Capitolo 16
ORLENA
Después de que me diera la noticia que teníamos más familiares de parte de Isacco y que jamás supimos de ella; Cesare me llevó a mi habitación prometiéndome que investigaríamos más a fondo sobre ellos.
Ahora me encontraba esperando a Giotto, quien estaba metido en el baño hace media hora haciendo no sé el qué. Yo ya estaba preparada para abandonar este hospital. Mi hermano me había traído algo de ropa para poder salir del lugar decente; había que dar buena impresión aquí dentro, según los chicos el centro médico había tomado un buen prestigio.
Valerio salió de la estancia hace menos de cinco minutos para poner a punto el coche y poder marcharnos una vez hayamos bajado. A Cesare ya lo vería más tarde en casa del pelinegro, cuando terminara su jornada laboral.
La persona que tiene mi hermano como amigo —estoy hablando de Giotto —sale del baño acomodándose bien los pantalones todavía.
—No tengo porque presenciar estas cosas —le señalo de arriba abajo su cuerpo. Una sonrisita burlona surcan sus labios y yo lo que procedo a hacer es dejarlo solo allí.
Llegué a este lugar sin nada, así que me voy sin llegar n siquiera una mochila colgada del hombro.
Y me siento aliviada, después más de una semana por fin voy a respirar aire libre, ver las calles —aunque sea montada dentro de un coche, puedo apreciar el paisaje que hace años que no contemplo.
Camino por el pasillo sin apresurar mi paso y me encuentro de nuevo con el cuarto abierto que tienen disponible las enfermeras. Flora y las demás chicas se encuentran allí. Me acerco al mostrador y la llamo.
—Flora —me miran todas sin excepción alguna. La susodicha se levanta de la silla donde estaba sentada y llega hasta mí.
—¿Ya se va? —yo asiento sonriente. ¡Voy a ser libre! Bueno, no tan libre.
—Me temo que sí, ya he estado por bastante tiempo aquí, y según mi hermano me he recuperado —lo más seguro es que ella esté al tanto de todo. Después de todo, ella ha sido mi enfermera —. Solo venía a despedirme.
Alguien posa su mano en uno de mis hombros y me alivia saber que es el bueno. Mi cabeza se inclina para atrás y veo al pelirrojo justo detrás de mí con una sonrisa radiante.
—¡Hola señoritas! —saluda a todas en general.
—Hola señorito Ricci, ¿cómo le va? —habla una de las enfermeras que está detrás de Flora.
—Todo correcto —le dice amablemente —. ¿Nos vamos? —ahora se dirige a mí persona.
—Claro —respondo asintiendo con la cabeza a la vez. El cuerpo de Giotto se pone en posición para seguir caminando hacia el ascensor —. Espero volverme a encontrar con usted, y no en estas circunstancias —me dirijo a Flora —. Fue un placer enorme conocerte —digo con toda la sinceridad del mundo.
—Igualmente —con todo dicho, me pongo a la par del pelirrojo y comenzamos a caminar en silencio, encontrándonos por el camino a mucho personal de la clínica, además de personas internas que se iban a hacer pruebas, otras que ingresaban y finalmente personas como yo, que dejaban este lugar.
Sinceramente no me quede observando en ningún momento absorta los detalles del establecimiento médico. De los hospitales nunca querré que mi retina retenga las imágenes de uno de ellos. Este espacio cerrado donde los doctores supuestamente a mí me dan malos recuerdos. Siempre los visitaba cuando casi estaba al borde del colapso. Esta vez no ha sido diferente, pese a que me han querido lastimar igual o incluso más.
Me doy cuenta que me he quedado estática en el sitio cuando Giotto es la persona que procede a hacerme andar empujando hacia delante cogiéndome del codo.
—Gracias, no sé qué me acaba de pasar —este asiente sin emitir sonido alguno. Está muy hablador hoy, sí.
—Vamos, nos está esperando Valerio en el estacionamiento —yo solamente me dejo guiar por el pelirrojo —. Es por aquí —me dice mientras que su mano derecha se deja posar en mi cintura guiándome así hacia el lado derecho para llegar al lugar donde se encuentra Valerio.
Al parecer este hospital tiene muy buena reputación y buen prestigio. No para de entrar y salir gente del centro médico el cual dirige mi hermano.
—¿En verdad mi hermano fundó esta institución? —pregunto de manera curiosa.
La cara de Giotto la podría enmarcarla ahora mismo. Su rostro es un poema.
—¿La pregunta es literal?
¿Ahora no se acuerda que jamás he sabido de la vida de mis hermanos? Únicamente se cómo son verdaderamente Isacco y Davide, debido a que delante de mi desvelaban sus verdaderas caras. Sus cartas que las llevaban puestas a lo largo del día bien puestas y perfiladas para que nadie se diera cuenta de sus verdaderas intenciones.
A sus víctimas siempre las tenían vigiladas y cerca de ellos. Les gustaba tener todo controlado, todo debía estar a medida meticulosamente hecho. Padre e hijo para ello, eran demasiado cuadriculados.
Su círculo más cercano se ceñía a solamente la familia. Isacco no sé cortaría un dedo por una persona que no fuera estrictamente fuera de la familia Lepori, exceptuándome a mí. Sus guardaespaldas son solo otra de las piezas que tienen ellos, y solo las usan para estar respaldados.
Al tener los Lepori tantos secretos deben ser astutos en sus decisiones y en quienes confiar y mantenerlos callados por un alto precio de dinero. Por eso mismo tienen tanta seguridad. Sus trabajadores deben intuir quienes son, más no dicen ni pio y mantienen sus bocas selladas por si los descubren.
El miedo es el peor enemigo del hombre. No puedes vivir con miedo toda tu vida. Hay que arriesgarse al menos una vez en esta vida. Yo ya hui una vez. Ahora solo quiero esconderme, enriquecerme de mucha información sobre mi propia familia y hundirles en la miseria, para que se pudran en la cárcel.
Y o siento si a mis hermanos les salpica y están en el ajo —y lo digo por Agnese y Demos —correrán la misma suerte que esos malnacidos.
—Creer que tu hermano correrá la misma suerte si tú consigues que toda tu familia pague, estas muy equivocada Orlena Natale Lepori —una sonrisa hipócrita surca sus labios —. Él no es igual que ellos. A Valerio le sacó de las calles y lo llevó a un hogar donde encontró a una familia; la mía —su dedo índice se señalaba así mismo dándose contra su pecho.
Él está furioso conmigo, percibe que aún no estoy muy segura de que Cesare sea totalmente libre.
—¿Alguna objeción a eso?
—¡Sí! Tu hermano se ha pasado la mitad de su vida ayudando a los demás y mientras combatía con sus demonios a la par, te buscaba a ti —sus ojos ardían en llamas —. ¿Y preguntas porque?
A estas alturas los individuos que pasaban por nuestro alrededor miraban sus cuerpos para mirarnos con curiosidad para saber de qué es lo que hablábamos.
—¿Puedes bajar el tono? —hablo entre dientes —Todo el mundo nos observa —. Y vámonos de aquí, Valerio nos espera. Gracias a Cesare no compartiré techo con Giotto.
—Esto no se va a quedar así —con lo tranquilito que se le veía a sacado sus colmillos el felino —. Vamos a tener tiempo para charlar —su sonrisa es endemoniada, tanto que me aterra contemplarla.
Acelero mi paso e intento mirar cualquier cosa que no sea el rostro del pelirrojo en cuestión, quien me pisa los talones.
Las duras palabras habían calado en mis huesos, lo habían hecho tanto; que empecé a sentirme débil. Mi consciencia me estaba traicionando, mi interior era un torbellino constante. A estas alturas ya no sabía si pensar que las palabras y confesiones que me habían hecho los amigos de mi hermano. Tenía la cabeza hecha un lio.
Caminaba en línea recta sin saber bien si la dirección en la que iba era la correcta y si me chocaba con alguien de frente.
—Hey Orlena —alguien me pone un alto y me pone las dos manos en los hombros —. ¿A dónde ibas?
Cuando mi visión se centra en la persona que tengo delante y que es la que me retiene por los hombros, suelto todo el aire que he retenido hasta ahora en los pulmones.
—¿A dónde ibas tan rápido y por mal camino? —me pregunta un sonriente Valerio —Giotto ya se encuentra en el coche sentado —me señala al susodicho con el dedo índice.
Y yo pensando que iba detrás de mí. ¡Seré idiota!
—¿Vamos? Al parecer a alguien le ha comido la lengua el gato imaginario —cuando veo que se acerca con su mano derecha hacia a mí, la reacción de mi cuerpo es echarse hacia atrás y alejarse. Valerio se ríe a carcajadas.
Yo no entiendo absolutamente nada y lo que hace me sorprende. Me da en la punta de la nariz con su dedo índice.
—Si no nos movemos podrás descansar y empezar con tu plan —Valerio parecía que se había comido algo y eso le hacía hablar como un loro cotorro.
—¿Puedes para de hablar? ¡Vamos! —le cojo de su chaqueta abierta y lo arrastre hasta el lugar que había indicado antes.
Sin más interrupciones llegamos al coche y lo primero con lo que me encuentro es con la mirada del pelirrojo; quien se encuentra enfurruñado mirándome de mala forma. ¿A este que le sucede ahora? ¿Su enfado dura toda la vida?
Lo que se me ocurre hacer, aunque sea algo infantil es sacarle la lengua.
—¿Entras o te quedas aquí en la entrada del hospital? —observo a mi alrededor, inspeccionando todo lo que hay, personas, automóviles, animales...Tenia la percepción de que no había visto la luz en años y me estaba quedando atónita con todo.
Mientras que Valerio rodea el coche para poder subirse en el lugar del conductor, yo abro la puerta trasera para poder sentarme.
Nada más cerrar la puerta y acomodarme en el asiento mientras que me ponía el cinturón de seguridad; Giotto asoma su cabeza pelirrojo entre los asientos delanteros.
—Vaya, si la niña sabe orientarse de maravilla —el sarcasmo en su voz es notorio.
Lo que me faltaba es pasar por este drama ahora en mi vida. Tener a Giotto cabreado. Y sinceramente no tengo tiempo para estos caprichos de niños; tengo cosas más importantes de las que ocuparme.
—Para hablarme de esa manera... ¡Cállate!
—¡Uy! ¿Qué le pasó a la nenita? ¿Se enfadó?
Antes de poder contestar cualquier cosa a esta persona que con tan solo cinco minutos ha cambiado radicalmente en menos de media hora y únicamente porque yo misma me auto exijo no creer en las personas a simple vista debido a las vivencias pasadas.
Mis amigos son los únicos en los que conozco fielmente, pese a que ellos me mintieron durante los años de mi amistad sabiendo a la perfección de que familia venia yo.
Y lo siento por Cesare. No obstante, no puedo creer ciegamente en él, sea mi hermano o no. ¿Quién sabe si le pasa información mi abuelo de incognito sin que nadie lo sepa? Nadie lo sabría excepto él. Valerio y Giotto no estarán pegados a su trasero durante las veinticuatro horas del día. ¿Qué sabían ellos que hacía mi hermano mientras no estaban juntos?
—¿Puedes calmarte Giotto? ¿O quieres que te deje aquí tirado y te vas a tu casa solo? —se lo merece, por ser un niño berrinchudo.
—Ha empezado Orlena con sus inseguridades de niñita inmadura —gruñe como si fuera un animal.
—¿Qué ha pasado entre vosotros dos de camino al coche?
—Nada —respondemos los a la vez.
—¿Queréis que tardemos más en irnos? —chantajista. Ni Giotto ni yo contestamos. Lo próximo que sucede es que Valerio apaga el motor, quito las llaves del bombín. Se coloca en mejor posición para vernos bien y vuelve a hablar —¿Qué os sucede?
—Aquí la nenita de papá no sabe ni lo que quiere ni a quién creer. Pienso que prefiere quedarse sola en la vida, que la vuelvan a encerrar en esa cueva de la que nos habló Cesare y estar ahí de por vida siendo torturada.
A estas alturas la llama del enfado estaba a niveles inexplicables creciendo por dentro de mi cuerpo forzando a salir de este. ¿Quién se creía Giotto para hablarme de esa forma? ¿Nenita de papi? Si sabe toda la historia o parte de ella ahora, no me cabe en la cabeza lo que acaba de hacer.
En un repentino impulso, me quito con una agilidad abismal el cinturón y me muevo rápidamente por los asientos para poder pasar entre los dos asientos delanteros y propinarle una hostia en la mejilla.
—¡Imbécil! —no me quise quedar más tiempo encerrada. No aguanto ni un segundo más aquí con Giotto. Quizás puede que tenga razón o no de estar enfadado. Lo único que no me parece bien que haya dicho de esa manera las cosas.
Abro inmediatamente la puerta y sin prestar atención a las palabras de Valerio que me llamaba a los gritos, corro hasta llegar a las puertas del hospital.
Sabía a donde me dirigía. En estos momentos mi salvavidas y con el único que podía contar para poder explotar de todo lo que tenía en mi interior era mi hermano.
En la recepción había un gentío de personas que iban de un lugar a otro. No sé podía ver ni por el camino que tenía que dirigirme.
Serpenteando a los pacientes y a los médicos llegué hasta el ascensor. De lo que me di cuenta cuando ya estaba montada en el elevador me di cuenta que no se en que piso se encontraba su despacho. Así que cuando vi la oportunidad una vez que se cerraron las puertas le pregunté a un doctor que estaba revisando unos papeles.
—Perdone —le hablé a un hombre de pelo cobrizo y con una barba poblada —. ¿Me puede decir dónde queda el despacho del señor Lepori?
La persona no había levantado la cabeza de entre los papeles hasta que le di un toque en el hombro, alzó la cabeza y sus ojos chocaron con los míos.
—Piso cinco señorita —he estado fuera del hospital, no obstante no me he parado en observar cuantos pisos tenía esta edificación.
—Gracias —le agradezco.
—Perdón —se disculpa de antemano —. ¿Para qué lo requiere? ¿Es algo del hospital? Últimamente aparecen demasiadas personas queriendo hablar con el director.
—Ahora me va a perdonar mí por la pregunta que le haré —le digo yo. Él asiente con inquietud —. ¿Está pasando por un mal momento el centro médico?
—Señorita esa información es confidencial, no se la puedo proporcionar —chasqueo los dientes.
Mi hermano me tendrá que decir que pasa. El abuelo o nuestro querido padre puedan estar metiendo sus zarpas en los asuntos de mi hermano haciendo que su centro médico se vaya a pique. Parece ser que la familia Liars solo sabe hundir la vida y la carrera de los demás, únicamente para que ellos sigan en la cima, como reyes que se creen y que no los pisoteen como la basura que son.
Ellos solitos creen que tienen el poder del mundo, en su mundo interior o en la burbuja que viven; mejor dicho se piensan que son los poderosos de todo el planeta y que todos somos sus plebeyos. No sé en qué siglo vivirán. No obstante yo vivo en el siglo veintiuno.
Viven amargados y quieren hacer miserables a los demás para ellos no sentirse en la mierda.
—Disculpa, no quería entrometerme en los asuntos que no me incumben —me sentía completamente avergonzada.
—Le puede ocurrir a cualquiera, los nervios le pueden jugar una mala pasada a todos. Tranquilícese.
Prefiero no decirle nada más hasta llegar al despacho de mi hermano, que se encuentra en el piso tres.
Los minutos en el ascensor se me hacen eternos hasta que por fin la voz de mujer se escucha por los parlantes del elevador.
Una vez fuera intente visualizar para donde me tenía que dirigir para llegar a donde estaba mi hermano. Me acuerdo que hace unas horas con Flora fuimos al despacho. Intento saber bien por donde era y empiezo a andar por el pasillo de la izquierda. Me encuentro a muy pocas personas por el camino hasta que llego a las puertas dobles que corresponden al lugar de trabajo de mi hermano.
Cuando me disponía a tocar la puerta, unos señores con traje salen del interior de la estancia. Tenían la cara seria y no me dirigieron ni una simple mirada y eso que casi me llevan por delante.
Antes de que el último cerrara la puerta, puse la mano en la puerta y pase directamente. Cerré la puerta detrás de mí. Directamente me puse los brazos en jarra. Cesare no se percató que yo me encontraba allí de pie. Así que, sin esperar un segundo más carraspeo.
Él se encontraba concentrado en sus quehaceres hasta que levanta primero su cabeza y después posa sus ojos en mí regalándome una mirada sorprendida.
—¿Qué haces aquí? Se supone que ahora deberías estar de camino a casa de Valerio —mientras me hablaba miraba con extrañeza su reloj de muñeca.
—Ha sucedido algo con Giotto —digo con temor a que me pregunte que ha sucedido.
—¿Qué ha ocurrido esta vez?
—Hemos discutido de camino al coche y ya dentro de él, me ha llamado hija de papi —acabo furiosa al decir las últimas palabras.
Puede que yo no tenga razón o este algo indecisa al no poder poner las manos al fuego por mi hermano. No obstante, no sé tiene que poner de esa forma. Hay que ver todos los puntos de vista.
—Rebobina, me he perdido —trago y mis ojos se desvían a la ventana para no mantener contacto visual con él.
—Él sabe que no confió plenamente en ti, que tengo dudas sobre tu lealtad hacia ti y que todavía tienes contacto con nuestros familiares —Cesare suelta el bolígrafo que mantenía firme sujeto en su mano derecha, arrastra la silla para echarla para atrás, se pone de pie y viene hasta mi decidido.
Una vez estamos cara a cara —puesto que el con su mano hace que pongo la cabeza recta —posa sus manos en mi mejilla y hacemos contacto visual. Estoy a punto de largarme a llorar.
—No hagas caso a Giotto, Orlena. Yo sé perfectamente como es nuestra familia. Aunque haya sido el protegido, heredero y consentido de la familia, jamás he sido ciego. Sin embargo, algo estúpido sí. Por lo tanto, no te sientas culpable por lo que te diga uno de mis mejores amigos. Tomate tu tiempo, yo de mientras intentaré ayudarte en todo lo posible.
Ahora retrocede unos pasos para luego darse la vuelta mientras se quitaba la bata de médico y la dejaba en su perchero el cual se encontraba a un lado de su mesa de escritorio.
Vuelve a mi posición, me pasa una mano por los hombros y me gira completamente para salir de la habitación.
—Yo te llevaré a casa —me comenta.
Lo siguiente que hace es sacar el móvil de su bolsillo derecho para directamente llevárselo al oído. Y creo saber a quién llama.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top