Capítulo 41: Luz y oscuridad.

Lizcia sentía una calma inusual a pesar de la situación. Su mente era capaz de concentrarse, viendo el aura de Ànima que desprendía una oscuridad cada vez más poderosa.

Temblaba en sus adentros, escuchando las pulsaciones de su corazón acelerado. No le quedaba otra, sobre todo si Pyschen estaba en su camino observando desde la lejanía. Agarró con fuerza su espada, sintiendo el frío en toda su piel.

—Veamos de qué eres capaz, querida. —Escuchó su voz desde la lejanía, pero no se movió ni rompió su posición—. Veamos si eres capaz de detenerla y protegerla como tanto decías, pero ya te aviso que no serás capaz de ello. Te has dado cuenta muy tarde que has estado al lado de alguien que consume el alma de los demás y los traiciona sin compasión alguna.

Mentiras rodeaban la cabeza de Lizcia. ¿Cómo podía decir eso cuando estuvo a su lado todo este tiempo? Sabía que Ànima no era cruel, pero ahora mismo sabía que actuaría con esa maldad al ver los hilos en su cabeza.

«Debo retirarlos, pero no sé bien cómo».

De pronto saltó hacia un lado con rapidez porque uno de los tentáculos de Ànima la atacó. Aterrizó al suelo, escuchando como el suelo se había destrozado y levantando el terreno, siendo ahora más difícil para moverse.

Tragó saliva, si quería detenerla tenía que debilitarla de alguna forma, pero sin hacerle daño.

Respiraba más agobiada, sintiendo la calidez en su bufanda que desprendía un polvo estelar de color blanco a su alrededor.

«Mitirga poseía la luz —recordó en silencio, viendo como Ànima, una vez más, la atacó con sus tentáculos—. La luz era un elemento que no le gustaba, aunque se acabó adaptando».

Se apartó, pero por desgracia uno de esos ataques le afectó, siendo golpeada por una de las rocas que la haría daño en sus brazos. Impactó contra el suelo con dificultad, respirando cada vez más rápido.

«Debo actuar rápido», pensó, agarrando su espada con fuerza para ir hacia ella.

Acercarse era encontrarse con la oscuridad que obstaculizaba su camino, pero con la luz de su lado, brillaba sin temor, viendo cada vez la figura de Ànima. Seguía de rodillas contra el suelo, agarrando su cabeza como si quisiera arrancarse algo.

«No es demasiado tarde», pensó Lizcia aliviada, corriendo y agarrando su espada para cortar los tres hilos que tenía encima de su cabeza.

—¡Creo que te olvidas de alguien!

Pero sus acciones fueron impedidas cuando vio varias agujas apuntar hacia ella. Frenó sus pasos y se tiró hacia un lado antes de que fueran clavadas en sus extremidades.

—¿¡Te crees que iba a ponértelo tan fácil?!

«Maldito estorbo», pensó Lizcia, tosiendo con fuerza ante el polvo que levantó.

Se puso de pie, viendo como Ànima gritaba y lloraba, liberando la oscuridad sin control alguno. Los tentáculos de su espalda eran cada vez más y atacaban sin compasión,. Intentaba esquivarlos, pero uno de esos ataques logró darle en su hombro izquierdo.

Chilló de dolor, sintiendo la sangre caer por su piel. Impactó contra el suelo, cubriéndose la herida con su mano derecha, perdiendo la capacidad de ver el aura de Ànima ya que había soltado la espada.

—¡Oh! ¡Qué penita! ¡La pobre ciega no puede atacar como qu-

Sus palabras fueron interrumpidas ante un ataque desprevenido de Ànima. Pyschen pudo esquivarlo a tiempo para luego mirarla con asombro.

Lizcia no comprendía la situación, pero agradecía que callara sus palabras. Se levantó, agarrando su espada para ver como uno de los tentáculos de Ànima apuntaba hacia Pyschen.

«Es consciente. Poco, pero sabe que algo está ocurriendo —pensó, mirando hacia Pyschen quien se alejaba cada vez del combate—. Si la aleja entonces podré actuar con más facilidad porque no la controlará. Eres increíble, Ànima».

Avanzó a pesar de la grave herida, encontrándose con la, atacándola, pero no con la misma fuerza y agresividad de antes.

Pyschen, desde lo más alto, pudo ver como Lizcia iba de nuevo hacia Ànima. Sin pensarlo dos veces movió su mano izquierda para intentar controlar los hilos, pero no le fue tan fácil cuando varios tentáculos la rodearon.

Abrió su palma izquierda, liberando los gritos llenos de sufrimiento de las almas que una vez torturó y asesinó sin piedad. El ambiente cambió a uno más tenebroso, frenando las acciones de Lizcia al igual que a Ànima, quien cubrió su cabeza con sus brazos mientras lloraba sin parar.

—¿¡Cómo te atreves a desobedecerme?!

Tal grito resonó en el profundo y oscuro lugar, perforando los oídos de Ànima de tal forma que sangraron sin parar. Se quejó en un horrible chillido, provocando que Pyschen riera con orgullo al saber que había conseguido detener la desobediencia de su hermana. Los tentáculos ahora iban a por Lizcia.

—¡Te deseo mucha suerte! Cuando vuelva, seguro estarás muerta.

Confiada, se alejó para buscar a Eón, dejando que Ànima tomara el control de la batalla.

—Maldita sea... —susurró Lizcia.

Se apartó como mejor podía, viéndose obligada a usar su espada para cortar los tentáculos que se le acercaran. Apretó sus dientes, controlando sus lágrimas. No deseaba hacerla daño, pero no le quedaba muchas opciones si quería despertarla.

En un gesto brusco, tuvo que tirarse hacia la derecha para poder protegerse con su espada ante una esfera oscura que tomó forma de cuchillos y espadas. Con dificultad logró apartar algunas, mientras que otras, por desgracia, la hirieron con gravedad, siéndole más difícil mantenerse en pie.

Dio varios pasos hacia atrás, viendo como Ànima frenaba sus pasos y la miraba desafiante. Lizcia respiraba con dificultad, sintiendo la sangre caer por distintas partes de su cuerpo, en especial de su boca.

«D-Debo usar la luz ahora —pensó, agarrando su espada con dificultad, viendo como ese polvo estelar se unía al arma—. Sé que te duele, pero capaz esto logre despertarte».

Cuando vio a Ànima con sus brazos apuntando hacia enfrente, se preparó para juntar la luz que su bufanda desprendía, y a la vez, ambas soltaron su elemento en un rayo. La luz logró superar la oscuridad con total facilidad. Un hecho que sorprendió a Lizcia porque se creía que su poder era inferior.

Pero lo que no sabía era que a Ànima le asustó ver cómo desprendía luz.

Su poder se debilitó y se dejó golpear. Gritó e impactó contra el suelo, pero no la hizo sangrar como creía, sino que despertó una vez más los recuerdos de su pasado.

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—No, no puedo dejar que entre —susurró Ànima, creando una esfera de oscuridad a su alrededor.

La luz la rodeaba, intentando calmarla, pero sentía una angustia en su pecho que no podía controlar, temblando sin parar mientras se agarraba la cabeza.

Oía voces a su alrededor, pero eran amables y dulces. Siempre le daban la mano para ayudarla. Levantaba su rostro con temor, los veía a cada uno de ellos, seres que apreciaba que siempre la acompañaban. Intentaba acercar su mano hacia ellos, pero el simple roce de sus dedos hacía que desaparecieran y mostraran una versión que la dejaban horrorizada.

Todos y cada uno de ellos... la muerte de los que preciaba y sin poder hacer nada.

Ànima chilló enrabiada, llorando desesperada mientras pedía perdón. Liberó su oscuridad en una furia que pilló por sorpresa a Lizcia, siendo encerrada en esta para no poder escuchar nada más que las lágrimas de su amiga.

Lizcia, a duras penas, caminó en su dirección. Una vez que pudo estar enfrente suya, se sentó de rodillas.

—Aléjate.

Lizcia no hizo caso a su petición, tampoco se intimidó por ese tono borde y grave lleno de rabia. Solo se quedó a su lado, acercando poco a poco sus manos hacia Ànima.

—No me toques, ¡aléjate! ¿¡Es que no te das cuenta?! —preguntó Ànima, retirando sus manos para dar varios pasos hacia atrás—. ¿No ves que traigo la desgracia? ¡Todos han muerto y yo soy la culpable!

A pesar de sus palabras, Lizcia tuvo paciencia, avanzando con pasos lentos.

—¡Vete! —gritó desesperada—. ¡Sino te mataré!

—No digas tonterías, Ànima, jamás hiciste daño a nadie, los protegiste —habló Lizcia con paciencia—. Todos a cada uno de ellos, diste tu vida para ayudarlos, cuidarlos y protegerlos, aun si los perdiste, jamás te rendiste.

En medio de la oscuridad, Ànima vio como Lizcia brillaba como si ella fuera una vía hacia la libertad. La observaba con admiración mientras las lágrimas caían.

—¡No es cierto! ¡Todos y cada uno de ellos murieron y yo no pude hacer nada! —gritó, temblando mientras agarraba el suelo con sus manos—. ¡Vete! ¡Vete antes de que sea demasiado tarde! ¡Huye, aléjate! ¡Hazlo antes de que...!

Sus palabras se interrumpieron cuando recibió el repentino abrazo de Lizcia, dejándola boquiabierta. Ànima chilló angustiada, agarrando sus hombros mientras pedía perdón constantemente.

—Ànima, cuando apareciste por primera vez, dijiste que ibas a ser una carga para mí —murmuró Lizcia con cariño, abrazándola con fuerza—. Pedías perdón y te arrepentías de haber entrado en mi cuerpo. Durante todo el viaje te sentías culpable y tenías miedo por mí.

» Decías que yo era la luz que lograba calmar tus peores momentos, pero ¿sabes lo gracioso? Tú le diste luz y color a mi vida. Cuando llegaste, me diste unos ojos para poder la belleza que nunca creía conocer y luché por ello para evitar que todo ese mal lo consumiera. Luchando a tu lado sin importarme la dificultad.

» Eres oscuridad porque renaciste en un cuerpo donde todos eran rechazados y temidos, pero tú salías adelante con valor, demostrando que realmente no erais un peligro, que teníais buenas intenciones como la luz. Brillaste, siempre lo hiciste, pero con un poder que muchos temían y eso es lo que te hace increíble.

» Una mujer que, con el poder de la oscuridad, brilla para salvar a todos, aunque siempre tenga obstáculos en su camino.

Dejó de abrazar a Ànima para sentir las manos de su compañera en sus brazos. No paraba de temblar a la vez que su respiración era irregular. Sonrió con cariño, apoyando su frente contra la de Ànima en un gesto.

—Tú jamás te has rendido porque sabes la verdad y luchas para protegerla. Luchas porque sabes que ahí afuera hay seres que sufren y no deseas eso. Deseas la paz, la justicia y la verdad. Una diosa de la oscuridad que brilla con esos nombres.

Ànima se quedó muda y cerró sus ojos poco a poco mientras sentía en su cabeza algo similar como si le estiraran uno de sus cabellos. Respiró aliviada, y abrió sus ojos de nuevo, viendo como Lizcia empezaba a tambalearse. Con cuidado la agarró en un abrazo, levantándose poco a poco del suelo mientras la miraba con una sonrisa.

—¿Estás ahí, Ànima? —preguntó Lizcia con cierta intranquilidad.

A lo la diosa sonrió, contestando en un susurro:

—Gracias por tanto, Lizcia. Ahora descansa, tengo aún algo pendiente.

Fue cuidadosa con ella. La envolvió en oscuridad para que Lizcia pudiera descansar sin ser atacada. La dejó en el suelo con cautela, para luego levantarse y mirar hacia enfrente.

—Voy a matarte, aunque sea lo último que haga, hermana.

Desde la lejanía, Pyschen sintió un escalofrío horrible desde su espalda. Trató de mover su brazo izquierdo, buscando esos hilos que la retenían, pero rápidamente la vio enfrente con los ojos consumidos por la rabia, recibiendo un corte en el que arrancaron su brazo izquierdo para luego sentir como su cabeza era impactada hacia una de las columnas que había en el subsuelo.

«N-No puedo controlarla —pensó Pyschen, levantándose rápido del suelo para esquivar sus ataques, despareciendo en medio de la niebla que creó para poder pensar algo—. ¿¡Por qué no puedo?! ¡Es esa niña! ¿¡Verdad?! ¿¡La maldita luz siempre logra despertar a la oscuridad!? Eso no tiene sentido, ¡es mi hermana y por ello debe...!»

Otro golpe directo en su cabeza que la hizo impactar contra el suelo. Su rostro se desfiguraba cada vez más junto a la sangre que caía de su boca. Se giró, viendo a su hermana caminar lentamente mientras expulsaba la oscuridad a sus espaldas. Surgiendo ese monstruoso ser marino.

Ànima, sin decir ni una sola palabra, ladeó su cabeza hacia la derecha con ese rostro que no conocía la compasión. Fue ahí cuando el tiempo se paralizó para Pyschen.

«D-Debo huir... ¡Debo huir!», pensó Pyschen, alejándose de su hermana.

Las imágenes del pasado le impactaron en un arrepentimiento por haber tomado aquellas decisiones. ¿¡Quién iba a ser el loco que se suicidaría para salvar a alguien?! ¡Cualquiera habría pensado que su muerte fue por un accidente!

Odiaba su inteligencia, perseverancia, fuerza, valor, sonrisa, alegría, amistades... ¡Todo! ¡¿Por qué tenía que brillar cuando era oscuridad?! ¿¡Por qué tenía que tener la suerte de su lado?! ¿¡Por qué luchaba si perdió tanto?!

En medio de sus ataques que esquivaba con dificultad, las lágrimas salían sin querer.

«¡Si te hubieras unido a mí no tendríamos que pasar por esta pelea! ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡No soy capaz de matarte! ¡No puedo hacerlo! ¡Eres mi maldita hermana, la única que no puedo herir!»

Hacía tiempo que no lloraba de esa manera, se sentía como una escoria por tener esos sentimientos aun dentro. Se castigaba por ello clavando las agujas de sus manos en su cabeza y gritaba todo tipo de insultos. Durante tanto tiempo obtuvo el poder de la locura, consiguió hacer daño a tantísimos seres hasta matarlos entre terribles sentimientos...

¿Y todo para al final no ser capaz de controlar a su propia hermana?

—No puedo contra ella, no puedo contra mi hermana... D-Debo decir el nombre de...

Pero sus palabras fueron interrumpidas cuando Ànima apareció enfrente suya.

Imponente, majestuosa, poderosa...

Pyschen envidiaba a su hermana como nunca al verla encima suya con su brazo derecho listo para matarla. Lo veía con asombro. Lágrimas caían de sus ojos blancos, repitiéndose mil veces que era el castigo que se merecía.

Si tan solo esta realidad fuera un poco más distinta, si todo lo que vivió fuera un poco más diferente... A lo mejor su hermana se habría unido a ella sin ese sufrimiento de por medio... o no.

Cerró sus ojos aceptando su destino, esperó junto a una sonrisa tranquila, pero no ocurrió nada. Abrió sus ojos para ver a Eón poniéndose en medio para recibir ese puñetazo que le haría impactar contra el suelo.

«Eres irremediable, Pyschen».

Escuchar la Voz la dejó temblando, viendo a su hermana decidida para matarla con su poder. Con una sonrisa honesta mezclada con el dolor, le habló por última vez:

—Lo siento.

Para desaparecer bajo los errores propios de un ordenador.

Ànima vio esto con rabia, apretando sus puños y girándose para ver a Eón levantándose con graves heridas en su cuerpo.

—Ha huido, como siempre —pronunció en un tono grave que a cualquiera podría dejarle inmovilizado—. Volverá, pero por ahora acabaré contigo, maldita escoria.

Eón se giró, viendo a Ànima con temor, aunque no dejó de sonreír, de hecho, reía como loco mientras se alejaba con pasos lentos.

—¡Adelante! —gritó entre risas, alzando sus brazos mientras preparaba un ataque—. ¡Total! ¡Ya estoy muerto! ¡Un poco más no me hará daño!

Su alrededor cambió a una realidad que dejó sorprendida a Ànima. Era como si estuvieran dentro de un ordenador corrompido donde los colores parpadeaban y se movían en distintos lados. El problema de esto era que no estaba sola. Lizcia y los elegidos también estaban dentro, incapaces de moverse por el dolor que sentían.

—Antes solo tenía un quince por ciento de mi poder, ¡los errores es algo tan antiguo que no todos pueden comprenderlo! Pero me han dado otra oportunidad y ahora tú serás conocedora de lo que puedo hacer con un cuarenta por ciento.

—Errores o no, no voy a contenerme porque seas un mimado más — pronunció Ànima.

Eón esquivó con cierta facilidad sus ataques. No era lo mismo defenderse de unos elegidos que a un dios, pero aun así no se dejaba intimidar. Su cuerpo temblaba de poder erróneo, era tanto que incluso se corrompía por dentro. Le dolía, pero no dejaba de sonreír.

Frenó uno de los golpes de la diosa para devolverlo en un puñetazo poderoso en su estómago que la envió hacia atrás.

—¿Cómo harás daño a algo que está muerto? Fui testigo de las consecuencias del primer brillo. Fui testigo del genocidio, ¿crees que me podrás asustar? —preguntó Eón con una sonrisa confiada.

—¿Dices que puedo torturarte sin descanso? Qué amable —contestó Ànima con una sonrisa. Eón tragó saliva—. Capaz los errores te den ventaja, pero algo tendrás en tu contra, algo que te aterra, ¿no es así?

Ànima sabía que, al estar en esa realidad tan extraña, no iba a tener la misma ventaja que estar envuelta en oscuridad. Aquella luz que parpadeaba no era aliada, no era ni siquiera luz para empezar.

Eón no dudó en avanzar mediante la teletransportación, apareciendo enfrente suya para darle un puñetazo que fue bloqueado. Sus ojos se encontraron, viéndose el odio detrás de ellos. Lo empujó fuera de su radio para luego ir a por él. Tenía que atacar sin descanso, buscar alguna forma de debilitarlo.

Lo que no contaba Ànima era que, desde la lejanía, Lizcia se levantaba del suelo con dificultad, agarrando su espada con su mano derecha. Tenía claro que su pelea era de un nivel superior, pero no se iba a rendir.

Observó a su alrededor, viendo a lo lejos a cada uno de los elegidos que cayeron inconscientes en la batalla. Cada uno de ellos brillaba por su color que correspondía. Rima en morado, Curo en azul, Xine en rojo, Eymar en naranja, pero ¿qué color brillaba Yrmax?

No, ni siquiera podía considerarlo como un color.

«Su espada, ¿por qué está rodeada de números?».

Intrigada, se fue acercando poco a poco hacia Yrmax, intentando no llamar la atención de Eón. Veía a duras penas como peleaban sin descanso, demostrando su potencial tanto de un lado como del otro.Sentía asombro, pero no podía distraerse. Si realmente quería ayudar, tenía que ir por la espada porque esta la susurraba.

«¿Mitirga? ¿Eres tú? —preguntó Lizcia. No obtuvo respuesta—. Creía que la luz era en lo que debía confiar, pero los números...»

«¿Darías la oportunidad a la infinidad, Lizcia?».

Sintió escalofríos al escuchar esa voz.

—N-No eres...

En medio de sus preguntas, sus palabras fueron interrumpidas cuando Eón impactó contra el suelo, destrozándolo y elevando las piedras. Ànima, mirándolo desde los aires, dejó que su forma monstruosa saliera por fin, juntando sus brazos, apuntando hacia él.

—¡No vas a poder matarme! ¡Nosotros hemos muerto tantas veces que no conocemos el dolor! ¡Es imposible que me mates! —gritó confiado.

—¿Entonces dices que podré matarte infinitamente? Más diversión para mí.

La confianza de Eón fue derrumbada al ver enfrente suya a Ànima para darle un puñetazo directo a su pecho. La oscuridad que le envolvió le torturó con todo tipo de objetos afilados, gritando sin parar. Pronto terminó tal sufrimiento, saliendo impactado contra el suelo, cerca de Lizcia que había agarrado la espada.

Se levantó del suelo y cuando se giró, dio varios pasos hacia atrás.

—¿¡Desde cuándo Mitirga conocía a los Números?!

De pronto, un puñetazo que perforó su espalda y pecho, viendo la oscuridad caer en su cuerpo, escuchando su pequeña risa llena de satisfacción.

—¿No que eras intangible?

Atacado por los nervios, se teletransportó, alejándose de ambas e intentando regenerar su cuerpo con los errores, pero no era tan eficiente, menos cuando las dos mujeres le miraban.

—¡La creáis! ¡La invocáis! ¡Gestos hechos del lado derecho! ¡Devoción a los Números! —chilló Eón, consumido por el pánico—. Vendas cubren su boca. Números la rodean para acabar con todo, pero no voy a temer, ¡no cuando juré mi lealtad para revivirle!

Cuando se recuperó parcialmente, intentó hacer un movimiento arriesgado. Con la mayor velocidad posible, fue hacia Lizcia. Alzó sus brazos para darle un golpe en su cabeza, pero vio como era cubierta por oscuridad, perforando su mandíbula, atravesando su cabeza.

—¿A dónde crees que vas?

Intentaba retirar la lanza de gran tamaño de su cabeza a la vez que veía a Ànima caminar hacia él. Logró retirársela, manchando todo de sangre, arrastrándose en el suelo mientras veía a Ànima caminar al mismo paso que él.

—¡Esto no estaba en los planes! ¡Maldigo tu existencia! ¡Maldito ese día! ¡Los Números jamás debieron existir! ¡Ni conocer a los Errores! ¡No sabéis vuestras acciones! ¡No sabéis nada de vuestras decisiones! ¡Condenadas a un reinicio! ¡Condenadas a un final desastroso!

Ànima frenó sus pasos mientras Lizcia agarraba su espada con fuerza. Era curioso porque Lizcia podía ver de su ojo derecho. Brillaba en colores azules mientras a su alrededor diversos símbolos de su raza junto a los números, la rodeaban.

—¡Maldecidas! ¡Sois partícipes del desastre!

Ànima soltó una leve risa.

—Oh, ¿qué veo? ¿Acaso tienes miedo? —preguntó, divertida.

Le agarró del cuello con sus tentáculos, mirándole con esos ojos consumidos por la oscuridad. Eón trató de zafarse de tal agarre, pero no pudo ante la fuerza que ejercían, ahogándole.

—¡N-No tenéis ni i-idea! ¡La oscuridad no e-es nuestra e-enemiga! —pronunció con dificultad.

—Una lástima. Supongo que ahora tienes motivos para temerme —pronunció Ànima con una sonrisa—. ¿Alguna vez has tenido pesadillas? ¿No? Tranquilo, tendrás una que jamás olvidarás ni muriendo miles de veces. Te acordarás bien de mí.

Ejerció más fuerza, ahogándole hasta que le tiró con violencia hacia el suelo. Saltó por los aires, viendo como ese virus, a pesar de sus heridas, seguía de pie mientras tosía con fuerza. Levantó su cabeza, riendo como maniático mientras levantaba sus brazos con orgullo.

—¡La oscuridad era nuestra aliada! ¡Ir con los números no hará...!

Frenó sus palabras y observó su estómago. Lágrimas cayeron cuando se dio cuenta de la grieta que tenía en su pecho por culpa de la espada que tenía Lizcia.

—N-No sabes lo que has hecho, niñata —pronunció Eón con terror—. ¿Sabes a qué bando te has unido?

A lo que Lizcia respiró hondo.

—A los Números que tanto temes.

Eón rió como nunca, cayendo en la desesperación.

—¡No voy a dejar que me mates sin apenas consecuencias!

Gritó sumido en la rabia, alterando los errores para que todos se reunieran en un rayo que fue hacia ella. Lizcia soltó la espada para apartarse, aunque no lo suficiente, hiriendo sus piernas.

Mientras Eón gritaba clemencia hacia la muerte, todo empezó a temblar como si de un terremoto se tratara. En medio de ese caos erróneo, la oscuridad apareció para proteger a todos, siendo la última a Lizcia, que sería abrazada por Ànima para salir de ahí.

Lizcia sólo escuchó una grandiosa explosión que logró asustarla y cubrir sus oídos. Abrazadas, se alejaron a tiempo para poder ver como todo poco a poco se iba calmando.

—¿À-Ànima?

Ambas respiraban nerviosas sin creerse lo que acababan de vivir. Ànima miraba con asombro el destrozo que ese ser había dejado en el subsuelo. Se sentó soltando a cada uno de los elegidos en el suelo con cuidado. No se creía que con su poder le diera tiempo a protegerlos con una esfera oscura que le permitió llevarlos y cuidarlos.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Lizcia.

—S-Sí. ¿Y tú?

—C-Creo que sí. ¿Los demás están bien?

—Sí —murmuró Ànima, mirando a cada uno de ellos—. Todos están bien.

Hubo un silencio, uno que se volvió agradable para ambas. Lizcia se abrazaba con fuerza a Ànima sin creerse lo vivido.

—¿Ha terminado? ¿De verdad hemos terminado con esto?

—Lizcia, solo necesitamos la llave para los documentos. Sólo así habremos terminado nuestra misión.

Su compañera afirmó, agarrando su mano con decisión para sentir en su bufanda los distintos fragmentos de la llave que la rodeaban. Ànima observó esto con asombro, viendo como esa llave se iba creando.

Suspendida en el aire, la llave apuntó hacia la localización exacta de los documentos, moviéndose hacia el lugar. Ànima y Lizcia fueron juntas hasta encontrarse con el centro del subsuelo.

Enfrente suya, en la plataforma blanca, se encontraban unos papeles que se suspendían en el aire. Diversos colores amarillos como estrellas la rodeaban. Ambas los tomaron, logrando que estos la envolvieran en un extraño halo luminoso. Varias letras se encontraban en medio, hablando en un idioma que desconocían, pero tampoco hacía falta comprenderlo porque estos sabían lo que querían.

Eliminar esa norma que pudieron hacerlo porque ambas eran de raza pura.

Envueltas bajo esa luz, las letras doradas fueron desvaneciendo como polvo. Esa desapareció y ambas las soltaron con cuidado, cayendo de rodillas contra el suelo. Eliminar, crear o modificar una norma significaba mucho poder que no era fácil de ceder.

Ambas se miraron con alivio.

—Se ha borrado Lizcia, lo hemos conseguido —murmuró Ànima entre lágrimas llenas de felicidad—. Ya sois libres de vuestra condena.

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