Capítulo 19: Amable y calurosa bienvenida.

Cuando Xine se distraía con los elegidos, Lizcia observaba la gran muralla que protegía Meris. Los colores eran vivos y contrastaba con el camino de cenizas que el volcán dejaba. Pisarlo no le hacía ningún daño a la armadura, aunque poco duraría porque la resistencia se iba perdiendo.

—Tranquila Lizcia, cuando lleguemos tendrás una de las mejores armaduras de Meris. Promesa de gema Cúlia —respondió Xine.

—¿Gema Cúlia?

—Es una gema de la suerte —respondió con amabilidad.

Meris se parecía a Vilen en cierta medida. En vez de vivir por el interior de la montaña, tenían una amplia plaza llena de tiendas hechas de piedra. Vendían comidas, armaduras y poco más. Sus hogares estaban cerca, rodeadas bajo esa montaña como si fueran pequeñas cuevas.

—En fin, aquí en Meris podréis ver algunas tiendas donde venden comida, ropa para los viajeros como ustedes y no mucho más.

—¿No tienen armas? —preguntó Curo.

—¿Armas? —Xine rio con fuerza—. ¿Para qué armas si tenemos nuestros brazos?

Lizcia pudo verlo. El cuerpo de los Zuklmers estaba hecho de piedras resistentes que podían hasta transformarse en el mineral más duro. También su rostro estaba compuesto de lo mismo, siendo las grietas lo que componían la boca y unas gemas rojizas sus ojos.

—Nuestra fuerza es abrumadora, elegido de los Vilonios. Comprenda que nosotros no dependemos de armas para poder ser útiles, de hecho, somos entrenados desde pequeños para soportar un gran peso y fuerza, más al vivir en una gran montaña donde los terremotos son comunes. Por ello no queremos armas, claro que podemos crearlas, pero para nosotros no nos hace falta.

Lizcia se quedó boquiabierta.

—Vuestras armas son de las mejores para cualquier raza. No me extraña que desde pequeños sean entrenados para ello, entre otros motivos —supuso Eymar.

Xine afirmó muy orgulloso, tanto que puso sus manos en las caderas, escuchándose de unas rocas moverse entre ellas.

—Hay algunos que suelen destacar sobre otros, como es mi caso. Yo nací con el don de poder aguantar temperaturas excesivas que nadie puede, tener una fuerza abrumadora y una gran resistencia —explicó. Curo le miró con la ceja arqueada—. Por ello yo soy un comunicador, pero mañana tendremos la prueba final para poder ser elegidos.

—¿Mañana? —preguntó Lizcia con curiosidad.

—Mañana el elegido que ha estado tanto tiempo dormido nos pedirá superar una serie de pruebas muy difíciles que él tuvo que hacer de joven. Si las completamos, podremos reunirnos con él en persona y con ello ser el elegido... o no —susurró esto último.

—¿O no? —repitió Lizcia.

Xine la miró de reojo un poco sorprendido.

—Eh, si. Bueno... digamos que hay rumores que dicen que el último superviviente de las pruebas, tendría que enfrentarse a Zuk. No es una pelea fácil y nadie la ha superado, por ello él es el único elegido —explicó Xine con cierta vergüenza—. Muchos no lo dicen, pero las familias, cuando se enteran que su hijo es elegido, suele compadecerse de él o abandonarlo.

—¿Abandonarlo?

Xine se quedó en silencio unos segundos para al final negar con su cabeza

—Vámonos a la ciudad y compremos las armaduras para Lizcia y Eymar —saltó de tema con una sonrisa—. Allí nos encontraremos con mi amigo Ziren, podrá hacerse cargo de Lizcia mientras yo os llevo ante el elegido.

—Gracias por tu ayuda, Xine. Es algo que nos incumbe a todos —aclaró Eymar.

—¿Podría saber por qué? —preguntó Xine.

—Sabe que cada cincuenta años hay una condena que se repite, las aberraciones.

Xine dio una palmada con sus manos, tomando por sorpresa el ruido de dos rocas impactando y rompiéndose.

—¡Ah! Pero esos bichos oscuros nunca se acercaron aquí —comentó Xine—. Ellos odian la luz, ¿por qué no iluminan todo?

Curo puso la mano en su cabeza sin creerse sus palabras.

—Ay, de verdad, es un saco de plumas viejas —murmuró Curo mientras retiraba la mano de su cara—. El problema es que las aberraciones, con el tiempo, se adaptan a la luz, por ello generan tanto caos.

—Oh, pues la mejor opción es una roca bien dada en su cabeza para que se asusten.

—No creo que una roca pequeña haga algo —contestó Curo sin creerse las palabras de Xine.

—Oh, no. —Rio confiado—. Esas rocas pequeñas y diminutas son juego para niños, yo digo una enorme roca como la misma que casi le impacta a Lizcia.

Curo le miró sin entender bien su manera de actuar, en general, le costaba entenderle.

—¿Con qué tipo de rocas entrenáis desde pequeños?

Xine puso la mano en su cara, golpeando de forma ligera en su frente, dando a entender que estaba pensando.

—Una roca similar a mi altura, un poco menos, y muy grande como dos Vilonios juntos —comparó.

Había que tener en cuenta que Xine medía dos metros y que era musculoso e imponente. Cuando abrió sus brazos, hizo una comparación de que él podría abrazar dos Vilonios y levantarlos sin problema alguno...

—¿Es una broma? —preguntó Curo, atónito.

—No, desde pequeños nos les entrenan así para que aprendan a mover rocas, partirlas. Luego si quieren pueden destrozar rocas más grandes, como yo estaba haciendo.

—¿Entonces la roca que iba a darme era tuya? —preguntó Lizcia.

—Sí, esa era pequeña y estaba llevando veinte encima mía —respondió sin importancia.

— ¿¡VEINTE!? —gritó Curo.

—Pues sí, lo normal —contestó Xine como si nada.

—Será normal para vosotros, pero tú no ves un Vilonio, Maygard o Sy-

—Los Maygards que protegen esta zona poseen una gran fuerza que les permite levantar unas diez o quince rocas —interrumpió Eymar. Apenas se inmutaba porque lo sabía gracias a su padre y compañeros.

Curo miró lentamente hacia el mago con los ojos y boca bien abierta.

—¿Qué os pasa? ¿Están vuestras plumas bien colocadas?

—Dirás rocas —corrigió Xine.

—¡Lo que sea! ¡Eso no es normal!

Lizcia no pudo evitar soltar una risa leve, sintiendo en su pecho ese sentimiento de admiración que crecía. Quería conocerle más, pero no pudo porque pronto conocería a Ziren, que se encontraba en la tienda donde vendían la armadura.

—Que mis ojos se vuelvan de hielo, ¿Xine acompañado? ¿Y encima de otras razas? ¿Qué es este milagro? —preguntó Ziren con una risa mientras cruzaba sus brazos, apoyado contra la pared de la tienda.

—Tengo varias noticias y necesito tu ayuda —respondió Xine.

Ziren le miró atónito.

—Me pides ayuda, haces nuevos amigos. ¿Dónde está ese Xine solitario obsesionado con entrenar? —preguntó Ziren.

—Me he encontrado con los elegidos, menos la chica, que es una pobre ciega que se ha perdido. Necesita la armadura y un sitio donde descansar.

Ziren era parecido a Xine, solo que era un poco más bajo y no tenía esa corpulenta apariencia. Analizó con calma a Lizciay sonrió con calma para luego mirar a Xine.

—Puedo hacerme cargo, aunque te aviso que a los demás no les hará ninguna gracia —recordó Ziren—. Tienes suerte que a esta hora muchos están echando la siesta.

—¿Siesta? —preguntó Curo.

—Sí, siesta de cuatro horas o más. Dormimos bastante porque por las mañanas madrugamos para realizar nuestras tareas más duras. Luego comemos, dormimos y seguimos trabajando por la noche —explicó para luego mirar a Curo de arriba a abajo, abriendo sus ojos con cierto asombro—. Siento ser rudo. —Puso la mano en su pecho, inclinándose ante el elegido—. Mi nombre es Ziren, un gusto tenerlos aquí.

—Mi nombre es Curo, no hace falta que seas muy formal.

—Yo soy Eymar, si bien es cierto que aún no soy el elegido, pronto lo seré al ser el hijo del líder y elegido de los Maygards —explicó mientras cruzaba sus brazos inferiores.

Lizcia se quedó muda, girando la cabeza hacia Xine quien mantenía sus manos en sus caderas con un rostro serio.

—Supongo que querrás que me haga cargo de ella mientras los llevas con Zuk, ¿no? —preguntó Ziren a Xine.

—Exacto.

—Me parece bien siempre y cuando le digas a Zuk que estoy cuidando de una Mitir —pidió Ziren.

—N-No creo que sea buena idea —murmuró, llamando la atención de los demás quienes lo miraron de reojo—. De hecho, no sé cómo se tomará la presencia de un Vilonio.

—Yo ya te he dicho lo que pienso, tú sabes bien que decidir —contestó Ziren, acercándose a Lizcia. Se agachó a su altura para dar sus manos. Eran duras y ásperas, lo contrario a las manos de Xine que, si bien eran duras, había cierta suavidad en ellas—. Bien, pequeña, antes de comprar, tendrás que acompañarme a una zona para conseguir dinero de nuestra raza, ¿vale?

—¿Está muy lejos de aquí? —preguntó Lizcia.

—No, tranquila —respondió Ziren y miró de reojo a Xine, como si su mirada dijera "me debes una"—. En fin, nos ponemos en marcha, luego nos reuniremos por aquí, ¿no, Xine?

—Sí, mismamente.

—Genial, pues pongamos manos a las rocas —aseguró Ziren, agarrando la mano de Lizcia con cuidado para salir de la ciudad—. ¡Nos vemos!

Lizcia se despidió de los demás, pidiendo a Mitirga que su camino fuera puro y que no tuvieran problemas con el líder.

Xine pidió que los siguieran porque el camino hacia Zuk era complejo. Aceptaron, yendo a un ritmo ligero por el único camino hacia el volcán.

En medio de la subida se encontraron con que el suelo parecía deshacerse y desplazarse por culpa de los ríos de lava. Xine lo veía esto con normalidad mientras que Curo se angustiaba más, mirando de reojo a Eymar. ¿Cómo podía aguantar el calor con esa vestimenta abrigada y su máscara? La poción hacía ciertos milagros, pero esa sensación de asfixia debía de tenerla.

Ya en lo más alto, Curo tenía una presión horrible en todo su cuerpo. Reunirse con el elegido que más años tenía no iba a ser una tarea fácil. Tenían que ir con palabras bien cuidadas y tener el mayor respeto posible.

Xine se puso enfrente de lo que parecía ser la entrada. A ojos de cualquiera pensaría que solo eran unas rocas que componían el volcán, pero para su sorpresa se abrieron, dejando una entrada grande.

—Os seguiré acompañando, pero cuando veáis al elegido, no podré decir ni una sola palabra —aclaró Xine con firmeza—. Hablar, sea algo positivo o negativo, da desventaja. Él no quiere conocer lo que pensamos, lo decidirá cuando sea el momento, es una forma de evitar prejuicios.

—Comprendo —murmuró Eymar, viendo a Curo agitar un poco su ala izquierda con angustia.

—Lo que puedo hacer, antes de entrar, es daros unas recomendaciones personales —continuó. Pensó sus palabras, expulsando un humo rojizo de sus grietas que estaban en su rostro—. Primero, si tenéis miedo, no habléis. Pronunciar palabras con ese sentimiento denotan duda y él no quiere eso.

—Tiene sentido —susurró Curo.

—Segundo, no le interrumpáis. Tiene un ego bastante grande y si alguien le interrumpe puede cabrearse rápido.

—Bien. —Eymar miró a Xine—. ¿Qué más?

—No os asustéis por su grandiosa apariencia, y no lo digo por alabarlo. Se decía que él podía llevar el volcán a sus espaldas y no es de extrañar que eso fuera cierto. Cuando lo veáis lo entenderéis.

Curo se sintió mareado al pensar que sería un coloso de veinte metros. ¿¡Y tenían que enfrentarse a él para ser elegidos?!

—Cuarto, no habléis de Mitirga.

—Pues me temo que no nos queda otra que hablar de ella —comentó Eymar.

—Pues él, no es que la deteste, pero la considera una débil por no haber hecho nada cuando ocurrió ese caos. Quiere creer que no es mala, pero a veces tiene un conflicto propio y recrimina a esa mujer de una manera... —murmuró intranquilo—. Siendo sincero, entiendo que lo haga. Los Mitirs aún no tienen su elegido y dudo que lo tengan con ese rey y príncipe tan extraños.

—El rey es el problema, el príncipe no —aclaró Eymar—, de hecho, lo encarcelaron.

—¿C-Cómo es posible eso? —preguntó Xine.

—Es una historia larga y no puedo contarla ahora como entenderéis, hay mucho que hacer, ¿no crees, Curo?

—Ya. —Curo respiró hondo para al final expulsar el aire—. Luego dirás todo.

—Sí, y a L... —Eymar frenó sus palabras, casi decía el nombre de Lizcia cuando ahora mismo fingía ser una simple Mitir—. Eso... Vamos.

Xine no tomó importancia y entraron por fin. Su piel parecía deshacerse como si sus músculos gritaran auxilio por no poder mantenerse firmes. Era solo una ilusión, pero entrar ahí ya dejaba en claro que no era nada fácil sobrevivir, a excepción de los Zuklmers.

Los brebajes de Eymar no iban a durar mucho por lo que tenían que apurarse.

Caminaron por una bajada poco estable, escuchando el ronquido tenebroso e intimidante de Zuk. Curo estaba alterado, pero lograba controlarlo, aunque sus ojos expresaban todo.

Pronto llegaron hacia una plataforma de roca que se mantenía en pie bajo un grandioso lago de lava. El suelo de pronto retumbó y los tres casi se cayeron de no ser que Xine los agarró en un abrazo para clavar sus piernas contra la plataforma.

Un coloso Zuklmer de unos veinte metros de altura estiraba su espalda y gruñía malhumorado. Vio enfrente suyo a los seres quienes lo miraban con asombro. Cuando analizó bien la situación, empezó a tener un creciente interés.

Los tres se arrodillaron ante él y entre todos ellos, Curo se dio cuenta de un detalle, el elegido no tenía ni una sola grieta en su rostro, por lo que hacía muchos años que no sentía ni ira, felicidad, ni tristeza... nada.

—Hace muchos años que no veo algo igual —comentó. Su voz grave e imponente hizo que Curo temblara hasta llegar a su corazón. Por un momento creyó no escuchar sus pulsaciones—. Xine, entiendo que, si has salvado a ese Vilonio y Maygard es porque son importantes, posiblemente elegidos, ¿no?

Xine solo afirmó con su cabeza.

—¿Sabes? Es interesante porque estas dos razas se despreciaban, pero ver esto ha hecho que me pregunte, ¿qué tan mal está nuestro futuro frente a la nueva oleada caótica de las aberraciones?

«Si supieras solo la mitad de la historia, creo que te parecería incluso divertido», pensó Curo.

—Señor y elegido de los Zuklmers —habló con total respeto Eymar—. Su pregunta no está mal encaminada, nuestro futuro depende de uno de los elegidos más importantes junto a las demás razas. Necesitamos su ayuda ante esta condena que cada cincuenta años nos azota.

—Lo sé muy bien, casi siempre es lo mismo —comentó aburrido—. A mi lo que me interesa es saber cuándo los Vilonios nos devolverán lo que es nuestro, la llave que los Zuklmers tenían y que una de las elegidas robó.

Era turno de que Curo hablara, pero no se sentía nada preparado. Su corazón bombeaba sin parar como si sintiera un terremoto en su interior. Le miró, tragó saliva y habló:

—La imprudencia de una de las elegidas de los Vilonios es imperdonable. Estoy dispuesto a pagar las consecuencias de ello. —Paró, respiró y le miró con decisión—. Pero ahora mismo la llave se encuentra en manos de otra elegida.

Esas palabras no les gustó nada a Zuk. Golpeó con su mano derecha el suelo, causando un gran terremoto en el que Curo, sin saber bien cómo, voló. Eymar sería agarrado por Xine en el aire para poder impactar en el suelo cuando el terremoto cesó.

—¡Esa maldita elegida! ¡Mitirga! ¡No voy a dejar que tenga esa maldita llave y salga de la montaña! ¡Su caos hizo que todos cayéramos en una condena! ¡Me niego! ¡Dame la maldita llave o muere en el acto!

Su actitud caótica no le daba tiempo a pensar las cosas con claridad. Eymar, como mejor pudo, creó dos escudos, uno para Curo y otro para Xine y él, evitando así las piedras que cayeran.

—¡Yo no puedo dárselo, señor! —gritó Curo intentando que el miedo no le afectara en sus palabras—. ¡Debe hablarlo con ella!

—¡Entonces traer a la elegida de los Mitirs para que me dé la maldita llave! —gritó en ira.

—¡Pero señor!

—¡Ahora!

Su grito furioso hizo que una corriente de aire caliente echara a los tres del volcán, saliendo disparados por los aires. Curo logró recomponerse, mirando hacia Eymar y Xine quienes caían sin poder hacer nada.

Voló a gran velocidad para agarrar a Eymar con su mano derecha y a Xine con sus garras, pero al hacerlo, su peso hizo que casi desestabilizara su vuelo.

—¡Ay por todas las plumas, como pesas!

A duras penas logró dejar a Xine en el suelo, sintiendo una gran liberación. Después dejó a Eymar a un lado para al final impactar al suelo y respirar rápidamente.

—Eso fue más rápido que una roca ardiendo —comentó Xine con una sonrisa tímida.

Curo le miró de reojo con ese cansancio reflejado en sus ojos.

—Más rápido que una pluma mojada.

—Yo diría que una roca lanzada por un niño Zuklmer.

—Yo creo que...

—¡Ya, vale! ¡Quedó claro que la conversación no fue nada buena y fue muy rápida! —interrumpió Eymar, poniendo sus manos en su cabeza, masajeándola ante el dolor —. Por todas las Lunas, no sé cómo lo haremos. Lizcia no puede dar la llave, si tiene que hablar con él y ve que no obtiene lo que quiere, la atacará y Ànima no podrá hacer nada para salvarla porque hay demasiada luz.

—Un momento, ¿cómo que Lizcia? ¿La ciega? —preguntó Xine.

Eymar se maldijo. Curo le miró con asombro.

—Pero por todas las plu-

—¡Sí! ¡Lo es! —contestó nervioso Eymar antes de que Curo dijera algo relacionado con las plumas.

—¿Y por qué no lo dijiste? —preguntó Xine—. ¿Cómo una ciega es la elegida de los Mitirs?

—Esa duda fue una de las razones por la que no la dijimos, ¿te lo habrías creído si fuera elegida? El caso es que ella misma decidió no decirlo junto con... ¡El caso es que quería evitar problemas con él porque sabe que es peligroso! —contestó Eymar.

—Oh sí, hay rachas donde los detesta y otras no. Habría sido complicado —murmuró Xine mientras ponía sus manos en sus caderas.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Curo.

—Tendríamos que reunirnos con Lizcia, explicarle todo y ver qué hacer —decidió Eymar.

—Puedo llevaros hasta ella, aunque luego me temo que tendré que irme —avisó Xine—. Nosotros los comunicadores tenemos la prueba para ver quien podría ser el nuevo elegido.

«Que Orgullo se apiade de él», pensó Curo.

—Bien... Gracias, Xine —murmuró Eymar.

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