Capítulo 17: Dejar un prejuicio.

Eymar tenía claro que tardarían un día y medio en llegar a Meris. Tendrían que parar obligatoriamente al poblado de Muisla, del cual pocos Mitirs se atrevían a vivir ahí por el calor y porque la mayoría eran mineros. Igualmente, decían que allí se encuentran los mejores termales y comidas que los Mitirs podían ofrecer.

—Eso habrá que verlo —comentó Curo mientras volaba por los aires, no muy lejos de ellos—. Seguro que no supera la espléndida comida que realizamos ayer.

—Te sorprendería la humillación —murmuró Eymar, centrando su mirada enfrente.

—Como si hubieras degustado la comida de los Vilonios.

—Lo hice, es decente.

—¿¡Decente?!

—Lo dicho, hay comidas mejores. Sin ir más lejos, las Sytokys elaboran unas para los vegetarianos que son deliciosas. Desearía ir allí porque tienen el tipo de comida que suelo alimentarme —explicó Eymar.

—Bah, lo que te pierdes. Aparte, es necesario comer de todo, no puedes ser vegetariano —respondió Curo, mirando a otro lado con sus ojos.

—Dice el que solo come pescado.

—¡Es sano, muy sano!

Eymar le miró de reojo.

—Todo en exceso es malo.

—Dice el que solo como verduras —contestó Curo, transformando su tono en uno más agudo como si se burlara de él.

Lizcia puso su mano en la barbilla y recordó lo que comía cuando estaba con su madre. La sopa aguada sin apenas sabor junto la pasta mal cocida hizo que pusiera cara de asco.

—Mientras sea comestible, mejor —murmuró Lizcia.

—¡Tranquila Lizcia! Seguro que en Muisla podremos disfrutar de una buena comida —aseguró Curo.

—Eso espero, o sino cuando vayamos a Meris.

—Dudo que te guste comer rocas —susurró Eymar mientras miraba a otro lado.

—¿No que comían carnes? —preguntó Curo.

—Sí, aunque se les queme todo.

Curo soltó una pequeña risa, para seguir volando a un ritmo tranquilo. El frío ya no era tan presente por lo que Lizcia podría quitarse esa ropa tan abrigada e ir con una más cómoda. Era un alivio, y ¡qué bueno era sel calor del sol! Sentía escalofríos en su piel y observaba la hierba mostrar su belleza sin esa nieve.

—¿Cómo es el terreno de los Zuklmers? —preguntó Lizcia.

—Uhm, rocas, quemado, lava... Uh, no es de mis favoritos —describió Eymar.

—Podrías ser un poco más específico —contestó Curo un poco irritado.

—¿Qué quieres que te diga? No hay naturaleza ahí por obvias razones. Apenas hay algo que se pueda destacar, solo los animales y las plantas que sean resistentes a tales condiciones —explicó Eymar—. Es una gran montaña que no tiene mucha complicación para subir.

—¿Una gran montaña? —repitió Ànima.

—Sí, es una montaña donde notarás el calor por culpa de los ríos de lava que hay alrededor, y si vas a la parte más alta, es recomendable ir con una armadura ignífuga. Olvídate de llevar ropa de tela u objetos de madera, eso arde muy rápido —explicó Eymar.

—Ir allí no será fácil —supuso Ànima.

—Es totalmente lo contrario a Vilen, pero calma, vengo preparado. —Eymar abrió su chaqueta de colores azules marinos para mostrar varias botellas organizadas dentro de esta.

—Pareces un contrabandista —opinó Curo. Eymar rodó sus ojos para otro lado mientras ajustaba su chaqueta con cuidado—. No, de verdad, ¿acaso los Maygards vendéis pociones?

—Algunos lo hacen para conseguir intercambios justos —respondió Eymar sin mirar a Curo—. Otros los tienen para ellos mismos porque están encargados de vigilar para toda su vida un sitio.

—¿Cómo? —preguntó Lizcia.

—Cuando nacemos estamos destinados a vigilar un sitio, sea el de los Vilonios, Zuklmers, Sytokys o Mitirs. Somos sus protectores. Ayudamos cuando las aberraciones tratan de hacer algo o hay conflictos entre ellos, aunque esto último se dejó de hacer por órdenes de mi padre —explicó y suspiró cansado—. En verdad, hizo todo esto porque teme que haya un mago que conozca todas las magias y quiera hacer el mal.

—¿Por qué? —preguntó Curo.

—Fue por culpa del elegido principal que perdió la cordura. Intentaron controlarle, pero atacó a los Vilonios. De ahí que haya ese prejuicio entre nuestras razas —respondió Eymar, mirándole, algo que a Curo le puso un poco tenso.

—O sea que perdió la cordura —supuso Lizcia.

—Sí, aunque no se sabe bien cómo. Dicen que fueron las aberraciones, pero no hemos visto indicios de ello, tampoco sabemos si fue alguien entre nosotros. No era un problema que un mago quisiera conocer otras magias, en verdad ayuda a no tener prejuicios. Nosotros éramos guardianes, protectores del planeta, viviendo en Mayie, el subsuelo.

» Lo que hacía especial al elegido era elevar las doce estatuas que, con una palmada, creaban un gran escudo que protegía todo.

Lizcia se quedó boquiabierta y se imaginó tal escenario en su cabeza. Fue tanto su asombro que casi se cae de espaldas del caballo de no ser que Ànima logró evitarlo sacando dos tentáculos.

—Ah. L-Lo siento es que e-es increíble —pronunció Lizcia aun con el impacto encima.

—No hay problema —respondió Eymar, mirándola de reojo —. Lo malo es que nadie es capaz de despertar esas estatuas porque se necesita conocer todas las magias y tener una gran fuerza, sobre todo esto porque se debe quedar sentado en un altar situado en el centro del planeta, pero como intuís, ese sitio está más que abandonado.

—¿Todo por miedo a que haya un mago con mucho poder? —preguntó Curo.

—Sí. Cuando antes todos tenían el poder, el verdadero reto era ser capaz de despertar las estatuas, hacerlo ya no solo era un esfuerzo increíble, sino que encima es hablar con cada estatua que protege y cuida a cada raza. Por ello sabían que el elegido no era un loco, sino no le habrían dejado su poder —contestó Eymar, cruzando sus dos brazos inferiores—. Si perdió la cordura debió ser por culpa de algo o alguien que lo llevó a eso.

Lizcia sintió lástima por él. Parecía ser alguien que había luchado durante toda su vida contra las opiniones de los Maygards, en especial su padre. No se quería imaginar el peso que sentía ahora, ¿y cómo se lo tomaría si supiera que los estaba ayudando?

—¡Eh! ¡Estoy viendo el poblado a lo lejos! —anunció Curo.

—Llegamos antes de lo que pensé —murmuró Eymar—. Bien, iremos allí y veremos si hay algún sitio donde descansar. Lizcia, guarda esos ojos.

Su ritmo se mantuvo, llegando hacia el poblado del cual no tardaron en recibir miradas curiosas. Muchos no se lo podían creer, parecía el inicio de un mal chiste, un Vilonio, un Maygard y una ciega Mitir encima de un caballo. ¿Qué estaban haciendo en su poblado cercano a Meris?

Muchos pensaban que podrían ser los posibles elegidos porque vieron la bufanda que Curo tenía. Esto causó un efecto de esperanza, mientras que otros pensaban que eran intrusos.

Pronto llegaron a la posta donde podrían dejar su caballo y pedir una habitación donde descansar. Lizcia y Curo tendrían una habitación porque Eymar no solía descansar como los demás. Con tres horas de sueño le era suficiente para seguir.

Con sus habitaciones ya asignadas, Lizcia fue acompañada por Curo para conocer un poco el poblado. Al no tener sus ojos, intentó describir empezando con las casas descuidadas de piedra, al igual que todo su alrededor.

Lizcia agarraba la mano de Curo con el bastón en su otra mano, sintiendo la presencia de los demás Mitirs. Curo intentaba ignorarlo, pero los nervios lo hacían que se mareara un poco.

Para su pequeña suerte, llegaron a una pequeña tienda donde vendía ropa para los que quisieran ir a Meris. Lizcia se dejó guiar por el criterio de Curo y la encargada, dejándole una armadura no muy pesada.

—Perdón mi curiosidad, pero ¿por qué van allí? —preguntó la encargada.

Curo miró de reojo a la chica mientras que Lizcia sonrió con calma:

—Estamos de exploración, además de visitar a mis familiares que se encuentran cerca de ahí. —Las mentiras de Lizcia no eran muy convincentes, pero al menos era una respuesta que no podía recriminar— .¿Cuánto sería?

—Siete monedas plateadas.

Curo arqueó la ceja, contando las monedas que tenía Lizcia. Solo tenía seis.

—¿Siete? —repitió Curo.

—Sí, siete, en estos tiempos todo se encarece y no me queda otra que subir precios.

—¿Y no haces descuentos?

—Pues... puedo ser comprensiva si me ofreces algo como esa copia barata de la bufanda del elegido de los Vilonios.

«¿Acabo de oír bien?», preguntó Ànima, si pudiera abriría los ojos, pero en este caso lo habría hecho Curo con poca discreción.

—¿Copia barata? —repitió en un tono agudo.

—Sí, la bufanda de los elegidos suele ser más brillante y azulada, la tuya tiene un color azul oscuro feo, se nota a leguas que es una copia. Aun con ello, ¿sabes cuánto podría vender eso? Incluso podría conseguir un poco más de visitas a mi tienda —explicó mientras ponía su mano en la barbilla con una sonrisa interesada.

Curo contuvo sus ganas de contestar, mirando hacia Lizcia que buscaba los bolsillos de su pantalón hasta que pudo encontrar una moneda. La tocó para ver si podía identificarla por su tamaño —ya que la de bronce era más pequeña que la plateada—, pero como los nervios la superaban, decidió dársela a Curo.

—Tenga sus malditas siete monedas.

—Muchas gracias.

Marcharon de la tienda, acelerando el paso hacia la posta. Curo no paraba de susurrar palabras relacionadas con las plumas, aunque dejó de hacerlo cuando se encontraron a Eymar.

—¿A qué viene esa cara? —preguntó Eymar.

—¡Siete monedas! —gritó de golpe Curo—. ¿¡Te lo puedes creer?! ¡No solo eso! ¡Dijo que esta bufanda era una copia!

Eymar vio como sus plumas se levantaban como si estuviera a punto de dispararlas. Mientras, Lizcia sujetaba el casco ignífugo, comprendiendo su textura áspera y dura.

—Normal que lo piense, las bufandas solo brillan cuando el elegido pelea.

—¡A esa señora le haré callar el pico! ¡No sabe lo que me costó conseguir esto para que diga que es una copia!

Eymar suspiro.

—Curo, te propongo algo —murmuró mirando a su compañero—. Ir a las termas y olvidar esos comentarios para relajarnos, ¿te parece?

—Oh, me parece de maravilla, sino voy de nuevo a esa tienda y le monto un espectáculo de plumas.

—Pero con Alex no te pusiste así cuando dijo que mi ropa era cara —recordó Lizcia, poniendo su mano en la barbilla.

—¡Ehh! —Curo miró a otro lado, conteniendo sus nervios—. ¡Con Alex es muy distinto, son años de amistad! ¡No lo entenderías!

Lizcia se quedó muda sin saber qué pensar mientras que Ànima se reía, entendiendo por donde iban los tiros. Por otro lado, Eymar esperó con los brazos cruzados para ir a las termas.

—En fin, que... . ¿Dónde están esas malditas termas?

—Seguirme, anda.

No estaban muy lejos del pueblo y uno allí se podía bañar hasta la mitad de las piernas, aunque no todos obedecían esa norma, como era el caso de Curo que se tiró de una sin pensárselo.

Eymar quitaba sus botas mientras que Lizcia miró su alrededor con asombro. El agua de esos termales se iba evaporando bajo un humo de colores blancos y rojos. A su alrededor había varias rocas redondeadas de gran tamaño donde uno podía dejar su ropa. Cerca había una cueva para cambiarse de ropa una vez que terminara.

Lizcia retiró sus botas y calcetines para recoger parte de sus pantalones y poner la punta de sus pies en el agua. La calidez de esta causó un escalofrío agradable, metiéndose hasta sentarse en el suelo y remojar sus piernas, suspirando aliviada para mirar el cielo.

El atardecer era distinto a los que había visitado. Los colores anaranjados brillaban con una intensidad que Lizcia no estaba acostumbrada, como si a lo lejos el imponente y fuerte fuego deseara quemar el cielo.

—Eymar, tengo que admitirlo, esta idea ha sido muy buena —murmuró Curo, cerrando sus ojos con la cabeza apoyada en una de las rocas—. La verdad es que no sé porque no tenemos algo así en nuestro poblado.

—Capaz porque son aguas frías —supuso Lizcia.

—La cantidad de Vilonios que se atreverían a mojarse en aguas frías por horas son varias, aunque no lo parezca. No como yo o Alex, preferimos aguas más cálidas, aunque tampoco en exceso.

—Pues ya sabes donde llevar a Alex para la próxima —intervino Ànima en un tono divertido e intencional, viendo rápidamente la vergüenza en los ojos de Curo.

—Eh... me lo pensaré —tartamudeó Curo.

Ànima rio, causando más nervios en el Vilonio.

—Ànima, ¿no quieres probar estas aguas? —preguntó Eymar.

—Creo que es un poco arriesgado salir con los Mitirs cerca.

—Te puedo avisar. Tú no te preocupes y disfruta.

Ànima dudaba si salir, pero Lizcia le insistía para que también descansara. Al final aceptó, saliendo con cuidado para sentarse en el suelo y sacar sus botas negras junto a sus medias grises, poniendo el pie derecho en el agua.

—¿Qué tal se siente? —preguntó Eymar.

—Muy bien. No pensaba que sería tan cómodo —respondió mientras ponía el otro pie—. Vaya, uno puede dormirse si se relaja demasiado.

—Como Curo —contestó Eymar mientras miraba al mencionado—. Antes estaba a punto de explotar y ahora está a punto de dormirse.

—Eh, mentira. —Curo levantó su mano derecha para rápidamente bajarla mientras cerraba sus ojos—. O sí...

Eymar negó con su cabeza.

—En fin. Me alegra que este lugar os resulte cómodo, es donde suelo venir cuando la frustración y la tensión me inundan, viene bien para aclarar ideas o... dormir —dijo esto último mirando hacia Curo.

El aire cálido le retiraba la tensión en sus músculos, dándole la fuerza que necesitaba. Podría bañarse entera como Curo, pero aparte de tener vergüenza, no quería ser una irrespetuosa.

Miró su reflejo en el agua cristalina. Aunque solo fuera agua, para Ànima le traía una nostalgia que no podía entender, como si ya estuviera acostumbrada a vivir en estos sitios. Era escuchar las aguas burbujeantes, la brisa cálida impactando en su piel fría y disfrutar de la calma.

Pasaron unos largos minutos, permitiendo aclarar sus ideas a excepción de Lizcia que se recostó en el suelo, quedándose totalmente dormida.

—La llevaré a la cama, no os preocupéis —avisó Eymar, agarrando a Lizcia con cuidado—. Curo, también deberías hacer lo mismo.

—Ah... sí —respondió Curo cansado para luego mirar a Ànima—. Oye, pero ¿no deberías estar dentro de Lizcia?

—Debería, pero puedo quedarme aquí si no viene nadie y pronto me acompañará Eymar, así que no habrá problema.

—Está bien. —Bostezó mientras salía del agua poco a poco—. No creo que sea igual de cómodo dormir que en mi hamaca, pero he disfrutado estar en las termas.

Al salir, se apartó un poco de Ànima para sacudir su cuerpo, saliendo el agua por todos lados. Parecía que sus plumas se habían rejuvenecido. Tras eso, tomó la bufanda, atándosela en la cintura para mirar a Ànima con una sonrisa.

—Cualquier cosa, decirnos, ¿va? —pidió Curo.

—Sin problema, descansa.

Al quedarse sola, miró las aguas termales, viéndose su reflejo una vez más. Al fin comprendía porque la temían. No era normal ver a una mujer que lloraba lágrimas negras junto a una piel grisácea. Se fijó en su vestimenta: un vestido largo y un poco escotado de una escala de grises.

Suspiró mientras estiraba su espalda, escuchando a lo lejos unos pasos.

—¿Todo bien? —preguntó la voz de Eymar.

—Bien, sí, muy relajante, ¿y Lizcia?

—Dormida como un Vilonio. Si escucharas sus pequeños ronquidos te habría hecho gracia —comentó Eymar, sentándose al lado de Ànima, aunque esta vez no reposó sus pies en las aguas termales—. La noche será larga, ¿te importa que te acompañe?

—No hay problema.

Hubo un silencio agradable. Miraban en distintos lados, analizando lo que su alrededor les ofrecía bajo la luz de la luna.

—Siento haber desconfiado.

Ànima le miró sorprendida.

—¿Cómo?

—Al principio cuando apareciste, pensé en hacerte daño porque te asemejas a una aberración. Ahora viéndote, me doy cuenta que estaba totalmente errado —admitió Eymar.

—No eres el único, varios lo han hecho —comentó Ànima mientras miraba las aguas—. Igualmente, entiendo el miedo. Vivisteis muchísimos años bajo esa amenaza y a uno le preocupa que alguien poderoso aparezca y haga daño a cualquiera, más vosotros que os preocupáis por todos.

—Soy el único que lo hace —aclaró Eymar— y ver que esa pobre Mitir tenía algo en su interior me angustió, más cuando Yrmax se desesperó creyendo que eras alguien buena. Me sorprende que el príncipe pudiera verlo tan rápido a diferencia de mí.

—Creo que también influye su situación, ¿no crees? —preguntó Ànima. Eymar miró a otro lado angustiado—. ¿Qué le pasó a Yrmax?

—Lo encarcelaron por no poder sacar la espada del elegido.

—¿Cómo? —preguntó impactada—. Espera, ¿cómo que espada del elegido? ¿Y porque tiene que sacarla? ¿Lo encarcelaron por qué?

Eymar explicó todo, viendo la reacción de sorpresa por parte de Ànima.

—¿Entonces él te pidió venir aquí?

—Sí, y yo acepté aun sabiendo que iba a meterme en peligro.

A punto de hablar, escucharon ambos un grito a lo lejos, uno que los obligó a ponerse de pie.

—Problemas... aberraciones —anunció Eymar—. Por todas las Lunas, me distraje.

«¿También venera las lunas?», se preguntó Ànima, levantándose mientras ponía sus botas para ir con él.

—¡No vengas! ¡Si te ven pensarán que...!

—¡Eso me da igual, no voy a dejar que alguien sufra daños o muera por una aberración!

La velocidad de Ànima superaba la de Eymar, dejándole impactado. No se quedó atrás, aceleró el paso mientras preparaba su báculo, cargándola de una magia azul.

Ya en el pueblo, vio como una de las aberraciones se encontraba en el suelo por culpa de Ànima. Eymar aprovechó para ir corriendo hacia la mujer que huía de las aberraciones.

—¡Gitel!

Gritando con fuerza, apuntó con el báculo hacia las aberraciones. Estas lo escucharon, apartándose hacia un lado para evitar las estacas de hielo que iban a por sus cabezas. Preparó de nuevo su ataque, observando el cuerpo líquido de las aberraciones, abriendo sus bocas y garras.

—Veremos si sois capaces de alcanzarme —pronunció Eymar con total seguridad—. ¡Vent contra!

Un brusco viento apareció para dificultar el paso a las aberraciones que iban a por él. Decidido, invocó de nuevo las estacas de hielo, golpeándolas de lleno hacia sus cabezas.

—¡Eymar, detrás! —gritó Ànima.

Veloz, giró su cuerpo para protegerse con un escudo, pero la repentina flecha impactó en la cabeza de la aberración. Levantó su cabeza y vio a Curo en los aires con el arco en mano.

—¡Te cubro! —aseguró Curo.

Eymar no se esperaba que alguien como Curo llegara a protegerle, pero aun así afirmó. Preparó su báculo para atacar con las magias que correspondían con el terreno de los Vilonios.

—¡Curo! ¿¡Lizcia está bien!? —preguntó Ànima.

—¡Se despertó ante el grito al igual que yo! ¡Esta dentro de la posta con la espada en mano!

Ànima fue a por Lizcia. A estas alturas le daba igual si los demás la veían. Corrió y vio a lo lejos como varias aberraciones estaban a punto de entrar. Se tiró contra una para golpear su rostro en un violento puñetazo, protegiéndose con los tentáculos de los posibles ataques que recibiera.

—¡Ànima! ¡Vienen más! —avisó Lizcia.

Atenta, giró su cabeza para ver a varias aberraciones que parecían surgir del mismo suelo. Intentó atacar, pero no se esperaba era ver a Lizcia correr hacia una de ellas que iba hacia la posta.

—¡Lizcia, no!

Se acercó a tiempo para apartarla, recibiendo un rasguño en el costado izquierdo de su brazo. Impactó al suelo y se quejó de dolor, mirando a Lizcia quien, confundida, veía a las aberraciones acercándose.

—N-Nos rodean.

Apretó sus dientes, levantándose rápido para sacar los tentáculos de su espalda. Cuando hizo el primer gesto, varias flechas impactaron hacia la cabeza de las aberraciones junto a varias estacas de hielo.

—¡¿Todo bien?! —preguntó Curo, se encontraba volando mientras apuntaba con su arco.

Ànima afirmó y miró hacia Lizcia.

—Si luchas, que sea a mi lado, así puedo protegerte —pidió Ànima.

—E-Esta bien y siento si fue inmaduro de mi parte, pero los demás...

—Tranquila —interrumpió Ànima—, sé que lo hiciste para protegerlos.

Ambas lucharon sin temor, y había que decirlo, le sorprendía como Lizcia podía atacar gracias a la magia que poseía la espada. Cierto era que se cansaba más rápido, por ello mismo se encargaba de protegerla y atacar las que se acercaban.

Consiguieron acabar con casi todas, ya que algunas huyeron. Cansados, miraron a su alrededor para ver a los Mitirs. Algunos estaban armados y otros impactados por la situación.

—Ustedes —pronunció uno de ellos—. ¿Acaso serán los próximos elegidos?

No supieron dar una respuesta.

—¿Cómo puede ser una ciega elegida de los Mitirs? Es una estupidez.

—Fíjate bien, la ciega está al lado de esa mujer oscura.

—Parece una aberración, pero las mató. Por lo que es buena, ¿no?

—Es una aliada, es... ¿qué es?

Ànima miró a otro lado. Detestaba que la compararan así, aunque agradecía que vieran por fin que no era un peligro para ellos.

—Ante vosotros se encuentra el elegido de los Vilonios, Curo —habló Eymar con firmeza, captando la atención—. El próximo elegido de los Maygards, Eymar, la elegida de las Mitirs, Lizcia. —Miró hacia Ànima—. Junto a la diosa de la oscuridad, Ànima.

Los murmullos se escucharon en el pueblo, ¿los elegidos han vuelto? ¿Y cómo qué diosa de la oscuridad? ¿Era posible eso?

—¡Son nuestra salvación!

El grito lleno de esperanza y alivio hizo que los demás miraran a la mujer. Su emoción se veía reflejada en esas lágrimas pequeñas, causando un efecto de alegría en los demás ante una posible salvación.

Tal hecho los dejó mudos, pero pronto se miraron con una sonrisa al saber que los Mitirs tenían fe y, a lo mejor, no habría ese desprecio en las demás razas.

Aunque aún les quedaba mucho por delante.

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