Capítulo 39: Luchar bajo un río de lágrimas.
Ninguno se creía el cambio tan brusco que el planeta estaba sufriendo. Los primeros en darse cuenta fueron los Zuklmers. Su ataque desprevenido logró dejar con algunas bajas, pero aún así supieron mantenerse y les devolvieron golpes más duros. A su vez el titán de los Zuklmers los ayudaba con bolas de fuego que iban hacia ellas.
En medio del desastre, Ziren y Xine iban hacia la plaza, matando a las anomalías que se encontraban a su paso. Les fue doloroso ver como algunos de sus guerreros caían porque estas atacaban en grupo para destrozar con velocidad las rocas de su cuerpo y dar con el núcleo.
Ziren veía esto con espanto, girando su cabeza hacia donde estaba su hogar.
—Papá, mamá. Dime qué os habéis escondido —susurró, para mirar de reojo a Xine—. ¡Ahora vengo!
—¡Ziren, no hagas ninguna locura! —gritó Xine.
Quiso ir con él, pero las anomalías le impidieron el paso. Querían matarle, pero no lo conseguían porque desprendía fuego de su cuerpo para que ninguna se acercara. Era como una llama indestructible en medio de la plaza, pero esta no intimidaba a las anomalías. Iban, aún si morían.
Se protegía y seguía avanzando, pero hubo un punto donde todas se abalanzaron a él para retener sus brazos y piernas. En medio de esa masa de anomalías, concentró su energía para expulsarlo todo como un volcán, quemándolas en el acto. Era arriesgado, pero a la vez dejaba a todos los Zuklmers asombrados al verle brillar en colores rojos mientras gritaba cabreado.
—¡Ziren!
Corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó, vio a Ziren temblando con sus ojos consumidos por lágrimas rojizas.
El hogar de Ziren estaba destrozado, pero eso no tomaba importancia cuando veían varias gemas brillar en rojo. Xine tragó en seco, dándose cuenta de lo ocurrido. No eran gemas sin importancia. Era una horrorosa señal. La muerte de dos Zuklmers que ambos conocían.
—¡Ziren, apártate!
Trató de agarrarle del brazo y a consecuencia, recibió en su pecho un duro puñetazo que rompió una de sus rocas que le protegía el núcleo. Expulsó humo de su cuerpo, cayendo con una rodilla al suelo y mirando hacia las anomalías que se reían de lo ocurrido.
Se levantó tambaleante, poniendo sus brazos en posición. Las veía a duras penas, pero no se dejaba intimidar. Iba a luchar, o al menos ese era su plan hasta que Ziren se puso en medio para protegerle.
—¡No!
Varias anomalías tenían atrapado a Ziren. Xine se alzó rápido para apartarlas, pero sus brazos y piernas fueron atadas contra el suelo. Al girarse, vio como esa masa viscosa de olores químicos iba consumiéndolo por completo, viéndolo por última vez.
Todo pasó en cámara lenta. Las rocas de su cuerpo se destrozaban mientras expulsaba ese fuego de su energía, quemando las anomalías. Su amigo cayó de rodillas, tambaleando, sonriendo apenado y viendo como Xine gritaba con furia. Estaba tan expuesto, tan débil... que no iba a dejarlo morir sin hacer nada.
Expulsó desde su núcleo grandes cantidades de fuego y lava. Quemó y las apartó. Sin dudar, se movió hacia Ziren, agarrándole con sus brazos, pero veía como las piedras de su cuerpo se despegaban de su núcleo. Este, iba perdiendo cada vez más el color.
—Ziren. ¡Ziren! ¡Aguanta! ¡Puedes salir de esta! Te llevaré a un lugar seguro, ¡tú confía en mí!
Cuando quiso levantarle, se encontró con los ojos blancos que le observaban con curiosidad. Se reían de su desgracia, viendo como intentaba reanimar a Ziren, pero era imposible. En medio de esa situación desesperante, cerró sus ojos y juntó las grietas de su rostro, como si apretara los dientes con rabia.
—X-Xine... —A duras penas Ziren pudo pronunciar algo. Abrió sus ojos, viendo como el núcleo brillaba por última vez—. Confío en ti.
Su cuerpo expulsó un gas blanquecino, creando una niebla que obstaculizó la visión de las anomalías. Xine, alterado, quiso detenerlo, pero no pudo cuando liberó su núcleo. Desató en cuestión de segundos, una gran llamarada dirigida hacia las anomalías.
De rodillas contra el suelo, vio todo con lágrimas que deseaban salir. Sus rocas se agrietaban mientras las últimas palabras de su mejor amigo resonaban en su cabeza. Agachó su cabeza, viendo las rocas de Ziren.
La rabia le consumió como si fuera un volcán a punto de erupcionar. Expulsó humo blanco por todo su cuerpo a la vez que se levantaba del suelo. No lo veía, pero la bufanda que tenía puesta brillaba en colores rojizos como si fuera el fuego consumiéndolo todo.
Alzó su rostro y vio el interés de las anomalías. Intentaron acercarse, pero una de ellas recibió la inmediata muerte ante el duro puñetazo de Xine que hizo temblar la tierra. La energía de su cuerpo burbujeaba como lava a punto de causar el mayor genocidio.
—Conmigo no lo tendréis tan fácil.
Agarró a una de ellas para impactar contra las paredes de su hogar. Un gran grito de furia surgió de Xine, llamando la atención de todos, envolviéndolos en una fuerza y determinación que les permitió seguir adelante, más se mostró ante ellos. Expulsó ese aire de su cuerpo y miró a su alrededor para continuar con la lucha sin decir ni una sola palabra.
En medio de sus puñetazos destructivos, pudo encontrarse a lo lejos la figura que identificó por su sonrisa divertida.
Xine no se pensó ni un momento en ir hacia él.
—Gracias por ponérmelo tan fácil.
Pero acercarse fue un grave error cuando sintió como lo agarraban del brazo para teletransportarlo a un lugar oscuro. Tras impactar contra el suelo, trató de iluminar el lugar con su cuerpo.
—Tranquilo, pronto estarás acompañado.
Fueron las últimas palabras que Xine pudo escuchar antes de caer inconsciente.
Era cierto que los Vilonios podían volar y atacar con sus arcos, pero no era tan fácil como creían. Las anomalías también tenían la capacidad de volar en un aspecto más distinto, uno en el que se movían como sombras oscuras yendo a una gran velocidad.
Curo, junto con Alex, protegían el interior de la cueva. Ambos disparaban con velocidad y destreza, aunque se notaba quien tenía más experiencia en ello. Curo no paraba de vigilarle, notando como su respiración se volvía más pesada al no estar acostumbrado al combate. Sabía que no debía haber escogido ese camino, pero ¿cómo iba decírselo siendo tan testarudo?
Se acercó a él para agarrarle de un lado y salir de ahí. Alex le repetía todo el rato que no quería irse, pero lo ignoró por primera vez para dejarle junto con Cérin, quien vigilaba la entrada del refugio junto a varios guardianes.
—Cuídalo mientras estoy afuera —pidió Curo.
—¡No pienso quedarme aquí sin hacer nada! —gritó Alex.
—¡No puedes luchar si apenas tienes experiencia, Alex! ¡Y me niego a perderte cuando eres el Vilonio que más quiero en mi vida! ¿¡Entendido?!
Alex se quedó sin palabras, temblando sin parar mientras sus mejillas ardían ante su repentina y poco conveniente declaración. Cérin solo lo escuchó mientras miraba de reojo, suspirando con lentitud.
—Tranquilo, Curo, está en buenas manos —aseguró Cérin.
Curo, afirmando aún con vergüenza, alzó el vuelo para seguir disparando hacia las anomalías que se acercaban.
—¿Por qué? —preguntó Alex—. Encima el saco de plumas mojadas me dice eso, ¿cómo me lo voy a tomar? ¿Desde cuándo...?
—Eso no importa ahora, Alex —interrumpió Cérin, mirando hacia sus espaldas al ver como uno de sus arqueros corría hacia él—. Estate atento, aunque estemos aquí a salvo, no debemos relajarnos.
—S-Sí, señor.
Cérin se acercó a uno de los Vilonios quienes informó de la situación sobre el refugio, todo parecía ir en orden. Por otro lado, Alex miraba hacia Curo quien, manteniendo el vuelo con el arco en su brazo, luchaba sin miedo a nada.
—Mantente con vida —pidió Alex en un susurro.
Sus ojos se desviaron ante un brillo inusual que había en el techo. Agudizando su vista, las pulsaciones de su corazón se aceleraron al darse cuenta que no era una pequeña luz, sino cientos. Abrió la boca, queriendo gritar, pero sus palabras no saldrían cuando fue empujado a sus espaldas. Al girarse, vio a Cérin protegerlo de un ataque de varias anomalías que iban a por él.
Pidió ayuda desesperado, logrando llamar la atención de todos, pero fue un error porque las anomalías del techo atacaron al unísono, yendo hacia Curo. Siendo agarrado en su ala, brazo y piernas, cayó del vuelo e impactó contra el suelo enfrente de Alex.
—¡Curo! ¡No, por Valor, no me hagas esto!
Angustiado, tomó su arco como mejor pudo para dispararlas. Logró hacerlo e incluso mató alguna de ellas que estaba encima de Curo, pero consiguió una atención que le dejó helado. Cientos de miradas que no conocían la compasión, ansiosas por matarle y consumir todo su cuerpo hasta quedar erradicado.
Dio varios pasos hacia atrás, viendo como algunas se le acercaron con lentitud, riéndose de su desesperación. Trató de disparar, chillando el nombre del que tanto amaba con todas sus fuerzas:
—¡Curo! ¡No me dejes solo! ¡Por favor!
Pero sus palabras no lograban una reacción. Las anomalías iban ahora por Alex, rodeándolo sin dejarle ningún tipo de huida. Cerró sus ojos, apretó el arco juntándolo hacia su pecho y agachó su cabeza para chillar una vez más entre lágrimas, rompiendo incluso su voz:
—¡Me dijiste que viviríamos juntos hasta morir como adultos! ¡Me lo prometiste Curo, no me dejes solo!
Un irritante y espantoso grito dejó sus plumas tiesas, pero que le hizo levantar la cabeza con esperanza. Una voz que gritaba con rabia a la vez que disparaba cientos de flechas.
Sus ojos fueron envueltos por un brillo de estrellas azules que lograban calmar sus sentimientos, más cuando su cabeza fue acariciada con cuidado para luego ver enfrente suya al Vilonio que más quería, aunque por desgracia, tenía varias heridas en su cuerpo y rostro, incluso su ojo derecho ya no tenía la capacidad de ver.
—Curo, tu ojo...
—Tengo el otro ojo para poder ver el Vilonio que más quiero —respondió Curo, abrazando a Alex con fuerza para luego mirarle con firmeza—. No puedo protegerte siempre, necesito que avises a los demás de lo ocurrido, ¿podrás ser capaz de ello?
—Pero tú...
—No te preocupes. —Curo se levantó y dio la mano a su pareja, sonriéndole—. No estoy solo.
A sus espaldas tres figuras brillaban en un radiante y hermoso azul que hacían a Curo un elegido majestuoso. Daba la sensación de que a su alrededor aparecían pequeñas estrellas que iban hacia su arco.
—Cuida de Cérin. Creo que podemos salvarle.
Alex giró su cuerpo para ver a Cérin con graves heridas, intentando levantarse del suelo. Ante esto, se levantó del suelo con decisión para ir a por Cérin, aunque antes de hacer nada, miró hacia Curo.
—No mueras, es lo que me prometiste, y más ahora que entiendo lo que me dijiste en la fiesta a tu honor.
—Y luego soy el que no entiende las indirectas —bromeó Curo mientras le miraba con su ojo izquierdo.
Alex sólo pudo reír con cierta timidez para luego abrazar a Curo.
—Te quiero —susurró Alex.
—Yo también, Alex. Ahora por favor, ve con Cérin y esconderos.
Alex afirmó, viendo como Curo tomaba el vuelo para atacar con su arco para disparar flechas dirigidas a la cabeza de las anomalías, matándolas en el acto.
Cuando Curo salió al exterior, se quedó horrorizado al ver a sus compañeros en el suelo con graves heridas que les impedían seguir luchando. Se acercó a cada uno de ellos para llevarlos al refugio y que se recuperaran las heridas.
Al encontrarse al último, tuvo que matar a una de las anomalías que se le acercaba.
—Un día más —susurró el guerrero—. Un día más y podré verlos a toda mi familia...
Curo sintió un gran dolor en su pecho, pero negó rápidamente con su cabeza.
—Vamos, no podemos rendirnos ahora.
Se acercó a para agarrarle de la mano, levantándole del suelo. El contrario se apoyó en él en un abrazo, suspirando aliado para luego susurrar:
—No, nunca he sabido rendirme.
Sonrió, listo para darse la vuelta y salir, pero al hacerlo, su alrededor se volvió oscuro y en su hombro sintió como algo afilado era clavado, rasgándolo sin compasión alguna.
—... y tampoco sabía que era tan buen actor —se burló Eón, soltándole del abrazo para ver como caía al suelo inconsciente—. Bien, son dos, me quedan cuatro...
La situación ahí fuera no era la mejor, en especial en Miei. Rima se encontraba protegiéndolo, deteniendo los ataques de varias anomalías.
A pesar de la dificultad, lograron defenderse al tener la ayuda de los guerreros Mitirs. Armas y música, creando un escenario que lograba calmar a los que se refugiaban en sus hogares.
Respiraba con lentitud y miraba a su alrededor con atención. La tranquilidad empezaba a inundar el pueblo y eso le hacía sospechar. No guardaba su batuta, su único ojo estaba atento a todo mientras era acompañada por dos guerreros Mitirs.
—A lo mejor están en mi ciudad —murmuró Rima, tragando en seco—, debo ir a por mi hermana, capaz ahí tengan más problemas.
Sus palabras les parecieron bien y querían acompañarla, por ello corrieron en dirección a Synfón.
—¡Salen de nuestros refugios!
Hasta que ese grito los obligó a girarse. Rima no dudó en mover su batuta y atacar, pero no pudo cuando vio ese mismo Mitir morir por esa anomalía que salió de su refugio. Los soldados fueron sin pensarlo dos veces mientras Rima temblaba al ver tal crueldad enfrente suya.
Hasta que recordó a Ienia.
Sus pasos sonaban como un piano que tocaba una canción terrorífica. Cuando localizó la casa de Ienia, abrió la puerta de golpe para encontrarse con una mujer mayor que salía de ahí con lágrimas y manos en su boca.
—I-Ienia —susurró la mujer, llorando sin parar—. Lo siento, yo, de verdad que no quería...
—¡Salga de ahí ahora! —gritó Rima.
Alzó su brazo derecho para crear una melodía, pero se detuvo aterrorizada cuando vio el cuerpo de Ienia en la boca de una de esas anomalías que destacaba por su tamaño. Sus colmillos perforaban su pecho, sangre caía al suelo, sonriendo con malicia al ser descubierto.
Quiso hacer algo, pero le era imposible al sentir esos escalofríos en su cuerpo que la inmovilizaban.
—¡Ienia! —chilló la mujer. Rima soltó su batuta, llamando la atención de las demás anomalías—. ¡Lo siento tanto, yo solo quería...!
Sus palabras fueron interrumpidas cuando mordieron el cuello de la mujer y arrancaron su cabeza. Rima cayó al suelo ante tal violento y sangriento escenario, escuchando la risa de las anomalías. Los recuerdos la inundaban ante un evento traumático que no deseaba revivir. Lloraba y balbuceaba palabras sin sentido, agarrando su batuta para intentar pronunciar algo, pero nada.
—N-No —susurró, cerrando sus ojos—. ¡No, esta vez no! ¡Se que puedo con ello!
Agarró la batuta con sus dos manos. Estaba harta de no poder hacer nada, harta de que los demás sufrieran y fueran los que la protegieran. Por ello mismo abrió sus ojos. Brillaban en un color blanco junto a las notas que salían a su alrededor, pronunciando unas palabras en un idioma que jamás había aprendido:
—¡Milosdis die lai niosgailgis!
Una sinfonía tan hermosa salió de su batuta. La dejaba incluso hipnotizada ante la belleza de los instrumentos que la rodeaban. Movió sus brazos mientras la canción sonaba por los oídos de esas anomalías que se quedaron paralizadas. El triste sonido del violín que expresaba su dolor mediante notas que perforaban sus corazones.
Sí, esos seres poseían un corazón, algo que a Rima le sorprendió, pero no solo eso... ellos lamentaban una vida que tuvieron de verdad.
Creyó que esas anomalías no tenían voluntad, vida, corazón u alma, pero se equivocaba. Escuchaba sus corazones invisibles que explicaban una historia donde revivían ese fatídico día bajo las manos de una mujer que miraba a todos con los ojos poseídos por los números.
Se alejó al saber esto, temblando sin parar hasta que su espalda chocó contra alguien. Levantó su rostro, viendo encima suyo a Eón que le miraba con interés.
—Tú no deberías saber nuestra historia, ¿o es que acaso eres tan curiosa por saber nuestros orígenes? —preguntó con cierta rabia. Rima no fue capaz de pronunciar ni una sola palabra—. Qué remedio. Después de todo nuestra historia no puede ser ocultada si algunos fueron testigo de ello o su corazón expresa ese lamento. Eres interesante, pero debo dejarte inconsciente.
Trató de hacerle daño, pero al ser agarrada y estampada contra el suelo, perdió la consciencia.
—No dejaré que conozcan nuestra historia, señor. Casi cometo un grave error —susurró intranquilo. Respiró con profundidad para luego centrarse en lo que le importaba—: Quedan tres.
Yrmax y Lizcia luchaban con fuerza y valor a todas las anomalías que se les acercaban. Juntos brillaban en colores blancos como si una luz estuviera llena de esperanza. Una que motivaba a los guerreros Mitirs luchar en medio de Melin.
Aun con ello, Lizcia no paraba de darle vueltas. ¿Dónde estaba Ànima? No pudieron encontrarla en ningún lado y eso solo hacía que sus sospechas aumentaran.
Seguía luchando con la fuerza que tenía en su interior gracias a la bufanda del cual Mitirga cedió. Con Yrmax ocurría algo similar, solo que con la espada, siendo testigo de un gran poder que no se esperaba controlar. Mataba a las anomalías sin compasión alguna, cortando y dejando un rayo de luz de esperanza que le dejaba sin aire.
«Es tan ligera, precisa y veloz. Siento que incluso me guía —pensó Yrmax, impactado—. No me extraña que Eón quisiera esta espada».
En la plaza central de la ciudad, mantenían su posición, dándose las espaldas. Ambos respiraban con cierta rapidez viendo que las anomalías no aparecían tanto como antes. Fue entonces cuando Lizcia alzó su cabeza hacia la derecha, como si hubiera sentido algo. Abrió la boca con asombro y salió de su posición.
—¡Ànima!
Yrmax vio como corría y por ello la siguió, convenciéndose de que esa espada no podría engañarla de lo que veía. Cruzaron por varias calles las cuales la luz iba desapareciendo, logrando que se preocupara cada vez más.
—¡Lizcia! ¡Frena! —avisó Yrmax.
Pero sus palabras fueron vacías cuando se dio cuenta que su alrededor se volvió oscuro, escuchando una risa a sus espaldas que logró dejarle inconsciente contra el suelo.
—Te dejo a la ciega a ti, Pyschen —pronunció Eón confiado mientras miraba hacia enfrente—. A mí me queda solo el elegido de los Maygards. Será fácil de capturarlo.
No era consciente de lo que estaba pasando, avanzaba hacia delante buscando a Ànima. Pronto la encontró, pero de rodillas al suelo sin poder apenas moverse. Aun así siguió, sintiendo como sus piernas empezaban a pesarle al igual que sus brazos.
Daba la sensación de que el aire que respiraba era más denso, incluso parecía matarla con varios objetos afilados. Tuvo que frenar, tosiendo con fuerza mientras todo su cuerpo temblaba, dándose cuenta que en donde se había metido no era la ciudad.
—¿Y tú vas a ser quien me hará tanto daño por torturar a Ànima?
El corazón de Lizcia se encogió al oír esa voz, se sentía amenazada bajo esa presencia que se reía de lo que le hacía. Le era imposible respirar porque su cuello y nariz parecían ser perforados por los objetos afilados, de los cuales intuía que debían de ser agujas.
—Me da asco tu presencia, ¿sabes? Me parece increíble cómo Ànima es capaz de encontrar a alguien similar a Luminosa —pronunció Pyschen con desprecio—. Esa luz que desprendes es desagradable, pero tranquila, me encargaré de que no exista más en ti.
Lizcia, a pesar de esas palabras, se preparó dispuesta a darlo todo.
—Pero no seré yo quien lo haga. —Lizcia sintió tras esas palabras una sonrisa cruel—. Sino que mi propia hermana.
Y por primera vez en mucho tiempo tuvo miedo hacia la única persona que confió desde que la conoció. Por primera vez pudo ver la apariencia monstruosa de su mejor amiga liberarse en un gruñido lleno de dolor, preparándose para atacar bajo el mandato de la mujer que se reía sin parar.
—¡Oh! ¡Esto será tan divertido! ¡Morirás y disfrutaré el momento en el que mi hermana se dé cuenta que es una asesina! ¡Lo gozaré como nunca!
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