mi cerebro está apunto de decir basta, mi cuerpo necesita reponer energías y sanar del todo.

Idara nos abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y nos invitó a entrar a nuestra habitación compartida.

—¿Qué estabais haciendo pillinas? Me ha dado tiempo hasta revisar el cuarto de arriba abajo y elegir en cama dormir.

—La cotilla que tengo al lado en vez de seguirte se ha quedado a esperar para saber que hacia yo y para proceder luego con el interrogatorio.

—Eso no es cierto —se quiere hacer la digna, pero no cuela.

La ignoro por completo e inspecciono la estancia rápidamente. Ni siquiera habían pasado dos minutos casi, desde que habíamos venido. Sin embargo, cuanto antes fuera, antes saldría y tendría tiempo de hablar con mi hermano de lo que haremos. Ahora lo importante era eso, hasta hablar con Giotto para mí era secundario, lastima, que para otras personas no lo eran, y priorizaban esa charla, antes de concretar con un plan.

Mis ojos detectan las tres camas. En una de las dos camas principales, Idara ya había puesto sus cosas encima. Antes de que Mellea eligiera la suya, yo me adelanté a ello.

—Yo quiero la cama supletoria —a la velocidad que podía quitarme la chaqueta que llevaba puesta, la castaña podría haber puesto sus cosas allí antes que yo.

—Entonces me quedaré con la sobrante, ya veo que no me queda de otra.

—Mellea, no mientas. Te acabo de hacer un favor, nunca hubieras escogido la cama supletoria ni aunque te ofrecieran por ella mucho dinero —la castaña se piensa que puede mentirnos descaradamente a dos personas que son sus amigas y que la conocemos al pie de la letra.

Hice el amago de levantarme y mis amigas inmediatamente dejaron de hacer sus cosas, posando sus ojos en mi persona. Dio mido ese acto para ser sinceros.

—¿A dónde vas tan rápido Leona? Que yo sepa no hay pasado los diez minutos —mamá Mellea ha hablado. Sintiéndolo mucho, explicaciones no le voy a dar.

—Voy a ir tirando, cuando antes vaya, antes hablo con mi hermano. Creo habértelo dicho —y con eso llegué hasta la puerta, la abrí y salí sin querer escuchar lo que tenían que decir, hasta que volviera dentro de un rato.

Jamás me había dado cuenta —o no quería verlo —de que mis amigos estaban siempre conmigo. Casi nunca en estos años desde que llegué a Venecia me había quedado sola durmiendo en mi piso. Alguna vez llegué a pensar que no tenían un lugar en donde quedarse. Y ahora estarían más al pendiente de mí, pero si ya no tenía suficiente con ellos, hay que agregar a mi hermano y seguramente a Valerio en ese saco.

Empecé a caminar, mirando atentamente los números de los carteles que había justo al lado de cada puerta para saber cuál debía tocar.

Si nuestro cuarto era el número 100. Por lo tanto, no estaría muy lejos del dormitorio en el cual nos quedábamos nosotras.

Camino unos cuantos pasos más hasta llegar a mi destino. Me quedo quieta unos instantes debatiéndome si tocar o no. Además de considerarlo bien en si hacerlo o no. No sé en qué condiciones voy a encontrar a Giotto Ricci.

Cierro los ojos para calmar mis nervios que van creciendo poquito a poquito hasta convertirse en una gran burbuja. En el mismo proceso que hacia eso, también inhalaba y exhalaba correctamente.

En el mismo momento en el que estuve preparada toque la puerta y esperé a que el pelirrojo abriera la vendita puerta del demonio.

El momento llegó y lo primero que aprecié fue su ceño fruncido y su cara de mala leche dándome una cálida bienvenida.

—¿Qué haces aquí? —que amoroso es.

—Por si tu memoria te falla, yo te lo voy a recordar. Tenemos temas pendientes de los que hablar —la boca de Giotto se abre y se cierra sin siquiera decir algo —. ¿Me vas a dejar pasar o hablamos aquí en el pasillo?

—Pasa —me dice a regañadientes, apartándose para dejarme entrar en la boca del lobo.

Mis intuiciones no son muy buenas y menos si me meto en la misma ecuación que al pelirrojo. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top