Capítulo 10
—No hace falta que me des una respuesta ahora—dijo ante mi silencio—. Sólo quería que lo supieras.
Sentí una extraña y fugaz sensación abrasadora en el centro del pecho a pesar de que se encontraba a casi dos metros de distancia. Luché contra el impulso de clavarme las uñas contra la palma de mi mano y así eliminar la tensión que se apoderaba de mis músculos, paralizándome e impidiéndome huir.
Pero...¿huir de qué?, ¿de quién?, ¿por qué?
Dae comenzó a girarse en dirección al establecimiento en el que habían entrado Hana y Doyun. En ese momento, la puerta se abrió y una niña de apenas tres años salió corriendo hacia nosotros sujetando tres tickets en una de sus pequeñas y regordetas manos. Llevaba un vestido amarillo con pequeños volantes y dos coletas sujetas por dos lazos del mismo color. Su expresión de felicidad absoluta cambió a la de sorpresa cuando su pie se topó con una piedra y perdió el control sobre su cuerpo.
Di un paso hacia delante con la esperanza de poder cogerla antes de que se cayera pero él fue más rápido y la atrapó incluso antes de que sus rodillas entrasen en contacto con la grava.
—Gwaenchanayo (¿Estás bien?)
Me acerqué a ellos y me puse en cuclillas para estar a su altura. Dae se quitó las gafas y le sonrió, provocando que la niña le devolviese una sonrisa aún más radiante. Recogí los tickets del suelo y se los entregué. Él se giró hacia mí y ella hizo lo mismo.
—Dile que los coja—dijo sin dejar de sonreír.
La miré y me di cuenta de que estaba completamente absorta en el rostro de Dae. De pronto, levantó su mano izquierda y llevó su dedo índice hacia el lunar que él tenía bajo su ojo derecho. Una risa brotó de la garganta de ambos cuando lo hizo.
-¿Cómo se dice?-murmuré temiendo romper el momento.
Posó sus ojos oscuros en mí y me miró durante varios segundos sin decir nada. Cuando habló, su tono de voz fue muy suave.
—Gajyeoga (Cógelos).
Repetí la palabra y sólo entonces la niña reaccionó. Cogió los tickets y volvió a centrar toda su atención en él. Dae le apartó varios mechones sueltos que se habían esparcido por sus mejillas y se los colocó detrás de las orejas.
—¿Qué se dice, Yona?
Espera un momento...¿se conocían?
—Gracias—murmuró tímidamente.
—Muy bien.
Acarició ligeramente su cabeza y comenzó a levantarse. Yona lo cogió de la mano al tiempo que dos mujeres jóvenes salían por la puerta y se dirigían hacia nosotros con los ojos puestos en la pequeña.
—Eomma (Mamá).
Extendió sus brazos y se lanzó hacia ellas. La mujer con el pelo negro recogido en una trenza la tomó entre sus brazos y dijo algo en voz baja que no logré entender.
—Lo sentimos, Dae—comenzó a decir la mujer de pelo castaño—. Ha salido corriendo cuando ha escuchado a Hana decir que estabas afuera.
Ambas comenzaron a inclinarse pero Dae movió la mano en su dirección, restándole importancia y volvió a colocarse las gafas.
—No tenéis que pedir disculpas. Hacía tiempo que no venía por aquí. Me alegro mucho de veros.
—¡Ya tenemos nuestras entradas!
Hana llegó hasta el lugar en el que nos encontrábamos en cuestión de segundos y le entregó un cubrebocas negro a Dae.
—Gracias—dijo mientras enroscaba sus dedos en la cuerda elástica—. Me he dejado el mío en casa.
Hana golpeó su hombro y se puso a mi lado.
—Seolhwa, Ellin. Ella es Alma. Mañana comienza a trabajar con nosotros en la escuela, así que la veréis a menudo.
***
Seolhwa y Ellin eran las mamás de Yona. Ambas nacieron en Seúl y decidieron continuar con sus vidas lejos de la gran ciudad mudándose al pequeño pueblo de Seogwipo con su hija pequeña. Hana había sido la maestra de Yona desde que entró siendo un bebé y ese era su último año con ella.
Las dos me parecieron muy simpáticas y Yona se despidió de mí lanzándome un pequeño beso que atrapé en el aire. Mientras nos dirigíamos hacia la cascada siguiendo un camino de piedras lisas con vistas al mar, Hana me contó que conocían a Dae porque siempre que venía a la isla iba a la escuela a verlos.
Él y Doyun caminaban un par de pasos por detrás de nosotras. Hablaban en voz baja y se reían de vez en cuando. El día era cálido y agradable. Las personas con las que nos cruzábamos andaban sin prisa, como si trataran de disfrutar de cada segundo que pasaban allí.
—Nos conocemos desde que éramos pequeños—miré a Hana y ella me sonrió fugazmente—. Doyun es el mayor. Tiene 28 años. Dae tiene 25 y yo 24. Siempre hemos estado juntos, aunque cada uno ha tomado caminos diferentes.
La confianza que habían entre los tres se podía sentir a kilómetros de distancia. Una amistad así podía crecer en cuestión de semanas o meses. Sin embargo, todo lo que sube baja y todo lo que se construye con cuidado y esmero puede quedar reducido a cenizas en un abrir y cerrar de ojos.
Ese había sido mi caso.
—Quizás me haya tomado muy a la ligera lo de invitarlos a venir con nosotras... ¿Te resulta incómodo?
—No, para nada—me apresuré a decir—. Estoy bien.
—¿De verdad?
—De verdad.
Su rostro se relajó y entrelazó su brazo con el mío, dándole un ligero apretón.
—Cuando estés bien quiero que me lo digas y cuando no lo estés no te lo guardes para ti misma. Somos personas, Alma. Reímos, lloramos y nos enamoramos constantemente. Nuestra vida cambia y nosotros también.
Esa parte de ella me gustaba. Detrás de su apariencia feliz y enérgica había una Hana tranquila, sosegada y cercana. No habían pasado ni dos días desde que nos habíamos conocido y aún así había logrado acercarse lo suficiente a mí como para ver a través de mi escudo. Quizás no era tan fuerte como creía.
—No tienes que esforzarte por encajar en ningún lado. Sólo sé tú misma. Si me haces caso, mañana brillarás.
—¡Wow!
Me giré hacia mi derecha y mi hombro rozó el de Dae cuando pasó por mi lado mientras avanzaba con velocidad hacia delante. El camino de piedras lisas fue sustituido por uno de madera que conducía hacia la cascada.
—¿No decías que los edificios de Seúl eran más altos?—murmuró Doyun mientras se colocaba al lado de Hana.
Dae posó sus manos sobre la barandilla de madera y se detuvo para contemplar la cascada de Jeongbang. El sonido del agua estrellándose contra el suelo era ensordecedor. Observé el punto exacto en el que esa agua conectaba con la del mar y cerré los ojos al llegar al final del camino, dejándome llevar por la agradable sensación que me invadió.
De pronto, sentí cómo las yemas de unos dedos se deslizaban por mis mejillas, limpiándome las diminutas gotas de agua procedentes de las cascada. Cuando abrí los ojos, Dae me miraba con detenimiento. Permaneció así hasta que fue consciente de lo que estaba haciendo y retiró la mano con rapidez, como si mi piel lo hubiese quemado.
—Perdona, no quería...
—Está bien. No pasa nada—dije con un hilo de voz.
—¡Vamos!—exclamó Hana tirándome del brazo y llevándome con ella—¡Acerquémonos un poco más!
Descendimos las escaleras y llegamos a la base del acantilado que estaba compuesto por grandes rocas grises. Habían varios grupos de personas que iban desde los treinta hasta los sesenta años: unos se hacían fotos, otros miraban el mar y otros la cascada.
—¿Quieres que nos hagamos una foto juntas?
Me miró emocionada a través de sus gafas moradas y fui incapaz de negarme. Si me lo hubiese pedido un par de años atrás me habría negado rotundamente. Todavía me sentía extraña al tomarme una fotografía pero tenía que luchar contra esos sentimientos e impedir que siguiesen alimentándose de mí.
—Está bien.
—¡Chicos!—exclamó girándose hacia ellos—¿Podéis hacernos una foto?
—Sí.
Doyun cogió la bolsa que llevaba en el hombro, la abrió y rebuscó en su interior hasta que dio con la cámara. Al sacarla, se la pasó a Dae y éste la cogió con cuidado.
—¿A qué esperas?—preguntó Hana al ver que nos miraba en silencio en lugar de hacer la fotografía.
Doyun volvió a colgarse la bolsa y dirigió su mirada hacia las manos de Dae. Yo hice lo mismo y fue entonces cuando me di cuenta de que le temblaban. Lo miré a la cara pero las gafas y el cubrebocas me impidieron ver su expresión en ese momento.
—No te preocupes—dijo Doyun en tono firme—. Yo la haré.
Cogió la cámara con cuidado, limpió la lente y la dirigió hacia nosotras.
—Decid patata.
—No le hagas caso—murmuró divertida—. Tú sólo sonríe.
Aunque sonreí como me pidió no pude dejar de pensar en el temblor que se apoderó de las manos de Dae cuando tuvo la cámara entre sus manos.
¿Qué le había pasado?
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