Capítulo 13

—¿Has mirado bien en tus bolsillos?

Era difícil saber quién de los dos estaba más nervioso. Dae volvió a probar suerte y cerró los ojos con fuerza cuando comprobó que las llaves de su casa estaban a kilómetros de distancia. El destino parecía volver a estar haciendo de las suyas. 

—¿Por qué no pruebas a llamarlo?

En cuanto abrí la boca fui consciente de que mi pregunta carecía de sentido. Estaba claro que no lo llevaba encima. 

—Me he dejado el móvil en casa.

—¿Y tu abuelo?

—Él no está...—sacudió la cabeza y no terminó la frase.

Cerré el paraguas y di un paso hacia él. Hacía frío, estábamos empapados  y si nos quedábamos allí, pescaríamos un buen resfriado. Cuando estuve a su lado, él se frotó las sienes y suspiró pesadamente.

—¿Por qué no entras, te secas e intentas llamar a Doyun con el mío?

Todavía no sé ni cómo fui capaz de decirlo todo sin trabarme. Me miró confundido, como si no terminase de creerse lo que acababa de decir.

—¿Te refieres a entrar a...?—señaló la puerta de mi apartamento y yo asentí.

—Sí.

—No tienes por qué hacerlo.

Me sorprendí al ver que hablaba completamente enserio.

—Mira quién habla.

Después de haber utilizado su chaqueta como paraguas y de haber protegido mi cuerpo con el suyo, no iba a abandonarlo en esas condiciones. Seguía lloviendo con fuerza y de fondo se escuchaban las olas de un mar embravecido. Me dio un escalofrío y me abracé a mí misma.

—No quiero hacerte sentir incómoda.

Apartó su mirada, desviándola hacia el suelo. No parecía tener intención de moverse. Sin embargo, yo no estaba dispuesta a quedarme de brazos cruzados por más tiempo.

—Entra, por favor—comencé a decir—. No puedo dejar que te quedes afuera con esta tormenta.

Antes de escuchar su respuesta, me giré hacia la puerta, introduje la llave en la cerradura y quité el pestillo. Di un paso hacia el interior y suspiré aliviada cuando cruzó el umbral un segundo después que yo.

—Espera—dije mientras él cerraba la puerta.

Me sequé los pies en la alfombra, me cambié rápidamente de zapatos y fui al armario de la entrada en busca de unos que fueran de su talla. Cogí una toalla pequeña de la leja inferior y se la entregué junto a las zapatillas de andar por casa.

—Gracias.

Me di la vuelta para buscar una cesta en la que dejar las toallas y las chaquetas húmedas. Mientras lo hacía, él se secó el pelo con rapidez y yo tuve que hacer lo mismo para evitar formar un charco en mitad del pasillo. Cuando terminé, fui al salón con la intención de encender las luces y él me siguió en silencio. Pulsé varias veces el interruptor, pero no funcionó. 

—Es muy probable que se hayan llevado la luz.

Noté un deje de decepción en su voz y tuve el presentimiento de que no era la primera vez que pasaba. 

—¿Suele suceder a menudo?

—Sólo cuando llueve. De todas formas, debes tener velas y algún encendedor por aquí.

Me di la vuelta con la intención de decirle que no me había traído ninguna de las dos cosas, pero ni siquiera fui capaz de articular una palabra. Un relámpago iluminó toda la habitación y el trueno que lo siguió me hizo encogerme de la sorpresa.

—¿Te encuentras bien?

Habló en voz baja. Lo vi apartar las manos que tenía suspendidas en el aire y me mordí el labio inferior.

—Sí—me obligué a decir. 

A partir de ese momento, comencé a sentirme aturdida. Nunca me gustaron las tormentas. En realidad, las detestaba. Desde que tenía memoria, siempre que llovía con esa intensidad  terminaba quedándome a oscuras y una cosa que nadie sabia era que yo le tenía miedo a la oscuridad. 

No fui consciente del momento exacto en el que empecé a respirar más rápido de lo normal. No me importó que su vista le permitiera ver mi expresión de terror cuando mi mente me transportó a mi infancia, trayendo de vuelta los recuerdos de aquellas noches en las que estaba sola en mi habitación, pero al mismo tiempo, sabía que no lo estaba. Recordé las risas burlonas de dos personas que hasta los dieciséis años pensé que eran importantes para mí. Jamás podría olvidarme de la voz de la chica que consideré mi única amiga y del primer chico que pareció mostrar interés en mí.

Ellos conocían mi secreto y fueron los mismos que me hicieron apartarme del mundo. Pero, ¿y si estaba usando eso como una excusa y la realidad era que las personas terminaban alejándose de mí porque no les gustaba cómo era realmente?

Mi madre, mi padre, ella, él. Todos estaban mejor sin mí, ¿no?

De pronto, una sensación cálida sobre mis mejillas me trajo de vuelta a la realidad. Parpadeé para poder ajustar mi visión y caí en la cuenta de que sus manos estaban sujetando mi rostro con cuidado.

—¿Puedes escucharme?—preguntó como si temiera despertar a alguien que dormía plácidamente—. Dime algo, Alma.

Tardé varios segundos en reaccionar. Sus voces dejaron de estar en mi cabeza. En ese momento, sólo lo escuché a él y cuando traté de hablar, apartó sus manos, pero no se alejó.

—Sólo me he mareado—musité.

Me imaginé la expresión que debía tener en ese instante. Ya debía haberse dado cuenta de que había algo mal conmigo.

—¿Qué te parece si vamos a buscar las velas y después cogemos las toallas para secarnos mejor?

No noté nada en su forma de hablar que pudiera confirmar mi anterior pensamiento o puede que simplemente estuviera siendo educado.

—Vale.

—Coge tu móvil para iluminarnos. Estoy seguro de que las velas tienen que estar por aquí cerca.

Le hice caso y el me pidió permiso para coger el móvil. Las piernas todavía me temblaban. Si andaba, terminaría dándose cuenta.

—¿No vienes?—otro relámpago seguido por un trueno me arrancó un quejido y él se inclinó hacia delante, acercándose más—. Agárrate a mi brazo. Está muy oscuro y puedes tropezar.

No me lo pensé dos veces y me aferré a él. Andamos a la par y tras buscar por los cajones de la cocina, se dirigió al armario de la entrada.

—Sabía que estarían aquí.

Dentro del armario había una caja de emergencias en caso de apagón.

—¿Cómo lo has sabido?

—Los apartamentos son muy parecidos—se levantó sosteniendo la caja con una mano y se giró hacia mí—. Lo único que cambia....

—Son las flores.

Una pequeña sonrisa tiró de sus labios.

—Exacto.

La linterna de mi móvil alumbró sus dedos arrugados y entumecidos.

—Las toallas—dije mientras rompía el contacto visual y me agachaba para cogerlas.

—¿Tienes secador?—preguntó girándose ligeramente hacia mí. 

—Sí.  ¿Por qué?

Le di la suya y cogí la mía. 

—Para secar mi ropa mientras te duchas—dijo como si fuera la cosa más normal del mundo—. Cuanto antes lo hagas, menos probabilidades habrán de que te pongas enferma—se puso en pie y me miró a través de sus espesas pestañas—. Cuando te he tocado antes, estabas helada. 

De nada me sirvió insistirle para que lo hiciera antes que yo y terminé dentro de la ducha cambiando el agua fría por una mucho más caliente. Pasaron los minutos, aunque mi corazón no parecía tener intención de calmarse, tal y como sucedió aquel día en la cafetería. Aun así, opté por sustituir los malos pensamientos por otros que me hicieron sentir mucho mejor. 

El sonido del secador, de la lluvia  y del agua golpeando la mampara trajeron consigo la calma.

Esa fue la primera noche de tormenta que pasé con alguien a mi lado. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top