Capítulo 25: Restaurarse.

Oía las voces de su alrededor mientras que Yrmax intentaba levantarse, pero le dolía todo. Abrió sus ojos con cansancio, viendo a una de las sirvientas que presenció su despertar.

—¡Su majestad! —gritó Eila, su voz dejaba en claro la angustia que sentía.

Yrmax les daba vueltas a esas palabras. "Su majestad". De ahora en adelante le tocaría escucharlo seguidamente porque su padre era un impostor.

¿Cómo pudo haber ocurrido eso? Sabía que su madre había muerto por causas propias de la vida, pero ¿su padre? ¿Cómo murió? ¿Acaso fue ese virus? Desconocía tantas cosas que la rabia le consumía por dentro a la vez que la enfermedad le mataba poco a poco.

—¿Cuánto he dormido? —preguntó agotado.

—Toda una noche.

Puso su mano en la frente cansado y preocupado. Tal gesto puso tensa a la sirvienta porque había visto manchas azuladas en los brazos del nuevo rey. Eran rectángulos que con sus líneas iban consumiendo su cuerpo.

—Su majestad, debe descansar. Su enfermedad ha ido a peor y no podemos permitir que eso ocurra. Ahora es el único de su legado ante ese gran inconveniente, ese ser que se camuflaba bajo la apariencia de su padre, ¡pero no se preocupe! Los caballeros han logrado retenerle, lo tienen encerrado.

El corazón de Yrmax bombeaba con fuerza, abriendo sus ojos en demasía.

—Llevarme —pidió.

—Pero su majestad, usted está en muy grave estado y si va hacia ese ser es posible que le siga haciendo daño —contestó intranquila.

Era cierto, pero a su vez sentía que esa enfermedad procedía de ese ser. Podría acabar inconsciente, pero le daba igual a estas alturas. Quería respuestas y si lo tenían en sus garras era el momento para interrogarlo antes de que fuera peor.

Se sentó en la cama, un gesto tan simple como ese era como si el alma fuera capaz de hacerlo, pero no el cuerpo. Respiró angustiado, sus manos sudaban sin parar y sus ojos empezaban a temblar por el temor a la muerte.

—Sí, llevarme —respondió débilmente, viendo como su sirviente aún dudaba—. Eila, tranquila, no te preocupes por mí, ahora mismo nos importa saber la verdad y saber dónde está mi padre.

Decidió llevarle a donde se encontraban todos. Yendo hacia las celdas, vieron en la entrada cómo los guardias vigilaban.

—No debería estar aquí, su majestad, su salud puede peligrar —habló uno de los guardias con firmeza.

—No me voy a quedar de brazos cruzados, deseo saber la verdad aun sabiendo que es arriesgado.

Bajó por las escaleras hasta que pudo verlo. Estaba apoyado contra la pared de la misma celda que Yrmax estuvo encerrado. Sonreía confiado con sus brazos cruzados, prestando atención a quien era el nuevo rey.

—Ah, esto era lo que me interesaba —murmuró Eón, divertido.

Yrmax le miró de reojo, manteniendo las distancias. Era rodeado por los guardias que lo protegían de cualquier ataque que hiciera.

—Vamos a aclarar una pequeña cosa, ¿de acuerdo? —continuó, su tono demostraba una excesiva confianza—. Vuestra defensa es penosa, por mucho que me amenaces tengo ciertos dones que me permiten huir de aquí.

—Entonces, ¿qué haces aquí? ¿Por qué te dejaste atrapar? —preguntó Yrmax con total seriedad.

—Porque aquí tenéis a alguien que me interesa y que tiene importancia para mi líder. ¿Dónde están los elegidos?

—Eso a ti no te importa —contestó Eymar.

—Oh, entonces podemos hacer esto de forma justa o que haya una masacre antes de tiempo. Yo sería prudente y escogería la primera.

Su mirada vacía demostraba ser alguien que no le importaba nada más que cumplir los deseos de un superior. Yrmax tenía claro que debía ir con cuidado si no quería acabar con esa masacre que el otro aseguraba.

—Quieres respuestas, lo sé —continuó—. Para empezar, te diré que no tengo un nombre, en general nosotros no tenemos uno, ni siquiera las anomalías, pero si queréis llamarme el próximo brillo y querido. Eón.

Yrmax mantuvo la calma ante sus comentarios orgullosos.

—Segundo, sé que te preguntas por tu padre y, la verdad fue muy divertido ver su muerte —explicó Eón, viendo cómo Yrmax perdía un poco la compostura—. Cuando tu madre murió y decidió llevarla hacia Mitirga tras la ceremonia, tuvo un encuentro con la muerte, y que gracioso que al final murieron juntos.

Apretó sus puños, haciéndose sangre en estas mientras su cuerpo temblaba.

—Fue entonces cuando pude copiar toda su apariencia. ¿Sabes? Nuestra raza es de las más antiguas. Vivimos ahí fuera sin apenas una apariencia, pero cuando logramos entrar a un código gracias a las anomalías, empezamos a crearnos y podemos tomar la apariencia de alguien por completo. Es una pena que no podamos copiar los poderes y otros factores más, pero igualmente servimos muy bien para engañar.

La respiración agitada de Yrmax dejaba en claro que no iba a contenerse más, pero los guardias, trataron de detenerle.

—Ahora, dime, Yrmax. ¿Dónde está Ànima?

La mención de ese nombre le tomó por sorpresa, y no era el único. Algunos de los caballeros conocían ese nombre y otros miraban confundidos al rey.

—¿Qué?

—No te hagas el idiota, ¿te crees que no lo sé? —preguntó, irritado—. La vez que vi a Lizcia me di cuenta que esa niña tenía a alguien en su interior. Dime, Yrmax, ¿dónde está?

—Eso a ti no te importa.

—¡Oh! No me importaría de no ser que hay dos personas que SÍ le importan. A mí me dieron un cargo que debo cumplir. Por lo que hazme las cosas fáciles y dime dónde está —pidió Eón, mostrándose un rostro más agresivo.

—¿Por qué debería decirle a un asesino y traidor dónde está? Es más, ¿por qué no se lo preguntas tú a esos dos seres que mencionaste?

—Oh no tienes ni la menor idea. —Rio seguro, soltó sus brazos y caminó hasta acercarse a los barrotes de hierro—. Ya no solo es de otro planeta, sino que es una diosa que domina la oscuridad y que necesitamos. Dime... DÓNDE ESTÁ.

Yrmax se negó y se preparó para cualquier ataque, lo mismo harían los guardias. Vieron como nada más agarrar los barrotes de hierro, se consumieron como si fuera ceniza, solo que lo que desprendía eran partículas cuadradas y rectangulares de diversos colores.

—Entonces vamos a pasarlo bien.

Cuando se acercó para darle un puñetazo, la repentina barrera de luz se centró en medio de ellos dos. Eón se apartó rápido para mirar al mago de apariencia firme, vestido con unos ropajes elegantes mientras sujetaba dos báculos.

—Me temo que la respuesta no la obtendrás.

Sorprendía mucho ver como Oino, el padre de Eymar, se encontraba ahí presente para evitar esa pelea. Eón trató de atacarle, pero detuvo rápido sus gestos.

—Puede que nos veamos en otro momento.

Confiado, desapareció rápido como si se hubiera camuflado con el ambiente. Los caballeros se quedaron atónitos mientras que Yrmax se apoyaba contra la pared, agotado por su enfermedad.

—Su majestad —volvió hablar Oino con firmeza—. Me temo que con usted tenemos que hablar sobre muchos problemas y no me agrada saber que obligó a mi hijo ayudar a los elegidos.

—¿No es obvio? Con todo lo que ha visto, ¿no cree que es muy obvio? —preguntó Yrmax molesto ante las palabras de aquel hombre.

—No soy ciego como su elegida, su majestad. Me es una falta de respeto que no me dijera nada, aparte de que mi hijo se está arriesgando ante algo que durante tantísimos años ha estado inactivo. Dominar los seis báculos no es una tontería, tampoco lo es despertar las estatuas que protegen Codece.

—¿Y no cree que es mejor ayudarle o enseñarle? ¿Siquiera apoyar?

Oino miró al otro lado con sus ojos, pensando bien sus palabras. Después le miró de reojo, viendo esos ojos llenos de determinación a pesar de su grave enfermedad.

—Quiero ver si mi hijo es capaz de conseguir ese camino solo como pudo hacerlo el primer elegido. Por lo que no, ni siquiera puedo darle ni una pizca de apoyo. Es su decisión, su camino, un esfuerzo que todos debemos evaluar —explicó Oino—. Nosotros os ayudaremos, claro que lo haremos. Tenemos a todos los Maygards divididos en sus correspondientes zonas e intervenimos si es muy grave.

—Usted no le importa a su hijo —contestó Yrmax sin temor.

—Sí me importa, más de lo que cree, su majestad. Incluso tuve miedo cuando esa diosa liberó parcialmente su poder. No sé por qué Mitirga confía en alguien como ella, pero le aseguro que no voy a bajar la guardia al ser tan buscada y poderosa. No ha visto lo que ese monstruo es capaz de hacer.

Yrmax abrió los ojos en señal de sorpresa.

—Avisaré a mi hijo. Se encuentra aún en Meris, han logrado derrotar a Zuk y ahora tienen un nuevo elegido, Xine, mientras tanto usted. —Le miró por un momento, soltando un suspiro—. Le recomiendo que no se mueva de la cama.

—No me voy a quedar de brazos cruzados.

—Entonces deje que esa enfermedad le consuma al querer ayudarlos —respondió, cruzando sus brazos inferiores—. Uno a veces debe saber su límite.

Desapareció, dejando más dudas en los presentes. Yrmax pensó en las palabras de ese Maygard. Sí, sabía que tenía que poner un límite, pero se sentía mal porque todos estaban actuando y él no debía ser menos.

Eymar pudo ver como varios de los Zuklmers intentaban restaurar Meris, entre ellos, Xine y Ziren. Se veía la admiración en los ciudadanos hacia ellos cuando supieron quién sería el próximo líder de los Zuklmers.

Su cariño entre ellos era como una gran familia, algo que envidiaba Eymar. Jamás obtuvo eso por parte de los suyos. Eran estrictos, cumplían su cargo y no había mucho más allá que informar sobre el estado de cada lugar.

Se miraba con disgusto, escuchando su corazón pequeño protegido.

—¡Uy!

Alguien se chocó con él. Al girarse se dio cuenta de que Lizcia se encontraba con su bastón en mano.

—Buenos días, Lizcia —saludó Eymar.

—Hola Eymar. Perdón por el golpe, los padres de Ziren fueron a hablar con sus hijos. Me dejaron sola, pero quise ver si podía hacer algo —explicó Lizcia.

—Me temo que es difícil ayudar con el peso de esas rocas.

—Ya, me lo dijeron, pero aun así quiero hacer algo.

Eymar observaba su determinación y pureza. Sus mofletes estaban pintados bajo el color carmesí con su cabello castaño y corto que hacían de ella una niña inocente. Fue entonces cuando se percató de un detalle importante, no tenía el casco ignífugo encima.

—¿Te dejaste el yelmo en la casa de Ziren?

—No, ya no hace tanto calor —respondió, moviendo su cabeza hacia la voz de Eymar—. Creo que Zuk generaba muchísimo calor y al no estar ahora la montaña ya no es tan calurosa.

—Tiene sentido.

Mostró una sonrisa que solo él era testigo, viendo como Lizcia,observaba el aura de los presentes, sintiendo una felicidad creciente en su corazón.

—Es muy bonito que se lleven tan bien —murmuró Lizcia—. A su vez parecen sentirse más liberados, como si ese elegido fuera siempre un problema para ellos.

—No siempre lo fue, Lizcia.

—Igual, tenemos a un nuevo elegido, ¡Xine es impresionante en batalla! Juntó todas las rocas en un enorme puño, ¡fue increíble! —expresó emocionada—. Oh, y Ànima fue genial, aunque la noto un poco rara conmigo.

—Está preocupada por lo que ha hecho.

—¿Por qué? Liberó su poder y con ello sus recuerdos, ¿no?

—Sí, pero ha visto a esa mujer y al parecer las heridas de su brazo derecho son agujas que limitan su poder y memoria.

Lizcia abrió su boca, sintiendo una repentina molestia.

—¡Se enterará! Cuando la vea, me aseguraré que reciba lo suyo. No me creo que le haga eso a Ànima, ¿qué problema tiene con ella?

—Suponemos que Ànima tiene algo que ver con las aberraciones y con la historia antigua que hay con Mitirga. Oh, eso me recuerda que debo hablar con todos vosotros. Hay una noticia con el rey Yrmax —recordó mientras miraba hacia Xine y Ziren.

—Oh, ¿Yrmax está...? E-Espera, espera, ¿cómo que rey?

Eymar afirmó.

—Ahora lo sabrás todo, por favor, acompáñame. Tenemos que reunirnos.

Lizcia obedeció, tomando la mano de Eymar —de las inferiores—, con cuidado para acompañarle. Ese gesto simple envolvía el corazón de Eymar en un cariño inusual, como si fuera algún tipo de familiar cercano para ella. Respiró profundamente mientras iban a por Xine y Ziren.

Cuando se reunieron en la casa de Ziren, empezaron con la conversación que muchos les puso en tensión. Era difícil procesar que Yrmax fuera el nuevo rey y que el anterior era un impostor

—Con eso en mente, de lo poco que puedo decir es que la espada no es algo con lo que podamos confiar del todo. Parece ocultar un mal que desconocemos —explicó Eymar.

—¿Más que las aberraciones? —preguntó Xine.

—No lo sabemos bien, pero es probable que sí.

—Deberíamos entonces ir a por las Sytokys antes de que esto pueda ir a peor —sugirió Ànima.

—Deberíamos —repitió Eymar, para luego mirar de reojo a Xine y Ziren—, pero a su vez debemos ayudarles a los...

—No te preocupes —interrumpió Ziren—, podemos apañarnos solos.

—¿De verdad? —preguntó Xine.

—Sí. Aparte, tenéis una gran misión por delante. Teneros aquí atados solo hace que todo se retrase y que los peligros aumenten —respondió Ziren.

—Pero las aberraciones...

—Xine, siento interrumpir, pero toma en cuenta que los Maygards, estarán vigilando Meris, más ante lo ocurrido. Si ven aberraciones, no dudarán en protegerlos —explicó Eymar.

—Siento dudar de tu palabra, pero cuando estaba entrenando, fui atacado por unos y, de no ser que Ànima me salvó, no habría existido —respondió Xine—. Una vez más, siento que dude, pero ante lo vivido, no puedo confiar del todo.

Eymar suspiró en señal de decepción.

—¿Y si los ayudamos lo más rápido posible para ir a la ciudad Synfón? —preguntó Lizcia.

Su propuesta no era tan mala, aunque Ziren no lo deseaba porque sentía que era hacerles perder el tiempo. Por otro lado, Ànima estaba de acuerdo, aunque aclaraba que solo podría ayudar de noche a no ser que entrara en el cuerpo de Lizcia.

—Yo no tengo fallo, Ànima, sabes que te dije que confiaba en ti —recordó Lizcia.

Sus palabras hicieron que Ànima desviara la mirada. Temía de sus acciones, más aún ante lo ocurrido.

—Bien, de ser así, no perdamos más tiempo —pidió Eymar—. Ziren, tú mandas, dinos qué hacer.

Ziren, presionado ante el cargo y al tener que pedir ayuda de los elegidos, explicó lo que debían hacer. De mientras Lizcia y Ànima estarían solas en el comedor.

—Ànima, ¿estás bien? —preguntó Lizcia.

—No. Debo decirte algo y es sobre lo ocurrido ayer.

—Me explicó un poco Eymar —respondió Lizcia, agachándose a su altura para tomar sus manos—. Oye, confío en ti, lo sabes, ¿no?

—¿Cómo puedes decir eso sabiendo lo que he hecho? Más con esa mujer que...

—¡Ànima! —interrumpió con su dulce y decidida voz que sorprendió a la mencionada—. Esa mujer que te atormenta sabrá lo que es bueno una vez que la enfrentemos juntas. Está jugando contigo, pero se dará cuenta que meterse con nosotras no es una buena idea porque le daremos su merecido.

—Lizcia...

—¡Eres increíble! Tienes un poder impresionante, cierto que no lo dominas, pero ¿no que todos estamos igual? Ayer estaba usando la luz de mis manos, ¡luz! ¡Curo incluso lanzó una enorme flecha y Xine también estuvo genial con esos puños enormes! —explicó emocionada—. Todos dimos lo mejor y nos queda aún por aprender nuestras capacidades, pero no por eso debes sentirte mal por no dominarlos.

—Lizcia en mi interior hay un monstruo que vive de los peores sentimientos —respondió Ànima con debilidad—. Cuando recuerdo, toma esas memorias como alimento y se libera.

—Pues aprenderemos a controlarlo, le diremos, ¡monstruo malo, no se hace eso!

Ànima soltó una risa leve, mirando hacia el suelo con una sonrisa que fue desvaneciendo.

—Ànima —continuó Lizcia—, si Mitirga te escogió es porque sabe que, aun con ese poder, eres alguien buena con un gran corazón. No dudo su palabra, jamás lo hago y tú me has demostrado como eres. Cuando te vi en combate, me preocupaste porque no parabas de llorar y, siendo honesta, no quiero que estés así cuando luches, sino que transformes esa fuerza en algo más positivo.

Ànima quiso tomar ese consejo, pero complicado porque cuando recordaba, era azotada por la culpa.

—Juntas podremos con esto, no quiero que pienses que estás sola —siguió hablando, agarrando con fuerza las manos de Ànima—. Unidas se podrá conseguir la verdad, al menos saber una de ellas porque eran dos historias, ¿no?

—Sí, así es.

—¿Y cuál recuerdas? Dime, quiero saber.

Ànima, con un nudo en su garganta, explicó todo. Lizcia, abrió su boca, sintiendo una gran ilusión al saber que conoció a alguien que le daba una gran luz y paz.

—¡Estuviste viviendo una vida muy distinta a ahora! —exclamó asombrada—. Conociste otros seres, aunque no recuerdes exactamente su apariencia, pero ¡lo hiciste!

—Sí, pero aun con eso...

—¡Ànima! No debes dejarte llevar por esa parte mala de los recuerdos —interrumpió Lizcia, dejando que la emoción la consumiera—. Míralo de esta forma, estuviste con otros seres y has tenido la oportunidad de ver otros mundos, otras personas... Puede que hayas sido alguien importante para ellos y de ahí...

—Murieron —interrumpió, dejando muda a Lizcia—. Y al parecer no pude hacer nada para...

—Entonces toma ese error como algo para aprender —interrumpió Lizcia segura, sorprendiendo a Ànima—. Mira, yo por ejemplo cuando mi madre se enfadaba conmigo, era una forma de aprender para hacer las cosas. O con Ienia, que no era tan bruta como mi mamá, pero igual aprendía porque siempre me aconsejaba sobre la vida.

Ànima miró hacia sus manos siendo aún agarradas por Lizcia. Juró que las energías que se mezclaban eran luz y oscuridad, dando vueltas como si formaran una esfera perfecta. Era inusual esta sensación, pero no se quejaba porque Lizcia era una de las pocas que calmaba sus males con esa luz que dejaba entrar...

Y quiso creer porque a lo mejor lograba que Lizcia se sintiera protegida y querida por su oscuridad.

—¡Hey! ¡Vosotras dos! —La voz de Curo llamó su atención, viendo su mano derecha en su cadera—. ¿Os movéis?

Ànima y Lizcia se observaron con una sonrisa.

—¿Vamos a ayudarles? —preguntó Lizcia.

—Pero ya sabes que no puedo salir con la luz.

—No me importa que entres en mi cuerpo, Ànima. Confío plenamente en ti. No olvides eso.

Rebotaba esa frase en su cabeza mientras alegraba un poco su cara. Apretó las manos de Lizcia con cuidado para levantarse del asiento.

—No perdamos más tiempo entonces.

—Oh, no. Ya sé que va a pasar. Me marcho que yo ya vi eso y aun me sigue incomodando. Aun me parecéis raras con vuestras cosas, pero bueno. De plumas inusuales para eso estoy yo —añadió Curo mientras se iba de la casa—. ¡Os esperamos en la plaza!

Ambas rieron y una vez que Ànima entró dentro del cuerpo de Lizcia, salieron. Disfrutaron del soleado día, ayudando a los Zuklmers que se quedaban asombrados por su intervención. Gracias a ello, fue más fácil reconstruir la ciudad.

Al terminar y caer la noche, fueron recibidos por un banquete donde las rocas de distintos sabores era el menú principal. Lizcia veía esto con asombro, pero todos le recordaban que no podía comerlo. Aun con eso, los Zuklmers tuvieron en cuenta su condición y lograron traerles comida comestible.

Ànima pudo salir del cuerpo y ser recibida por los demás Zuklmers que la miraban con asombro y admiración. Sabían lo que había hecho y la trataban como una diosa, pero ella se negaba a ese comportamiento. Solo quería disfrutar de la noche junto a los demás y descansar para prepararse el siguiente viaje hacia Synfón.

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