Capítulo 20

Mis sentimientos estuvieron divididos durante la semana que se celebraba la excursión a Seopseom. Por un lado, tenía ganas de visitarla en compañía de tanto los profesores como los niños y niñas de la escuela, pero por otro lado, me sentía mal por Hana, ya que Kim Eun-yeong, la chica que tanto dolor le había causado en el pasado, también iría. Además, lo haría junto a Dae, ya que ambos habían nacido y crecido en Seogwipo. Era la primera vez que se programaba un viaje en compañía de dos personas famosas y todos estaban muy emocionados, incluida yo.

A él no lo vi hasta ese mismo sábado, justo cuando el barco iba a zarpar, aunque no podía negar que cada vez que volvía a casa me sentía tentada a llamar a su puerta. Algunas noches podía escuchar su voz y el sonido lejano de una guitarra a través de las finas paredes cubiertas por dibujos florales. En ocasiones me sentía realmente afortunada de ser la única que podía oírlo. Era como si los dos compartiéramos una especie de pequeño secreto, aunque a veces fueran tan solo unos minutos. Me dediqué a atesorar esos momentos fugaces hasta el día que regresó de nuevo a Seúl. Para ese entonces, el sonido de las olas de mar se convirtió de nuevo en mi compañero de noches en vela. Cuando se fue, además de aquella melodía calmante, también se llevó la calidez que transmitían sus manos y su voz.

Hana no volvió a hablarme de Eunyeong y yo tampoco le pregunté por ella ni volví a sacarle el tema de lo que sucedió en mi apartamento. Era consciente del esfuerzo que debió suponer para ella abrirse a mí de esa forma. Perdí la cuenta del tiempo que lloró sobre mi hombro, pero estaba en todo su derecho y traté de darle mi apoyo hasta que se sintió con las fuerzas suficientes de volver a mirarme a los ojos sin una lágrima que los anegase. Me agradeció hasta la saciedad aquel gesto, cuando en realidad debía ser algo que cualquier persona tendría que hacer si se encontrase en una situación parecida. Al menos esa era mi forma de pensar.

Cuando las palabras no son suficientes, el consuelo de un abrazo es la mejor respuesta que puedes ofrecer. Al igual que me sucedió con Dae, lo único que hice fue hacer lo que siempre quise que hicieran conmigo.

En el fondo no culpaba a mi madre por no haber actuado como tal durante mi infancia y adolescencia, ya que era algo que no nacía de su interior. Como no sentía la necesidad de reconfortarme, de felicitarme por mis logros o simplemente de escucharme, sus muestras puntuales de afecto perdían su valor para mí, porque detrás de ellas siempre habían segundas intenciones. El día que trajo a ese hombre a nuestra casa, lo hizo para mostrarle que nos llevábamos bien, aunque la realidad fuera muy diferente. La única llamada que recibí ese mes fue la de la coordinadora del voluntariado, Gea, para concretar una reunión y hacerle saber cómo iba todo, a pesar de que todos las semanas tenía que entregarle un informe en el que le resumía lo que había hecho durante esos cinco días.

El miércoles a última hora tuve que volver al aula de Yejun para comprobar si me había dejado mi dado de vocabulario para construir frases. Si al final resultaba que no se encontraba allí, tendría que hacer otro nuevo. Recordaba haberlo usado con ellos esa misma mañana, pero después se había esfumado como por arte de magia. Quería darme prisa para que Hana no tuviese que esperar por mucho tiempo, así que cuando entré y vi a Haru con el dado entre las manos, suspiré aliviada. Aunque me pareció extraño que estuviera completamente solo, lo achaqué a que quizás irían a recogerlo más tarde. No pasé por alto el detalle de que se había cambiado de ropa y de que sonreía mientras hacía girar el dado una y otra vez.

—Hola, Haru. Parece que has encontrado algo que llevo buscando todo el día—de pronto, una corriente de aire entró por la ventana y me erizó la piel, así que fui hacia ella y la cerré—. ¿No tienes frío?—pregunté a pesar de que él estaba absorto en el objeto que esa misma mañana ni siquiera había mirado una sola vez—. ¿Te gusta?—en cada cara del cubo aparecía un animal diferente, así que quise aprovechar la situación para acercarme un poco más a él—. ¿Cuál es tu animal favorito?—señalé el caballo y él negó con la cabeza, al igual que hizo con la gallina y el ratón—. ¿El gato?—asintió enérgicamente y no pude evitar sonreír—. A mí también me gustan.

Sus ojos se encontraron con los míos por primera vez desde que llegué a la escuela y el corazón casi me dio un vuelco de felicidad. Cogí la silla de uno de sus compañeros y me senté a su lado. Estaba deseando contarle a Yojun lo que acababa de suceder y también a Hana. Haru solía actuar de forma esquiva durante las clases. Pese a que no suspendía los exámenes, sus calificaciones oscilaban entre el suficiente y el bien. Sabía de antemano que su padre y su madre estaban separados, así que trataba de hacer todo lo posible para tratar de ponerme en su piel y entenderlo.

—¿Tienes mascotas, Haru?

Jugueteó con el cordón rojo de su sudadera y negó con la cabeza.

—Yo tampoco. Mi mamá es alérgica al pelo de los animales.

Como no dejaba de mirarme mientras hablaba, utilicé algunos gestos para que me entendiese mejor. Entonces vocalizó una palabra que creí reconocer y pedí que me la repitiera.

—Mamá.

—Mamá vendrá muy pronto—acaricié su hombro y noté que su ropa también estaba fría—. Te has dejado la chaqueta fuera de clase. Voy a por ella y vuelvo enseguida.

Una vez estuve en la puerta, lo miré por última vez. Haru parecía haber vuelto a su mundo. Sus ojos estaban fijos en el frente, a pesar de que no estaba mirando a nada en particular.

—Mamá se ha ido para siempre.

***

—¿Mamá se ha ido para siempre?

—Sí. Eso ha sido lo que ha dicho.

Hana se ajustó las gafas con montura amarilla y jugueteó con los anillos de sus dedos.

—¿Tú has visto a su padre o a su madre esta semana en la salida, Doyun?

—No—contestó sin apartar los ojos de la carretera.

Eran las cinco de la tarde y nos dirigíamos a la cafetería de Sol para devolverle los paraguas que nos había prestado, aunque claramente tuvimos que comprar uno nuevo. Por mucho que Dae se aferró a él, la tormenta terminó llevándoselo consigo.

Todavía sentía un revoloteo nervioso en la parte baja de mi estómago cuando revivía ese momento.

—Sus padres se separaron hace un año—dijo Hana—. Desde entonces no veo a la madre. Quizás haya vuelto para el Chuseok.

—La verdad es que no puedo asegurarte cuál de los dos ha venido a por él—admití.

—¿Por qué lo dices?

—Porque cuando he vuelto a entrar al aula, él ya no estaba.

—¿Por eso has salido con esa cara tan pálida?

—Es que han sido solo unos segundos y como su abrigo no estaba, he vuelto rápido al interior.

—Te sorprendería saber lo escurridizos que pueden llegar a volverse—contestó tratando de quitarle hierro al asunto—. Seguro que se ha cansado de esperar y ha salido corriendo aprovechando que estabas distraída.

—Supongo que llevas razón.

—Ya hemos llegado—anunció Doyun al tiempo que apagaba el motor del coche.

—Parece que hoy tampoco hay mucha gente—apuntó Hana.

Nos bajamos del coche al mismo tiempo y ella se aferró a la bolsa celeste que contenía ambos paraguas. Doyun nos abrió la puerta y un olor a pan recién horneado nos dio la bienvenida.

—¡Hola!—exclamó Sol al vernos—. ¿Qué os trae por aquí de nuevo?—al mirarme, me guiñó un ojo y me regaló una sonrisa radiante.

—Venimos a traerte los paraguas que nos dejaste el otro día.

Mientras Hana hablaba con Sol, yo aproveché para echar un vistazo rápido al establecimiento. Habían dos mesas ocupadas y en una de ellas, una mujer de mediana edad y de pelo negro recogido en un moño les estaba leyendo la carta a un chico y una chica que no debían de superar los dieciocho años.

—Siento haberle causado problemas. Me disculpo en su nombre.

Miré de nuevo en dirección al mostrador y vi que Sol se inclinaba hacia delante.

—No nos ha dicho nada—contestó Doyun—. ¿Estás segura de que tu trabajadora no se confundió con la nota de algún pedido?

—No—respondió con redundancia—. Ella leyó claramente su contenido.

—¿Tú viste algo raro, Alma?

—¿Yo?—pregunté sin saber muy bien de lo que estaban hablando—. ¿Cuándo?

—El día que vinimos a comer los cuatro.

En ese momento, todo cobró sentido para mí. Recordé nítidamente cómo aquella chica joven le pasaba la nota a Dae con disimulo y cómo él la guardaba como si estuviera acostumbrado a ello. Casi me había olvidado de cómo lo tocó al salir por la puerta de la cafetería, pero como no dijo nada al respecto, pensé que quizás se trataba de una fan más.

—¿Ha pasado algo?—quise saber.

—Sí—dijo con voz afligida—. Contraté a una sasaeng sin saberlo.

—Una sasaeng es...—comencé a decir.

—Una acosadora—terminó Hana por mí.

—¿Qué ponía en esa supuesta nota?—preguntó Doyun.

—Su dirección—Sol se masajeó las sienes y Hana se cruzó de brazos. Yo simplemente fui incapaz de moverme. Sentía que los pies se me habían quedado fijos en el suelo—. También le dejó bien claro que iría a visitarlo si no se veían antes del viernes de esta semana. 

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