Capitolo 18

ORLENA

Dime por favor que ya estáis cerca —sin siquiera molestarse en saludar Valerio va directo al grano.

Pensándolo bien, no creo que estén cerca de aquí ni mucho menos. A no ser que Giotto supiera exactamente donde se han quedado estos días mis amigos. Porque irse a Venecia de vuelta no creo que lo hicieran.

—Hermanito nunca me dijiste que mis amigos seguían aquí —le reproché a Cesare —. Sé que a veces puedo ser demasiado impulsiva. Ahora bien, no voy a hacer nada malo para empeorar las cosas. Todavía sé controlarme perfectamente sola. No hubiera ido a donde mis amigos. Sabias perfectamente que los quería lejos de todo este caos. Lo que ocurre es que la situación ha tomado otro rumbo.

—Te comuniqué que estaban a salvo una vez el abuelo y nuestro padre los liberaran. Lo siento por no decirte que todavía se encontraban en la ciudad.

—¡Chicos basta! —Valerio, quien todavía estaba sujetando el móvil contra su oreja —Estoy al teléfono y si habláis escucho menos todavía. Recordad que las balas siguen estallando contra la casa.

Cesare y yo nos miramos fijamente y asentimos a la vez.

¿Dónde estáis? —la desesperación de que iba a pasar iba en aumento mientras los minutos pasaban.

Las balas no paraban de acceder por el hueco de la ventana y eso me daba pie para pensar en cuanta munición contaban ellos.

—Valerio, ¿tienes armas en casa?

Espera un momento Giotto. Orlena alias la sicaria me está preguntando algo verdaderamente serio —con tanto lio que tiene formado aquí con Cesare y conmigo, tiene bastante complicado el entablar una conversación y llegar a un punto exacto con Giotto.

—Sí —gruñe en respuesta —Cesare sabe dónde las guardo. Que te indique el camino y te ayude a cogerlas; no son pocas que digamos.

No voy a preguntarle porque tiene guardadas tantas armas dentro de su casa. Yo al menos en la mía; no hay que yo sepa.

—No perdamos más el tiempo —si estoy en lo cierto ellos poco a poco se tienen que ir quedando sin munición —Vamos gatito descerebrado. ¡Guíanos!

—Hay que llegar a esa pared —hasta ahora no reparé en que ahí había una pared. Lamentablemente, siempre me pasan cosas similares con las cosas que no me interesan o no me importan no les presto atención —. Hay que llegar lo antes posible, los hijos de puta son atentos y veloces a partes iguales.

Por una parte los comprendo. Isacco no quiere a nadie en sus filas siendo ineptos e ineficientes, les correría de su puesto inmediatamente. Las personas que trabajen para él deben ser aptos para el puesto que deban ejecutar. Ellos seguramente pasaron por unas exhaustivas pruebas para ser seleccionados para unirse a las filas y sin olvidarse de los entrenamientos de más de tres horas que deben de pasar haciendo: tiro, velocidad, artes marciales y defensa personal. Los tendrá a rajatabla, queriéndoles inculcar su mentalidad.

Por lo que estoy presenciando noto que si es así, acatan las órdenes una vez se las dice su superior o su jefe directo. No obstante, pensándolo fríamente sé de buena tinta que solo los más cercanos a Isacco lo conocen, los demás únicamente los dirigen sus superiores. Así mi abuelo piensa que está más seguro si alguien de sus filas lo apuñala por la espalda.

El piensa de una manera bastante retorcida que yo no comparto en lo absoluto y cabe decir que en los años que lleva en la cima de todo, teniendo a todas las personas rendidas a sus pies, mucho no se ha equivocado o deja pocas grietas en las que ver esa mierda de táctica que tiene. El miedo es uno de ellos, borra ese sentimiento de todo aquel que se encuentre entre su equipo, no permite hombres débiles fracasados. Necesita personas con dedicación y que no duden a la hora de atacar, disparar o matar.

Cuento los segundos que disparan entre cada una de las armas que tienen los francotiradores. Al menos son cinco y cada uno dispara después que lo haya hecho el otro, tardando así tres segundos entre uno y otro respectivamente.

—A mí orden salimos corriendo hacia aquella pared —por el rabillo del ojo observo a mi hermano mirándome dubitativamente.

Me mantengo atenta a los tiros que proyectan en las paredes, todos son iguales, sin embargo, los intercalan cada cuatro tiros. Hay que fijarse mucho para poder darse cuenta de los detalles, cosa que a la persona que tengo a uno de mis lados se le ha pasado por completo.

Para mejor salida me pongo en una posición más cómoda, esperando a que el momento llegue, esperando con impaciencia.

—Los refuerzos llegaran en diez minutos —escuchar esas palabras salir de la boca de Valerio me da paz —. ¿Queréis que os ayude? —no me había dado cuenta que ya había terminado la llamada que mantenía con Giotto, puesto que estaba enfrascada detallando todo y lidiando con Cesare.

—No puedes quedarte aquí esperando a los chicos —este asiente en confirmación cuando le lanzo una mirada.

—La puerta se encuentra justo detrás del pasillo; el recorrido es corto —asiento concentrada en sus palabras —. Una vez hayas llegado a la puerta, que sobresale entre todas las demás, entras. Posteriormente, ya dentro de la habitación vas al armario color negro, lo abres y sacas las mochilas que hay encima de un baúl. En ese baúl se encuentra todo el armamento, no son pocas. En cada macuto guardas todo el arsenal. Cada una específicamente en su bolsa por favor —pide mientras sigue explicándome —, es para una mejor ejecución a la hora de pasar y tirotear al enemigo como en estos casos.

Yo de una forma o de otra soy una principiante en todo este mundillo, por más que vengo de una familia que las sabe manejar a la perfección. Ahora bien, ¿Qué sabe Valerio de todo esto?

Mi hermano también lleva esta vida recorriendo por sus venas otra cosa es que aprecie y le guste. Él eligió su camino, ser un médico, no obstante, no creo que se haya desvinculado tan fácilmente del apellido Lepori y menos a sabiendas de cómo es el cabeza de familia. Acabaría en u na fosa común y repudiado por las siguientes generaciones Lepori gracias a las recomendaciones de Isacco por supuesto.

—¿Te gustan las armas por casualidad? —Valerio y Cesare se mofan de mí.

—Que inocente eres Orlena —la mano de mi hermano revuelve mi pelo y yo la aparto de un solo movimiento.

—¿Alguien me lo va a decir u os lo tengo que sacar con sacacorchos?

Cesare se aclara la garganta antes de iniciar su explicación.

—Estábamos casi seguros de lo que iba a suceder. Es un acontecimiento no escrito. Ahora bien, se sabía que en algún momento de la vida iba a pasar. —probablemente —. El armamento es obsequio de primera mano —me acabo de perder —. Gracias a Santino —uno de los perros fieles de Isacco y muy débil a la hora de hablar dinero —es quien nos dio todo. Muy fiel al viejo, según él. Lo que ocurre que es muy fácil de complacerle con un par de billetes si van directos a su bolsillo. Y sí sé lo que estás pensando —observa mi mala cara —. Es el jefe del armamento del abuelo e Isacco podría haber sabido fácilmente que les han robado el arsenal.

Su risa me confunde.

—Hay querida Orlena, le pedimos a Santino su discreción —cosa que dudo que pudiera hacer —y que nos pidiera el mismo lo que necesitamos. Giotto, Valerio y yo una vez que las tuvimos en nuestras manos las revisamos una a una desmontándolas para ver si había algo fuera de lo normal, un chip incrustado o algo similar. No confiamos en el plenamente por obvias razones.

Santino no es idiota, es un hijo de perra con todas las letras que contiene esas tres palabras. Es fiel a mi abuelo.

Cesare es demasiado inocente y ha confiado en la persona que es un camaleón para ese puesto. Sus contrincantes caen siempre en sus redes, creyendo siempre que son ganadoras por tener de su lado a Santino quien ha traicionado a Isacco. ¡Error! Ese es el juego de Santino, hacerles creer eso, y el maldito lo hace de las mil maravillas.

Yo lo sé de primera mano porque él es el que siempre dejaba las armas blancas encima de la mesa en la cueva donde después me torturaban. Santino se quedaba custodiando la entrada mientras veía sin pudor alguno los atroces golpes que recibía, sin que el patriaca lo viera.

Conmigo ahí dentro —en el lugar de tortura —, no quería a nadie merodeando por ahí, solo que vigilaran por si alguien se acercaba a husmear por estos lados del terror de la mansión.

¡Las armas que estaban aquí no servían! También nos habían emboscado como si fuéramos unos perros. Hay que salir por patas a la de ya de aquí.

—Se nota que eres demasiado inocente Cesare. Os han hecho una trampa y tu tan tranquilo. A Santino le llaman Camaleón por algo. Ese arsenal no sirve y hay que salir ya de este lugar —ahora me dirijo directamente a Valerio —. Despídete de tu hogar; no lo veras mal. Recoge las cosas más valiosas.

Hay que buscar un lugar que sea la base y donde nos podamos refugiar hasta que nos podamos ir a Noruega, que será nuestra nueva casa con la fecha de caducidad todavía inexistente.

—Cariño, estoy al tanto que le pones mucho empeño al ayudar —le sonrío con cariño a mi hermano —. Lo que ocurre que tú no conoces tan de dentro como yo a la familia. Su verdadero yo.

—No confiar en los trabajadores de los Lepori. ¡Jamás!

—Bien, el gatito aprende rápido —no podemos salir del piso, a menos que antes se cercioren los refuerzos que hay vía libre para salir. Necesito una respuesta clara y directa al grano —. Valerio, llama de nuevo a Giotto. Necesito saber cuánto les falta para llegar.

—De acuerdo, a sus órdenes mi capitana.

Él vuelve a encender la pantalla del móvil, buscando el número de Giotto Ricci inmediatamente, no tarda demasiado, puesto que debe estar el primero en la lista de llamadas.

—Ponlo en altavoz —Valerio solo asiente ante mis palabras.

¿Qué necesitas ahora Valerio? Estamos a dos calles —un alivio recorre todo mi cuerpo al escuchar las palabras de Giotto.

Deteneos ahí —demando sin dejar hueco a las réplicas —. Es mejor que no os vean en ese vehículo. Además, seguramente lo necesitaremos para huir —ciertamente.

Hola a ti también nenita —se merece una hostia en todos los huevos y si quedan morados por el golpe mejor aún.

Ahora vas a tener que hacer caso a esta nenita si no quieres acabar con una bala entre ceja y ceja guaperas —al menos lo he dejado sin habla por segundos, algo bueno —. Si tienes algún arma en tu coche usadla. Las del piso no sirven.

¿Por qué no...?

No hay tiempo para hacer preguntas. ¡Haz lo que te pido por el amor de Dios!

Se supone que si usas un arma para defenderte y matas a alguien es en defensa propia no ocurre nada, ¿no?

Por desgracia pocas veces pasan esas cosas. La mayoría de las veces pillan antes a los buenos que a los que deben pagar su condena estando entre rejas.

Yo por eso mismo, no quiero una venganza de tú a tú, convirtiéndome en lo que es Isacco. Debo de estar del lado de la ley.

No dispares si no es indispensable —lo digo a sabiendas de lo que pueda pasar más adelante, en un futuro cercano —. Nosotros no llamaremos la atención ni de los vecinos ni de la policía italiana Asimismo, cabe decir, que nosotros no estamos en todas las bases de datos de los que se supone que son la autoridad en nuestro país —solo se escuchan carcajadas del otro lado del teléfono.

Mis amigos.

¿Sacando las garras Leona? —¡Oh Dios mío! Como eché de menos esa voz.

¿Qué hay de nuevo Andreas? —no espero que haya respuesta de su parte e igualmente Giotto nos corta.

A lo que íbamos. Ya estamos saliendo del coche.

Ya sabes que hacer, tu mejor que ellos sabes el camino a casa de Valerio. Tened mucho cuidado y si tienes que ir por otro lado donde no haya personal de mi abuelo, búrlalos y llegad sanos y salvos al portal —no me reconozco en lo absoluto —. Revisad todos los pisos antes de tocar a nuestra puerta. Te diré como hacerlo por un mensaje en este momento.

¿Algo más nenita?

¡Sí!

¿Qué?

Tened cuidado —y con eso y sin dejar que diga algo más corto la llamada.

—Al parecer habéis hecho las paces —se mofa Valerio a mi lado. Gruño en respuesta. Ese desgraciado se las verá conmigo.

Antes de devolverle el aparato a Valerio le envío el mensaje que le he dicho anteriormente.

Para Giotto:

Una vez te cerciores junto a mis amigos que en ningún piso hay peligro, ven a la puerta del apartamento de Valerio. Toca con la palma de tu mano dos veces, luego con el puño otras dos veces y finalmente con tus dos palmas tocas tres veces.

De parte de la nenita.

—Listo, te devuelvo el móvil.

—Gracias.

Ahora solo nos quedaba esperar hasta que nuestros amigos vengan a por nosotros a rescatarnos de la trampa en la que nos han metido mi hermano y uno de sus mejores amigos aquí presente.

—¿Ahora qué pasará? —interrumpe el silencio Cesare haciendo una pregunta.

No tengo ni idea ni tampoco una opción viable donde poder escondernos mientras que nos organizamos y nos empapamos de la información que requiero yo para poder viajar a Noruega. Si confirmo que tenemos familiares allí y que nos puedan ayudar, el viaje seria casi seguro; de eso no me cabía ninguna duda. Lo que ocurre y me preocupa es el ahora, ¿Dónde carajos nos quedaremos? ¿Debajo de un puente?

La negativa de quedarnos en el piso de mi hermano y de su prometida es nula por completo y donde vive Giotto otro tanto de lo mismo. Estamos atados de manos si somos verdaderamente conscientes de que quedándonos en Italia estaríamos en peligro con cada segundo que pasara.

Necesito pensar con la cabeza despejada y con el ajetreo que tenemos aquí dentro mi cerebro va a acabar en pedazos esparcidos por todo el hall del departamento.

La opción de volver a mi Venecia querida es casi un suicidio. Lastimosamente —aunque todos vayan en contra de mí —deberemos ir, hay algo demasiado valioso en esa casa que guardo, esperando el momento exacto para volver a su hogar y su lugar de origen; la mansión Lepori.

—Hay que buscar un lugar en donde podamos quedarnos todos —con la vida tan tranquila que llevaba hasta ahora, tenía que cambiar radicalmente. Si es que el karma me persigue.

Antes de que mi hermano dijera algo, como que nos podríamos resguardar en su piso, le corto.

—Cesare soy plenamente consciente de que eres muy hospitalario cuando se habla de ayudar a los demás, pero lamentablemente no nos podemos quedar en esta ciudad ni en toda Italia —zanjo —. Y ahora hacedme el favor de ir a por las cosas más importantes de Valerio. ¡No hay tiempo que perder! Giotto y los demás estarán al caer.

Los dos se mueven por el piso sigilosos teniendo muy en cuenta que alguna bala les podría rozar o dar lentamente en alguna parte del cuerpo. Hasta ahora nos hemos librado los tres de recibir una bala.

De mientras, yo me ponía en una mejor posición. Apoyo mi espalda en el tabique que tengo justo detrás de mi espalda.

En el minuto y medio que llevaba aquí esperando, me pareció algo extraño que los disparos cesarán de un momento a otro. Y el sonido de otro cristal roto me pone alerta.

—¿Chicos?

La paz ha vuelto a desaparecer para mí. Tras no recibir respuestas de ninguno de los dos, me levanto del suelo dispuesta a ir a buscarlos. La tensión en mi cuerpo se apodera de mí al completo. ¡La tensión es mala para el maldito cuerpo joder!

—¿Dónde cojones estáis? —salgo a toda prisa por el pasillo por donde me había indicado anteriormente Valerio.

Sonrío de lado cuando escucho volver a la carga, ¿a qué estaban esperando? ¿O han ido a por recargas?

Una de las balas roza mi hombro, una mueca se instala en mi rostro y un jadeo sale sin previo aviso de mi boca. Mi cuerpo se sacudo tras el reciente acto. Me recompongo en el acto manteniendo el andar normal mientras el dolor lo mantengo en mi interior para que así no me cueste tanto hacer lo que debo hacer: buscar a los dos ineptos.

Camino con sigilo por el pasillo rozando constantemente mi espalda con la pared. Ahí debe de haber alguien. Cesare ni Valerio me han contestado. Algo debe de estar pasando ahora.

Seguramente hayan roto el cristal de la ventana que da a la parte trasera del piso, haciéndome así no tener la menor idea de lo que sucede allí.

Yo no estoy preparada para combatir cuerpo a cuerpo con la persona que esté del otro lado del pasillo. Agudizo mi oído para escuchar los pasos y los susurros que puedo escuchar vagamente.

—Debe de haber alguien más —la voz que habla no es la de un hombre es la de una mujer. El timbre de su voz no son de los irritantes, no, al contrario, es suave y bajita —. Hay que encontrarla y meterla en el cuarto al igual que al Lepori mayor y su amiguito.

«¿Y dónde me escondo yo ahora?»

—El jefe nos dijo que la tercera persona era una mujer. No me quiso dar mucha información. Hay algo raro aquí —vaya, vaya. No todos sus trabajadores saben que soy la hija en discordia de su hijo y único heredero Davide Lepori.

Voy a rezar para que los chicos tarden más en llegar aquí.

No tengo escapatoria, me van a ver sí o sí. No me voy a arriesgar a esconderme en el salón para que me vuelvan a disparar.

Que si empezamos a hablar con sinceridad, no había reparado en que me habían disparado. Con tanta cosa en la cabeza, no tenía tiempo de pensar en cosas sin importancia. Lo importante aquí es saber cómo saldríamos vivos de aquí.

—Hace nada he escuchado una voz femenina.

¡Maldito! Y si lo digo en masculino porque la persona que acaba de hablar aunque hablo bajito tiene una voz potente de hombre.

Retrocedo volviendo a hacer los mismos pasos que hice minutos atrás. Si bien antes no me importó el ruido que hacía, ahora sí que importaba. Estaba en juego mi vida.

Mi suerte no era buena, cuando estaba por llegar a la recepción del departamento, la puerta hace el sonido que le indique a Giotto que hiciera una vez hubiera hecho los deberes en el interior del edificio.

Solo se me pasó algo por la cabeza: estamos fritos



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top