Capítulo 14: Manos unidas.
Había un punto en que Lizcia era incapaz de comprender qué estaba pasando. Los hombros estaban adoloridos porque Curo la agarraba casi siempre. Solo la soltaba cuando la plataforma aparecía para atacar junto con Ànima.
Se dio cuenta de que las batallas no eran como las que le decían, sino que más violentas y desesperantes. Obedecía las indicaciones de su amiga para atacar y defenderse, pero la pesadez de sus extremidades y la dificultad para respirar le hacían complicada su misión.
Hubo un punto en el que no pudo más y cayó de rodillas, dándo la oportunidad a los vilonios para dispararla. Por suerte, fue protegida por Ànima al salir de su cuerpo y crear un gran escudo. Con los dientes apretados, generó esferas de oscuridad y las lanzó para distraerles.
En todo momento, Curo buscaba acercarse a Lizcia para tomar el arco que tenía guardado en sus espaldas. Cierto era que sus plumas podían servir como ataque, pero dependía de ellas. Desesperado, fue a por ella, sintiendo como el suelo temblaba sin parar.
A tiempo, logró agarrarla, pero faltaba Ànima. Giró su cabeza, viendo como varias flechas fueron clavadas en la pierna de Ànima, haciéndola caer.
—¡Ànima!
A punto de moverse, la plataforma desapareció. Impactado, logró mantener el vuelo y trató de ir en su dirección, pero no le hizo falta cuando sintió algo viscoso agarrando su pierna.
Chilló, desestabilizando su vuelo por un momento hasta que vio a Ànima.
—¡Céntrate, Curo!
Levantaba su mano derecha para soltar varias esferas hacia los Vilonios. Curo, angustiado, se movió de un lado a otro en medio de los guerreros que intentaban dispararle.
Buscaba soluciones, pero era rodeado sin descanso por varios guerreros impidiendo su paso. Atacado por los nervios, movió su ala con fuerza para desprender sus plumas para clavarlas en sus hombros y rostros.
—¡Bien!
Si bien funcionó, su vuelo sería menos efectivo. Necesitaba aterrizar, de inmediato, y para su pequeña suerte, vio como la plataforma regresaba. Sin pensarlo dos veces fue en su dirección para aterrizar sin cuidado alguno.
Levantó su rostro para ver que una vez más estaban siendo rodeados. Apretó sus dientes, pensando en desprender sus plumas una vez más, pero sentía que no serviría de mucho porque parecía que esos guerreros eran infinitos.
—Debo intentarlo —se dijo Curo en un susurro.
Se levantó, y a punto de atacar, escuchó el grito lleno de frustración y rabia por parte de Ànima. Girándose, vio cómo se encontraba al lado de Lizcia, quien había recibido un corte notorio en su brazo derecho.
Curo se quedó mudo sin poder reaccionar.
—À-Ànima —murmuró Lizcia, intentando levantarse—. N-No hagas ninguna locura, piensa...
La diosa temblaba sin parar sin quitarle ojo a los guerreros, coordinados para una lluvia de flechas. Apretó sus dientes, mirando hacia Curo y Lizcia.
—Maldita sea... —Entretanto, Lizcia por fin le daba el arco a Curo. Ànima abrió sus ojos—. Ya sé que puedo hacer.
Juntó sus manos, creando una esfera a duras penas por el dolor en su rostro, en especial sus ojos porque derramaba grandes cantidades de oscuridad. Curo tragó con dificultad, si llegaba a descontrolarse, no sabía si iba a ser capaz centrar su ira en esos seres.
—Curo —pronunció Ànima con firmeza, mirándolo de reojo—. ¿Cuántas flechas tienes?
—P-Pocas, por desgracia. At-Atacar contra las aberraciones hizo que perdiera varias de e-ellas.
Curioso, vio como en las manos de Ànima aparecían unas flechas oscuras para luego ser lanzadas hacia él. Las agarró en el aire para examinarlas.
—Trata de disparar a la cabeza, eso los dejará ciegos y sordos. Yo os protegeré de los disparos —aseguró Ànima.
—¡P-Pero no tienes apenas energía y estás herida aun!
—Como si las heridas me importasen ahora mismo —contestó Ànima, arrancando parte de su vestimenta para vendar su pierna—. Lizcia, quédate a mi lado en todo momento, ¿entendido?
—S-Sí.
—¡Cuidado!
El aviso de Curo hizo que Ànima reaccionara. Movió sus brazos con las manos extendidas para crear un escudo a su alrededor. Tras esto, Curo dispaŕo con las flechas hacia las cabezas de los guerreros, dejándolos incapacitados, tratando de retirar la oscuridad. Sonrió aliviado, viendo cómo Ànima aflojaba su escudo para caer con una rodilla al suelo, escupiendo sangre y tosiendo. Lizcia quiso calmarla, pero no pudo al escuchar unos pasos.
—¡Lizcia! —gritó Ànima.
Ante ese aviso, Lizcia se puso en medio, viendo a uno de los Vilonios corriendo para atacarla. El guerrero lanzó varias plumas para luego darle un puñetazo directo a su pecho. Las plumas cortaron la piel, obligándola a caer al suelo de no ser que mantuvo el equilibrio para mover sus brazos y protegerse.
No tenía la espada a su lado, de hecho, estaba cerca de Ànima. Intentó moverse, pero Curo intervino para darle un puñetazo al guerrero con su brazo derecho y apartarlo.
—¡¿Cómo se les ocurre luchar con su único brazo!? —gritó Curo—. ¡No tiene sentido luchar con los puños!
Ànima miró hacia Lizcia. Sangre caía de su boca y poco a poco iba perdiendo el equilibrio.
—Déjame esto a mí, Lizcia, si sigues así vas a caer inconsciente —pidió Ànima, levantándose del suelo a duras penas para darle su espada.
—N-No voy a dejar que os hagan daño —aseguró Lizcia.
—Curo, no podemos descansar por turnos. Hay que darlo todo, aunque sea arriesgado —intervino Ànima, mirándole de reojo.
—¡Vuestras ideas locas me desesperan de una manera! —gritó Curo—. ¡Qué remedio! ¡Aquí se da todo en esta batalla!
Ànima sonrió, pero poco duró cuando sin aviso previo la espada empezó a brillar en colores chillones.
—¿Chicos? —preguntó en un murmullo Lizcia—. ¿Qué está pasando?
Desprendía espirales de luz junto la bufanda que Lizcia tenía en su cuello, deslumbrando en partículas azules que la envolvían. Los guerreros observaron impactados, pero sin perder el tiempo para atacar.
Para cuando quiso atacar, escuchó una voz que la dejó paralizada y con ello una sonrisa llena de alivio.
—¿¡Y-Yrmax!?
—¿¡El príncipe?! —preguntó Curo—. ¿¡Qué tiene que ver ahora?!
—¡Está aquí! —chilló emocionada—. ¡Está conmigo! ¡Yrmax nos ayuda por la bendición de Mitirga!
Confiada, movió su espada en una posición firme para atacar a los guerreros. Ànima intentó detenerla, pero le sorprendió como efectuaba cortes precisos y fuertes contra los guerreros.
Curo le costó mucho reaccionar, pero logró actuar cuando uno de los guerreros iba a por él. Pudo defenderse a tiempo, lanzándole varias plumas para que Lizcia interviniera y le cortara. Tal gesto dejó en claro que su energía no iba a durar para siempre porque sabían que el príncipe tampoco estaba en buenas condiciones.
Preparó sus flechas, pero se detuvo cuando Ànima juntó sus manos en una palmada, apareciendo esferas de oscuridad que le rodearon.
—Dispara sin parar, yo te daré todas las flechas que pueda, no solo podrás dejarlos sin sentidos, también los harás daño.
—¡¿Y tú?! —gritó Curo.
—Confío en que me protejas mientras te doy esa munición casi infinita. Y por favor, ayuda y protege a Lizcia también, aunque tenga a Yrmax de su lado.
—B-Bien. —Respiró hondo. Era su oportunidad—. Recibido.
Disparó con destreza y velocidad, prestando atención a sus dos compañeras para evitar que fueran golpeadas. Si eso ocurría, veloz como nunca, usaba su puño derecho o usaba su arco para golpear al enemigo.
Asombraba como Curo luchaba con valor, orgullo y fuerza. Tres conceptos que no pasaron desapercibidos para los elegidos Vilonios.
Orgullo analizaba todo en silencio, Valor reía ante la actitud de Curo, y Fuerza también por la debilidad que poseían los tres. Sabían que Yrmax había intervenido por el poder que Mitirga, conscientes de que el elegida estaba presente.
—Qué irritante que esa señora tenga que intervenir —habló Valor con fastidio—. Los Mitirs son siempre iguales. Unos creyentes ciegos que creen que esa elegida hará algo con sus vidas.
—¡Bah! Esa elegida está encerrada y con todo el motivo del mundo, ni un Mitir se atreverá a liberarla de la montaña —añadió Fuerza.
Orgullo no dijo nada, pero su mirada penetrante lo decía todo.
—¿Sabes? Me apetece ponerle más pruebas complicadas a ese Vilonio. Siento que no es capaz, aparte, está haciendo trampas, tendría que hacer la prueba solo —comentó Valor.
—No tiene por qué hacerlo solo, lo que importa es su actitud y habilidad en el combate. —Por fin habló Orgullo, su tono serio y grave demostraba una calma clara a diferencia de los otros dos.
—Eso son plumas feas. No quiero que tenga esa ayuda —contestó Valor, mirando hacia Curo para mover su brazo derecho—. Lo que haré será...
Orgullo agarró la muñeca de Valor, encontrando su rostro poco agradable.
—No harás nada sin mi permiso —aclaró Orgullo—. Esta prueba es suficiente, Curo demuestra la capacidad de un elegido.
—¡¿Es una broma?! —preguntó Fuerza—. ¡Tiene la ayuda de Mitirga, no solo eso, también de una diosa, la de la oscuridad!
—Una diosa no tiene tan poca fuerza. Es una elegida como mucho, capaz si recordara y mejorara, si tendría el poder de uno. Por lo que no, es una pelea equilibrada y la están superando.
—¡Mientes! —gritó Valor.
—No. Es sincero con sus palabras.
La suave y dulce voz de Mitirga dejó helados a Valor y Fuerza. Orgullo no dudó arrodillarse, poniendo su brazo derecho en su pecho y ocultando su ala izquierda. Ese gesto leal dejó mudos a ambos para al final reaccionar y hacer lo mismo.
—Ànima no tiene el poder de una diosa aun. Le queda mucho, pero cuando recupere su memoria, sé que tendrá el potencial de uno —explicó Mitirga con calma.
—¿¡Cómo puede decirlo con esa tranquilidad?! —gritó Fuerza, levantándose del suelo, pero Orgullo le miró de reojo con desprecio para que se arrodillara de nuevo.
—Mi habilidad junto a otros elegidos permite que pueda ver el pasado de uno. Cuando vi el de Ànima, había dos historias, ambas con una profunda tristeza que consumen esa oscuridad que intenta controlar cada día.
—¡Mentira! —intervino esta vez Valor—. Hemos visto cómo actuó, como desesperó en medio de esas aberraciones que los atacaron.
—Y Lizcia la calmó.
—Sí, ¿cuántas veces podrá hacerlo? Dudo que esa niña sea la paz que ese monstruo necesite —respondió Valor una vez más.
—¡Sí, cierto! Ànima es alguien llena de oscuridad, ¿y sabe que es ese elemento? ¡Un gran problema! Siempre fue algo considerado como el mal.
—¿Vosotros dos habéis analizado a los nuevos elegidos o le habéis puesto la prueba para disfrutar de su sufrimiento? —preguntó Mitirga con frialdad.
Tal acusación puso en tensión a Valor y Fuerza, mientras que Orgullo se mantenía en esa posición fiel.
—Se nota que sois los más jóvenes e imprudentes —continuó Mitirga—, que no veis más allá del prejuicio. Cierto es que la oscuridad es un poder peligroso, pero que uno pone la voluntad, puede controlarlo sin dejarse llevar por esa contraparte.
—¡Mitos dicen que no solo la oscuridad es un elemento difícil de controlar! ¡Dicen incluso que los poderes tan básicos y principales pueden uno consumirlo! —refutó Fuerza.
—Como el fuego que controlan los Zuklmers, ¿verdad? —preguntó Mitirga, dejando sin palabras a Fuerza—. Por ello querías ser como ellos, ya no solo por su apariencia, sino por el control del fuego, un elemento considerado como peligro, agresividad y fuerza. Lo que no entiendo es por qué robaste la llave a Zuk.
—Yo no...
—Capaz fue por la envidia o por el rechazo que recibiste al no ser entrenada por Zuk, el único elegido de los Zuklmers —continuó, interrumpiendo a Fuerza—. Capaz por ello, por tal envidia y asco, les robaste su fragmento, pero perdiste la de los Vilonios, que graciosamente lo tienen ellos.
Fuerza apretó sus puños con ira mientras que Valor intentaba calmarla, pero al no conseguirlo, miró hacia Mitirga con asco.
—¡Por todas las plumas manchadas! Me recuerdas a los Maygards, ¿acaso intentas manipularla? Tus palabras llenas de desprecio solo demuestran que...
—Ya basta.
La imponente voz de Orgullo dejó helado a Fuerza y Valor, cayendo de rodillas y agacharon la cabeza, perdiendo la capacidad de hablar.
—Habláis como imprudentes inmaduros sin saber que Mitirga dio todo por nosotros, aun cuando la acusamos, ella siguió ayudando como mejor pudo aun estando encerrada —explicó Orgullo—. Me decepciona ver que yo os elegí creyendo que seríais buenos elegidos. Solo me he llevado tristeza y vergüenza.
—Pero señor, nosotros...
—¡Silencio! —gritó, callando la voz de Fuerza quien soltó un quejido de terror—. ¡No tenéis ni idea de nada! La historia solo ha ido cambiando a versiones incorrectas. ¿¡Cómo podéis desconfiar de ella?! ¡Fue la que más sufrió a diferencia de todos! ¡Una traición en toda regla! Y aun con ello, cuando todos, ¡todos! Nos pusimos en su contra, fue capaz de comprender y ayudar.
Fuerza y Valor no tuvieron la osadía de responder. Con la cabeza agachada y sentados de rodillas, fueron desvaneciendo, por lo que la dificultad de la prueba sería menor.
—Orgullo —llamó Mitirga con calma—, dime una sola cosa.
—Siempre con la verdad, Mitirga.
—Cuando fui encerrada y la llave fue dividida, sé que moriste por unas causas que nunca se explicaron correctamente.
—Así es —respondió, tragando saliva con cierta dificultad.
—Tu arco quedó en las montañas donde los elegidos deben buscarla. Mi duda aquí es, ¿lo conseguiste derrotar?
Orgullo, arrepentido y frustrado, agachó su cabeza en señal de vergüenza, como si su lealtad por ella fuera menor.
—No, no pude —contestó Orgullo con cierta dificultad—. Su poder es inexplicable, parece llegar a un punto de intangibilidad y se mueve a tanta velocidad que solo no pude hacer nada con mis flechas. Era un ser poderoso, reía presumido mientras decía que pronto sería bendecido por el caos.
—Y se proclamaba como el elegido de las aberraciones, ¿no? —preguntó Mitirga.
—Sí. Siento si no pude asesinarlo, lo siento tanto, Mitirga —lamentó Orgullo—. Traté de acabar con él antes de que huyera, pero no pude, acabó con mi vida con rapidez y lanzó mi arco hacia esta montaña. Fue bueno saber que no hizo nada con ella y que los elegidos nuevos intentan conseguirla para ceder así una parte de mi poder.
—Descansa, Orgullo —murmuró Mitirga. El mencionado se levantó, pero no alzó su cabeza—. No te culpes por no poder matarlo, siendo honestos, ese ser no podría ser derrotado a no ser que unamos fuerzas.
Orgullo levantó su rostro, sintiendo un temor creciente en su pecho.
—¿Cree que es bueno juntar a todos los elegidos? —preguntó Orgullo.
—Si bien es cierto que las aberraciones son un asunto complicado, el verdadero problema radica en ese elegido o líder que se esconde intentando conseguir los documentos de alguna manera. Querrá la espada que yo le di en su momento, querrá...
—Mitirga, no llore por favor.
Las lágrimas le inundaban mientras hablaba, Mitirga se sentía responsable por no haber podido proteger a los suyos. Calmó su dolor mientras miraba hacia ese escenario donde los elegidos, cansados, ganaban por fin.
—Tenemos de nuestro lado a una nueva generación. Lizcia representa una pureza única, Yrmax es el príncipe que dará todo a pesar de su desastroso padre, y Ànima, esa diosa tan misteriosa, tiene la real intención de ayudar. Junto a los nuevos elegidos de las demás razas, confío y sé que podremos acabar con esto de una vez —habló con decisión, secando sus lágrimas.
—Aún me cuesta creer que escogiera a una ciega.
—Porque nació sin prejuicios y sin despreciar a nadie, ella solo ve mediante la actitud de uno. No se guía por nada más que por cómo es alguien y eso me lo ha demostrado con Ànima —explicó Mitirga—. Esa joven mujer de poderes oscuros, podría haber sido un problema, todos la habrían temido al verla y al sentir algo así en su cuerpo, pero Lizcia no se dejó llevar por eso y confió sin temor.
—Comprendo —murmuró Orgullo, mirando hacia Curo con una sonrisa. Veía como apoyaba su cabeza, y Lizcia también, en el hombro de Ànima sentados en el suelo—. Me es un verdadero orgullo decir que tenemos a un nuevo elegido, del cual espero que sepa dar la talla.
—Seguro que lo hará —apoyó Mitirga con una sonrisa, mirando con calma a los jóvenes guerreros—, pero por ahora es mejor que los lleves a su hogar, ¿no?
Orgullo afirmó, moviendo su brazo derecho con delicadeza para que un aura brillante de estrellas pequeñas los rodeara, su color era blanco y azul. Envolvió a todos, en especial a Curo al darle por fin el arco que una vez tuvo Orgullo.
Al desaparecer, Orgullo miró una vez más a Mitirga.
—Sabe bien que el elegido de los Maygards será quien más se oponga en esto —murmuró Orgullo—. Yo podré ayudar, incluso con Fuerza y Valor, pero sabe que...
—Lo sé —interrumpió Mitirga con educación—, pero no es algo que me preocupe, confío y los ayudaré en todo momento.
Orgullo afirmó con total seguridad, poniendo su mano en su espalda para inclinarse ante ella.
—Que su camino sea puro, Mitirga.
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