Capítulo 32: Recuerdos de un cariño perdido.
El inicio fue por buen camino, Rima lo podía ver cuando Estrofa se mostraba interesada por la historia. Le emocionaba saber que había sido exitoso, pero no debía entretenerse. En medio de la actuación, Lizcia le pidió saber qué es lo que había recordado, Ànima lo intentó, pero le era difícil porque debían centrarse en la obra.
Los espectadores mostraban diversas emociones positivas para Rima. Trataba de calmar sus nervios mientras seguía narrando, mirando a veces a Lasi quien hacía que la música fluyera en un volumen bajo.
Cuando Eymar intervino, varias de las Sytokys se sintieron intrigadas. Las dudas se fueron respondiendo a la vez que verían la aparición de Ànima saliendo del cuerpo de Lizcia. Fue escalofriante, pero vieron que tenían un vínculo especial, formando una armonía lógica.
Siguieron hasta que llegó el momento donde Lizcia tendría en sus manos la bufanda. Cuando ocurrió, Eymar —escondido detrás del escenario—, trató de crear una gran llama a las espaldas de Lizcia para representar a mitirga. Fue difícil controlarlo, pero al hacerlo, pudo respirar aliviado ya que Ànima habría logrado cegarlas de nuevo.
Sería entonces cuando el segundo acto empezó con la historia de Curo y los tres elegidos de los Vilonios. A muchísimas Sytokys les parecía impresionante el valor que tenían los elegidos e imposible que Mitirga pudiera ayudar. T
Al concluir el acto, las cortinas se volvieron a cerrar para dar así comienzo la historia de Xine. El pobre se le notaba muy nervioso por sus movimientos torpes. Los Zuklmers por lo general no solían ser cuidadosos, y menos en un espectáculo. La tensión se veía en sus rocas que se agrietaban, pero esto no era negativo para las Sytokys.
—Es curioso que un Zuklmer intente actuar. Es hasta adorable —comentó una voz que Lizcia pudo escuchar.
—¡La verdad es que solo hace que los admire más! Una pena que su hogar sea demasiado caluroso.
Aplaudían y animaban al Zuklmer quien, avergonzado, intentaba actuar hasta que llegó el momento de realizar su "prueba". Todas las Sytokys se sorprendieron ante la energía y fuerza que tenía. Su determinación y valor demostraba ser un Zuklmer que estaba dispuesto a todo a la vez que ayudar a su raza.
Estrofa miraba con intriga. Le parecía admirable su cuidado por Lizcia y preocupación por los demás. Era increíble para las Sytokys, más cuando sonreía.
—Ah, porque me duelen las mejillas —susurró Estrofa confundida mientras se las acariciaba—. Encima arden... Oh...
Al terminar su acto, Rima sonrió satisfecha. Conseguir el sentimiento del amor no era nada fácil, pero gracias a Xine lo hicieron. Estaban a un paso más cerca, pero aún quedaba espectáculo por delante. Faltaba ver otros sentimientos como tristeza y terror.
—¡Vamos no hay tiempo que perder! —gritó Rima.
—¡Es nuestro turno! —gritó Eymar.
Estaban nerviosos, sobre todo Rima que apenas había practicado su parte. Sus manos las movía sin parar, estirándolas mientras daba pequeños saltos y respiraba.
—Rima —llamó Lasi, acercándose a ella para abrazarla de un lado.
—¿Dime?
—Lo vas hacer bien. Sé que no pudiste entrenar mucho tu parte, pero confío en ti y no tengas miedo, tienes el puesto de elegida ganado —le animó con una sonrisa.
Las pequeñas lágrimas cayeron para al final afirmar con emoción.
Segura, corrió hacia el escenario para que las cortinas se abrieran y con ello empezar. Ambos sentados en el suelo se miraron por un momento para que la Sytoky riera ante la curiosa situación.
—¿Y tú quién eres? Pareces ser una manzana —contestó con una sonrisa amable, una que hizo sonreír a Eymar debajo de su máscara.
—Soy Eymar, el hijo de Oino, el líder y elegido de los Maygards.
Lasi era la narradora. Explicó su pequeño encuentro casual en medio de los bosques que los marcaría de por vida. Eymar, quien habría disminuido su tamaño para simular ser un niño pequeño, explicó sus orígenes a la joven.
Saber que se había encontrado con un Maygard era un hecho fascinante para la Sytoky. Lo miraba con admiración mientras veía sus demostraciones con la magia y explicaba cómo funcionaba su raza.
Muchas de las espectadoras prestaron atención porque desconocían a los Maygards, de hecho, muchas les tenían cierto temor por su apariencia y poder.
—Se dice —habló Eymar—, que nuestro elegido acabó suicidándose para evitar hacer más daño a los suyos ante un poder que no podía hacer frente.
—Eso es horrible —murmuró Rima—. Por ello se dividieron los Maygards, por miedo.
—Exacto. Solo ayudamos si es conveniente, algo que quiero evitar porque antes no era así —comentó para luego mirar hacia un lado—. Por Ayan. No puedo quedarme más tiempo.
—¿Por qué no?
—Mi padre se va a enfadar —respondió mientras se levantaba.
—¡O-Oye, espera! —gritó Rima. Eymar se giró por un momento—. Nos veremos más veces, ¿no?
Eymar, retiró una pequeña parte de su máscara, sonriéndole solo a ella. Esto generó muchas reacciones de golpe.
—¡Le enseñó su cara! —gritó Curo—. ¡Y a nosotros no!
—¡Cállate, Curo! —susurró Xine.
Ànima cruzó sus brazos.
—Son como Romeo y Julieta, aunque no tienen un final tan triste.
Curo y Xine la miraron de reojo.
—¿Quienes? —preguntaron a la vez.
Se quedó en silencio durante unos segundos para al final negar con su cabeza. No comprendía porque decía esas palabras, era algo que ni ella misma solía decir, como si su propio subconsciente lo pidiera.
Mientras tanto, en las gradas donde estaban las Sytokys, no paraban de murmurar sobre la actuación vista, entre ellas Estrofa.
—Mírala, y me lo tenía muy bien oculta esa historia. Quien me iba a decir, Rima teniendo un posible novio, encima un Maygard.
—No la veía tan cotilla, mi señora —murmuró una de las guardias.
—Un buen cotilleo nunca viene mal.
Al concluir la escena, daría paso a lo que sería el viaje de los elegidos, siendo así la historia que estaban viviendo. No solo eso, también a la historia de Rima, uno que sus compañeros no sabían al igual que algunas Sytokys.
Mirando con decisión a Lasi, dejó que empezara tocar una larga y bella melodía.
Tomó un paso enfrente y comenzó a explicar quién era, su origen como Sytoky y el orgullo que tenía por ello. Todos, incluso los elegidos, estaban atentos a sus movimientos. Bailaba con elegancia, pasos lentos y dramáticos en los que se mantenía quieta por unos segundos, logrando narrar ella misma la historia.
—Desde pequeña he admirado a mis padres. Émilea y Partreo eran los mejores en el baile, canto, actuación. Así como componer las canciones más bellas que una Sytoky podía conocer.
A sus espaldas, figuras aparecían en colores morados y azules. La apariencia de Émilea era hermosa. Cabello largo y cuidado junto a una vestimenta muy bien cuidada, similar a la que tenía Rima. Con Partreo, su apariencia era un poco más ruda, pero con una permanente sonrisa que hacía de él un hombre hermoso de cabello corto y pantalones largos, dejando al descubierto su pecho.
—Los admiraba. Los amaba. Quería ser como ellos, aprendía siempre a su lado, pero no lo hacía sola, porque al ser profesores, también enseñaban a otras Sytokys. Entre ellas a Lasi.
Apareció a su lado para bailar juntas. Notas musicales salían a su alrededor donde la música brillaba en colores blancos y violetas.
—Dieciséis años tenía.
—Dieciocho, en mi caso —añadió Lasi.
Y ambas frenaron su baile.
—Hasta que una de las clases lo cambiaría todo —pronunciaron a la vez, provocando que la canción cambiara a un tono más grave.
—Fue un día tranquilo.
—Practicábamos como siempre nuestras actuaciones, canciones y bailes —continuó Lasi.
—Mis padres nos enseñaban con entusiasmo. Eran clases particulares. Especiales solo para nosotras.
—Y eso para mí, era un honor al ser la mejor amiga de Rima.
—Más que eso, Lasi. Una hermana —añadió Rima, sonriendo con dulzura.
Ànima sintió un puñal en su espalda. Cerró sus ojos por un momento para concentrarse y seguir mirando.
—En esa noche hermosa donde nuestros esfuerzos estuvieron presentes por mis padres. Una oportunidad se me habría presentado.
—Se dice que, a los dieciséis años, a las Sytokys se les da su primer instrumento por parte de sus padres —continuó Lasi.
—A mí me dieron una flauta dulce que aún conservo —habló Rima, moviendo su mano derecha para que de pronto, un instrumento apareciera en su mano— y que tocaré con gusto.
Lasi se quedó detrás de Rima, viendo como tocaba y bailaba con elegancia. Era ver a una mujer mayor que tenía la experiencia consigo. Una elegancia vista en la que parecía que la luna y las estrellas la acompañaban. Respiró hondo y narró:
—Desgracia fue que ese día, cuando recibió el regalo, la noche cambió a una tenebrosidad poco vista. Ese día, sus padres sufrieron la desgracia que todos han vivido en Codece. Las aberraciones salieron desde sus escondites, y con ello, atacaron a todos los presentes.
De pronto, Rima cayó al suelo. Lasi ante esto, se acercó de inmediato y se puso en una posición defensiva.
—No... —Su voz se trabó por un momento. Lasi no pudo evitar temblar mientras las lágrimas salían.
—No pudo defender a mis padres —continuó Rima en un murmullo. Lasi la miró de reojo—, pero sí a mí.
Y cuando el peligro terminó. Lasi, con un nudo en su garganta y con las manos temblorosas, le habló como la vez que tuvieron ese accidente:
—Vámonos de aquí... juntas.
Todos los presentes sintieron dolor y terror al comprender lo que habían vivido, pero quien más lo vivió fue Ànima. Escuchaba sin parar el llanto de una joven que chillaba unas palabras llenas de angustia y dolor. Tuvo que cubrir sus oídos, intentando calmarse, pero su actitud lograba llamar la atención de los demás.
—Estoy bien. Lo siento —murmuró, sentándose de rodillas al suelo, dejando de escuchar el chillido—. Puedo seguir aquí escuchando, no os preocupéis.
Pero por mucho que dijera, sus rostros llenos de angustia dejaban en claro su preocupación por ella.
Cuando Lasi y Rima se levantaron del suelo, Rima no dudó en tocar una canción calmada de su flauta. Hipnotizaba sus precisas notas, más cuando del instrumento que dejaron asombradas a todas.
—Son blancas —susurró Estrofa con asombro—. No moradas, azules o negras. B-Blancas —tartamudeó, mirando a Rima—. ¿A quién le pediste bendición, Rima?
Al terminar, se inclinó ante ellas, recibiendo varios aplausos que lograron emocionarla. Aun con ello, contuvo sus emociones porque la actuación no había terminado. Se marchó con elegancia, reuniéndose con los demás.
—Bien. Creo que salió bien.
—¡Salió de maravilla, no digas tonterías! —intervino Lasi, abrazándola con cariño—. Venga, nos toca la parte más complicada. ¡Chicos, a moverse!
Los demás se movieron formando un bullicio que Ànima no pudo escuchar. Cuando intentó levantarse, Rima se lo impidió con sutileza, mirándola con una sonrisa.
—Apareces al final, es necesario que reposes y no llores, lo que viene después puede causarte muchas emociones —explicó Rima.
—¿T-Tanto? —preguntó Ànima.
—Si logramos hacerlo bien, es posible que puedas recordar gran parte de tu pasado —comentó mientras miraba a Lasi—. ¿Confías en nosotras?
Y por un momento las apariencias de las dos Sytokys cambiaron sin previo aviso. Por fin pudo ver la apariencia de dos niñas, viéndose reflejada en quien parecía ser la más mayor. Asombraba saber qué ojos tenían, cabello, vestimenta, piel... todo.
¿Por qué la niña se asemejaba a ella?
—C-Claro—susurró Ànima.
Cuando llegaron al escenario, explicaron su historia que no duró mucho porque estaban cerca del final. Las Sytokys que observaban tal actuación se dieron cuenta de que Ànima no se encontraba y esto se debía a que pronto tendría su acto.
—Tu turno, Ànima —susurró Rima.
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Uno que no se hizo tardar.
—Rima —susurró Lasi—. ¿Estás segura que podrás hacer su canción?
La miró de reojo con una sonrisa confiada.
—Es similar a nuestra magia. Quiero creer que es de la deidad que te comenté.
—¿Sensibilidad? —preguntó Lasi.
—Sí. No sé mucho sobre ella, pero dicen que es la madre de la música y los sentimientos. Quien compuso la canción, sabía cómo hacerlo a la perfección.
—Pero sola no puedes.
—No, pero a tu lado sí.
Lasi respiró hondo, para al final afirmar con su cabeza.
Vieron como Ànima se sentó de rodillas en el suelo. Todo su alrededor se volvió oscuro para así dar comienzo a la melodía.
Movieron sus brazos y manos, escuchando la canción triste que permitió el cambio del escenario donde todos se vieron involucrados. Era un bosque en el que las hojas de su alrededor se habían vuelto unas frívolas, tanto que algunas tuvieron que cubrir sus brazos mientras que otras aguantaban como era el caso de Estrofa.
Ànima miraba a su alrededor como si fuera una niña pequeña que vería por primera vez el exterior. Se levantó con cuidado para poder tocar con sus manos lo que sería una de esas hojas a la vez que una voz inocente y débil la llamaba, pero no por su nombre.
Intrigada, siguió esa voz hasta que tropezó contra algo que no pudo identificar, cayendo en un vacío infinito en el que no podría recuperarse ni moverse, pero que seguía escuchando la canción que calmaba sus males.
Cuando su cuerpo logró relajarse, sintió algo cómodo en su espalda, algo similar a una cómoda cama. Respiró con lentitud, escuchando unas palabras que la dejaron helada:
—Ànima fue lo que algunos consideran como una raza despreciable. Ànima en su anterior vida fue una humana.
Asustada, abrió sus ojos y se vio en un lugar muy distinto. Encerrada en cuatro paredes de colores verdosos con demasiados objetos que le costó procesar.
¿Qué eran esas imágenes colgadas en la pared? ¿Y esa mesa de escritorio junto a un montón de libros de gran tamaño? ¿Por qué tenía ese armario con ropa organizada? ¿Era su propia habitación?
Sus ojos pudieron procesarlo al igual que su cabeza alterada. Miró todo lo que tenía, empezando con el escritorio de madera descuidado que sostenía varios libros, lápices y bolígrafos junto a un ordenador encendido. Se quedó pensativa, dándose cuenta que en la habitación donde se encontraba era de una estudiante.
—Esto ¿es mío? —se preguntó en un murmullo.
En ese escritorio se encontraban algunas fotografías pegadas con celo. Miró con atención, encontrando un grupo de amigos en el que siempre se veía a la misma chica de cabellos castaños con una sonrisa de oreja a oreja. Unos estaban en la playa, otros en una fiesta, otros en una calle que tenía cerca de donde vivía.
«Esa... ¿Esa soy yo? —se preguntó para luego ver sus manos. Su piel no era gris, sino una similar a los Mitirs—. Mi cuerpo».
Buscó con sus ojos un espejo, que había al lado del armario. Al verse, escuchó las pulsaciones de su corazón angustiado ante las preguntas que aparecían sin parar.
—Soy yo —se dijo convencida—. Soy una humana. Una joven de... Dieciocho años. —Giró su cabeza a un lado—. Y estaba con mis amigos. Fui con ellos de vacaciones por mi hogar. La tierra.
Vestía con una camisa blanca de botones, una falda pequeña de color negro y unos calcetines largos grises. Se quedó anonadada, observando cada rasgo de su rostro. Las ojeras presentes junto a unas mejillas y ojos rojos.
—No tuve buena noche. Empiezo a recordarlo —habló en un murmullo—. Recuerdo como esa noche tuve una charla con... ¿Con quién?
Se giró y vio los discos musicales junto a los posters de diversos artistas. Pink Floid, Queen, David Bowie, The Police y varios más. Entre medio se encontraba con algunas imágenes colgadas.
—Mi familia —susurró, acercándose hasta ver mejor las fotos—. Margara. Marco.
Observó con atención sus facciones. Las de su madre eran delicadas junto a su cabello rubio. Vestía con una ropa de verano. Las de su padre eran más duros junto a unos ojos marrones y cabello canoso. Era mayor, pero tenía siempre una sonrisa a pesar de tener un trabajo duro como albañil.
—Aunque estábamos en Francia ese día. Sí. Mi madre nos llevó a su hogar y conocimos Paris. Mi padre la conoció allí siendo él de Tarragona. Y... vivíamos en Andorra.
Y, por último, se fijó en la última persona miembro de su familia. Ojos bañados en una negrura preocupante junto a un rostro molesto.
—Ella... nunca disfrutaba de nada. Intentábamos todo por ella. Intentábamos hacerla feliz, pero tenía. —Miró bien la foto, encontrándose con el bastón en sus manos—. Un problema en sus piernas.
Miró otra foto. Eran solo ellas dos. Ella sonreía mientras la abrazaba.
—Es mi hermana menor. Su nombre... Su nombre era...
—¡Radow! ¿Estás bien? ¡Recuerda no dormirte que tu hermana regresa pronto de su primer día de clases! —gritó su madre.
—¿R-Radow? —se dijo en un susurro.
Ese nombre resonó en su cabeza, observando las imágenes que tenía colgadas en la pared que había enfrente de su cama. Se fijó en su hermana. Sus cabellos castaños y cortos tenían un corte específico, un mechón en medio de sus ojos, dejando así un aura de misterio. De normal vestía con sudaderas de colores verdes oscuros junto a unos pantalones tejanos y unas deportivas.
Giró la fotografía.
—1990 —pronunció en alto—. Ahí tenía dieciocho años y ella dieciséis.
Dejó la fotografía para mirar otra. Su hermana nunca sonreía, no había un momento donde pudiera mostrar al menos una pizca de felicidad.
—Solo lo hacía cuando estaba sola —recordó Ànima, dejando la fotografía para moverse hasta encontrar el pasillo que daba paso a la habitación de su hermana.
Tragó en seco.
—Tu habitación —se dijo convencida mientras caminaba—. Jamás me dejaste entrar.
Era un gran contraste de colores a diferencia de la suya. A su hermana le encantaba estar sumida en esa oscuridad cuando escuchaba música de su reproductor. También tenía su propio armario y escritorio con algunos libros.
—Jamás hacías la cama. Te daba vagancia. Jamás organizabas tus cosas, pero tus libros, figuras y películas las tenías siempre guardadas.
Se acercó a su armario con cuidado y empezó a mover una por una.
—Películas de terror. Las clásicas y Slashers. —Suspiró—. Te decíamos que no las vieras. —Las dejó a un lado y miró los libros—. Y obviamente libros de fantasía y terror.
Siguió mirando hasta que en medio encontró una foto que la hizo fruncir el ceño. La agarró con cuidado, viendo que era solo la habitación en medio de la noche con solo una luz brillante de color azul.
—No es nada más que su lámpara.
Se levantó, aun con la foto en su mano para luego mirar su escritorio. Libretas estaban sueltas por todos los lados, pero todos tenían el mismo nombre.
—Paiphire.
Y nada más pronunciar el nombre, la foto empezó a brillar.
—¿Q-Qué? —La miró con atención, viendo que la luz dentro de la imagen se movía como parpadeos constantes—. ¿C-Cómo? ¿Q-Qué has...?
—¡Radow! ¿Estás ahí? ¡El bus ya llegó!
Soltó la foto. Lo vio. Le había visto. Gritó por sus adentros mientras salía corriendo de la habitación y bajaba por las escaleras.
—¡Radow! —gritó su madre desde la cocina, intentando detenerla, pero no sirvió de nada cuando estaba cegada en lo que había visto.
«Estuvo ahí de antes —dijo mientras salía de la casa—. ¡Estuvo ahí! ¡1990! ¡Ese fue el día que apareció!»
Abrió la puerta de sopetón, viendo en el otro lado de la calle a su hermana pequeña. Tenía la cabeza cabizbaja, como si se encontrara adolorida ante ese día de clases, aunque en verdad Ànima recordaba bien las palabras que le diría y que en su momento no comprendió... pero que ahora le cobraba más sentido.
«Ese día estuviste ahí —se dijo Ànima—. Conocías su destino. De alguna forma lo hacías. La engañabas desde ese entonces. La usabas a tu favor».
Sus recuerdos fueron cada vez más nítidos mientras veía ese cuerpo humano cambiar a uno del que reconocía. Tragó saliva con dificultad al saber que esa mujer que siempre la atormentaba en sus recuerdos era en verdad su propia hermana.
Respiró angustiada, deseando contestar, pero cuando alzó su rostro, vio a alguien al lado de su hermana sonreír con malicia, esperando su reacción.
—Deja a mi hermana en paz —exigió Ànima.
—No, no me apetece —comentó divertido—. No eres nadie para decirme que debo hacer.
—¿¡Dónde está mi hermana?! —gritó sumida en la ira.
—¿No lo recuerdas?
Cuando quiso pronunciar algo, el pitido de un camión logró captar su atención, provocando que los recuerdos traumáticos de Ànima volvieran.
—Yo provoqué ese accidente.
El corazón de Ànima frenó, viviendo ese momento en cámara lenta.
—Yo hice que ese camión no pudiera frenar.
Derramó esas lágrimas negras llenas de desesperación. Trató de levantar su brazo derecho en dirección a su hermana.
—Yo hice que tu hermana te odiara y acabara cumpliendo ese deseo oscuro que jamás expresó.
Intentó saltar hacia ella, estirando su brazo derecho para salvarla, pero la figura de su hermana se iba desvaneciendo en un humo grisáceo a la vez que se escuchaba las risas del que disfrutaba de su sufrimiento.
—¿Qué puedo decir? Soy capaz de ver las verdaderas intenciones de los demás, y tu hermana deseaba acabar con la vida de tanta gente —continuó, viendo como Ànima era manchada por la sangre de su hermana. Sus lágrimas mancharon su rostro en una viscosidad que despertaba un sentimiento que intentaba controlar—. Le di una vida que siempre deseó, algo que tú jamás pudiste darle. Darle el poder que necesita para ser la diosa de la que muchos conocen.
Sentada de rodillas en ese escenario cambiante, solo pudo escuchar sus palabras. Se reía de su desgracia, viendo cómo el poder de Ànima empezaba a tomar una forma que deseaba ver en acción.
—¡Yo, he decidido su destino! ¡Y tú no puedes hacer nada para recuperarla! ¡Nada!
Su alrededor era incomprensible para los ojos humanos. Todo cambiaba a colores distintos, como si se encontraran dentro de un ordenador corrompido. Colores que parpadeaban en un tono chillón que a más de uno le podía generar un gran dolor de cabeza, aunque no para él, quién era el dueño de ese mundo.
—¡Demuestra qué eres capaz de hacer, Ànima! ¡Me han dicho maravillas y solo he visto una fracción de tu poder! —gritó entusiasmado, mostrando su sonrisa cruel mientras levantaba sus brazos con confianza—. ¿¡O es que acaso no quieres recuperar a tu hermana?!
Las provocaciones hicieron que el corazón de Ànima se consumiera en una oscuridad difícil de controlar. En medio de ese mundo, escuchaba el grito de almas condenadas por las manos de su hermana. Su cuerpo inmóvil solo podría escuchar esa tortura junto a un nombre del que le provocaba tormento, aunque en verdad no era la única que vivía eso.
En el escenario, los testigos solo pudieron ver una parte de la historia, cuando mostraron la historia humana que tuvo junto a la pérdida de su hermana. A muchas de las Sytokys presentes les dejó atónitas tal hecho.
¿Aquella diosa fue una humana?
Desconocían del sufrimiento que tenía que pasar, las provocaciones del hombre que se reía de su actitud. Todos los demás intentaban levantarla del suelo, sin ser conscientes de lo que estaba atravesando, a excepción de Lizcia.
De alguna manera, se daba cuenta que su aura era cada vez más monstruosa.
—C-Chicos... —murmuró Lizcia.
Los demás no escucharon sus palabras porque Ànima empezaba a derramar su oscuridad en el escenario donde se encontraban, formando un charco que iba extendiéndose.
—N-No sé si ha sido buena idea...
Rima miraba hacia Ànima con una gran intranquilidad en su cuerpo, quería calmarla con alguno de sus poderes, pero no servía porque la oscuridad bloqueaba su interior. En medio de esa duda, Lizcia la abrazó, deseando despertarla y calmarla.
El problema era que la ponía más tensa cuando recordaba lo que había perdido. Ànima reflejaba a Lizcia como si fuera su hermana, dándose cuenta que durante todo este tiempo se había comportado como una hermana mayor para ella.
—¡Cerrar las cortinas! —decidió Rima.
Ante tal mandato, Curo fue el primero en apurarse, pero sus acciones frenaron cuando escuchó el grito de auxilio, aunque no fue el único. Todas las presentes vieron que las aberraciones habían sido capaces de traspasar la defensa de las Sytokys. Estaban en Synfón.
—No puede ser, ¡Eymar, Curo, Xine! Necesito vuestra ayuda —exigió Rima.
Lizcia se alejó para pedirle a Ienia que le diera su bastón. Al hacerlo, Ànima pudo levantar su rostro por unos segundos. Su realidad era mezclada por su primera vida junto a la segunda vida.
La luz que poseía Lizcia era excepcional, podía generar una esperanza que a cualquiera le daría una fuerza anormal. Ànima lo veía, sentía que podía controlar esa oscuridad para poder actuar con prudencia, pero cuando hacía el mínimo gesto, veía como esa luz se quebraba por esos mismos errores propios de un ordenador. Corrompiendo su alrededor hasta llegar a Lizcia. Escuchó esa risa cruel, viendo a varias aberraciones acercándose a Lizcia con tal de contaminarla y envenenarla.
—Solo será mi último aviso —volvió hablar la Voz—. Olvídate de tu hermana y haz lo que mejor se te da hacer. Suicidarte.
Al terminar sus palabras, ese fondo blanco sería destruido, viendo a su hermana gritar por ayuda. Ànima abrió su boca para pronunciar un nombre:
—¡Pyschen!
Resonando en toda la ciudad.
Las presentes se quedaron heladas por lo que ocurría ahora mismo. La voz mezclada con el odio y el dolor fue algo que jamás olvidaron, menos cuando vieron a Ànima liberar su poder en una forma monstruosa.
Lizcia fue la primera que se giró. Ya no estaba sentada de rodillas, sino que estaba abrazándola con fuerza, protegiéndola de las aberraciones que iban hacia ella. Asesinó a todos con una brutalidad que vieron a excepción de Lizcia.
—¡No voy a permitir que mates a nadie más! —chilló, cegada por la furia—. ¡Yo soy tu enemigo! ¡No ellos! ¡A mí es a quien buscas y te juro que seré ese monstruo que tanto deseáis ver!
Sus palabras generaban un terror horrible, pero para Lizcia le creaban una protección inusual. Confiando en la oscuridad que Ànima le había pedido, se dio cuenta del verdadero poder que tenía y como era capaz de acabar con todo aquello que la desafiara.
—Ànima...
En cuestión de segundos dejó de sentirse abrazada, sentándose en el suelo de hierba. Ignoró las palabras de sus compañeros que les preocupaba la salud de Lizcia. Ahora mismo estaba angustiada por la de Ànima.
—¡C-Chicos! ¡Tratar de llevar a Ànima hacia la ciudad, así podremos eliminar todas las aberraciones! —decidió Eymar con valor, aunque en verdad se encontraba temblando al ver a Ànima con ese abrumador poder.
Los demás obedecieron, acercándose a ella a pesar de estar asustados, logrando llevarla hacia la ciudad donde acabarían con las aberraciones. Eymar, Ienia e Yrmax en cambio, se acercaron hacia Lizcia.
—¿Estás bien? —preguntó Yrmax.
—S-Sí —murmuró Lizcia—. ¿Ànima? ¿Está bien? ¿Dónde se fue?
—La llevamos a la ciudad, podemos aprovechar ese estado de ira que tiene para matar a las aberraciones de la ciudad —explicó Eymar.
—... Llevarme con ella.
—Pero es...
—Llevarme con ella, no le será suficiente con las aberraciones. El odio que tiene no es a ellas, ¿no escuchasteis a quien odiaba? Pronunció su nombre, Pyschen. Debe de ser la que bloqueó sus recuerdos, quien la torturaba, alguien que no se va a presentar porque es una cobarde.
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